Tres perfiles: un general, un empresario y un reportero. Tres libros: La caída del héroe, Lima freak y Pequeños dictadores. Tres investigaciones minuciosas de Carlos Paredes, Juan Manuel Robles y Luis Felipe Gamarra. Estos cronistas salieron absueltos de las querellas judiciales que enfrentaron gracias a su obsesión por la reportería en profundidad y la búsqueda del dato duro.
Por: Miguel Ángel Ala
Portada: Cecilia Herrera
Carlos Paredes demostró que Antonio Ketín Vidal no fue quien capturó a Abimael Guzmán ni a Vladimiro Montesinos; también probó que este célebre general había trabajado para Montesinos luego de ser expulsado de la policía; que defendió a un narcotraficante; que él y su hermano le robaron un terreno a unos jubilados; que gastó en casas medio millón de dólares que no podía justificar con su sueldo. En su libro La caída del héroe, Paredes cavó la tumba de un ídolo falso con una avalancha de evidencias irrebatibles.
Su libro era sólido, inquebrantable y estaba muy bien escrito. Paredes investigó y documentó a su personaje durante tres años. Revisó cientos de expedientes y documentos en los archivos del Palacio de Justicia, entrevistó a sesenta personas. Con algunas de ellas se reunió más de diez veces. Acumuló cincuenta grabaciones de audio y video con entrevistas, declaraciones firmadas y expedientes legalizados por notarios. Cada objeción que Vidal le hizo al libro fue refutada. Paredes podía certificar cada línea de su historia. Vidal lo querelló dos veces por difamación y siempre perdió.
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Una noche, Paredes y Julio Villanueva Chang, el editor de Etiqueta Negra, se encontraron en una fiesta de cumpleaños. Paredes le contó que estaba investigando a Ketín Vidal y Villanueva quedó sorprendido por todo lo que había descubierto del personaje. Entonces le hizo una propuesta a la que no podía negarse: escríbela para Etiqueta Negra.
Antes de que empiece a escribirla, los editores de la revista-Villanueva, Toño Angulo Daneri, Sergio Vilela y Daniel Titinger- le prepararon un taller personalizado de crónica periodística. Paredes era un sagaz reportero de televisión, podía escribir un informe puntual sobre Ketín Vidal, pero Villanueva imaginaba un reportaje escrito en clave literaria; para eso tenían que cambiarle el chip.
Durante tres semanas leyeron y discutieron con él perfiles y crónicas de los maestros del periodismo narrativo. El reto era lograr que Paredes fuera capaz de convertir todos los archivos, documentos y expedientes judiciales que había acumulado en una historia atractiva y convincente.
Paredes reescribió muchas veces la historia para darle orden y sentido a los hechos que descubrió. Si bien una parte de esa información ya era pública, nadie había mostrado aún la fotografía panorámica. Ese es uno de los méritos de Paredes. Luego de la edición siguió la etapa de la verificación de datos. “Fue el primer caso en Etiqueta Negra en el que la comprobación de todo lo que se afirmaba en el texto se realizó con el autor”, contó uno de los editores. Titinger, Vilela, Paredes y Álvaro Sialer, uno de los dos verificadores de la revista, se encerraron en una sala tres noches y tres madrugadas seguidas. “A Carlos Paredes le preguntamos de dónde había sacado cada una de las frases del texto y a cada pregunta él extraía un documento judicial, o prendía el televisor y hacía correr un video donde había una declaración, o nos mostraba archivos de periódico donde estaba algo que él citaba, o cintas de audio, o su propia libreta de notas”, contó Julio Villanueva en un panel sobre periodismo narrativo realizado en México.
Cuando la fase de verificación terminó, el reportaje pasó por las manos de un abogado que hizo el papel de editor legal. La historia final era consistente, no había forma de contradecirla. El reportaje se publicó en Etiqueta Negra en agosto de 2004 con un título rotundo: “Las mentiras de un héroe oficial”.
