No siempre aposté por el periodismo, a pesar de que siempre supe que quería ser periodista.
Por Alexandra Ampuero
Si tuviera que decir en qué momento me di cuenta de que este oficio era lo mío, tendría que remontarme a la adolescencia y a todas las veces que no me dieron permiso para ir a una fiesta. Gracias a esos castigos me refugié en los libros para calmar la pataleta por no poder salir.
La literatura fue la clave: Me enseñó que uno podía expresar con palabras lo que pasaba en el mundo. Me sentía muy cautivada por la literatura peruana porque, aunque era ficción, podía ver claramente ahí a mi país. Ese país que luego descubriría tan desigual e injusto.
Creo que todos los que llegamos genuinamente al periodismo, lo hacemos porque un episodio social nos explota en la cara. Algo que nos mueve, nos indigna y hace que no queramos que quede impune. La diferencia con el anhelo de justicia es que a los periodistas nos guía también el anhelo por querer contar la verdad.
A mí me pasó cuando en tercero de secundaria, el profesor de Historia nos habló sobre el Conflicto Armado Interno. La narración me dejó anonadada y leí cuanto pude para tratar de comprender. Y entre tantos actores sociales conocí el papel que jugó el periodismo en esa época. El trabajo de Edmundo Cruz me pareció extraordinario, crucial, arquitectónico.
Empecé a ver dominicales para conocer a profundidad en qué consistía hacer periodismo. Me fascinó ver a los reporteros en la calle, en lugares que a muchos les resultarían problemáticos, con una clara consigna: Contar historias. Entendí que el periodismo es una herramienta de la sociedad que permite visibilizar los problemas sociales. Cuando estaba en quinto de secundaria ya tenía claro qué quería hacer con mi vida: Quería ser periodista.
Mis dudas empezaron en la universidad. Elegí la Católica porque supe que la mejor manera de hacer periodismo de verdad era dotando la profesión de cultura, conocimientos y pensamiento crítico. Y eso ofrece la PUCP. Sin embargo, no tenía idea de que la vida adulta era tan difícil y costosa. Rodearme de personas de diferentes clases sociales y estilos de vida alteró mi esquema mental sobre lo que era “la vida”.
Cuando averigüé sobre el mercado laboral de los periodistas sentí desaliento. Y quise optar por una carrera más rentable. “Por último, también puedo hacer periodismo siendo abogada”, pensé, consolándome. Llevé cursos, talleres, seminarios de derecho, para conocer todas las aristas de la carrera, e incluso practiqué en el estudio donde trabajaba mi prima. Pero todos mis esfuerzos fueron en vano.
El derecho me parecía tan lineal, unidireccional, jerárquico, cuadriculado. No desestimo la profesión, es más, valoro mucho a los buenos abogados que se llevan al hombro causas justas y que hoy, incluso, son mis fuentes; pero el derecho y yo nunca hicimos “click”.
Aturdida, llegué a la oficina de Mario Munive, director de la carrera de Periodismo en la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación. Fui honesta, le conté de mis intereses, pero también de mis inseguridades. Y me dio un consejo que definió mi vida: me dijo que apueste. Y es una apuesta en la que, hasta ahora, voy ganando.
Y gracias, en parte, a Somos Periodismo. Fue la esperanza entre tanta incertidumbre. “¿Cómo iba a entrar a un medio de comunicación?”, me preguntaba a menudo. “¡No tengo a nadie que me recomiende!”, pensaba. Necesitaba abrirme camino. Y como dice Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Necesitaba, entonces, publicar. Y Somos Periodismo me dio esa oportunidad.
En este punto fue determinante mi insistencia, una cualidad que considero negativa en mi vida personal, pero sumamente positiva en lo que viene siendo mi vida profesional. No sé en cuántas clases le insistí al profesor Munive para que me vuelva a corregir la nueva versión de una práctica ya corregida. No quería cambiar mi calificación, lo que quería era lograr que mi nota esté condiciones de ser publicada. Dejé de lado mi intención de ser una buena alumna: Ahora deseaba ser una buena redactora.
En las vacaciones de julio del 2019, le propuse a un grupo de compañeros cubrir la Feria del Libro con un enfoque diferente para Somos Periodismo. Nuestra idea era centrarnos en las historias que podían servir de aliento a los alumnos de la especialidad y nos encontramos con el boom de los libros periodísticos. Mi ilusión por hacer periodismo crecía.
Sin embargo, algo en el mundo de los medios periodísticos me molestaba: no todos los que tenían tribuna eran formados como periodistas. Abogados, politólogos, economistas que, gracias a otras virtudes, llegaban a conducir noticieros, programas de entrevistas y a tener columnas de opinión. Y no eran pocos.
¿Servía, entonces, estudiar periodismo? Mi respuesta siempre será que sí y con una investigación sobre Mijael Garrido Lecca tuve la oportunidad de demostrarlo. Garrido Lecca se autodenominaba periodista, quien no dudo hacer una puerta giratoria: luego de aparecer en los horarios prime time en canales importantes, se postuló al Congreso. Es decir, usó el periodismo como un altavoz para su carrera política.
La indignación se tradujo en un contundente reportaje que desmentía todos sus dichos a lo largo de su carrera como “periodista”. El día de la publicación, el equipo de Somos Periodismo no durmió. El cierre duró casi 24 horas, entre correcciones de estilo, precisiones de último minuto, edición de imágenes y video, etc. Creo que leí ese reportaje 50 veces antes de darle “publicar”. Pero el verdadero huracán vendría después.
Después de más de 30 mil compartidos en Facebook, dejé de contar la cantidad de vistas a la página, retuits, likes y menciones en redes sociales que tuvo la nota. Inclusive la web se saturó tanto que se cayó por unos minutos.
El impacto público de la nota sirvió no solo para traerse abajo la candidatura de Garrido Lecca. También me dejó una ganancia personal porque después de la publicación varios medios me contactaron para integrarme a sus filas. Sin buscarlo, había logrado obtener la oportunidad que tanto había anhelado y que hubiera sido imposible conseguir sin el éxito de esa nota. Una nota que no fue parte de un curso y que incluso puso en jaque un par de evaluaciones académicas.
Sin duda, con ese trabajo me hice adicta a la adrenalina del periodismo. Adicción que con el tiempo se ha hecho tan grande que me ha llevado a tomar decisiones difíciles pero en beneficio de mi desempeño laboral.
Ni en mis más remotos sueños pensé poder escribir para Hildebrandt en sus trece, un medio que me dotó de fuerza y carácter y que me dejó lecciones que moldearon mi chip. Tampoco pensé llegar tan pronto a la Unidad de Investigación de La República, un diario que siempre admiré y hoy considero parte importante de mi identidad periodística.
No sé si esta sea la mejor carrera (no puedo negar que en el camino me he topado con inconsistencias propias del sistema), pero de lo que sí estoy segura es que volvería a estudiarla y en esta misma casa de estudios. Profesores, jefes de práctica y alumnos con los que compartí salón: Todos impactaron en mi visión del periodismo. Y afortunadamente llegué a manos de jefes y colegas que me apoyaron y alentaron en el camino de la ética y la verdad.
El periodismo me dio personalidad, lo confieso. Y más allá del rótulo de ser periodista, lo importante siempre será hacer periodismo, como me enseñó un buen amigo.