Decenas de cubanos disidentes y radicados en Lima se han manifestado frente a la embajada de su país en medio del estallido social que se ha desatado en la isla. La indignación y el temor a que la violenta represión del régimen alcance a sus seres queridos es un factor común que los mueve a alzar la voz. Tres exiliados que llegaron al Perú en distintos momentos cuentan aquí las razones que los empujaron a abandonar su tierra natal.
Por: Valeria Vicente y Nicolás Cisneros
Portada: Valeria Vicente
Entre decenas de cubanos que gritaban y vociferaban arengas contra la dictadura, Edmme Baguer destacaba por su aspecto introvertido. No prestaba atención a sus compatriotas, a los que veía por primera vez en su vida. Tampoco a los fotógrafos que andaban detrás de los manifestantes para captar el mejor retrato de la protesta. Mucho menos a los policías que resguardaban la embajada en la primera cuadra de la calle Choquehuanca, en San Isidro.
Inmóvil, adusta y decidida. Con una mano, sostenía una bandera cubana templada en un portarretratos y, con la otra, un papelógrafo que se desplegaba por debajo y decía: “Genocidas/Abajo la dictadura/Lárguense de Cuba”. Mantenía un temple muy marcado. El día anterior, a través de las redes sociales, se enteró de las protestas frente a la Embajada de Cuba. Y por eso está aquí, un 13 de julio, en la tercera manifestación de la semana realizada por un puñado de cubanos que viven en Lima. En los 27 años que lleva en el Perú es la primera vez que sale a protestar.
En esa posición la vimos cuando llegamos y así estaba cuando se despidió de nosotros una hora después. Nos había dado su número telefónico y acordamos conversar con ella en otro momento. Aquella mujer discreta guardaba un cúmulo de opiniones y sentimientos sobre lo que está pasando en su país natal. Y sin embargo, esa tarde -o al menos durante el tiempo que la observamos- no pronunció ninguna consigna. Solo el mensaje que sostenía con sus manos hablaba por ella.
Quizá sea por el pesimismo que la invadía. “Yo tengo mis reservas de que este vaya a ser el momento en que la tiranía caiga. Ojalá me equivoque”, confesaría días después, mientras manejaba su automóvil. Una parte de su familia sigue viviendo en La Habana, la otra está en Santiago de Cuba. Ellos le cuentan la mezcla de miedo y resignación que han sentido en las últimas semanas. Edmme los escucha en las llamadas que hacen por teléfono fijo, una de las pocas y riesgosas vías de comunicación en la isla. Plantarse frente a la Embajada de Cuba mientras su pueblo atraviesa una crisis política, económica y sanitaria era, para Edmme, una obligación moral.
En el Perú hay poco más de mil cubanos con residencia legal. Desde el 11 de julio, decenas de ellos se han manifestado frente a la embajada de su país. Cuba vive hoy un descontento acumulado por una dictadura, marcada por la censura, la represión, la precariedad y la recesión económica.
Conversamos con tres cubanos establecidos en el Perú. Cada uno llegó en diferentes circunstancias. Uno de ellos no cuenta con ciudadanía regular. Pero los tres protestan frente a la embajada porque comparten el rechazo a una dictadura que lleva seis décadas, las experiencias de hostigamiento del régimen y el temor de que sus familiares sean detenidos. Los tres exigen la renuncia de Miguel Díaz-Canel, el actual presidente, a quien llaman el “nombrado a dedo” por los jerarcas del Partido Comunista de Cuba.
La Habana-Lima, sin pasaje de retorno
En La Habana, Edmme ejercía como profesora en la Facultad de Educación Especial de la Universidad de Ciencias Pedagógicas E. J. Varona. La caída del Muro de Berlín, en 1989, precipitó el fin de la Unión Soviética y también acabó con el subsidio que llegaba de este país, equivalente a mil millones de dólares anuales, y que sostenía la economía cubana. A partir de ese momento, las carencias en la isla se agravaron y miles buscaron la forma de abandonar la isla.
Edmme siempre tuvo una postura crítica y la expresaba a pesar del miedo a las represalias del régimen. “En mi ambiente de trabajo, yo siempre fui muy contestataria, criticaba los errores del Gobierno, pero sabía que eso me podía costar el trabajo o que incluso podía terminar en la cárcel. Así pasa allá cuando criticas al sistema”.