Dos años después, en 2006, Paredes recibió de manos de Gabriel García Márquez el premio Nuevo Periodismo en la categoría de texto. “Con una profunda investigación y un serio manejo de fuentes logra construir una pieza narrativa conmovedora de impacto para la sociedad peruana, e incluso latinoamericana, que sacude las alfombras y derriba íconos”, se afirma en el dictamen del jurado. Cuando Ketín Vidal se enteró del veredicto salió a los medios a decir que la historia de Paredes era falsa. El general lamentaba que se otorgue un premio a un “artículo mentiroso”. Incluso intentó llamar a García Márquez para asegurarle que los jueces se habían equivocado. La Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) pidió a tres periodistas verificar la exactitud del reportaje premiado. Ellos confirmaron luego el rigor del texto escrito por Paredes.
Poco después, el reportaje se publicó en formato de libro: La caída del héroe. La verdadera historia del general Ketín Vidal. Paredes mantuvo la estructura y añadió un capítulo: El héroe también dice que capturó a Montesinos. Allí, en formato de entrevista, los editores de Etiqueta Negra relatan cómo se sustentó cada una de las afirmaciones del reportaje. También se incluyó un apartado con una extensa relación de fuentes y testimonios que acreditan la veracidad de cada uno de los seis capítulos del libro. Vidal, enfurecido, volvió a anunciar que denunciaría a Paredes, pero no lo hizo. Tres años después cumpliría su amenaza.
«Cuando Robles recibió una demanda por un millón de dólares, tenía 25 años, y escribía crónicas y perfiles. Cuando el proceso terminó, tenía 32 y estaba escribiendo su novela. El juicio fue parte de su rutina»
En la primera demanda -enero de 2009-, Vidal le hizo treinta y siete objeciones al libro: subrayó los párrafos y citas de los cinco primeros capítulos que, según él, dañaban su honor. La respuesta de Paredes fue categórica: envió a la Corte Superior de Justicia de Lima un documento de más de cuarenta páginas con una réplica a cada objeción de Vidal y agregó una larga lista de pruebas y una relación de testigos para sustentar su investigación.
También pidió al juez acogerse a la excepción de la verdad, una figura penal que permite a los denunciados por difamación demostrar que lo que escribieron o dijeron es verdad. “Vidal siempre tuvo pánico a que yo presente las pruebas. Siempre hizo sus mañoserías para evitar que se ejecute esa figura. Cambiaba jueces y hacía sus trucos hasta que el último juez dijo que el delito prescribió”, cuenta Paredes. El primer juicio se archivó el 2011.
La segunda demanda se consumó ese mismo año. Fue por una columna que Paredes escribió en un suplemento del diario La Primera. Alejandro Toledo había anunciado que iba incluir a Vidal en su plancha presidencial. Paredes, quien vivía en México desde 2006, escribió una columna para recordarle a Toledo el pasado oscuro del general. La alusión fastidió a Vidal y este lo volvió a demandar.
Cuando Paredes se enteró, el juez ya había ordenado su captura. Ni bien bajó del avión que lo trajo a Lima de visita fue detenido. Alegó que no le había llegado ninguna notificación a su domicilio legal. Vidal sabía que él estaba fuera del país y había aprovechado su ausencia para querellarlo.
Paredes no se quedó con los brazos cruzados: demandó al juez por negligencia y un año y medio después logró que lo destituyan. Dejó México y se instaló nuevamente en Perú; temía que Vidal, en una de sus reiteradas artimañas, consiguiera mandarlo a la cárcel. Después de cuatro años de idas y venidas por los pasillos del Palacio de Justicia, Paredes ganó el segundo juicio. A inicios de este año su caso fue archivado en todas las instancias. “Supongo que ya no me va a denunciar por tercera vez, porque ya sería el colmo”, dice Paredes entre risas.
-¿Te ratificas en todo lo que has escrito?
-En todas las letras y estoy dispuesto a demostrarlo. Y que me vuelva a querellar si quiere.
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Cuando Juan Manuel Robles recibió una demanda civil por un millón de dólares, tenía 25 años, y escribía crónicas y perfiles para revistas como Etiqueta Negra y Gatopardo. Cuando el proceso terminó, tenía 32, ya había dejado la no ficción y estaba escribiendo su novela Nuevos juguetes de la Guerra Fría. El juicio fue parte de su rutina durante ocho años de su vida.
Todo comenzó en noviembre de 2003, cuando Robles publicó un perfil de Genaro Delgado Parker en la revista Gatopardo. Allí contaba la historia de cómo uno de los últimos fundadores vivos de la televisión en América Latina había recuperado a patadas el canal que fundó. En esa historia se revela un pasaje que dice mucho de la personalidad de Genaro: el magnate ordenó a sus guardaespaldas darle una paliza a Alejandro Guerrero, un periodista que (casi) siempre estuvo a su servicio, y que hasta hoy es recordado por la voz impostada de sus reportajes y documentales.
