Luis Cuba, más conocido como Lucho, le ha dedicado trece años al club de sus amores: Cienciano del Cusco. A pesar de las dificultades económicas de su familia, la modesta remuneración que en un inicio recibía del club, y el sacrificio de ser futbolista y ejercer su profesión de ingeniero a la vez. Llegó a enfrentarse contra la selección argentina en la que jugaba quien llegaría a ser campeón del mundo: Mario Alberto Kempes. Después de haber trabajado durante dos décadas en el Ministerio de Agricultura, vive hoy de su pensión de jubilado y también es comentarista de partidos de fútbol en radios locales. Esta es la historia de uno de los hombres que participó en el crecimiento del único equipo peruano campeón de un torneo internacional.
Por Germán Alencastre
Portada: Alexandra Prado
Luis Antonio Cuba Silva nació en el Cusco un 5 de febrero de 1949. Proviene de una familia humilde. Su padre trabajaba en el ferrocarril de Cusco (Enafer), y su madre se dedicaba al cuidado de sus diez hijos. El fútbol ha sido su fiel compañero. Este deporte apasiona a millones de peruanos, y muchos han soñado con practicarlo de manera profesional. Uno de los privilegiados que alcanzó ese sueño fue Lucho Cuba.
Hoy la carrera de un futbolista empieza desde muy pequeño, cuando entra a una academia y empieza a formarse. Pero en los años cincuenta del siglo pasado la práctica de este deporte no era tan competitiva. Cuando cumplió diez años, Lucho se unió por primera vez a un equipo de fútbol llamado Antonio Lorena en el distrito de Santiago, donde vivió su infancia. El club participaba en un campeonato llamado “Descubriendo Cracks”, que reunía a distintos conjuntos juveniles de la ciudad con el fin de encontrar a quienes pudieran jugar en equipos de mayores.
Aquel niño que jugaba en canchas de tierra, que estudió en el emblemático Glorioso Colegio Nacional de Ciencias del Cusco, muy pronto se dio cuenta de que la vida con un balón en el pie sería su esencia. Nunca imaginó realizar sus dos pasiones a la par, pues por su cabeza tan solo rondaba la idea de jugar y jugar al igual que cualquier otro niño, y dedicar su vida a la agronomía, una combinación que puede sonar imposible.
Y no fue hasta 1965 cuando la vida de Lucho tomó un rumbo definitivo. 5 de la mañana entrenar, 6 de la tarde entreno nuevamente, resto del día para estudiar, no tengo problema. Empezó en la Tercera división de la Liga Departamental de Cusco. El equipo: Atlético Santiago, también de su barrio. Domingo: partido. Lunes, colegio. No tengo problema. Cuando terminó la secundaria, decidió postular a la universidad.

¿Ser ingeniero agrónomo? Un gran sueño. ¿Futbolista? Jajaja, solo un pasatiempo. Eso creía entonces… Lucho siempre recibió el apoyo de su familia. A pesar de las dificultades económicas en su hogar, sus padres siempre apoyaron sus decisiones y solventaron los gastos que demandaba su pasión por el fútbol.
¡Ingresé! Ese fue el grito que se escuchó en casa una mañana de 1966. Ingresó a la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco (UNSAAC) para estudiar Ingeniería Agrónoma. Y como la hierba mala nunca muere, el fútbol seguía allí. Gracias al padre de un compañero de la universidad, fue admitido en el equipo Universitario de Deportes del Cusco. Iba a jugar en la primera división de la liga distrital. Entrenar 12 del mediodía, mañana y tarde clases. No tengo problema.
Fútbol e Ingeniería Agrónoma: ¿es posible jugar y estudiar a la vez?
Un profesor sobresalía en las inmensas aulas de la UNSAAC. Se llamaba Rubén Carillo Pezo y fue muy importante en el futuro que a Lucho le esperaba. Fue Carillo quien lo invitó a jugar en Cienciano, el equipo con la mayor hinchada del Cusco. Era 1969 y el joven que se inició en una cancha de tierra del distrito de Santiago por fin jugaría por su amado club en un estadio con hinchas en las tribunas. Por aquel entonces, el equipo rojo no competía en la Liga Descentralizada (actual Liga 1), sino en la Copa Perú. No importaba la liga. ¡Es Cienciano! Iba a alternar con Arturo Olazábal o Nilo Castañeda, los mejores jugadores del Cusco que jugaban en este equipo. Las propinas que le daba el club las utilizaba para ayudar con los gastos en casa o en sus estudios.
Quién podría imaginar que el futbolista Arturo Olazábal era profesor de Educación Física. O que Héctor Berrío, otro jugador reconocido, era profesor de Matemáticas. Entonces, no se podía vivir de la práctica del fútbol. Los sueños se cumplen, pero implican el reto de la doble vida: futbolista e ingeniero. Lucho no tiró la toalla.
El protagonismo de Cienciano
Entre estudios y partidos, entre notas y patadas, empezó su travesía en el “Papá”. Y no fue hasta el año 1973 cuando logró clasificar a la Finalísima de la Copa Perú (formato que reunía a los últimos clasificados del torneo en Lima para definir el ascenso). Se dio el tan ansiado ascenso. “Fue en el Estadio Nacional, estaba repleto, con 40,000 espectadores”. Un marco que parecía irreal para el niño de Santiago. Si bien terminaron en segundo lugar, lograron obtener un cupo de ingreso a la Liga Descentralizada de Fútbol Peruano y enfrentarse a equipos de la capital, como Alianza Lima, Universitario de Deportes o Deportivo Municipal, partidos que tenían una taquilla asegurada de la que dependían sus sueldos. En adelante, el Estadio Inca Garcilaso De La Vega, aún sin terminar pero con un aforo de 25,000 espectadores, lucía repleto cada semana debido a la llegada de los equipos reconocidos en el resto del país.

