En el Perú, en donde la pandemia del COVID-19 ha contagiado a más de cuatro millones de personas y ha causado al menos 219.000 muertes, poco se sabe de las secuelas de la enfermedad. De la abrumadora cantidad de afectados, una cuarta parte se enfrenta a dolencias crónicas y lucha diariamente para retomar sus actividades cotidianas. Enfrascados en una batalla física y mental, estos pacientes reclaman la atención de la salud pública que parece poco interesada en ellos.
Por: Sebastián Blanco
Portada: Sebastián Blanco
Para salir de casa, Leonarda Contreras, de 55 años, debe dar unos pasos desde su habitación hasta la puerta principal. Transitar este tramo es suficiente para que el aire comience a faltarle. Ya no camina al ritmo de antes. Asienta los pies cuidadosamente en el piso de cemento, temerosa aún de que sus piernas se doblen en cualquier momento.
Tampoco duerme como antes. La espalda le duele a menudo, los músculos se le entumecen. Se acostumbraron a estar rígidos durante los veinte días que en el 2021 pasó en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de la Villa Mongrut, en San Miguel. A veces, tiene pesadillas. Aún recuerda a las personas que entraron con ella a la Villa.
A diferencia suya, muchos no regresaron a casa. Sin embargo, desde que fue dada de alta, ha tenido que luchar día a día con las secuelas agudas que le ha dejado la enfermedad. No es fácil hablar del tema, pero hace el esfuerzo por algo que cree necesario: que los pacientes como ella no sean olvidados.
-El Estado no se preocupa por los que sufren las consecuencias de la enfermedad -explica molesta-. Cómo me hubiera gustado recibir apoyo psicológico tras ser dada de alta.
Ana Medina, de 59 años, pasó 28 días en el 2020 en UCI en la Clínica Maison de Santé y, luego de recuperarse, ha visto cómo su memoria y su salud mental quedaron afectadas. “Después de sacarme de la clínica, no hicieron ni quince días de seguimiento. Creo que me llamaron dos o tres veces y listo”, reclama.
-Por supuesto, ni el Minsa ni la clínica se preocuparon por mí -enfatiza Ana.
Para ella, es muy importante que el Estado muestre interés por lo que ocurre con las personas que luego de superar la COVID-19 presentan molestias posteriores que afectan el desarrollo de su vida diaria.
“Nos quedan secuelas, dolores. Yo recuerdo haber tenido muchas alucinaciones”, señala Ana. Y, sin embargo, no recibió atención de ningún psicólogo durante o después de superar la enfermedad.
Una vocación inexorable

En el Perú, poco se conoce sobre las secuelas agudas de la enfermedad y cuántas personas las padecen. En otros países se han realizado numerosos estudios para descifrar los alcances de esta afección, también conocida como “COVID prolongado” o “secuelas pos-COVID”. Este último término es el más aceptado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En enero del 2022, un estudio realizado por la Oficina de Estadísticas Nacionales (ONS) del Reino Unido determinó que alrededor de 1.3 millones de personas informaron tener “COVID prolongado” hasta diciembre del 2021. Además, la investigación estableció que el 64 % de las personas que aseguraron tener estas secuelas, señaló que la enfermedad afectó sus actividades diarias.
Otro de los estudios más completos a la fecha fue publicado en agosto de este año en la prestigiosa revista médica británica The Lancet. Dicho trabajo determinó que al menos una de cada ocho personas contagiadas desarrolla un síntoma de COVID-19 prolongado.
El análisis fue realizado en Países Bajos, entre marzo de 2020 y agosto de 2021 y abarcó una muestra de 76.400 adultos. De ellos, al menos el 12, 7 %, sufrió de secuelas como dolor de pecho, dificultades respiratorias, pérdida del gusto, fatiga crónica o problemas de memoria.
Lamentablemente, en el Perú poco se hace para conocer más sobre estos trastornos. Eso es lo que piensa el médico infectólogo Augusto Tarazona, especialista que ha realizado la única investigación científica que existe sobre el tema en el país.
“Si vas y buscas ‘COVID prolongado’ en los registros del sector salud no vas a encontrar nada”, afirma Tarazona, quien fue viceministro de Prestaciones y Aseguramiento en Salud del Ministerio de Salud (Minsa), entre fines de 2021 e inicios del 2022.
“Eso es parte del problema, la ausencia de registros de este síndrome en nuestro país”, añade. Mucho de este desconocimiento es consecuencia del escaso interés por investigar este tema.
No existe una política de salud pública “basada en la ciencia o en la evidencia”, afirma el infectólogo. Mientras tanto, pacientes como Leonarda o Ana, lidian solitariamente con las secuelas post COVID y buscan ayuda por su propia cuenta.
Solo a finales de octubre de este año el Minsa aprobó la “Guía Técnica para la rehabilitación de personas afectadas por COVID-19”, cuya finalidad es establecer los procedimientos para la rehabilitación de personas afectadas por la enfermedad y prevenir secuelas y complicaciones posteriores.
Sin embargo, esta guía se centra en las secuelas desprendidas de casos severos y graves del coronavirus y no contempla las “secuelas agudas” que pueden afectar a cualquier paciente sin importar la gravedad de su enfermedad o presentarse tiempo después de haberla superado.
El cuerpo asediado: las secuelas físicas post COVID-19
“Se trata de una condición clínica en la que se presentan síntomas diversos en las personas que han sufrido la enfermedad, ya sea que hayan estado hospitalizadas o no”, precisa Tarazona.
La OMS tiene un apartado en su portal de noticias dedicado a explicar esta afección. En él, advierte que la evidencia de diversos estudios parece indicar que aproximadamente entre el 10% y el 20% de la población experimenta efectos a mediano y largo plazo después de recuperarse de la enfermedad inicial.
Los síntomas más comunes son el dolor torácico, la ansiedad, la depresión, la dificultad respiratoria, la fatiga, la fiebre, la pérdida de olfato o el gusto, la tos persistente, los dolores musculares y los problemas de memoria, concentración o sueño.
Tarazona indica: “Se han encontrado más de 200 síntomas. Pero de ellos, son frecuentes tres. Fatiga, es decir, agotamiento rápido; dificultad para respirar y disfunción cognitiva”.

