Arequipeño, nacido en Lima, con pasaporte alemán. A sus 57 años, el cineasta Miguel Barreda tiene una vida dedicada al arte. Su paso por la Academia de Cine y Televisión de Berlín lo llevó a trabajar en la cadena de TV alemana Deutsche Welle. En el 2004, retornó a Perú, donde fundó la productora Vía Expresa Cine y Video, con sede en Arequipa. Su última película, Redención (2023), narra la historia de una pareja de esposos religiosos que aloja a una joven embarazada producto de una violación.
*Esta entrevista fue elaborada en el curso Taller de Crónica y Reportaje, dictado por el profesor Mario Munive.
Por Mariajosé Delgado
De niño, Miguel Barreda fantaseaba con la idea de ser arquitecto. No imaginaba que años después ganaría uno de los concursos más importantes de narrativa para jóvenes escritores en aquella época. En 1987, la revista Caretas declaró su texto Todo el mundo te ama cuando estás muerto como el mejor de “El cuento de las 1000 palabras”. Este certamen impulsó a Miguel a estudiar literatura. Orientado por un profesor del colegio Max Uhle de Arequipa, decidió hacerlo en Alemania. Sin embargo, dejó la carrera para enrumbarse en la Academia de Cine y Televisión de Berlín.
—Nació en Lima, creció en Arequipa, vivió 20 años en Alemania, regresó a Perú y estuvo por varias ciudades del país. ¿Afectó en algo a su identidad?
—Cuando era un chibolo no me sentía hincha de la selección nacional. Quizá me emocioné en algún Mundial, pero me daba lo mismo que gane o pierda Perú. Soy hincha del Melgar. La historia del Perú no es tal y como nos la han contado en el colegio. Estos héroes no han ganado nada, son héroes perdedores, son mártires, son víctimas y no son los mejores ejemplos. Yo creo que ese desarraigo lo tengo desde niño. Sin embargo, yo respeto y admiro muchísimas manifestaciones de la cultura peruana, pero cuando escarbas bien te das cuenta de que son manifestaciones regionales y mestizas con ciertas limitantes. Por ejemplo, la picantería arequipeña es para mí un factor identitario muy potente porque es algo que puedes incorporar a tu cuerpo. Yo no me puedo comer una epopeya de José Olaya, pero sí me puedo comer un chaque de tripas. Averiguar de dónde viene ese plato, qué significa, cuál es la cadena productiva es algo con lo que sí me identifico.

Entre su infancia y la elección de su carrera universitaria
Miguel es hijo único. Nació en Lima, pero se considera arequipeño porque, según él, “un arequipeño nace donde le da la gana”. Su padre viene de una familia de agricultores del barrio de Chullo en Arequipa; su madre, también del mismo lugar, realizaba trabajo de oficina. Su papá estudió medicina, pero nunca pudo ejercer al enfermar muy joven. Una embolia cerebral provocó que no tuviera una relación cercana con él, de modo que su mamá cubrió esa imagen paterna.
Estudió en el colegio peruano-alemán Max Uhle. Recuerda que allí se prestaba mucha atención a las artes. Fue precisamente en quinto de secundaria cuando ganó “El cuento de las mil palabras”. Tras apostar por la literatura en Alemania, atravesó uno de los episodios más críticos de su vida. Su padre murió y su madre se quedó prácticamente sola, por lo que supo que estar lejos de casa no sería nada fácil.
En su llegada a un nuevo continente, dice haber tenido suerte. Algunos amigos y profesores que conoció en un intercambio escolar previo lo ayudaron con el alojamiento. Su primera amiga fue una señora nacida en 1900. A pesar de tener un inicio tranquilo en Alemania, el dolor por el fallecimiento de su padre fue moldeando lo que sería su visión de las cosas. De acuerdo a sus palabras: “Un tipo con mucha sensibilidad hacia la catástrofe y la desgracia”.
—Tus primeros trabajos se orientan al cine experimental. ¿Cómo surge tu acercamiento a este género?
—Yo me sentía en mi elemento con el cine experimental, incluso antes de entrar a la escuela de cine. En mi etapa universitaria anterior, mientras estudiaba literatura en la Universidad Libre de Berlín, conocí un departamento de audiovisuales de acceso libre para los estudiantes. Fue genial porque tenían cámaras, equipos de filmación, todo, y en esa época era muy difícil acceder a esas herramientas. El cine experimental no es tan narrativo, es decir, puedes grabar algo como que una chica sale de su casa, va a encontrarse con alguien, en el camino le pasa algo, se desvía. Sin embargo, tú muestras el rostro de esta chica, encima de esa imagen pones una flor, pones un carnero que pasa volando y escuchas frases de su diario. Era algo que yo emparentaba con la poesía. Esa libertad era la que me atraía.
—Tu estancia en Alemania fue bastante larga. ¿Hay algún evento de ese tiempo que consideres que ha marcado significamente tu vida?
—La caída del Muro de Berlín. Yo estuve presente, fui testigo de la historia. Un suceso con repercusiones globales. La Guerra Fría, la caída del imperio soviético, la victoria del neoliberalismo. En ese entonces, yo vivía en Berlín y tenía un rollo de romanticismo alrededor del darkismo en Berlín Occidental porque era una ciudad aislada, amenazada con la guerra nuclear, desconectada. Cuando cae el muro, se genera un nuevo territorio, nuevas fusiones, gente nueva. Es ahí que yo siento que mi ciclo en Alemania estaba declinando. Así, el cambio de siglo fue una señal para pensar que ya se está cerrando un episodio en Alemania y necesito reencontrarme con Perú.