Lucho no solo fue testigo y protagonista de la profesionalización del fútbol cusqueño, sino que vivió uno de los momentos más icónicos del fútbol de su tierra. ¿Ascender? Listo. ¿Jugar contra la selección “fantasma” de Argentina? Así era conocido el equipo alterno de ese país que se preparaba, a la par de su selección titular, para disputar un partido de eliminatoria mundialista en Bolivia. En 1973, Cienciano jugó un partido amistoso contra la selección argentina de Mario Alberto Kempes, Ubaldo Fillol o Enrique Bochini. Este encuentro fue parte de la preparación de los argentinos de cara a las eliminatorias para el Mundial Alemania 1974. Un Estadio Garcilaso De La Vega repleto, con 25,000 espectadores en las tribunas, fue el marco ideal en el que Lucho quedó retratado.

Una lesión es un percance que siempre amenaza el rendimiento regular de un deportista, pero a veces también lo puede ayudar a terminar algunas asignaturas pendientes. En 1973, Lucho Cuba debió alejarse de las canchas durante 45 días debido a una lesión de los ligamentos de la rodilla. Ese receso lo dedicó a culminar la redacción de su tesis universitaria.
Una pasión en el alma y una profesión para vivir
En 1974, Lucho empezó lo que se podría llamar, sin malicia, una doble vida. Empezaba sus mañanas como empleado del entonces Ministerio de Agricultura y Alimentación, y terminaba sus noches como jugador profesional del Cienciano. Recuerda que cuando volvía de jugar partidos fuera de Cusco, tenía que salir lo más rápido posible del aeropuerto para ir a la sede del ministerio y “picar tarjeta”. “El avión llegaba entre 7:00 y 7:15 a.m. y yo tenía que ‘picar tarjeta’ a las 7:45 a.m. Felizmente los taxistas me reconocían y me llevaban rápidamente”. Entre 1974 y 1977, tuvo que alternar su vida de ingeniero y su vida de futbolista profesional. No existían derechos de televisión, y a veces la asistencia del público no era suficiente para completar los pagos a los jugadores.
Lamentablemente, en 1977 Cienciano perdió la categoría. Volvió a jugar en la Copa Perú. La mayoría de los jugadores y el cuerpo técnico se alejaron del club. Sin embargo, el profe Lucho, como también es conocido, aceptó la propuesta de dirigir el equipo mientras seguía jugando. Sí, tal y como lo lee: un jugador que dirigía los partidos o un director técnico que jugaba. Eso queda a su elección.
Fue entrenador y a la vez jugador desde la temporada de 1977 hasta su retiro del fútbol en el año 1982. Con 33 años a cuestas, decidió colgar los chimpunes y dedicarse a la administración pública, pero sin desligarse del fútbol.
Con nostalgia recuerda el día que volvieron al Cusco tras haber obtenido el segundo puesto en la Finalísima de la Copa Perú. Un recibimiento de miles de fanáticos, los llevaron a la Plaza San Francisco, frente al Colegio de Ciencias. Allí hubo una memorable manifestación por el logro que había conseguido el equipo. Su legado en Cienciano no acaba allí. ¿Hasta dónde llegó ese niño que siempre se sintió atraído por el fútbol y la agronomía?
En el año 2001, el equipo cusqueño salió campeón del Torneo Clausura, lo que le otorgó una plaza directa a la Copa Libertadores. Fue la primera vez que el club compitió en el extranjero. Lucho Cuba también integraba el comando técnico de Carlos Daniel Jurado, entonces entrenador del equipo. Al año siguiente, Cienciano clasificó a la Copa Sudamericana y campeonó. Fue la primera vez que un equipo peruano ganó una copa internacional.

En los últimos años, Lucho se ha dedicado a una pasión que lo sedujo desde aquella época, en la que empezó a dirigir a la par de jugar por el equipo de sus amores. Estudió en la escuela ESEFUL y se especializó en dirección técnica de fútbol de menores. Comenzó en la academia Carlos Daniel Jurado entre los años 2002 y 2004. Posteriormente se unió a la academia de fútbol Pluma de Oro, en cuyas filas tuvo al autor de esta crónica y a futbolistas que actualmente juegan en la liga profesional, como Miguel Aucca (Cusco FC). Trabajó allí desde el 2005 hasta el 2019. Fue la pandemia, el miedo y la prevención lo que lamentablemente separaron a este gran entrenador, y sobre todo gran persona, de la enseñanza del fútbol.
Hoy en día comenta algunos partidos y analiza el fútbol cusqueño en Radio La Hora. Si bien los años han limitado su vínculo con el fútbol, él siempre camina orgulloso de lo conseguido no solo en su vida futbolística, sino también como profesional de la agronomía: “Por la calle me saludan: ‘Profe Lucho, ¿cómo está?’. También suelo escuchar: ‘Mira, ahí está ‘Luchito’ Cuba, el de Cienciano” o ‘Ahí va el ingeniero Lucho Cuba’. Es algo que me llena de orgullo”, confiesa.
