La abogada y activista transgénero explica en esta entrevista cómo funciona la “Casa Trans Zuleymi”, el primer refugio de su tipo en el Perú.
Por: Daniel Contreras
Miluska Luzquiños nació en Lambayeque y tiene 35 años. Desde 2015 es funcionaria del Fondo Mundial para la lucha contra el VIH/SIDA. Trabaja en una cómoda oficina en la urbanización Córpac, en San Borja. Debido a su estatus, muchas chicas trans piensan que ella no sufre discriminación. Pero la realidad, cuenta, es distinta. “Porque yo soy chola, tengo rasgos de trans muy marcados y no soy muy femenina”, dice, y explica que por eso atrae constantemente las miradas de otras personas. Varias veces le han preguntado dónde queda su salón de belleza, sin saber que realmente ella es abogada.
Como muchas de sus compañeras, Luzquiños se sumergió durante un tiempo en el mundo de la prostitución, pero logró salir de allí y terminó su carrera de Derecho en la Universidad Señor de Sipán. Hace dos años, con otras cuatro mujeres trans, decidió fundar un albergue para las compañeras de su comunidad que sean migrantes, sufran violencia o no tengan hogar. El local fue nombrado “Casa Trans ´Zuleymi’”, en honor a una adolescente trujillana asesinada en 2016, y abrió sus puertas en 2017. Zuleymi, que tenía 13 años, es solo una de las tantas víctimas transgénero de una sociedad y un Estado que no les reconoce ni su identidad ni sus derechos.
La casa es autogestionada, y para financiarla se aceptan donativos, la ayuda de organizaciones feministas amigas. También se organizan rifas. Uno de los próximos planes que tiene Luzquiños es abrir un café en el local, con la idea de generar más ingresos.
Luzquiños explica que cuando una nueva chica
«Quería desarrollar un proyecto de vida que estaba trunco. El trabajo sexual te ayuda a sobrevivir, mas no a vivir», reconoce Miluska Luzquiños, la fundadora de la Casa Trans Zuleymi. FOTO: Facebook Miluska Luzquiños.
llega a la casa, primero se le da condones y lubricantes, además de consejería respecto al VIH. Eso solo si lo quiere; sino, simplemente puede sentarse a tomar una sopa o ver televisión. También se la ayuda a obtener documentos en caso no los tenga, y se registra si ha sido víctima de violencia.
¿Cuál es el principal objetivo de la casa? Algo sencillo pero vital: instalar un comedor donde las mujeres trans puedan hacer algo que hoy no está garantizado: tres comidas diarias. Dado que muchas de ellas presentan síntomas de desnutrición, esta iniciativa hace de la casa un lugar de esperanza.
-¿Cómo así llegaste a trabajar para el Fondo Mundial?
-En 2014, cuando el Fondo aprueba ejecutar en el Perú un proyecto para implementar la ley de identidad de género. Necesitaban una mujer trans que tuviese el perfil para acercarse a las comunidades, y hacer incidencia para eliminar barreras legales, por eso me contactaron.
-¿Y cómo así te metiste en este mundo del activismo trans?
-¡En realidad, no sé! Todo fue tan raro. Cuando estaba en la universidad, en Lambayeque, me metí a un taller LGTB, participaban 16 gays y dos mujeres trans. Entonces había una desproporción abismal de presencia trans. Y cuando conversé con las chicas vi que había problemas más allá de los que yo me planteaba, como: “ay, no tengo para pagarme la universidad”. Ellas tenían problemas más estructurales en las calles y que no se estaban viendo en las políticas públicas. Las chicas querían empoderarse y decían que los espacios estaban direccionados solo a hombres que tienen sexo con hombres (HCH). Así que con un grupo de amigas decidimos fundar la plataforma de mujeres trans de Lambayeque. Luego, con el nombre de “Rosas y Violetas”, postulamos para obtener ayuda, como beneficiarias, del Fondo Mundial de la lucha contra el VIH/SIDA. Logramos motivar a las mujeres trans de la región. Muchas se capacitaron para hacer activismo, otras regresaron a su vida normal cuando se acabó la intervención. Yo seguí hasta el día de hoy. “Rosas y Violetas” ahora se llama “Organización por los derechos humanos de las personas trans”. Para ellas abrimos la Casa Trans Zuleymi en Lima. Y yo me vine aquí a trabajar por el proyecto del Fondo.
