Acaba de publicar Ciudades vencidas, su primer libro de relatos. Con los textos El día que murió Kennedy y Despedida, obtuvo en dos ocasiones el segundo lugar del concurso El cuento de las 1000 palabras, de la revista Caretas. Miguel Sánchez tiene un pie en las comunicaciones y otro en la literatura. Vive del periodismo y la docencia universitaria, pero la escritura de ficción es lo que realmente lo mueve y desvela. En esta entrevista revela cómo nutre la trama de sus historias.
Por: Nancy Vargas Falconí
Después del almuerzo la cafetería de Letras continúa poblada por alumnos que se cuentan sus cosas, ríen a carcajadas o leen absortos. Reconozco a Miguel sentado en una mesa. Lleva lentes y solo despega la mirada de lo que está leyendo cuando siente que alguien se le acerca. No es exagerado decir que vive dedicado a la universidad; enseña un curso en Estudios Generales Letras, otro en la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación, y trabaja como editor de contenidos en el área de comunicaciones de la PUCP; la literatura, sin embargo, es lo único que le quita el sueño, es su pasión.
-En una entrevista respondiste que con el cuento El día que murió Kennedy reflejabas la sensación de no pertenecer a ningún lugar, que es propia de un migrante. ¿Quería saber si aún la tienes?
-Pienso mucho en el desarraigo, y es imposible no hacerlo. Me he preguntado toda mi vida dónde se funda ese desapego que tengo con las cosas. Quizá lo más arraigado que tenga es la universidad donde trabajo, donde he estudiado y sigo estudiando; sin embargo, siempre he vivido en espacios no necesariamente míos, sino prestados. Por esas razones de la vida no nací en Perú, sino en Argentina, pero no volví allá hasta que cumplí 23 años. Saber que existe un lugar donde naciste, que es parte importante de tu vida, y sin embargo no tener ninguna relación con ese espacio es un tema que, de alguna manera, aparece en este cuento y tiene que ver conmigo. Esa idea de no encontrar tu espacio me ha acompañado siempre y en El día que murió Kennedy quizá se nota un poco. El protagonista es alguien que se va a Estados Unidos un poco decepcionado, buscando una oportunidad de cambiar. Pero allá no se siente parte de nada, acá tampoco: está en ese limbo.
-Me queda claro que basas tus cuentos en experiencias personales.
-Yo creo que sí tienen un componente personal en el sentido más amplio de la palabra. Contienen desde cosas que te pasan en la vida hasta algo que lees o escuchas. El poeta José Watanabe decía que le encantaba subirse al transporte público, ponerse los audífonos con la música en silencio y escuchar lo que pasaba, solo por la necesidad de chismear. Creo que los cuentos se construyen así, con todo lo que tienes alrededor.
-A pesar de este sentimiento de desarraigo, ¿sientes que llevas un poco de cada lugar contigo?
-Todo el mundo hace eso, cada uno lleva un poquito de todo. Pero depende de cuál sea tu mecanismo de exteriorización. A mí me hubiera gustado ser músico, por ejemplo. Nunca pude serlo porque siempre que agarraba un instrumento lo hacía mal o no tenía las habilidades para tocarlo. Tengo muchos amigos que pueden traducir eso que tú dices, ese poquito que llevan, a través de la música; incluso amigos ingenieros, que no están relacionados con el arte, que lo hacen a través de su profesión.
-Pero a pesar de que te hubiera gustado traducir tus experiencias en la música, ¿no crees que haces lo mismo con los textos que escribes?
-Es raro. Tengo 36 años, soy viejo, estoy en el epílogo de mi vida más o menos. Pero lo curioso y por lo que me da tanta vergüenza darte una entrevista es porque todavía no publico ningún libro.
-Pero vas a publicar.
-Okey, finalmente voy a publicar un conjunto de siete cuentos. Y he terminado otro texto mucho más grande. Yo siento que allí había algo que estuvo contenido. Creo que tiene que ver con lo me ha pasado, pero también con lo que he leído, visto y escuchado. En Despedida, la historia se funda en una experiencia, pero si tú la lees es otra cosa distinta que se construye a partir de un mosaico de lo que leo y lo que veo.
-¿Cómo y cuándo comenzó tu gusto por la literatura?
-Yo me acuerdo que las primeras veces que escribí tenía 13 o 14 años, tampoco fui muy precoz. Creo que la primera novela que leí completa, con pasión, fue El amor en los tiempos del cólera. La leí viejo, a los quince años, teniendo en cuenta que ahora mis sobrinos de once años se han leído toda la saga de Harry Potter. Me acuerdo que la lectura me generó no solo una sensación de placer, sino también la necesidad de producir. Entonces empecé a escribir una historia en la que había un pueblo y una historia de amor.
