Brillantes y valientes, pero al mismo tiempo discriminadas y menospreciadas. Así fue la vida de las primeras peruanas en ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Margarita Práxedes Muñoz y Laura Rodríguez Dulanto fueron alumnas de las facultades de Letras y Ciencias, respectivamente. Durante su etapa universitaria y profesional, ambas tuvieron que enfrentarse a los prejuicios de una sociedad profundamente machista como la de fines del siglo XIX. Aquí los perfiles de quienes abrieron el camino a la educación universitaria de miles de mujeres.
En 1870, una joven cusqueña llamada María Trinidad Enríquez ingresó a la Universidad San Antonio de Abad del Cusco. Fue la primera peruana que recibió educación superior. Estudió Derecho. Aplicada, metódica, logró aprobar las asignaturas de la carrera. Hasta que llegó el momento de egresar… Los hombres que estudiaron con María obtuvieron el título profesional, pero ella solo fue reconocida como bachiller en jurisprudencia. No podía ejercer porque las leyes de entonces no se lo permitían. María no se resignó y reclamó su derecho. Tocó muchas puertas y lamentablemente, no consiguió su objetivo. Este acto de discriminación trascendió las fronteras del Cusco e incentivó a otras mujeres a exigir su acceso a la educación superior.
Doce años después una mujer llamada Margarita Muñoz Seguín (Lima, 1862), luego conocida como Margarita Práxedes Muñoz, desafió los prejuicios y normas que limitaban el desarrollo de las mujeres y siguió los pasos de María Trinidad. En 1882, cuando las tropas chilenas llevaban un año en Lima y los peruanos estaban lidiando con la presencia de un ejército invasor, Margarita Muñoz hizo historia. Fue la primera mujer en ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Decana de América.
Margarita Práxedes Muñoz, la primera mujer en pisar San Marcos
A mediados del siglo XIX el estatus quo promovía la formación de familias fervientemente católicas y defensoras del orden social. Entonces solo los varones podían participar en la esfera pública. Margarita creció en un hogar con una tradición liberal y laicista. Recibió un estilo de crianza poco convencional para su tiempo. No iba a encajar con los moldes conservadores y profundamente machistas de su época. No se sabe con certeza si estuvo casada. Pero tuvo una hija, Aspacia Muñoz, a quien educó sola, sin la presencia del padre, algo que resultaba censurable para la época. Las madres solteras eran una vergüenza para la sociedad.
Su pensamiento tampoco era aceptado. Margarita compartía las ideas del positivismo de Augusto Comte. Este sostenía que el único conocimiento científico era aquel que podía ser validado por medio de la experiencia empírica. Proponía, además, cambios en el orden de la sociedad tradicional dominado entonces por los dogmas de la Iglesia Católica.
Para Margarita la mujer debía tener igual protagonismo que el hombre. En una sociedad patriarcal, esa idea era impensable. Estaba prohibida. Las mujeres sólo debían dedicarse al cuidado de los hijos y a servir a sus esposos. Afortunadamente, Margarita encontró a mujeres que compartían sus mismas ideas. Asistió a las veladas organizadas por Manuela Gorriti, una escritora argentina que abrió una escuela para niñas en Lima. Las veladas de Gorriti remecieron el mundo femenino local. Era un escenario absolutamente nuevo y acaso transgresor para las limeñas de la época. Esas reuniones nocturnas tenían el influjo de la ilustración europea. Fue un ambiente en el que las mujeres podían decir y hacer todo lo que tenían prohibido fuera de esas cuatro paredes.
En estos encuentros Margarita conoció a las fundadoras del pensamiento feminista en el Perú, las escritoras Mercedes Cabello de Carbonera, una de las pioneras de la novela realista en el país, y Clorinda Matto de Turner, precursora del indigenismo. Se asume que Cabello y Matto la inspiraron e influyeron en su mentalidad. Esa búsqueda de emancipación y protagonismo sería su arma principal para abrirse paso en un mundo dominado por los hombres.
Por entonces, luego de terminar la escuela primaria, las mujeres se dedicaban a las tareas del hogar. La universidad estaba reservada únicamente a los hombres. Margarita desafió esa restricción. En 1882 postuló a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos e ingresó a la Facultad de Letras. Fue todo un logro, pero no recibió atención mediática. Era la segunda mujer peruana en ingresar a una universidad y a nadie parecía interesarle.
