Sharon Lazo Cachumanya, especialista en psicoterapia, explica cómo el aislamiento afectó la capacidad de socialización de muchos jóvenes y de qué manera la ansiedad y depresión asedian la vida cotidiana de los estudiantes. Esta es una de las secuelas que el covid-19 ha dejado en miles de jóvenes que vivieron dos años de confinamiento.
Por Almendra Iparraguirre
Portada: Kamila Laurente
El cerebro humano experimenta un proceso de desarrollo que se termina de formar entre los 23 y 24 años, señala Sharon Lazo, psicóloga de la Universidad Femenina del Sagrado Corazón (UNIFÉ). Por eso, antes de llegar a esa edad, es importante haber estimulado habilidades socioemocionales. Estas, señala la experta, las aprendemos en nuestras relaciones sociales. Mientras más relación se tiene con el mundo exterior, tendremos un mejor desenvolvimiento. En la pandemia, estas interacciones se vieron pausadas, lo que nos obligó a relacionarnos solo con las personas con las que convivimos (entorno familiar) o incluso a vivir solos.
Si bien los espacios familiares eran considerados entornos seguros, durante la pandemia se convirtieron también en provocadores de estrés. La psicoterapeuta explica que cada integrante de la familia procesó el encierro de diferente manera: preocupados, molestos, agresivos. Muchos jóvenes vivieron en este entorno caótico durante el confinamiento, lo cual los indujo a aislarse para evitar conflictos.
“Empecé a tener diferentes distracciones, ver series, clases o me dediqué a las tareas académicas porque no tenía la necesidad de estar socializando por medios digitales”, asegura Valeria, estudiante de la PUCP. Como ella, muchos jóvenes optaron por no crear vínculos sociales pues, en la pandemia, no tenían la obligación de hacerlo. Con la presencialidad de vuelta, descubrieron que les costaba comunicarse. Los estudiantes que se aislaron comenzaron a sentirse excluidos porque observaban cómo las demás personas interactúan con normalidad. Es en ese momento donde tuvieron que aprender desde cero habilidades sociales ya que no querían quedarse solos o apartados.
El confinamiento, según la experta, tuvo diferentes repercusiones en los estudiantes porque no procesaron las etapas en la vida de una persona en desarrollo. Ángela, estudiante de Comunicación para el Desarrollo de la PUCP, ofrece su testimonio: “Mis amigos del colegio y yo hemos crecido de un momento a otro, ya estamos en la universidad. El estar en confinamiento impidió que podamos experimentar ese paso del colegio a la universidad”.
La pandemia bloqueó el desarrollo de habilidades socioemocionales a la edad que corresponde. “Depende de cómo vivimos la pandemia. Ahora toca ver cómo vamos a volver a reinsertarnos en la sociedad”, afirma Sharon Lazo. No solo fue el hecho de que los jóvenes estuvieron encerrados, sino que tuvieron que lidiar con el miedo a perder a un familiar o contagiarse.
“Consideramos a nuestro entorno y al mundo como peligroso, y el miedo desborda en ataques de ansiedad. Mostrarse en público puede ser visto como una amenaza”, asevera la especialista. “En las exposiciones había que hablar frente a una cámara, en la presencialidad fue volver a adaptarse a hablar delante de 60 personas”, precisa Grisell, estudiante de la Facultad de Gestión de la PUCP. No era lo mismo exponer desde sus dormitorios (un lugar seguro) a hacerlo en un ambiente lleno de extraños.
“Durante la pandemia experimenté problemas de depresión, por el confinamiento y problemas familiares que influyeron en mi aspecto físico”, dice Adrián, estudiante de Derecho. Sharon Lazo explica que “en el transcurso de la emergencia sanitaria nos desconectamos del presente y no atendimos nuestras necesidades”.
Desde marzo de 2020, cuando se desató la pandemia, muchos han comenzado a tomar conciencia de la importancia que tiene la salud mental. Un trastorno psicológico puede afectar nuestras actividades cotidianas y también tener un impacto en nuestra salud física al punto de desarrollar enfermedades intestinales o cardíacas. Por ello, es necesario ser consciente de la importancia del tratamiento de las secuelas psicológicas dejadas por el covid-19, como la dificultad para socializar.