-¿Cómo lograste salir de la prostitución e ingresar a la universidad?
-Salí porque quería desarrollar un proyecto de vida que estaba trunco. El trabajo sexual te ayuda a sobrevivir, mas no a vivir. Junté mucho dinero, pero yo quería más. Nunca tuve un soporte de mujeres trans que me empodere, lo hice yo solita. Lo hice como reto, para demostrarle a mi familia y mis amistades que sí podía. Y un poco por despecho, porque en ese tiempo estaba con una persona que me dejó. Quería salir del trabajo sexual en el que todas las compañeras estaban.
-¿Cómo financiaste tus estudios universitarios?
-Tuve que abandonar una situación de comodidad: porque salías en la noche, recogías un poco de dinero y ya tenías el resto del día solucionado, además de los tipos que te invitaban. Ir a la universidad implicaba pagarte los pasajes, las cosas. Yo vengo de una familia de economía muy básica, con una abuela que me acompañaba siempre. Tuve que asumir la manutención de la casa con ella, y dejar muchas cosas durante ese tiempo, como ir a fiestas, el cigarrillo, la habitualidad con que me compraba ropa cuando estaba en el trabajo sexual.
En un principio, Luzquiños estudió derecho porque quería ser jueza en su natal Lambayeque. Para ella, convertirse en activista fue cosa del azar. Aún no está segura de cómo llegó a ser una parte tan importante de su vida.
-Estás feliz, supongo.
-Sí, la defensa de los derechos humanos me permite conocer a más compañeras, salir al mundo, hablar, construir un discurso desde el derecho y desde el lado humano en el que las ves. Puedo hacer cosas por ellas que quizás no podría desde un cargo público. Entonces sí, la defensa de los derechos humanos te posiciona en algunos temas, y a mí me hace feliz.
-¿Cuál fue la principal lección que te dejó tu paso por la universidad?
-Que nunca empieces una carrera si no tienes plata (risas). La tenía que dejar y retomar, dejar y retomar. En ese tiempo también se me bajaba la autoestima, y dudaba: ‘Pucha, mejor me regreso, me voy de nuevo, mejor me quedo’.
-Supongo que tuviste que dejar de estudiar algunos ciclos, llevar menos cursos…
-Claro, primero me alcanzó la plata hasta el cuarto ciclo. Después ya no me alcanzaba. Tuve que trabajar seis meses, y en esos seis meses puse un negocio de cabinas de Internet que me ayudó a mantenerme hasta el final de la carrera. Mi abuelita manejaba las cabinas mientras yo estudiaba, y el dinero se recogía para la pensión, la comida…y los buenos amigos que no faltaban.
-¿Cuáles son las principales experiencias y anécdotas que recuerdas de tu etapa en la universidad, siendo una mujer trans?
-El tema que más recuerdo es que durante las competencias de cachimbo deportivo, me eligieron reina, y fue toda una discusión: cómo iba a hacer la facultad para asumir una reina trans del deporte. Y todas las chicas lo apoyaban, lo avalaban. Eso es lo que más recuerdo cuando me encuentro con amigas que están trabajando, acá en Lima. Ellas también se acuerdan nítidamente de esa anécdota. Tengo otra anécdota: la universidad creó un protocolo prohibiendo el uso de minifaldas y ropas escotadas, temían la presencia de una alumna trans…
-Cuéntame más detalles sobre cómo surgió la idea de la Casa Trans.