Mujer de letras y también de ciencias
Durante un año llevó cursos de literatura y de lógica en Letras. En 1883, un año después de haber ingresado a San Marcos, utilizó por primera vez el nombre Práxedes. Admiraba al político español Práxedes Mateo Sagasta, quien pertenecía a una logia masónica que se regía por la fraternidad y buscaba el bienestar de la sociedad por medio del desarrollo moral. Fue tanta su admiración por el político español que decidió utilizar su nombre. A partir de ese momento fue conocida como Margarita Práxedes Muñoz. Un nombre del que, pese a las burlas, ella estaba muy orgullosa.
Las letras no fueron su única pasión. El 30 de abril de 1888 se matriculó en la Facultad de Ciencias de la misma casa de estudios. Obtuvo un permiso del gobierno para rendir el examen general de instrucción médica. Dueña de amplio conocimiento en campos tan distintos como las letras y las ciencias, aprobó la prueba. Sus estudios comenzaron y con ello los problemas. Había estado un año en Letras, pero fue en Ciencias donde sintió el mayor rechazo hacia ella. Profesores y estudiantes no sabían tratarla como a otra estudiante. Había ingresado, pero era considerada una intrusa, alguien a quien no le correspondía estar allí.
La discriminación no la detuvo y pronto amplió sus horizontes académicos. Margarita necesitaba dinero para conseguir su otra meta: estudiar en la Facultad de Medicina de San Fernando. En mayo de 1890, solicitó al gobierno de Andrés Avelino Cáceres una pensión de gracia para iniciar sus estudios. Finalmente lo consiguió. Le otorgaron 40 soles mensuales, una bonificación que solo se mantuvo vigente durante ese año.
En octubre de 1890, sustentó su tesis en la Facultad de Ciencias titulada “Unidad de la materia o identidad sustancial de los reinos inorgánico y orgánico”. Fue aprobada y obtuvo el grado de Bachiller. Esta vez sí fue un acontecimiento importante para la élite académica local. Su tesis fue publicada en la Revista Masónica del Perú y en la Revista El Perú Ilustrado. El diario El Debate también informó de su mérito académico. Hubo muchos hombres, sin embargo, que minimizaron lo que Margarita había conseguido. La compararon con un hombre por su timbre de voz y por utilizar el nombre Práxedes. Un nombre del que Margarita no se avergonzaba. Ella ignoró las burlas y las agresiones. Una mujer no debía sentirse inferior a un hombre. Lo tenía bien claro.
En junio de 1890 fue admitida en la Sociedad Médica Unión Fernandina. Fue la primera mujer que formó parte de esta agrupación estudiantil. Otro logro para Margarita y las futuras generaciones que siguieron sus pasos. Ella deseaba culminar sus estudios de medicina y continuar su vida académica en otros ámbitos de la ciencia. Lamentablemente, la intolerancia y la carencia de un marco legal que promoviera el acceso igualitario de las mujeres a los centros de formación universitaria la obligaron a desistir de ese objetivo. Por lo menos en el Perú.
Chile, el nuevo destino
En busca de mejores oportunidades, Margarita viajó a Chile a finales de 1890. La acompañaba Apasia, su hija. En Santiago tuvo su primer acercamiento con la medicina. Asistió a algunas clases en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. También trabajó como auxiliar en la Clínica de Enfermedades Nerviosas del doctor Augusto Orrego Lucco, considerado el padre de la neuropsiquiatría chilena.
La neurología se convirtió en su principal interés académico. Tanto le fascinaba esta rama de la medicina que escribió el artículo: “Diferencias en el volumen craneoscopio de los dos sexos”. Este fue publicado en la revista chilena Biblioteca Republicana. En sus páginas combinó su especialización en el campo de la medicina con su perspectiva feminista. Era natural, por tanto que cuestionara la ‘teoría’ que consideraba a los hombres más intelectuales que las mujeres solo porque sus cráneos eran más grandes.
No hay documentación que acredite si culminó sus estudios universitarios de neurología en la Universidad de Chile, lo que sí es verificable es que Margarita fue considerada una de las discípulas más aplicadas del doctor Augusto Orrego.
