Contestona, marrón y marica. Así es Shañu, la artista que pinta a los peruanos que no vemos (o que no queremos ver). Para entender su propuesta artística, y no solo escandalizarse frente a sus pinturas, hay que conocer esos episodios de discriminación e injusticia que Shañu atravesó a lo largo de su vida. A continuación, la historia detrás de su pincel.
Por: Natalia Huerta
Portada: Natalia Huerta
En el octavo piso de un edificio antiguo en el Centro Histórico de Lima, Shañu descansa en el taller que comparte con otras estudiantes de la Escuela de Bellas Artes. El sol de las 5 de la tarde se cuela por la ventana y se refleja en su larga melena negra. Su rostro es lozano y firme. Sus ojos grandes, rasgados y brillantes nos revelan a una mujer sensible. Shañu es una artista. En la blanca pared detrás del sillón en el que está sentada, cuelgan sus pinturas. Contrastan con el fondo, ya que son coloridas representaciones de una realidad a la que el Perú le rehúye la mirada: besos de maricones y cuerpos marrones que se muestran irreverentes, libres y protagónicos. “Disidentes”, como le gusta decir a ella.
Shañu nació en medio del arenal, en una casa de esteras de Pamplona Alta, San Juan de Miraflores, a las 11:30 de la noche. Su madre, una ancashina migrante, no tuvo los medios para parir en un hospital. Así llegaba al mundo su último “hijo”, contra viento y marea, luchando por una vida que casi no le correspondía. Así también vive ahora, 28 años después, desafiando expectativas y prejuicios con solo ser como es: una persona trans no binaria.
Tras una adolescencia marcada por la discriminación, ya sea por sus rasgos andinos o por su identidad de género, Shañu ha logrado cumplir el primero de sus sueños, estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Esta es su segunda carrera, antes había estudiado Diseño Gráfico. Lo hizo camuflando el dinero que su padre ausente le enviaba con la esperanza de que su “hijo” fuera ingeniero algún día.
Después de pasar años sintiendo que algo le faltaba, Shañu confiesa orgullosa que ha encontrado su propósito: retratar a los migrantes, a les niñes trans marrones, a los policías que bailan perreo, a los ambulantes que son maricas. ¿Su responsabilidad? Volcar en su arte toda su crítica a la sociedad heteronormativa y racista que tanto la hacen renegar.
—¿De dónde nace ese interés por el arte?
—Desde que tenía uso de razón. Yo recuerdo que de niño, a los cinco o seis años, veía que mi hermana tenía un libro de francés con unos dibujos bien bonitos, unas caritas que me gustaban. Yo copiaba las caritas y les dibujaba un cuerpo, como si se tratase de unos recortables. Luego, a los siete años, mi profesora hizo un concurso de dibujo buscando un personaje para una historia. Yo lo diseñé y salí ganador. Es curioso porque yo no soy muy buena para los estudios, iba a vacacional, jalaba cursos, pero cuando se trataba de dibujar sí me gustaba.
—¿Cuáles son los primeros artistas que admiraste y cómo ha ido evolucionando ese gusto en el tiempo?
—Cuando ingresé a la Escuela de Bellas Artes mis referentes eran pintores de Occidente… Van Gogh y un montón de artistas clásicos. Yo trataba de imitarlos, pero sentía que me seguía faltando algo… algo que diga: “Este soy yo”. La escuela fue muy importante para mí en ese momento porque no solamente eran clases de artes plásticas, sino de teoría y las lecturas me hacían cuestionarme. Agradezco a los profesores que he tenido; por ejemplo, Javi Vargas, quien también es un artista marica y ahora es uno de mis mayores referentes.
—¿Tu familia te apoyó cuando les dijiste que querías dedicarte al arte?