El médico afirma que, a nivel mundial, hay datos estadísticos que señalan que entre el 13% y el 30 % de los casos de SARS-CoV-2 derivan en “secuelas post COVID”. Bajo estos parámetros, calcular la cantidad de afectados en el país es abrumador.
-Solo con la cifra más baja, el 13 % de tres millones de casos, estamos hablando de miles de pacientes -dice alarmado.
Esta es la situación de Leonarda. Debido a las secuelas agudas, no ha podido volver a desempeñarse como trabajadora del hogar y sobrevive gracias al apoyo de sus familiares, amigos y la venta de algunos productos cosméticos de la marca Natura.
Mientras conversamos, la noto intranquila. Se mueve leve, pero constantemente, de un lado a otro en la silla acolchada en la que está sentada.
-No puedo estar mucho rato sentada. Me duele porque me salieron escaras en la piel -revela. Por momentos, también siente que el frío penetra en sus pulmones y el temor vuelve. Si se agita mucho, rápidamente comienza a faltarle el aire.
-Mi cuerpo ya no resiste como antes- dice entre lágrimas.

La enfermedad también fue dura con Ana, quien es ama de casa desde hace muchos años y se enfermó en mayo del 2020. Tras ser internada, vivió la angustia de no saber el estado de salud de su madre, también contagiada del virus.
Solo cuando se encontraba mejor, uno de sus hijos le contó que su mamá había fallecido. Su muerte es una herida que aún está lejos de sanar: “Durante casi un mes no supe que mi madre se había ido. Recién al salir de la clínica me lo dijeron”, recuerda.
-Saber que tu mamá murió sin alguien al lado, que simplemente la metieron en una bolsa negra es muy doloroso -confiesa.
–¿No se diagnostican “secuelas post COVID”, “COVID prolongado” o “COVID de larga duración” en el Perú?
-No se está haciendo el diagnóstico -responde Tarazona-. No hay ninguna estadística al respecto.
–Y, si no hay estadística, entonces tampoco tenemos un registro.
Asiente en silencio. Pregunto nuevamente:
-¿No sería importante que el Estado brinde un tratamiento físico y psicológico a los pacientes?
-Debe ser parte de un programa nacional de rehabilitación -propone.
Para este reportaje, se intentó contactar a autoridades del Minsa. Ninguna respondió, salvo César Munayco, director ejecutivo de Vigilancia de Salud Pública del Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades (CDC) – Minsa.
Sin embargo, la comunicación con él fue escueta y solo mediante su secretaria. Munayco fue tajante al descubrir hacia dónde se dirigía la conversación. “Nosotros no tenemos datos de COVID prolongado. Solo referencias internacionales”. Después de esta revelación, no se concretó ninguna entrevista.
El exviceministro Tarazona sonríe. -Ese es el problema -comenta-. Sobre COVID prolongado en el país no existe nada.
-Así de frío está el asunto. Así de preocupante.
La lucha interna: las secuelas psicológicas de la enfermedad