Durante su estadía en el país del sur también publicó su novela “La evolución de Paulina”. La historia presenta a Paulina, alter ego de Margarita, quien narra las dificultades y los azares de su vida. La trama le sirvió como excusa para insertar un tratado de filosofía positivista, teoría que la autora siempre promovió. En la novela también buscó demostrar la afinidad política entre el español Práxedes Mateo Sagasta y el general peruano Andrés Avelino Cáceres, vinculación que le traería problemas más adelante.
Argentina, el destino final
En marzo de 1895, el caudillo Nicolás de Piérola derrocó a su principal adversario, Andrés Avelino Cáceres, quien un año antes había regresado al poder en unas elecciones controversiales. Frente al temor a las represalias, no pocos caceristas se exiliaron en Argentina. Margarita había hecho explícita su simpatía por Cáceres en su novela. Si bien ya no vivía en el Perú, temía alguna acción en su contra. Por eso decidió refugiarse en Argentina. Pronto, junto a su hija Apasia, se instaló en Buenos Aires.
En Buenos Aires trabajó en favor de los derechos de la mujer. Fundó la primera Logia Femenina. Tuvo una relación estrecha y duradera con la masonería argentina. Fue consejera honorífica del Supremo Consejo del Rito Ecléctico del Río de la Plata. Todo un logro para una mujer extranjera. También ejerció la docencia y el periodismo.
Durante su estadía en Buenos Aires, Margarita empezó a involucrarse con el liberalismo librepensador y el anticlericalismo, sin dejar de lado las ideas de Comte. En los 16 manuscritos de Mis primeros ensayos proyectó sus ideas sobre el maltrato que las mujeres sufrían de las instituciones.
En 1905 decidió dejar la ciudad a la que llegó temiendo las represalias de Piérola. Margarita emigró a la provincia de Santiago del Estero. Allí se dedicó a una actividad que poco tenía que ver con su trayectoria académica y profesional: la explotación de árboles quebrachos utilizados para la construcción y la mueblería. Pero los quebrachos no ocuparon todo su tiempo. Dos años después, en 1907, publicó un folleto titulado “Devuelvo el obsequio y formulo mi profesión de fe libera”. En sus páginas aseguraba que la libertad de pensamiento estaba asegurada en el mundo moderno. Sus ideas habían evolucionado del positivismo comtiano al feminismo librepensador.
Mientras ella estaba en Estero, en su Perú natal se registró un acontecimiento que resulta un hito en historia de los derechos de las mujeres. El 7 de noviembre de 1908, durante el primer gobierno de Augusto B. Leguía, se promulgó la Ley N° 801. Esta norma permitía a las mujeres ingresar a las universidades, seguir estudios superiores, optar por grados académicos y ejercer su profesión. La activa participación de Margarita y otras peruanas en la lucha por la igualdad había dado frutos. Por fin las peruanas podrían acceder a la educación universitaria.
El último adiós
La satisfacción por la nueva ley promulgada en el Perú no duró mucho. Margarita Práxedes Muñoz falleció el 21 de enero de 1909, en la ciudad de Añatuya, en la provincia de Santiago del Estero. De su muerte informó la prensa argentina y uruguaya. Revistas como la montevideana Apolo, dedicada a la cultura, el arte y la sociología, lamentaron su partida. En su país, ningún medio la recordó. Sólo la educadora Elvira García y García le dedicó unas palabras: “No fue correspondida como merecía… su potencial intelectual, tan rico y espontáneo. Acabó sus últimos días en Buenos Aires, lejos de los suyos, y olvidada por sus compatriotas, que nada hicieron en su obsequio”.
Laura Rodríguez Dulanto, la primera cirujana peruana
Un perfil muy distinto al de Margarita Muñoz fue el de Laura Rodríguez Dulanto (Chancay, 1872). Laura era una mujer reservada y católica confesa. Soltera y sin hijos. No tuvo vínculo alguno con los colectivos y las ideas del feminismo peruano de su tiempo. Sin embargo, sus logros en el campo de la salud la han consagrado como una figura representativa en la lucha por la igualdad de género en la medicina peruana. Fue una mujer que buscó la forma de ejercer la medicina, a pesar de todos los obstáculos que se le presentaron en el camino. Un ejemplo de perseverancia y valor.
