Teatro peruano: los nuevos escenarios que nos dejará la pandemia

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Con más de 200 salas de teatro cerradas, 6 centros culturales clausurados y más de 50 mil artistas afectados laboralmente a consecuencia del aislamiento social provocado por la pandemia,  el teatro peruano atraviesa su momento más difícil. Las dificultades para adaptarse a las plataformas virtuales, y unas medidas gubernamentales que no satisfacen al teatro comercial y mucho menos al independiente, han hecho de este periodo de encierro una verdadera agonía para un sector que vivía de su contacto directo con el público. Entre los actores y actrices del medio local hay una pregunta que ahora ronda en el aire: ¿hasta qué punto cambiarán las formas de ver teatro cuando esta pesadilla termine?
Por: Edith Rodriguez
Portada: Gerald Espinoza


Desde mediados de marzo las salas de teatro están vacías, ya no resuenan los aplausos y ahora la ‘tercera llamada’ se escucha a través del audio de una computadora. Antes las personas se aglomeraban en la antesala en los minutos previos al inicio de la función. Ahora cada uno desde su sillón, escritorio o cama espera el momento para que la obra aparezca en sus pantallas. Chateando, o conversando con alguien más, ya no hay nadie al lado del espectador para decirle que está prohibido comer, que apague su celular o que baje el volumen de su voz.

Hace poco menos de un año todo era diferente: 225 teatros y auditorios a nivel nacional estaban abiertos al público, según la Red de Teatros del Perú de la Dirección de Artes del Ministerio de Cultura. De estas salas, el 80% contaba con un aforo promedio de 200 personas y el 20% permitía la entrada de 500 espectadores aproximadamente. Pero el domingo 15 de marzo de este año todo cambió intempestivamente. El presidente de entonces, Martín Vizcarra, decretó una cuarentena general y obligatoria ante el riesgo de que el virus del Covid-19 se extienda por todo el país. Nadie podía salir de sus casas. No más paseos, no más cines, no más teatro. Encierro total.

Las salas de todo el país cerraron sus puertas al público y para algunos actores fue como si los hubieran echado de sus propias casas. “En un primer momento nos desarmó. Nos quedamos sin corazón”, son las palabras de Ximena Arroyo, actriz, docente y directora de la Asociación de Artistas Aficionados. Su sentir es compartido. Paco Caparó, director del Club de Teatro de Lima, y Diego La Hoz, fundador de Espacio Libre, también han sufrido el impacto, la angustia y el desconcierto de verse obligados a abandonar los escenarios por tiempo indefinido. 

Ximena Arroyo, directora de la Asociación de Artistas Aficcionados (AAA), en la sala Ricardo Roca Rey. Este espacio tiene capacidad para albergar hasta 214 espectadores. Hace 8 meses que esta sala permanece vacía. Foto: Archivo personal.

Aunque todo el sector dedicado al teatro está paralizado, hay consenso en que la situación es más crítica entre los grupos de teatro independiente. En el Perú existe una clara diferencia entre ser un actor independiente y un actor que pertenece al sector más pequeño pero privilegiado del teatro comercial. “Estamos divididos en dos bandos muy claros. Los actores de nombres importantes, los conocidos, y los demás que la seguimos peleando desde abajo todo el tiempo”, asegura Caparó. 

Los artistas independientes se han visto más afectados pues no son parte de una institución con fines comerciales, tampoco figuran en la planilla de una empresa que los respalde económicamente. Las cifras recogidas en el Informe sobre el impacto del Estado de Emergencia por el Covid-19 en el sector de las artes, museos e industrias culturales y creativas indican que, solo hasta junio de este año, la pérdida económica ascendía a más de 43 millones de soles para los trabajadores en educación y formación cultural, y más de 21 millones para los artistas escénicos. 

Grupos como el Club de Teatro de Lima, Espacio Libre y la Asociación de Artistas Aficionados (AAA) son parte de ese amplio sector de agrupaciones que tuvieron que cerrar sus locales y descartar toda la programación y proyectos que habían planeado realizar este año. La paralización de sus actividades también significó la pérdida de ingresos económicos. Diego La Hoz, fundador de Espacio Libre, señala que tenían tres proyectos teatrales para presentar este año y calcula que las pérdidas económicas para la agrupación ascendieron a más de 30 mil soles.

Patio principal del local de la Asociación de Artistas Aficionados. Este año celebró su 82 aniversario de creación como grupo de teatro independiente. Foto: Archivo AAA.