-Surgió en el 2016, cuando se reveló que existía un índice muy elevado de migración de mujeres trans a la capital, desde muy temprana edad. El segundo hallazgo fue que una vez en Lima no estaban incorporadas a los servicios de protección que ofrece el Estado, como el SIS o el INABIF. Muchas eran captadas por redes de explotación sexual, y otras sí venían por su propia cuenta, porque les decían que en Lima iban a poder feminizar su cuerpo.
Luzquiños explica que buscan la sostenibilidad de la organización y que no las motiva el lucro. La autogestión se realiza principalmente a través del taller Tejedoras, en el cual las mujeres trans diseñan y hacen todo tipo de prendas de vestir. Aunque antes se permitía el acceso a sus talleres de investigadores académicos, finalmente se tomó la decisión de no hacerlo más, teniendo en cuenta que en estos espacios se discuten cosas íntimas, como el sarampión por el VIH, o cómo taparse el bigote. “Los investigadores siempre se inclinaban por ese tema amarillista, y apenas llegaban te querían hacer fotos. Entonces dijimos, ya no más tesis”.
-También trabajan con mujeres trans de la amazonía.
-Sí, en su mayoría son mujeres que migran a Lima huyendo de la pobreza y muchas veces del estigma y la discriminación de las que son objeto en sus lugares de origen.
-¿Se les engañaba sobre cómo era la realidad en Lima?
-Sí, todas tenían una idea distinta. Me pasó que una chica de 20 años, que era de la selva, me dijo: “Miluska, estoy muriendo”. Yo le dije para hablar con el doctor, para ver el tratamiento del SIDA, pero me dijo que ella prefería volver a la selva para morir en su casa. Y yo le pregunté: “¿pero por qué viniste a Lima?”. Ella me respondió que pensó que aquí era diferente. Al final le compré su pasaje de avión para que regrese a la selva.
-Si una mujer trans quiere acceder a un tratamiento hormonal para feminizar su cuerpo, ¿el Estado se lo brinda?
-No hay una norma técnica para el tratamiento hormonal de mujeres trans. Hay una norma que se refiere a la distribución de medicinas que reducen la carga viral en las mujeres con VIH, es decir, que sean indetectables. Pero no se ha capacitado a endocrinólogos para que realicen el tratamiento, y el problema es que normas como esa generan falsas expectativas en las usuarias de a pie. Solo las mujeres trans de clase media alta pueden acceder a un tratamiento hormonal, muchas veces el resto se inyectan materiales ilegales como el aceite de avión.
-Cuando las mujeres trans salen del clóset…
-No estamos en el clóset. Hablamos de reafirmación de la identidad de género. Porque es un proceso, es una construcción. Las mujeres trans no se despiertan de la noche a la mañana y deciden feminizar su cuerpo.
-Claro. Imagino que cuando les comunican a sus familias que son trans enfrentan muchas veces el rechazo.
-Lo pierden todo. Hay mujeres trans de clase media que luego fueron expulsadas de sus hogares y terminaron en redes de trabajo sexual.
-Además de la expulsión de casa, ¿cuál es el principal motivo de que existan tantas mujeres trans sin hogar?
-Es el tema del cupo laboral, que está tan ligado a la identidad de género. Las mujeres trans no tienen un trabajo estable, no cuentan con una vivienda, no acceden a una alimentación sana y se exponen más al trabajo sexual. Por eso es que tienen una mortandad más alta producto del VIH y del SIDA, ya que además les pagan más por tener sexo sin condón. Es por ello que esperamos que se apruebe la Ley sobre identidad de género.
-¿Qué tan difícil ha sido conseguir financiamiento para la casa?