Desde niña, Laura destacó como una estudiante aplicada. Obtuvo una beca para estudiar en el Colegio Badani, dirigido por la intelectual Magdalena Badani de Chávez. Este colegio ‘para señoritas’, como se decía entonces, ofrecía a las jóvenes una formación para que puedan trabajar como profesoras. El propósito de este énfasis en la preparación de futuras docentes buscaba que las alumnas tengan un sustento económico en caso quedaran huérfanas. Recordemos que, después de la Guerra con Chile, miles de familias habían enlutado por la pérdida de algún ser querido en los campos de batalla. Laura obtuvo el grado de preceptora de tercer grado, el máximo nivel que podía conseguir una mujer en ese momento. Con esa responsabilidad podía continuar de por vida con su labor docente. O por lo menos eso era lo que se esperaba.
A fines del siglo XIX en Lima no había colegios de secundaria para mujeres. Pero eso no detuvo a Laura. Ella quería seguir estudiando. Afortunadamente, su familia la apoyó para que pudiera recibir educación secundaria de manera autodidacta. Su hermano Abraham Moisés estudiaba en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe. En las mañanas asistía a clases en la escuela y en las tardes le repetía las mismas lecciones a su hermana Laura.
Para aprobar cada año académico Laura rendía los exámenes anuales que tomaba el Consejo Superior de Instrucción Pública. Este evaluaba si los alumnos estaban aptos o no para pasar de grado. Laura aprobó todas las pruebas satisfactoriamente. Así pudo acabar la secundaria. Con la educación básica completa, surgió una nueva meta: ingresar a San Marcos. Quería continuar con sus aprendizajes por lo que decidió postular a la Decana de América. En 1892, a los 19 años, rindió el examen de admisión de la mencionada casa de estudios. Ingresó con una calificación sobresaliente.
La Facultad de Ciencias y San Fernando
Laura Rodríguez se matriculó en la Facultad de Ciencias. Por un año llevó los cursos correspondientes de su malla curricular, hasta que obtuvo el grado de Bachiller en Ciencias Naturales. Cinco años después, presentó su tesis para alcanzar el grado académico de doctora. Su tesis, “Estudios geológicos de la provincia de Chancay”, la convirtió en la primera mujer peruana en obtener un doctorado.
Su interés por el conocimiento científico continuó. En 1894 se matriculó en Facultad de Medicina de San Fernando. Se podría decir que la pasión por esta especialidad profesional la llevaba en la sangre. Era nieta del doctor Martín Dulanto, antiguo profesor y subdecano de San Fernando. La posición de su abuelo no significó para Laura alguna ventaja. No hubo “vara”, como se dice coloquialmente. Todo lo consiguió por mérito propio.
En San Fernando los prejuicios contra ella eran explícitos. Era mal visto que una mujer estudie medicina. Aunque su presencia en las aulas molestaba los estudiantes, Laura no se iría hasta acabar la carrera. Tuvo que adecuarse al ambiente en el que se encontraba. Pensó que si estaba rodeada de hombres, debía lucir como uno de ellos. Vestía saco y corbata, un atuendo masculino de esa época. Ese solo fue uno de los tantos retos que tuvo que atravesar durante su vida universitaria.
Tampoco contaba con las mismas condiciones de estudio que los hombres. En clases de anatomía humana se hacían disecciones en cadáveres. Mientras todos sus compañeros estaban al pie del cuerpo diseccionado, Laura no podía. Debía estar detrás de una mampara y escuchar lo que los hombres decían. Escuchaba más burlas que comentarios académicos. Era como si no estuviera allí. Tenía prohibido ver un cadáver desnudo. No podía practicar directamente con un cuerpo. Solo repasaba con su hermano Abraham, quien también estudiaba Medicina en San Fernando.
Si bien estudiaba en una situación de enorme desventaja, la calificaban como al resto de la clase. Pese a las restricciones que le imponían sus maestros, estos no tuvieron contemplaciones a la hora de evaluarla. Ningún obstáculo interfirió en su rendimiento académico. Dado que era una alumna sobresaliente, sus profesores le permitieron hacer disecciones en una sala especial, solo en compañía de su hermano Abraham Moisés.
En mérito a su notable desempeño académico, el Congreso le otorgó una mesada mensual de 40 soles para el pago de sus estudios. Recordemos que Margarita Muñoz recibió un monto similar que durante un breve periodo.
