Baldomero Cáceres ha dedicado más de la mitad de su vida a defender la hoja de coca y la marihuana. Una decena de artículos científicos, con su firma, explican los impactos positivos que estas plantas tienen en la salud. Su apasionamiento lo ha llevado a sostener una postura crítica frente a la política que sigue el Estado contra las drogas ilícitas más consumidas en la actualidad. Hoy, a los 84 años, las plantas que defiende crecen a su lado y él sigue de pie.
Por: Jimena Sierra
Portada: Gonzalo Cáceres Dancuart
Hace unas semanas una frase de PPK se convirtió en la noticia más comentada del día, fue trending topic en twitter y se viralizó en facebook: “Si quieren fumar un troncho, no es el fin del mundo”. Esta fue la declaración que el presidente lanzó desde Colombia y que desató una polémica en la escena política local. Para congresistas como Lourdes Alcorta y Víctor García Belaunde, el presidente del Perú debía ser más cuidadoso con sus palabras y considerar el impacto de lo que declara en público. Baldomero Cáceres, por el contrario, tomó las palabras de PPK con inusitado entusiasmo.
Al reconocido psicólogo social, investigador y defensor de la hoja de coca no le sorprendería que hasta el propio presidente fume marihuana, teniendo en cuenta los impactos positivos que genera en la salud. Recuerda que el médico Maxime Kuczynski, padre del actual Presidente, escribió un ensayo científico sobre los efectos benéficos de la hoja de coca en zonas de altura.
Son las nueve de la mañana de un sábado y Baldomero abre las puertas de su casa. Una planta de floripondios en la entrada da visos del aire que se respira en su hogar. La decoración es sencilla, adornos y cerámicas de distintas culturas, y sobre todo maceteros vistosos. Antes de empezar la conversación, se confiesa: “Soy adicto al fósforo”. Y luego pregunta si el humo me molesta. No hay problema con el humo.
Le pido a Baldomero que recuerde tres sucesos significativos en su trayectoria como defensor de la hoja de coca. Quiero saber cuándo y cómo comenzó esta cruzada personal. Al final recuerda cuatro, cinco…
Uno: en 1974 él era vicerrector académico de la Universidad San Antonio de Abad del Cusco. Un fin de semana, serían las 10 de la mañana, se fue a pasear a Sacsayhuamán. Andaba con el cuerpo algo descompuesto, pero en el camino encontró a un profesor polaco que le ofreció hojitas de coca para el malestar. Minutos después Baldomero las estaba masticando. Por la tarde no había rastro de las náuseas ni del dolor de cabeza que lo tuvieron afligido antes de su encuentro con el maestro polaco. Entonces decidió volver al centro del Cusco, escogió el clásico café Ayllu y disfrutó como nunca de un rotundo chocolate caliente y un sánguche de lechón.
Dos: el 16 de mayo de 1977 Rosalynn Smith, la primera dama de Estados Unidos, llegó al Perú en representación de su esposo, el demócrata Jimmy Carter, para entrevistarse con el presidente de facto, el general Francisco Morales Bermúdez. Cuando Baldomero escuchó una de las propuestas de la señora Smith reaccionó con extrañeza: “¿Qué cosa? ¿Pero por qué piden la sustitución de los cultivos de hoja de coca?”. Ese día empezaron sus indagaciones. En principio le sorprendió comprobar la escasa información científica que había en el Perú sobre un cultivo milenario y consumido tradicionalmente en los Andes. Para el Ministerio de Salud el consumo de hoja de coca era una de las toxicomanías más extendidas en el país.
Tres: Un año después, en 1978, una ley prohibió su producción y consumo. Masticarla empezó a ser visto como un «grave problema social». Para entonces Baldomero ya había publicado en las páginas de La Prensa un extenso artículo que apareció en cinco entregas y que tituló: “La coca, el mundo andino y los extirpadores de idolatrías del siglo XX». Así empezó el choque de visiones y posturas entorno a la hoja de coca. De un lado, el gobierno desplegó una política que buscó reprimir y penalizar la producción de drogas. Esta incluía, por supuesto, a los cultivos de coca. Desde la orilla opuesta, Baldomero inició también su propia lucha. Buscaba defender el legado histórico y cultural de una planta a la que él siempre ha atribuido propiedades benéficas.