La enfermedad también fue dura a nivel psicológico con Leonarda y Ana. En el caso de la primera, su salud física y mental se deterioraron simultáneamente. “Necesitaba cada vez más oxígeno, usaba un concentrador de oxígeno y ya no servía, no era suficiente”, recuerda con la voz resquebrajada.
-Cuando llegué a la Villa Mongrut, sentí temor, no sabía si iba a sobrevivir -dice.
-¿Qué te atemorizó más?
-Qué veía cómo a mi costado, al frente, al otro lado, sacaban cadáveres en bolsas negras.
Recuperarse no fue nada sencillo. «Tuve que volver a aprender a caminar o a comer. Dormir es un milagro. Pero, a veces, sigo escuchando los gritos de la gente».
Ana experimentó alucinaciones mientras estaba en UCI. «Mis hijos dicen que estoy media cucú», comenta riéndose. Decir que alguien está cucú es una forma de bromear con que está loco.
-Vi tantas cosas en mi cabeza. Parecían tan reales -menciona.
Para la psicóloga Katherine Casaverde, quien trabaja desde que inició la pandemia en la Villa Panamericana, la ansiedad y la depresión se han manifestado frecuentemente en los pacientes que han superado el coronavirus.
“Tenemos dos tipos de personas: quienes se han adaptado a esta enfermedad y quienes todavía están en ese proceso. Hay personas que se siguen limitando”, informa.
Además, cree que es importante trabajar la ansiedad que puede predisponer a pacientes con secuelas a experimentar ataques de tos, a que les falte el aire o a que sientan que se desvanecen.
Solo en el primer año de pandemia, la OMS informó que la ansiedad y la depresión aumentaron en un 25 % en su tasa de prevalencia mundial. Esa situación llevó a que muchos países incluyeran a la salud mental y el apoyo psicosocial en sus planes de respuesta a la enfermedad.
Sin embargo, no parece que en el Perú se haya brindado la suficiente atención a esta arista del problema. -Aún lidio con la depresión -confiesa Leonarda -. Me he preguntado tantas veces por qué me tuvo que pasar esto a mí.
Ella recrimina que, cuando los psicólogos la atendieron, solo era porque alguien insistía para que lo hicieran. Una vez recuperada, no hubo ningún apoyo por el estilo. «Yo he tenido que buscar mi atención», remarca.
-Cuánto he necesitado un doctor, un psiquiatra que me escuchara y me dijera “cómo estás” -dice con rabia.
“Los impactos a nivel emocional son altísimos dado que generan consecuencias en los familiares y en las personas que han padecido la enfermedad”, asegura el psicólogo Anthony Mendizábal, quien atendió pacientes de coronavirus en la Villa Mongrut.
Si bien la pandemia ha sido un evento importante para que los servicios de salud mental sean mejor valorados en la sociedad, él no está convencido de que haya avances suficientes, pues “no se invierte con total determinación en este campo”.
En ese sentido, Mendizábal sostiene que “una creencia espiritual desarrollada que vea a las actividades vinculadas a la fe en práctica ayuda muchísimo a la recuperación del paciente”.
La creencia en Dios fue un pilar al que Ana, Leonarda y tantos otros pacientes, se han aferrado.
–¿Cómo ha cambiado tu apreciación de la vida tras superar la COVID-19?
-Valoro a Dios más que nunca -responde Leonarda -. La familia que Dios me ha dado siempre ha estado al tanto de mí.
-Tanta gente rezó por mí. Gente que ni siquiera conocía -dice Ana. Estuve en las oraciones de todos ellos y estoy muy agradecida con todos los que me ayudaron.

Mendizábal señala que el Estado sí hizo un seguimiento mientras él trabajó en la Villa Mongrut. No obstante, no pudo precisar si después de dejar el recinto siguió ocurriendo lo mismo.
Esas llamadas pueden ser las dos o tres que Leonarda mencionó al inicio del reportaje. Ella está convencida de que el teléfono suene dos o tres días no es suficiente para apoyar a quienes luchan para recuperar su vida cotidiana.
-El post COVID-19 va a ser uno de los grandes problemas de salud en nuestro país-, subraya el infectólogo Augusto Tarazona.
Leonarda reflexiona. Señala:
-El Estado debería apoyar a la gente que lo necesita. Cuánta gente ha quedado mal y no hay nada. No mencionan nada de secuelas de COVID, no se preocupan por ayudarlos. Las personas necesitan apoyo.
Las personas no pueden ser ignoradas -añado. Ella asiente. Al menos, durante esta conversación, pudo expulsar las palabras que tenía atrapadas en el pecho.