El 2020 parecía un año prometedor para el Club de Teatro de Lima. Todos los fines de semana de enero a marzo la sala estaba llena. También recibieron a actores de Chile, Argentina, Brasil y Uruguay, quienes presentaron sus obras en la sala del Club y dictaron talleres para los alumnos. El panorama se veía tan bien que ya estaban organizando tres funciones por día durante los fines de semana. Sin embargo, la cuarentena acabó con todos sus planes. “Hemos tenido que mandar un comunicado a todos estos grupos diciéndoles que lo sentíamos mucho, que teníamos que cerrar la sala”, recuerda con tristeza Caparó. Los alumnos del último año de Arte Dramático estaban en plena temporada cuando se dio el cierre absoluto. Ya tenían todas las butacas reservadas hasta el final de temporada, pero tuvieron que devolver las entradas una por una.

El equipo del Club de Teatro de Lima antes de la pandemia. De izquierda a derecha. Edgard Prentice, Cintia Díaz del Olmo, Gerardo Cárdenas, Jhosep Palomino, Pold Gastelo, José Gómez, Paco Caparó y Leo Villacorta. Foto: Archivo personal.

El viernes 13 de marzo la Asociación de Artistas Aficionados había estrenado “El Laberinto de Monstruos», de César Di María. Si bien se preparon seis meses para la puesta en escena, solo pudieron ofrecer dos funciones. Para esa fecha estaban aplicando algunas medidas sanitarias, como trabajar a puertas abiertas con la mitad del aforo, y también ofrecer alcohol en gel a los espectadores. Pero eso no fue suficiente. Con mucho pesar, terminaron cerrando la AAA. Tenían planificado todo el 2020, un año completo de actividades en la sala Ricardo Roca Rey, con propuestas producidas por ellos mismos y otras elaboradas por exalumnos. 

 Si antes de la declaración del Estado de Emergencia, los artistas independientes ya vivían batallando frente a un Ministerio de Cultura indiferente, Arroyo asegura que con este nuevo contexto solo han salido a relucir las carencias de su sector y se terminó por evidenciar su vulnerabilidad.

Los nuevos escenarios


Para sobrevivir, muchos artistas han debido aprender a usar plataformas cuya existencia desconocían, como Zoom o Google Meet. Además, han descubierto las posibilidades que les brindaban medios como Facebook y Youtube. Estas herramientas y espacios virtuales han permitido al sector explorar distintas maneras de presentar una obra de teatro. Algunos han optado por realizar lecturas dramatizadas, como los miembros de la AAA, quienes en junio transmitieron “Final de Partida”, de Samuel Becker, a través de Facebook Live. El video no fue grabado en vivo, por lo que aprovecharon la oportunidad de usar diferentes planos de cámara. Para ellos, se trata de un híbrido entre actuación y lenguaje audiovisual. En septiembre optaron por usar OBS -un programa digital que sirve para grabar y transmitir videos por internet- para presentar «El nuevo mundo de Oz», a través de Zoom.

Otros grupos han difundido la grabación en video de obras de teatro estrenadas antes de la pandemia. Eso hizo el Club de Teatro de Lima con “La cantante calva”, de Eugène Ionesco, puesta en escena que se montó hace 30 años y fue protagonizada por unos jóvenes Pold Gastello y Paco Caparó. “Hemos tenido una función con 160 espectadores. Si hubiese sido presencial, esa gente no habría venido a vernos”, señala Caparó.

«El último aplauso», protagonizada por Karlos y Luis López Rentería, fue la única obra virtual que transmitió «Espacio Libre» durante el confinamiento. Foto: Archivo personal.

La competencia entre la amplia oferta de obras y talleres virtuales que muchos grupos o artistas promocionan es otra dificultad que los actores han identificado y que Ximena Arroyo califica de “espantoso”. “Estamos sacándonos los ojos entre todos, existe una oferta enorme de talleres y todos hemos tenido que bajar los precios. Es duro para nosotros que somos un grupo de cuatro actores, un director y un técnico que invertimos muchas horas de trabajo y que no sabemos cómo nos va a resultar económicamente”.  

El golpe de la crisis


Tener una sala de teatro propia era el mayor anhelo de cualquier colectivo de artistas. Pero quienes lo consiguieron ahora enfrentan mayores dificultades, pues los ingresos económicos de los talleres y las obras de teatro cubrían los gastos de mantenimiento y el pago del alquiler. La sala del Club de Teatro de Lima, por ejemplo, está cerrada, pero aún así han continuado pagando la renta, según cuenta Caparó.  «Estamos con una deuda de arbitrios también. Creo que no es justo que nos cobren por un espacio que no estamos usando ni al que podemos ir seguidamente». La exigencia de un pago mensual a pesar de no generar ingresos como lo hacían antes de la pandemia, inevitablemente, ha acumulado deudas para las agrupaciones.

