Han pasado cuatro años desde que se creó la Asociación Artístico Cultural Piel de Sal Maras y Amílcar del Castillo anhela el desarrollo del pueblo de Maras como un centro turístico a través de una experiencia vivencial diferente. Él se dedica al turismo desde hace más de treinta años. Ha sido protagonista de reportajes realizados por periodistas como Rafo León o Sonaly Tuesta. Está en una búsqueda constante de nuevas ideas para mostrar al mundo un lugar que considera único. Amílcar es hoy en día el principal impulsor del turismo rural en Maras.
Por Germán Alencastre
Portada: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society
Hace casi dos décadas Amílcar decidió mudarse al lejano y por aquel entonces casi desconocido pueblo de Maras, a 3300 metros sobre el nivel del mar, un lugar que más allá de los centros arqueológicos –Moray y las Salineras– no tenía una planificación turística ni estaba diseñado para recibir visitantes. Esta es una crónica de cómo Amílcar logró convertir lo que por aquella época su madre llamaba el “pueblo fantasma” en un paraje llamativo por la variedad de actividades y atractivos que ahora posee.
Andrés Amílcar del Castillo Velasco (60) nació y creció en la ciudad de Cusco. Su ascendencia familiar proviene de las provincias altas de la región. A pesar de no llevar el apellido, es nieto del famoso escritor de poemas en quechua Andrés Alencastre Gutiérrez, más conocido como el Kilku Warak’a, considerado el poeta quechua más importante del siglo XX, según José María Arguedas.
Dedicado al turismo, Amílcar tuvo un recorrido importante por diferentes instituciones del sector. Trabajó en el hotel La Posada como guía, también lo fue en la ruta turística del Camino Inca, y laboró dos años en el Ministerio de Cultura en actividades para el desarrollo del turismo en su región. Fue en el año 2002 cuando finalmente se mudó a Maras.
Desde entonces, ha logrado la instalación de agencias interesadas en promover la experiencia turística del lugar y ha conseguido el reconocimiento del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) de Maras como una experiencia de turismo comunitario.
—¿Qué recuerdo de la niñez te trae a la mente la decisión de dedicarle espacio al turismo rural?
—De niño, cuando vivía en Cusco, me iba de vacaciones a la puna, donde residía mi familia, en Langui (provincia de Canas, Cusco). Me quedaba de vacaciones por tres meses. El campo siempre me llamó la atención, la laguna de Langui-Layo. Cuando uno vive en el campo despierta otras emociones, el ruido colorido del viento, las ferias semanales, los paseos a caballo, la música… Me encantó desde un principio lo rural.
—¿Qué te llamó la atención de Maras y cómo decidiste llegar al pueblo?
—Al trabajar en el Hotel La Posada, en camino a Urubamba, conversaba con los pasajeros sobre las experiencias del lugar, y lo bonito que parecía Maras. Les comentaba a mis jefes en aquel entonces: “He encontrado un pueblito que tiene un encanto, hay que utilizarlo”. Cuando renuncié al Ministerio de Cultura, junté mi dinero, compré una casa allí y me mudé.
—Cuando llegué a Maras me encantó. Era un pueblito detenido en el tiempo, con aromas campesinos que tenía mucho potencial. Me dije: “Este es un pueblo lindo”. Tenía también a Moray y las Salineras, por lo que yo decía: “Este pueblo tiene mucho porvenir, hay que seguir adelante”, y me enamoré sinceramente. Primero fui solo, después invité a mi mamá para que me ayude con las experiencias de turismo rural. Porque este pueblo tiene mucha cultura viva.
—¿Cuál era la noción de turismo cuando llegaste a Maras?
—No había turismo. Primero fui con los vecinos cercanos a mi casa, porque tenía que ver el acceso, coordinar para que haya más habitaciones, para que se pueda usar el patio y así recibir a los turistas. Empecé a buscar la casa del carpintero, había músicos que tenían interés. Es así como, por ejemplo, encontré a Celestino Acurio, quien toca la Dominga, que es una especie de arpa, y ha sido condecorado por el Ministerio de Cultura.
—Maras, una localidad de la provincia de Urubamba, está ubicada en lo alto del Valle Sagrado de Cusco. Es un pueblo pequeño pero que está constantemente atacado por las heladas y el frío. Y aún peor, no cuenta con abastecimiento regular de agua. Por lo que son muchas las complicaciones que tiene que enfrentar Amílcar y todos aquellos que viven y dedican su tiempo al turismo en el poblado.