-Ha sido el principal problema. En la región andina las principales ONGs que dan financiamiento se están retirando y las organizaciones feministas de base comunitaria se están quedando sin recursos. Si en el proceso encontramos financiamiento, genial. Por ahora decidimos autogestionar porque de esa forma también le damos trabajo a las chicas y se puede conseguir que ellas salgan de la red de prostitución. Además se pueden solucionar algunos problemas de raíz, como el acceso a la alimentación.
– Hay una nueva generación de chicas trans en la casa.
–Es importante que lleguen, pero yo no quiero que otras se vayan, yo quiero que se sumen más. Además, nosotras desde el trans-feminismo trabajamos con un enfoque circular, es decir, no hay una que sea la jefa de todo y que mande. Somos complicadas, eso sí, porque todavía tenemos muy interiorizado eso que en nuestra infancia como hombres se nos inculcaba: que tenemos que ser poderosas y mandar. Pero a las chicas que vienen siempre les decimos, acá no hay una abeja reina, todas somos obreras que vamos a aportar.
El núcleo duro de las trabajadoras en la casa lo conforman cinco personas; Luzquiños es parte de él. Ellas toman las principales decisiones en torno al local. También se cuenta con el apoyo de amigas cercanas, que trabajan dentro de la casa, y de organizaciones feministas afines.
Si una mujer trans quiere obtener un puesto en la casa debe enviar un documento de postulación. Luzquiños y sus compañeras se encargan de evaluarlas. Antes de admitirlas toman en cuenta tres cosas: que vayan a aportar a la corriente transfeminista de la Casa Trans, que no usen los recursos con fines autodestructivos, y, sobre todo, que sean útiles para la dinámica de autogestión. «Nosotras siempre le dejamos claro a las chicas que no las vamos a aceptar solo porque sean trans», sostiene con firmeza Luzquiños.
-¿Y han tenido problemas externos? ¿Han querido cerrar la casa?
-Como somos autogestionados nadie nos puede cerrar. Eso sí, el día de la inauguración un vecino fue a Casa Bagre (un centro cultural de la comunidad LGTB en el centro de Lima) y dijo que iba a llamar a la policía, pero al día siguiente yo fui a la Municipalidad y sacamos la licencia. Tengo todos los papeles en regla, y estamos inscritos como sociedad civil y también con permiso municipal para funcionar como clínica, porque en un futuro queremos brindar tratamiento.
-¿Qué ha sido lo más difícil, lo que más te ha marcado?
-Los cuestionamientos de mi propio movimiento. Al ser una mujer trans feminista, con prácticas sexuales distintas, me cuestionan constantemente. El que me guste un hombre gay, por ejemplo. “¿Por qué te gusta un hombre gay si eres directora de una organización nacional?”. Imagínate ese grado de cuestionamiento, y comentarios como ‘estás loca’. Son cosas que suenan muy agresivas y que vienen de parte de la misma población trans. Causan daño en mí, porque hacen que me pregunte hasta donde luchas tú y hasta donde responden ellos por todo el trabajo que se viene haciendo conjuntamente con las compañeras para mejorar la calidad de vida. Ellas deberían entender que las prácticas y la orientación sexual van más allá de la identidad de género, que la defensa de los derechos va desligada de tu vida personal. He conocido a muchas mujeres trans que hasta me han dejado de hablar, algunas me han bloqueado. Yo salía con un chico muy femenino, íbamos a pasear y salíamos a los lugares de actividad. Y cuando me encontraba con las chicas se me quedaban mirando mientras yo lo abrazaba, notaba el malestar de ellas y luego no me volvían a hablar. Ahí hay un tema de violencia en la misma comunidad de la que no hablamos, violencia de pares, del no reconocimiento de tus amores y tus placeres. El otro día, saliendo de la audiencia, les dije a las chicas: “Vamos por un trago”, “¿qué, tú tomas?”, “claro que tomo”. Se quedaban incrédulas. Hay una catalogación que hemos creado sobre quienes defienden derechos humanos, creen que tienen que ser políticamente correctos en todo aspecto.