Según información de la Red de Salas de Teatro y Espacios Alternativos del Perú, durante la crisis sanitaria, seis espacios culturales cerraron sus puertas definitivamente. La Asociación Cultural Kusi Wasi, de Piura; la Casa LaramaMango, de Tacna; la Casa Amaru, en Barranco; la Asociación Cultural Diez Talentos, en Santiago de Surco; el Centro Cultural Cine Olaya, en Chorrillos y el Teatro Mocha Graña, de Barranco, son los espacios que no sobrevivieron a la pandemia.

Preocupados por la posibilidad de perder sus espacios culturales, Arroyo anuncia que van a enviar una carta al Ministerio de Cultura para que esta institución solicite a las municipalidades la exoneración del pago de arbitrios a los centros culturales. «Queremos que avalen que somos  centros culturales, que no hemos tenido actividad y estamos realmente perjudicados”, señala Ximena Arroyo. 

Santiago Alfaro, director de la Dirección General de Industrias Culturales y Artes del Ministerio de Cultura, sostiene que las municipalidades cuentan con autonomía. “Nosotros podemos presentar una recomendación, pero no podemos imponer una política a un gobierno que tiene, por la Constitución, una autonomía en las decisiones”. Arroyo es consciente de esta autonomía pero insiste en que esa no es la única manera de ayudar al sector. “Si bien el ministerio no puede dar plata todo el tiempo, creo que tiene las herramientas, si quisiera, para ofrecer un acompañamiento y ayuda a los centros culturales que funcionamos bajo la autogestión. Ellos podrían darnos un soporte institucional que permita recibir otras fuentes de ayuda”.

Si algo bueno trajo la crisis sanitaria a los colectivos de artistas independientes es que los obligó a estar más unidos. “Debido a la pandemia tuvimos la necesidad y oportunidad de articularnos. Decidimos organizarnos y formar el Movimiento de Grupos de Teatro Independiente del Perú”precisa Willi Pinto, director de Teatro Maguey y coordinador del movimiento. 

La Red de Salas y Espacios Alternativos del Perú es otra agrupación conformada por los colectivos culturales más representativos, como Yuyachkani, Aranwa, la Asociación de Artistas Aficionados, Maguey, Club de Teatro de Lima, entre otros. “La Red de Salas se ha generado en la pandemia”, indica Arroyo, “une espacios de todo el Perú, cosa que no habría ocurrido sin la pandemia”.

Estos grupos se han articulado con un objetivo: exigir medidas al Estado para poder subsistir, ya que no percibían preocupación alguna por parte del gobierno. Willi Pinto sostiene que el Ministerio de Cultura es una institución muy débil. En diez años han pasado más de once ministros por ese despacho. “Esta situación habla por sí sola respecto a la importancia que el Estado le da a la cultura. La mínima capacidad de respuesta ante la pandemia solo refleja un abandono de años, de décadas”.

Un Estado ineficiente


A finales de mayo, el Ejecutivo emitió el Decreto de Urgencia 058 que destinó 50 millones de soles al Ministerio de Cultura para mitigar el impacto económico que ocasionó la pandemia en el sector. “Ese decreto se dictó debido a la presión”, asegura Ximena Arroyo, de la Asociación de Artistas Aficionados. “Nosotros hicimos una conferencia de prensa para emitir un pronunciamiento y gracias a ello se tuvo que manifestar el Ministerio y sacar este decreto que en realidad es insuficiente, pero no podemos negar que es una ayuda”. 

Carlos La Rosa, director de la Dirección de Artes del Ministerio de Cultura, señala que si bien la norma se publicó a finales de mayo, estaba siendo gestionada desde antes, pero no podía ejecutarse sin obtener la aprobación del Consejo de Ministros y la firma del Presidente Vizcarra. A pesar de que muchos artistas reconocen que el decreto es un avance, también señalan que existen trabas y dificultades administrativas para presentar los medios probatorios que permitan acceder a los estímulos económicos. “No solo es burocrático, sino también desgastante si tomamos en cuenta que no hemos tenido ningún apoyo durante siete meses”, asegura Arroyo. Para el funcionario Santiago Alfaro, todos los requisitos y la documentación son necesarios para garantizar que los subsidios se entregan en igualdad de condiciones

“En vez de hacer reparticiones a través de solicitudes más simples”, explica Diego La Hoz, “teníamos que presentar un montón de documentación y justificaciones. Para algunos es difícil tomando en cuenta que las personas mayores de 40 años no tenemos habilidades con este tipo de trámites”. Willi Pinto también considera que muchos artistas no han podido acceder a los fondos de ayuda y califica las medidas del Ministerio de Cultura como insuficientes y poco inclusivas. “Los estímulos y apoyos existentes solo están llegando a una minoría y excluyen a amplios sectores, en especial del interior del país”, afirma.