—¿Cómo hacen para lidiar con el desabastecimiento de agua y los problemas que tiene Maras?
—Tenemos solo veinte minutos de agua al día. A las cinco de la mañana debemos recolectar la mayor cantidad posible para utilizarla durante toda la jornada. Eso es muy poco y es un problema que arrastramos por años. Maras todavía no tiene un Plan Estratégico de Turismo desarrollado. Se le ha pedido [a la alcaldía] que avancen con eso, porque si no cuidamos el pueblo, se va a perder el encanto. Por ejemplo, Pisaq cambió bastante, Chinchero ha cambiado bastante. La arquitectura se ha roto con la llegada de los materiales de construcción noble. Las casitas en Maras tienen un estilo típico de arquitectura colonial y, si no lo cuidamos, se irá perdiendo. Eso es lo que no ven las autoridades.
Amílcar fundó la Asociación Piel de Sal Maras en el año 2018. Su intención fue agrupar a numerosas familias mareñas para que se involucren en el turismo rural del pueblo. Él recuerda que comenzó tan solo con diez vecinos, allá cuando la Asociación se llamaba Sol Naciente Maras. En la actualidad, son más de treinta familias las que participan en diferentes actividades turísticas.
—¿Qué hace diferente esta experiencia de turismo vivencial que desarrollas?
—El turismo rural que hacemos lo enfocamos hacia la cultura. Por ejemplo, a los turistas les hacemos moler el maíz para que después preparen su propia “lawita de maíz”. Son experiencias con cada familia, cada una tiene una peculiaridad en su modo de hablar, en cómo viven. Les mostramos casitas y los hacemos participar como si fueran parte de la familia. Ellos pueden quedarse una hora, dos horas o todo el día. Tenemos talleres de cocina, talleres de “pancas” con hojas de maíz, taller de sombreros, talleres de música, paseos en burrito y el teatro en quechua. Nosotros lo realzamos, contamos historias con un cuentacuentos. Imagínate un cuentacuentos en una casa con velas, al lado de un fogón o una fogata y que te narre un cuento que te transporta al pasado. Te hace vivir otra experiencia, eso es un plus. Quiero que la cultura y las costumbres de Maras persistan por mucho más tiempo, que valoren su comida, valoren el entorno en el que viven.
—Carmen, tu madre, tiene 84 años. Ella te ha ayudado durante este trayecto, ¿cómo se adaptó a este ritmo de vida y qué significa para ti su ayuda?
—Al comienzo ella estaba un poco triste. Me decía: “Este es un pueblo fantasma. No hay gente, no hay agua, hay muy poca vegetación”. Pero después, poco a poco, viendo cómo llegaban los turistas y conversando con ellos, ella se adaptó.
—Hay una agencia en la que se puede hacer una solicitud para que doña Carmen cocine y organice un taller de cocina para visitantes. Cada año vienen en grupos para cocinar, y ella es quien dirige, la que les enseña. La llaman “la Mamá Carmen”. Es interesante, está muy contenta. Ella ha sido mi mano derecha.
—Carmen para mí ha sido un soporte en la cocina. Actualmente está cocinando con una asistente, aunque yo también la ayudo y sigue laborando porque la cosa a veces se me va de las manos. A pesar de que ya no participa tanto conmigo, todas las cosas que tenemos son gracias a su esfuerzo. Tiene un carácter fuerte que a mí me levanta. Cuando me dice que hay que hacer esto o lo otro, me anima mucho.
En la actualidad, los pobladores de Maras aún tratan de recuperarse de los efectos de la pandemia, y los préstamos que realizaron. A raíz de los bloqueos de carreteras y las recientes protestas, sus economías enfocadas en el turismo también se vieron afectadas. Pero Amílcar siempre está optimista. Recuerda que en 2019 recibieron a tres mil turistas. Espera que este año ese número sea superado.
Con el inicio de las obras de construcción del aeropuerto de Chinchero, más construcciones aparecen. Este es un tema que le preocupa a Amílcar. La llegada masiva de turistas es un tema que llama su atención. Por eso espera una reglamentación que ayude a mantener el orden de la zona. No quiere que se repita en Maras lo que ha ocurrido en Chinchero. “Que un pueblo encantador pierda su esencia no tendría sentido, ¿verdad?”.