-¿Esa necesidad de escribir vino de la lectura?
-Sí, eso creo. Si tuviera que elegir entre escribir y no escribir, elegiría lo segundo, tomando en cuenta de que me cuesta mucho escribir. A diferencia de otra gente que tiene habilidad, a mí me cuesta muchísimo. Entonces se convierte en un trabajo pesado, laborioso, estresante que además te captura, te absorbe, pero no puedo eludirlo.
-Si te cuesta tanto, ¿por qué sigues escribiendo?
-Por un lado, creo que es la necesidad de hacer algo y de no tener otra manera. Hay gente que baila, que pinta, que investiga, que se pasa la vida en laboratorios. No sé si me viene bien, pero entiendo que la escritura es la vía para desfogar algunas cosas que necesito. Siento que hay una necesidad de expresar algo que está contenido y necesita escapar. Es como el psicoanálisis, te cuestionas mucho y a veces aparecen cosas que tú ni siquiera te percatas.
-Desde que somos pequeños nos preguntan qué queremos ser, nos dicen que debemos encontrar nuestra vocación, pero tú has estudiado y producido diversas cosas. ¿Cuál crees que es tu vocación?
-A Mario Pergolini, ese icono de la televisión argentina, le preguntaron una vez qué eres, y él dijo: “yo soy un generador de contenidos”. Yo creo que por ahí va la respuesta sobre cuál es mi vocación. Lo que quiero es generar contenidos, ya sea una nota periodística, una entrevista. En mi chamba hago video. Creo que el periodista es eso, alguien que tiene que saber escribir y comunicar, que tiene las reglas claras, pero sobre todo, es alguien que debe tener algo que decirle al resto, ese es el reto.
-Entonces, ¿cómo te ves? ¿Cómo generador de contenidos más que como escritor?
-No voy a negar que me gustaría dedicarme solo a escribir. Creo que publicar este conjunto de cuentos me ha permitido cerrar una etapa. Era necesario o era la excusa que yo buscaba para pasar a otra cosa. Tanto así que he podido escribir una novela completa en un tiempo no tan largo. Siento que después de esto debería escribir con más regularidad y publicar, seguir produciendo. Eso es lo que quisiera.
-Has dicho que quieres escribir más, ¿qué historia de tu vida te falta contar?
-Podría ser la historia de mis padres. Cuando yo tenía trece años, mi mamá me regaló todas las cartas que se envió con mi papá entre 1977 y 1980. Él estaba en Argentina y ella acá. Siempre he vuelto a esas cartas. Siento que estoy ahí, que mi familia está ahí, que toda esta idea de desarraigo, donde se funda un poco cómo soy, tiene que ver con ese instante en que mis papás se conocen. Creo que estas cartas hablan de ese proceso y siento que si mi mamá me las dio es por algo. No es por una obligación que me gustaría hacerlo ni tampoco para exigirle cuentas a ellos. Es un proyecto que quisiera realizar porque siento que cuando más vinculado emocionalmente estés con el proyecto artístico, más sincero y más potente puede ser. Por ejemplo, el libro de Renato Cisneros, La distancia que nos separa, me parece genial porque es como quemarse frente a todos, exponer tu intimidad. Me parece una tarea difícil, eso sí es de valientes.
–Sin duda los premios y los primeros reconocimientos te han animado a seguir escribiendo.
-Creo que sí. Uno no debería escribir pensando en concursar siempre, pero siento que los concursos también tienen su lógica, que hay estéticas que no necesariamente se ajustan a proyectos personales que tú puedas tener. Yo soy un privilegiado porque hay una editorial que me va a publicar. Hay gente que escribe muy bien y nadie los quiere publicar. Creo que los concursos, como diría Johann Page, son un albur, pero cumplen una función necesaria: la de validarte académicamente frente a la mirada de especialistas. Lo que sí ha hecho el concurso con mis textos o conmigo es decirme que hay algo ahí, no es que escriba mal. Claro, ahora que otra vez obtuve el segundo lugar, soy más o menos el Leonardo DiCaprio del certamen.
-Hacer literatura tiene cada vez menos reconocimiento y difusión, ¿por qué seguir apostando por la escritura?
-A mí me entusiasma la gente que se dedica a la poesía. Si la narrativa no tiene espacios, piensa en la poesía. Si preguntamos allá, a todos los chicos que están en esta cafetería, quien ha comprado un poemario en el último año, te apuesto que nadie. Pero no importa. Siempre hay que seguir luchando por lo que nos gusta hacer.