“Por esa época Genaro lo adoptó. Fue el inicio de una linda amistad. Naturalmente todos los amigos tienen momentos de ofuscación. En 1990, Guerrero tuvo un áspero intercambio de palabras con el broadcaster en una fiesta del canal: Según versiones de testigos, el resultado de este acto de insumisión frente a todos provocó la furia de Genaro, quien más tarde habría enviado a tres guardaespaldas para que le dieran una lección. A pesar de que los testigos cuentan que los golpes llegaron hacer llorar al reportero, aparentemente Guerrero tomó la golpiza como eso: como el castigo del padre a un hijo que se portó mal. Un correazo. Siguen siendo muy buenos amigos”.
¿Delgado Parker se enfureció cuando leyó su texto? Nadie lo sabe. “Yo supe, no me consta, que estaba buscándome, que estaba preguntando quién había escrito ese texto”, cuenta Robles. Pero el protagonista del perfil no lo demandó. Guerrero, en cambio, que era un personaje secundario en la historia, sí lo hizo. “El perfil no le gustó nada porque lo hacía quedar como una especie de hijo que puede seguir siendo leal a pesar de la humillación”, añade el cronista. Guerrero se sintió ofendido por esa escena y le entabló una demanda civil contra Robles y Gatopardo por un millón de dólares.
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Al cronista Juan Manuel Robles le gusta jugar con fuego, desafiar los límites. Tenía 24 años cuando escribió el perfil de Delgado Parker. Estaba lleno de esa adrenalina juvenil que te hace sentir dueño del mundo.
-¿Fuiste irreverente en ese texto?
-Fue un perfil irreverente, en ese tiempo no hacía ese tipo de perfiles, no me gustaba reírme de la situación del personaje, solo lo hice con Genaro Delgado Parker y con Laura Bozzo. Un tipo cuyo apellido está asociado a gente a la que le debe plata y a gente a la que no le pagó y a la que nunca le va a pagar. Creo que se merece que te rías de su existencia.
En noviembre de 2007, en medio del proceso judicial, Robles publicó una versión más amplia de la historia de Delgado Parker en el libro de perfiles Lima Freak.
-¿Volver a publicar el perfil era ratificarte en lo que habías dicho a pesar del juicio en curso?
-Era una forma de ser fiel a un texto.
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En el juicio, Guerrero le contó al juez que tenía un hijo en la universidad que estudiaba comunicaciones. El chico y sus compañeros habían leído el perfil. Su hijo le preguntó luego si era cierto lo que se escribía de él. “Hablaba con la voz de Guerrero en el documental del Manú y La selva de los espejos ¡imagínate! Esa capacidad retórica y su voz modulada”, recuerda Robles. Era la palabra y la voz de un popular reportero de televisión contra la versión y la pluma de un periodista, en ese tiempo, poco conocido. Pero Robles tenía argumentos.
Para demostrar la escena de la golpiza, presentó los testimonios de los periodistas Mónica Delta y Roberto Reátegui. Ambos fueron a la clínica en la que Guerrero terminó internado y vieron el estado en que se encontraba. Era imposible negarlo. Aun así, Guerrero aseguró en la demanda que eso era falso.
“Lo que buscaba era dinero. Si hubiera querido limpiar su nombre o su honor hubiera hecho una demanda por difamación. El abogado me explicó que con una demanda civil el tipo, claramente, solo buscaba plata”, señala Robles.
Otra escena puntual consignada en la historia de Robles que enfadó a Guerrero fue esta:
“Guerrero se encargó de darle un empujón en vivo y en directo al gerente de la administración saliente: ¡No vuelvas!, le gritó para estupor de millones de televidentes”.