“Y si te vi, no me acuerdo”
El primer largometraje de Miguel Barreda fue grabado en formato road movie y narra la historia de ‘Lagartija’, Eva y un alemán que terminan viajando juntos hacia Arequipa con distintos objetivos. Miguel recuerda que el guion de la película comenzó a gestarse en las aulas de Berlín cuando aún era estudiante. Para ello, pensó en su infancia, cuando recorría la carretera Panamericana con destino a Lima. Esas memorias se reflejan en los planos que escogió para su producción audiovisual. Diez años después de su grabación, la película se estrenó en el Perú en el 2011.
—En Perú has realizado una diversidad de películas, de distintos estilos y géneros. Algunas de ellas dan a conocer realidades distintas de las que se suele mostrar en películas comerciales. Además, abordas temas como la injusticia, impunidad, violencia contra la mujer. ¿Por qué quieres transmitir esas historias?
—Yo creo que, como creador, como artista, los temas te buscan, vienen a ti y te afectan. Pienso en qué me preocupa, qué me conmueve, qué me enoja. Entonces, sobre eso hago la película. Porque yo no entiendo el cine como la generación de productos de entretenimiento visual que te van a hacer pasar un buen rato. Yo considero que el cine, al menos las películas que a mí me gusta ver, son aquellas que las puedo volver a ver, que siembran algo en mí. Debería ser algo que me nutra de cierta forma y me lleve a otro lado. Ese es el tipo de cine que pretendo hacer.

—Bajo esa línea, ¿el cine debería ser político?
—El cine debe estar hecho con cariño, con respeto al espectador. Hay que ofrecer un buen producto. Ya sea una película de 200 millones de dólares o una de 10 000 soles hecha con dos personas. Entonces, hay películas que tienen la necesidad de ser políticas. Pero considero que a veces cometen el error de querer comentar la coyuntura política, querer enmendar la plana a los políticos. Creo que una película fracasa, al menos en contenido, cuando trata de decir “yo veo las cosas así, y esa es la manera correcta de ver las cosas”.
—“Yo no veo una sola película peruana que haya ganado absolutamente nada. Son muy malas estas películas. Nadie las va a ver al cine”. Esta es una frase del congresista Alejandro Cavero respecto al proyecto de ley promovido por su colega Adriana Tudela (que reduce la cantidad de estímulos económicos para la producción cinematográfica). ¿Qué percepción tiene sobre esto?
—A mí me llamó mucho la atención cuando comenzó todo este rollo, la mitad del Congreso quería legislar sobre cine. Yo creo que fue un momento como parte de una campaña o de una batalla ideológica a nivel mundial. Lo mismo decía Milei en Argentina, lo mismo que dicen los diputados de Vox en España. Es parte del discurso neoliberal que busca desprestigiar toda manifestación cultural que sea disidente. Pero a Cavero ya le han respondido todas las películas que han ganado premios en festivales importantes. Cuando lo escuchas, no tiene sentido ni siquiera responderle.
—Con relación al cine regional, primero existe un desafío para la producción ante recursos limitados y luego están los hábitos de consumo del público peruano. ¿Cómo tratar eso?
—Hace 20 años, las películas grabadas fuera de Lima tenían una proyección local, ahora tienen proyección internacional. El hecho de que no hayan tenido insumos no ha sido impedimento para hacer películas de buena calidad. Las películas de Óscar Catacora y su tío Tito están demostrando que saben aprovechar muy bien esos pocos recursos y hacen obras con una personalidad muy marcada y que, por tanto, merecen reconocimiento a nivel internacional. Por otra parte, yo creo que también es tarea nuestra la formación de audiencias. Yo soy de los que consideran necesario que se incorpore, en una futura legislación para el fomento de la industria cinematográfica, una cuota de pantalla: un porcentaje de las películas que se ven en los cines debe ser para películas hechas en Perú. No tiene que ser una imposición estatal, sino quizás un incentivo fiscal. Eso es voluntad política.
—¿Llenar una sala de cine es una señal de éxito o va más allá de eso?
—Es una señal de éxito comercial. A mí me encantaría que la sala de cine se llene cuando pase una película mía. Pero el éxito comercial no siempre es equivalente al éxito artístico, este no siempre es equivalente al éxito moral, y este no es equivalente al éxito emocional. Hay niveles. Creo que hasta cierto punto me ha costado mucho sacarme de encima el esquema del éxito como objetivo. Yo estaría muy contento de que una película mía reciba un premio en un festival, pero no es el objetivo. El éxito es como la felicidad, no es algo a lo que tú aspiras, sino es algo que surge. Con algunas películas he sentido que en un buen día de rodaje, en el que se logra un minuto de grabación artísticamente, en vestuario, iluminación, movimiento de cámara, y luego si ese minuto forma parte de la película, que se va a vender y lo verá mucha gente, esa es una señal de éxito.
—¿Por qué seguir haciendo cine?
—Hay una necesidad espontánea de mostrar ciertas imágenes, no puedes estar tranquilo sin mostrar cierta situación. Y esa necesidad se convierte en obligación moral. También es una cuestión de vanidad. El mundo no necesita películas. Pero sí, en cierta forma, es la paradoja de la manifestación artística. Si tú eliminas todo el arte de la historia de la humanidad, habría aviones, cafeteras, agricultura, pero sería un planeta aburridísimo. Por otra parte, esa nutrición espiritual que el arte te brinda dicen que es necesaria. A algunos, como a mí, nos ha tocado sembrar y cultivar esas cosas.