Cuatro: en 1978 el antropólogo peruano Enrique Mayer partió a México para trabajar en el Instituto Indigenista Interamericano. Al despedirse le dijo: “Baldomero, no te preocupes, yo voy a hacer algo por la coca”. Y se llevó el artículo en la maleta. Poco después el texto fue publicado en la influyente revista del instituto. Fue un reconocimiento que lo reconfortó, sobre todo porque en Lima nadie le había hecho caso. Ese mismo año asistió a un congreso sobre cultura andina en el Cusco. El tema de la hoja de coca empezaba a ser abordado en los ámbitos académicos, mientras el gobierno militar desarrollaba una política antidrogas dictada desde fuera.
Cinco: Baldomero menciona la palabra ‘obsesión’ para aludir a su defensa de la hoja de coca. El suyo es un alegato apasionado que ha logrado sostener durante más de cuarenta años. Con el tiempo su lucha empezó a ser reconocida. En 1991, durante el gobierno de Alberto Fujimori, antes del autogolpe, por cierto, le pidieron ser asesor de la Empresa Nacional de la Coca (Enaco). “No fue un cargo institucional, nunca me metí en los asuntos de la empresa, yo la criticaba y más bien quería que desaparezca. Les decía: yo estoy acá para que esta empresa desaparezca, y me propuse crear un archivo documental sobre la hoja de coca”, recuerda Baldomero. Luego llegarían otros reconocimientos desde la academia, los medios, entidades del Estado y los movimientos campesinos que defienden el cultivo de esta planta.
Pero en honor a la verdad, ha sido fuera del país donde su labor ha merecido elogios rotundos. The New Yorker, la prestigiosa revista norteamericana, publicó en 1995 un artículo escrito por el médico Andrew Weil. Se titulaba: “The new politics of coca”. En el texto se contaba con detalle la prédica transgresora y a contracorriente que había desplegado Baldomero a lo largo de muchos años.
Baldomero continúa recordando, pronto pasará revista a su juventud. Durante dos años estudió derecho, pero abandonó la carrera cuando admitió que las leyes no eran lo suyo. Luego se fue a estudiar a Bélgica; allí conoció a Gustavo Gutiérrez. Ciertamente la amistad con el sacerdote de la Teología de la Liberación no influyó en las decisiones que tomaría poco después, cuando regresó al Perú. Primero decidió renunciar a sus convicciones católicas y asumirse como un racionalista. Luego se animó a estudiar psicología; quería entender a la gente, entender cómo lo veían los demás, como se veía él mismo. Confiesa, sin embargo, que la psicoterapia no era para él, se aburría. No le iba mal con los pacientes, pero las consultas no se extendían mucho debido a que él optaba por darles la solución más rápida.
“Por ejemplo, venía una persona que vivía acomplejada por completo en Lima. Aquí era menospreciada y maltratada. Yo le dije: ‘Ande, váyase a Francia’. ¡Y se fue a Francia!”.
Años después se encontró con la paciente y ella le dijo: “Yo siempre lo recordaré porque usted me mandó a Francia. Allá no había los prejuicios raciales que existen acá. Allá una mujer negra sí es valorada. El problema que tenía es que aquí estaba en una cárcel de prejuicios». Esa señora era Victoria Santa Cruz. Baldomero recuerda una canción de la reconocida cantante afroperuana: “Me gritaron negra”. Este tema rescata una experiencia de discriminación racial de la que Santa Cruz fue víctima cuando tenía siete años.
Baldomero también ha sido víctima de los prejuicios de un país conservador como el Perú, sobre todo en Lima, su capital tradicionalista y a menudo retrógrada. Los mojigatos de siempre lo han descalificado y han hecho una caricatura de su lucha. Pero a él no le importa; fumar marihuana o ‘chacchar’ coca es parte de su vida. Muchos jóvenes lo admiran por su valentía, por vivir de manera libre y espontánea, sin esconderse.
No hay visos de decrepitud en este hombre de 84 años. Anda pendiente de las noticias; sigue la coyuntura y toma partido por las causas que siente afines. Tiene cuenta en facebook y planea enviarle un mensaje grabado a PPK a través de su muro. Quiere explicarle porqué cree en el uso alternativo de la coca y de la marihuana. “Él es economista, se debe dar cuenta de que es necesario recuperar un recurso natural. Que petróleo ni que petróleo, la hoja de coca es el oro verde”.