Por eso decidió irse de Cuba y en 1994 llegó al Perú, donde tenía familia. “Uno como persona puede aguantar carencias, pero cuando tú no tienes libertad, es lo peor que te puede pasar”, asegura. Dejó las aulas a las que estaba acostumbrada en La Habana y ahora ejerce como terapeuta de patologías de lenguaje y retardo mental.
Martha Suárez lleva 41 años en el Perú. Ella fue protagonista de un hecho histórico en la migración cubana a nuestro país: la ocupación de la Embajada del Perú en La Habana y el llamado “Éxodo de Mariel”, registrado en abril de 1980. “Salimos en avión de Cuba con mucho repudio en contra. Los simpatizantes de la Revolución nos insultaban”, recuerda Martha.
Luego de que el gobierno peruano se negara a entregar a las autoridades cubanas a un grupo de civiles que habían solicitado asilo político en la embajada del Perú en La Habana, Fidel Castro ordenó retirar la custodia policial de la sede diplomática y diez mil personas, aproximadamente, ocuparon un predio de dos mil metros cuadrados. Días después 850 de aquellos refugiados recibieron salvoconductos para viajar al Perú. Martha formaba parte de este grupo que llegó a Lima a fines de abril de 1980 y que fue alojado temporalmente en el Parque Zonal Túpac Amaru, en San Luis.
Después de tres años en el parque zonal, los exiliados cubanos fueron desalojados por la Municipalidad de Lima. Martha, quien en ese entonces tenía dos hijas (de uno y dos años, respectivamente), recuerda sobre todo la incertidumbre y el temor que sintió al perderlo todo: los pocos muebles que había conseguido, la ropa que había guardado, todo se destruyó en el desalojo. Fueron trasladados a un asentamiento humano en Pachacamac. Desde entonces, han pasado casi cuatro décadas.
Rafael, uno de los últimos en llegar
“Yo no soy bueno con las palabras, pero puedo conseguirles a alguien para que les dé una entrevista”, afirma un exiliado cubano frente a la embajada de su país, mientras escarbaba con su mirada entre las decenas de manifestantes. Un minuto después aparece Rafael Gross, quien ya ha brindado declaraciones a medios locales. Su exposición mediática se remonta a noviembre de 2020, cuando el grupo de exiliados que él lidera se manifestó en el mismo lugar en solidaridad con el Movimiento San Isidro, un colectivo artístico que se ha pronunciado contra el régimen comunista y ha sido víctima de represalias.
A diferencia de Edmme y Martha, Rafael lleva poco tiempo en el Perú. Recuerda aún la fecha exacta de su llegada: 29 de diciembre de 2017. Relata que sus últimos años en Cuba estuvieron marcados por el asedio contra él y sus familiares. Refiere que fue encarcelado varias veces por sus ideas políticas.
Fue la persecución política la que lo llevó a abandonar Cuba de manera clandestina. “Mi familia pasó los primeros dos meses de mi salida pensando que había muerto. Luego de ese tiempo, recién pude conversar con ellos y explicarles lo que había pasado”.
Rafael afirma que no está registrado como ciudadano cubano en el Perú. “Me encuentro en ‘rojo’, en la lista del Ministerio del Interior de Cuba. En esa base de datos aparezco como ‘regulado’. Así le dicen a los cubanos a los cuales no les permiten entrada ni salida del país”, asegura. Añade que la embajada cubana se ha negado a entregarle un pasaporte en dos ocasiones.
-¿Qué haces acá? Procura no hacer uno de tus shows porque no te lo vamos a permitir. Y a Cuba te aseguro que no entras más -recuerda que le dijeron cuando fue por última vez a la embajada para solicitar un trámite. Al respecto, intentamos comunicarnos con funcionarios de la Embajada de Cuba para consignar su versión, pero no obtuvimos respuesta.
El periodista exiliado Normando Hernández, quien desde Miami mantiene comunicación con distintos periodistas en la isla, asegura que inhabilitar los pasaportes de los disidentes que dejan el país es una práctica recurrente del gobierno cubano. “Yo mismo no puedo entrar a Cuba desde 2003. Mi hija salió de Cuba con siete años y le pusieron en el pasaporte: ‘Salida definitiva del país’. Nosotros no podemos ingresar a Cuba. Muchas personas que conozco sufren estas mismas represalias”, relata.