Cuando llegó el momento del internado, Laura también tuvo que aceptar condiciones discriminatorias. Solo podía atender a mujeres y niños. Tenía prohibido practicar la medicina con hombres. Por eso tuvo que realizar su internado en el Hospital Santa Ana, un nosocomio dedicado a la atención exclusiva de mujeres. Uno de sus maestros fue el doctor Néstor Corpancho, pionero de la cirugía en el Perú.
Durante sus prácticas en el mencionado hospital, escribió un reporte titulado: “Enorme quiste del ovario acompañado de otro pequeño”. Allí narró una de las cirugías que realizó el doctor Corpancho. Fue publicado en 1898 en La Crónica Médica, órgano oficial de la Sociedad Médica Unión Fernandina. Fue la primera mujer peruana en redactar un artículo médico.
En 1898 obtuvo el Bachillerato en Medicina con la tesis titulada: “Empleo del ictiol en las inflamaciones pelvianas”. Un año después, el 26 de septiembre de 1900, rindió el juramento para ejercer como médica cirujana. El diario La Primera fue uno de los pocos que destacó en su portada la noticia.
Semanas después consiguió otra meta académica. El jueves 25 de octubre de 1900, obtuvo el grado de Doctora en Medicina. Fue la primera mujer en egresar de San Fernando con todos los grados y títulos académicos, pero a la sociedad limeña de entonces poco le interesó. El Comercio y La Crónica Médica apenas la mencionaron.
Ser doctora en la sociedad peruana del siglo XX
Laura había acabado la carrera, pero eso no significó que pudiera ejercer la medicina. No conseguía trabajo. Ni en el Hospital Santa Ana donde había hecho su internado. Parecía que todos le daban la espalda. Sabía que, si quería trabajar en la salud pública, sólo podría atender a mujeres y niños. Decidió especializarse como ginecóloga y obstetricia, dos especialidades enfocadas en la atención de mujeres.
Las mujeres no se sentían cómodas con los médicos. No podían hablar de temas íntimos con confianza. Laura, en cambio, les brindó un espacio en el que pudieran explayarse sin sentir vergüenza. Era muy querida y apreciada por sus pacientes. También trabajó en el Liceo Fanning, dirigido por Elvira García y García, y en los conventos de la Concepción, Jesús María y Nazarenas. Tuvo, además, un consultorio particular con su familia. Si bien solo ella y su hermano Abraham eran médicos, sus hermanas y su madre ayudaban con la limpieza y la administración del establecimiento.
En su libro, “La mujer peruana en la historia”, Elvira García y García lamentó que la sociedad peruana no supo tratar a Laura como se merecía. Recordó un comentario que realizó el francés Félix Larré, médico que residió intermitentemente en la capital, y que trabajó en una oportunidad con la joven doctora: “Estoy admirado de encontrar en el Perú a una mujer de tanto mérito y de tan singular talento. Si Laura Rodríguez hubiera nacido en Francia, sería mimada por todas las clases sociales y poseería una gran fortuna”. Los peruanos tenían una profesional admirable y le daban la espalda.
En 1910, cuando hubo una tentativa de guerra con Ecuador, Laura fundó la Unión Patriótica de Señoras, junto a otras mujeres. En su condición de médica, brindó clases de primeros auxilios en los hospitales Santa Ana y Dos de Mayo. Esa experiencia formativa que tuvo a su cargo es considerada como la primera escuela de enfermería en el país.
Se fue muy joven
Laura se fue muy temprano de este mundo. Murió el 6 de julio de 1919, solo tenía 46 años. Padecía una enfermedad crónica, pero no se sabe si fue esa la causa de su muerte. La prensa no dio cuenta de su partida. Dos días antes de su deceso, el viernes 4 de julio, se había iniciado el llamado Oncenio de Leguía. Probablemente ese acontecimiento impidió que su muerte fuera considerada un hecho noticioso. Una mujer brillante había partido y muy pocos sabían lo que su breve existencia significó en la historia del acceso de las mujeres peruanas a la ciencia y el conocimiento.
Agradecimientos:
- Doctor Ricardo Álvarez
- Historiadores Yenisa Guizado Mercado y José Ragas