—Mi familia no conoce mucho el tema de las artes o del diseño. Solamente para ellos son profesionales los abogados, los doctores, los ingenieros. Mi papá es maestro de obras, prácticamente toda su vida se ha dedicado a eso. Entonces él quería que yo, al ser su único hijo hombre, siguiera sus pasos. Me propuso que trabajara con él en las obras pero no era lo mío. Luego me dijo que estudiara AutoCad, un programa para leer planos. Estuve estudiando como dos meses, y después usé el dinero que él me daba para pagarme cursos de diseño gráfico. No le decía nada. Cuando se enteró, entendió que soy un hueso duro de roer. Yo le dije: “Mira, yo he decidido estudiar y dedicarme a las artes, no te voy a pedir que me apoyes con todo en mis estudios, por eso estoy postulando a una escuela del Estado. Solamente apóyame con lo básico”. Trabajé un tiempo en librerías y ahorraba mucho para poder tener un presupuesto que me permita solventar mis estudios. Cuando hablé con mi madre también le dije que le iba a demostrar con mis logros que yo realmente quiero esto.
—¿Cómo ha sido crecer siendo una persona trans en una familia pobre, migrante y conservadora?
—Desde niña, yo siempre tuve claro lo que quería ser. A los cinco años, me gustaba un niño y no veía eso como algo raro. No me asustaba. He visto casos de personas que dicen que en la adolescencia recién empiezan a explorar, u otros que han intentado negarlo. Yo no, yo estaba segura a los cinco años. Con mi hermana todo lo hacíamos juntos, jugábamos a las Barbies. Yo no he renegado de mi sexualidad. Tal vez un poco en la adolescencia, por el tema del bullying que empecé a padecer en el colegio. A veces me daba miedo ir porque pasaba por el patio y me daban con las pelotas, me empujaban. Yo solo rezaba antes de salir de mi casa. Incluso una vez, en primero de secundaria, la profesora me dijo que iba a llamar a mis padres porque yo no me juntaba con los hombres.
—Más adelante, mi madre quiso botarme de la casa. Pero mi papá, a pesar de todas las diferencias que hemos tenido, me sorprendió y dijo: “Tú te vas a quedar acá en la casa, nadie te va a botar”. Bueno pues, así fue que me aceptaron y con el tiempo se fueron acostumbrando. Mi mamá también, aunque a veces siento que a ella le chocaba el que yo tenga pareja. Pero eso es por vivir en una sociedad machista donde no había información sobre estos temas.
—¿Y cómo te identificas ahora?
—Yo me identifico hoy en día como una persona trans no binaria, pero igual dentro de la misma comunidad trans hay problemas. Yo he recibido agresiones de mujeres trans por no verme “tan mujer” al no tener hormonas, al no tener senos. Pienso que no necesariamente tienes que intervenir tu cuerpo. Quien lo quiera hacer, está bien, pero ahora me siento cómoda así como estoy. Me gusta expresar mi feminidad, pero sin dejar tampoco el lado un poco masculino.
“Tuve que entender que yo nunca voy a ser una persona blanca, nunca voy a hacer una persona hetero, nunca voy a ser hegemónica”.
—Todos los peruanos sabemos, aunque no lo digamos, que el racismo existe y es latente. ¿Cómo sientes que se ha expresado en tu vida ese racismo?
—Yo antes he renegado de mi color de piel, de mis orígenes andinos. Yo quería ser blanca. Me lavaba la cara con agua de arroz. Me acuerdo de que cuando tenía catorce años me compraron mis cremas Pond’s para verme blanco. Me echaba agua oxigenada y eso me llegó a dañar el rostro. Me salían un montón de granos en la cara por lo tóxico que era, pero yo quería ser blanco. Yo rechazaba lo marrón; eso me molestaba. Pero siento que con el arte he ido sanando esas cosas. Me ayudó a sentirme orgullosa de mi piel marrón, de mis rasgos indígenas, de mi nariz.
—Y ahí nace Shañu… ¿Qué significa tu nombre?
—“Shañu”es una palabra quechua que significa “marrón como el café”. Eso es bonito. No es algo despectivo, es una forma positiva y agradable. Por eso dije me quiero llamar “Shañu”, porque es reivindicar quién soy: yo soy marrón.
—¿Cómo encontraste la fuerza para resistir y tener esa confianza que ahora muestras?