Además del pasaporte inhabilitado, cuando un opositor se va del país su familia continúa siendo sometida a actos de hostigamiento y vigilancia policial por parte del régimen. Hernández conoce varios casos de persecución política. “El régimen actúa contra ellos a través de distintos mecanismos: puede poner patrullas alrededor de sus casas, intervenir sus comunicaciones, limitar la señal, pero también detenerlos y mandarlos a prisión”, asegura.
El Observatorio Cubano de Derechos Humanos ha identificado 71 prisiones a lo largo de la isla. Sin embargo, Normando Hernández afirma que este listado solo contempla los centros penitenciarios y no los campamentos de trabajo forzado con internamiento.
El punto de inflexión en la isla
“Durante mucho tiempo se ha entendido al pueblo cubano como el pueblo dormido, embobado por la propaganda política. Pero las últimas protestas demuestran lo contrario. El lema ‘Patria o muerte’, usado por el gobierno durante toda la dictadura, ha cambiado a ‘Patria y vida’. Ahora es una apuesta por la vida”, recalca Mirtha Fernández, jefa de redacción del Diario de Cuba.
Los periodistas y exiliados entrevistados para este reportaje coinciden en que las protestas que empezaron el 11 de julio son un fenómeno sin precedentes en las seis décadas de dictadura en Cuba. Para ellos, y para sus contactos en la isla, el objetivo de las protestas es uno solo: la libertad y el cese de la dictadura.
Esto ha llevado al régimen a intensificar sus acciones represivas. Según un listado preliminar elaborado por la ONG de Derechos Humanos Cubalex, se han reportado 595 desapariciones y detenciones desde que empezaron las protestas. Hay una decena de menores de edad en la lista.
Las comunicaciones que el periodista Normando Hernández ha establecido con Cuba y los distintos videos en redes sociales confirman cómo los militares, los policías o la brigada estatal denominada ‘Boinas negras’ reprimen a quienes se atreven a protestar. “En la calle están disparando y golpeando con palos”, añade Edmme desde Lima.
La lucha del pueblo cubano ha despertado manifestaciones de apoyo y solidaridad en todo el mundo. El Perú no ha sido la excepción: desde el 11 de julio ha habido manifestaciones frente a la embajada de dicho país, en San Isidro. “Muchos han pedido un día libre a sus pacientes, a sus clientes, para poder estar acá, protestando por lo que pasa en nuestro país”, contó una de las manifestantes aquel martes 13 de julio.
Edmme, Martha y Rafael pudieron coincidir esa tarde. Los ha movido una indignación compartida. “Nosotros nos hemos enterado de lo que está pasando en Cuba por activistas cubanos que han utilizado la red de la Embajada de Estados Unidos o los VPN (red privada virtual), que pueden evadir la censura. La dictadura ha cortado el fluido eléctrico, ha cortado el internet. Llevo una semana sin comunicarme con mi familia. No puedo dormir porque no sé si mi madre está bien, está presa, está viva. Tampoco sé cómo estarán mis hermanos”, confiesa Rafael con la voz quebrada.
Cuando Martha se enteró de las manifestaciones que se iban a realizar en Lima, no dudó en pararse frente a la embajada para protestar. Por 32 años no pudo comunicarse con su familia, luego de salir de la isla en 1980. Hoy está nuevamente desconectada de sus primos y hermanas por los constantes cortes de internet. La incertidumbre la invade y hace que su voz se quiebre cuando cuenta su historia.
El periodista Normando Hernández confirma que el régimen suele cortar y limitar las comunicaciones cuando en Cuba aparecen focos de protestas. “Como hay un monopolio de las telecomunicaciones y manejan a su antojo el internet, cada vez que surge una protesta inmediatamente cortan las comunicaciones”.
El devenir de Cuba es todavía un misterio. Pese a que las protestas han menguado en los últimos días, se afirma que el 25 y 26 de julio se convocarán a nuevas movilizaciones. Edmme piensa que las protestas no tendrán un impacto inmediato en la caída de la dictadura, pero reconoce que sí hubo un cambio: “La gente, ante todo, ha perdido el miedo. Y ese es un primer paso, un gran paso”.