Una medida urgente que los actores  reclaman es un registro nacional de los grupos dedicados a las artes escénicas. Para La Hoz, ese es un trabajo que debieron hacer desde el primer día de la existencia los funcionarios del Ministerio de Cultura. “Es lo mínimo que se le puede pedir a un Ministerio, saber cuál es tu población, dónde está ubicada, qué dificultades tiene. Hay un montón de espacios que no están siendo considerados, que no son visibles”, asegura. “No saben cuántos centros culturales existen ni quienes son los que los administran, no conocen qué ocurre en nuestras comunidades. No saben absolutamente nada”, sentencia Caparó. 

Desde el Ministerio de Cultura, Santiago Alfaro y Carlos La Rosa aseguran estar trabajando en un Registro Nacional de Trabajadores y Organizaciones Culturales. Sin embargo, quieren dejar en claro que este es un registro administrativo. “Lo que necesitamos es mapear donde están todos aquellos trabajadores que se desenvuelven en el sector cultural, ya sea en colectivos y organizaciones culturales inscritas en Sunarp, o como empresas formales. Esa información es valiosa porque permite generar más políticas públicas”, explica La Rosa.

¿Y cuando todo termine? Escenarios después de la pandemia


Pero hay algo más que preocupa a los artistas independientes y tiene poco que ver con aspectos económicos. El problema es sobre el futuro del teatro, sobre las próximas generaciones de público. ¿Seguirá existiendo el teatro como lo conocíamos antes de la pandemia?  

Paco Caparó dice que responder a esta pregunta con alguna certeza resulta muy complicado. El público ya se ha acostumbrado a sentarse frente a una pantalla sin prestarle el 100% de su atención a las puestas en escena. “Para mí, el futuro que se viene consistirá en presentar obras para unas diez personas de forma presencial y a la vez transmitir la función a través de plataformas de streaming. Algunos valientes irán a la sala de teatro, se sentarán a ver la obra, con tres metros de distancia, y el resto la verá desde la comodidad de su hogar”.

Ximena Arroyo y Omar Del Águila ya están planeando los talleres que abrirán durante el verano. “Vamos a idear nuevas formas de dictado”, dice Arroyo. Se refiere a encontrar alternativas pedagógicas que combinen lo virtual con lo presencial. “Si teníamos un taller de 6 horas a la semana, probablemente tengan que ser 4 horas virtuales, y dos presenciales.  Creo que va a ser la única manera”, concluye.

A pesar de las dificultades, los actores no han dejado de señalar el lado positivo que la virtualidad les ha traído. Y es que la conexión online ha permitido que los talleres y las obras teatrales cuenten con un público que ha superado el número de aforo permitido en las salas tradicionales y ha traspasado las barreras geográficas. “Ahora nos ve gente de España, de Guatemala, de Estados Unidos. Esto puede ser un problema pero hay que intentar sacarle jugo”, afirma Paco. “Ahora tenemos alumnos de provincia .Incluso tuvimos tres estudiantes que son curas de Tarapoto. Hay uno que se ha quedado y está paseándose por todos los cursos porque le ha encantado”.

Las fronteras no solo se han roto para el público, también para los colegas actores. “En la Red de Salas de Teatro estamos conectados todos los martes con gente de Amazonas, Cusco, Chiclayo, Piura. Es una maravilla. Nunca lo habríamos conseguido si no hubiera sido por la pandemia”, reconoce Ximena. Así como también reconoce la importancia de digitalizar sus contenidos, como los textos teatrales o registros audiovisuales de las funciones escénicas. “Ya lo hacíamos pero a paso lento porque no había urgencia”. La pandemia se convirtió en esa urgencia que ha impulsado a cientos de colectivos teatrales a repensar sus obras como representaciones que pueden cargarse de significación con el uso de las herramientas tecnológicas.   

Y a pesar de la incertidumbre, el desconcierto y el miedo que confiesa sentir Ximena Arroyo por los retos que le deparan a su sector, los artistas están comprometidos a seguir trabajando por y para el arte. Porque la cultura junto con la educación son, como señala Willi Pinto, los pilares para una sociedad más sana, justa y solidaria. Los actores saben que no es tiempo de rendirse. Como trabajadores independientes ya nada los amedrenta, porque ya los han golpeado bastante, dice Caparó. Porque a pesar de estar viviendo su obra más dramática, y como suele suceder ante cualquier dificultad sobre el escenario, la función debe continuar. 

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