—No es que de la noche a la mañana haya podido autodefinirme como una persona marrón, marica, trans, migrante. Mis padres son del campo. Mi mamá fue campesina; no terminó la primaria porque sus padres le prohibieron seguir estudiando. Mi papá solo terminó la secundaria y también viene del campo. Pero antes yo no aceptaba todo eso… Trataba de no incomodar a los demás, de siempre mostrarme como una persona masculina que recibía la aprobación de los heteros. Yo soy consciente de que he cometido ese error. No lo normalizo, no me justifico.
—Con el tiempo tuve que aceptarme. Tuve que entender que yo nunca voy a ser una persona blanca; nunca voy a ser una persona hetero; nunca voy a ser hegemónica. Ahí fue cuando empecé a dibujar, aceptarme y a verme como una persona marrón, como una persona de padres migrantes del campo, una persona disidente. Empecé a replicar esto en mis dibujos.
“En todos lados hay lesbianas, maricones, trans.
Estamos en todos lados y hemos estado siempre”
—Has retratado a personajes que tradicionalmente son conocidos por ser masculinos como policías, choferes de micro, albañiles. ¿Cómo se te ocurrió?
—Soy una persona contestona. No me gusta quedarme callada cuando siento que algo no me gusta. Lo digo y no me importa a quién. Mis dibujos saben lo que yo quiero decir y entonces fui haciendo eso: fui viendo problemáticas dentro de la comunidad LGBTQ que se tenían que cuestionar y empecé a postearlo en las redes. A finales del 2020, mis obras se direccionaron más hacia la comunidad LGBTQ marrón migrante. Ya hemos recibido mucho blanco. Las marchas del orgullo siempre son carros con hombres musculosos, blancos, empresas, marcas que solamente lucran con nuestra identidad. Y en un ejercicio de cuestionamiento fue que me llegaron a mí esas ideas.
—Aunque también lo hice para joderles. También quiero dañar su frágil masculinidad. Quiero retratar policías bailando, besándose, porque también existen. También son maricas. En todos lados hay lesbianas, maricones, trans. Estamos en todos lados y hemos estado siempre.
—¿Pensabas en el impacto que tendría?
—Muchas personas me han dicho que mis obras son contestatarias, pero cuando las creo no pienso en que a todo el mundo le guste o que necesariamente tenga que generar controversia. Es algo que yo siento, es algo que tengo aquí que quiero decir… Algo visceral, como escupir todo lo que tengo. Tal vez no lo tendré en palabras, no podré hacer grandes textos, pero lo hago a través del dibujo. Vi que empezó a tener llegada y dije: “Wow, más gente se está sintiendo identificada con esto”. Entonces me fui dando cuenta de que tengo esta capacidad, y siento que me ha otorgado cierta responsabilidad para transmitir estos mensajes en mis obras. Incluso hay gente que me ha escrito y me ha agradecido por hacer esto.
—¿Y has recibido comentarios negativos en las redes sociales?
—Sí, también hay cosas malas. Por eso he tenido que limitar los comentarios en mis cuentas. Una vez me agregaron a un grupo de WhatsApp de puros “fachitos” para insultarme. También he recibido mensajes de odio deseándome la muerte, diciéndome muchas cosas, pero no me da miedo.
—Shañu, cuéntame, ¿qué planes tienes para el futuro?
—Bueno, aparte de quemar el Congreso… (risas). No, ya, en serio, quiero llegar a todo el mundo. Quiero que mi arte sea mi pasaporte para viajar al exterior para que más gente pueda verlo, sobre todo en espacios no blancos. Quiero que más gente marrón se sienta identificada, que pueda ver mi arte en un libro del colegio, que cuando abran un libro de historia puedan ver mis obras así como ven a la Venus de Milo. Pero, sobre todo, que mi mamá pueda algún día ver mis obras expuestas en una galería así de grande. Que mi madre se sienta orgullosa de mí. Y, por supuesto, acabar mi carrera universitaria. Yo sería la primera persona de mi familia que lo haría.