En la demanda también decía que este dato era falso. “Cuando yo vi eso dije cómo puede ser tan cínico si eso se ha visto por televisión”, explica Robles. Para demostrar que era verdad tuvo que conseguir el video de la escena. Habló con Ney Guerrero, el productor de Magaly TV, y obtuvo la grabación original que duraba apenas ocho segundos. Robles no imaginó que Guerrero iba a preparar su propio video. Lo sorprendente es que tenía el logo de Magaly TV y el que Robles mostró no, y es que era un archivo original. El abogado de Guerrero argumentó que esa copia no era válida porque la escena que se vio en televisión fue la de ellos. “Era una de esas cosas absurdas con las que uno tiene ganas de gritar: ¡Este es un juicio! ¡Un juicio peruano y cualquier cosa puede pasar!”, cuenta Robles.
En octubre de 2011, Robles ganó el juicio peruano en primera instancia. No era la victoria definitiva: manos oscuras cambiaron a la jueza y el proceso volvió a foja cero. En mayo de 2012 otro juez volvió a declarar infundada la demanda. Solo entonces se cerró el caso de manera definitiva.
Juan Manuel Robles estuvo en el banquillo de los acusados en la Corte Superior de Justicia de Lima. Hoy está frente a mí, sentado en un sillón en un café de Miraflores, con un vaso de cerveza artesanal en la mano. Es sábado, acaba de dictar clases en la universidad. Los tiempos son distintos. Ahora Robles recuerda el episodio de la demanda como una anécdota: “Es divertido decir que Alejandro Guerrero te demandó por un millón de dólares”.
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A diferencia de Paredes o Robles, que primero publicaron sus crónicas en revistas, Luis Felipe Gamarra pensó desde un inicio en escribir un libro. Quería escarbar en la vida de los personajes secundarios del gobierno de Alberto Fujimori. El libro se llamaría: Pequeños dictadores.
Uno de esos personajes era Alejandro Guerrero. Gamarra ya había oído muchos rumores y leyendas sobre él. Su trabajo consistió en hablar con todas las personas necesarias para corroborar cada una de las historias que había escuchado sobre el más famoso reportero de televisión de los noventa. Lo investigó con detalle y escribió un perfil sobre su trayectoria periodística.
Por supuesto, intentó entrevistar a Guerrero, pero lo único que obtuvo cuando lo llamó fue una respuesta lapidaria: “No hablo de mi vida privada”, le contestó por teléfono.
En el 2005 Gamarra se inscribió en un taller de perfiles que dictaba Jon Lee Anderson. Sus compañeros contaron que querían escribir sobre Michelle Bachelet, Néstor Kirchner y Hugo Chávez. Cuando llegó su turno, él dijo: voy a contar la historia de Alejandro Guerrero, un periodista que aseguró haber encontrado la pelota que los jugadores de Alianza Lima patearon por última vez ante del accidente aéreo en que perecieron.
La verdad es que Guerrero había comprado la pelota en un mercado. No era esta la única trampa de su historial periodístico. También había matado una mula y expuesto su sangre y su carne para atraer a los cóndores y filmarlos en un documental sobre el Cañón del Colca. También había inventado la captura de un terrorista. Este aparecía rendido junto a una columna de guerrilleros sumisos pero en realidad eran soldados del Ejército disfrazados de subversivos.
Gamarra tuvo que entrevistar a más de treinta fuentes para documentar cada una de sus revelaciones. Habló con periodistas, productores, choferes, amigos y conocidos de Guerrero. Un testimonio clave fue el de Juan Zacarías, su camarógrafo durante diez años. Zacarías le contó que Guerrero inventó lo de la pelota de Alianza Lima, lo de los cóndores en el Colca y muchas otras fantasías que fueron presentadas como exclusivas en el horario dominical de un canal limeño.
Empezó la reportería para el libro en 2004. Le tomó tres años y medio documentarse y escribir. Pequeños dictadores se publicó finalmente en noviembre de 2007. En el mismo volumen se incluye un perfil de Laura Bozzo, escrito por Juan Manuel y otro de Matilde Pinchi Pinchi, firmado por Carlos Paredes.
Ocho años después Gamarra recuerda que en medio de su reportería, un abogado de Panamericana, muy vinculado a Guerrero, intentó intimidarlo: “Oye, por eso te podemos enjuiciar”. El le respondió: “Si me enjuician, yo tengo muchos videos, también tengo un audio con la voz de Guerrero y Vladimiro Montesinos y tengo además las grabaciones que corroboran el episodio de la golpiza. Si él se quiere exponer a que todo eso se haga público, es su decisión”. Nunca más lo volvieron a molestar.