Para los reporteros de policiales no existen los horarios fijos ni los feriados. La muerte, su principal insumo de trabajo, llega sin avisar. A cualquier hora y en cualquier lugar. Quienes conforman esta legión deben ser capaces de confrontarla a diario. ¿Cuánto puede resistir un periodista cuya labor le recuerda día a día que a todos nos espera la muerte?
Por: Maira Flores
Portada: Cecilia Herrera
Óscar Chumpitaz, La República
A las nueve de la mañana, mientras los reporteros gráficos se preparan para salir de comisión, Óscar Chumpitaz, más conocido como ‘Chumpi’, está en su mesa de redacción navegando en la web de La República. Sus jornadas inician con una breve inspección a las noticias de la noche. Busca continuar alguna historia o empaparse de referencias antes de salir. Este periodista de ojos oscuros y achinados, de cabello corto y ondulado cubierto por una gorra, se inició en policiales en julio de 1987, en las filas del diario La República, y hasta ahora no se ha detenido. Su desempeño como reportero lo hizo ganador del Gran Premio Nacional de Periodismo en 2014.
Mientras sus compañeros salen de comisión, mientras el resto de la redacción se sumerge en la rutina cotidiana de la producción de noticias, ‘Chumpi’ empieza a recordar los pasajes de lo que podría llamarse su biografía como reportero policial.
Era el verano de 1988. Pudo haber sido la última semana de enero o la primera de febrero, de eso ‘Chumpi’ no está del todo seguro. Había terminado su jornada y estaba por marcharse cuando la practicante Miriam Maldonado lo convenció de acompañarla a cubrir una comisión de última hora. Se había registrado una explosión en San Juan de Lurigancho y la ciudad estaba sumida en la oscuridad. Durante el trayecto, ‘Chumpi’, Miriam y el fotógrafo que los acompañaba divisaron por la ventana del auto la silueta de la ciudad en sombras. Algunos cerros estaban encendidos por mecheros que formaban una hoz y un martillo.
Cuando llegaron a San Juan de Lurigancho, les avisaron que la explosión había sido cerca a la comisaría de Caja de Agua. Conforme se adentraban en por las calles, la oscuridad aumentaba. Al bajar del auto, apenas se podía ver. Entrevistaron a los vecinos y a los policías que estaban en el lugar, hasta que llegaron unos patrulleros y les pidieron despejar la zona para poder alumbrarla con los faros que habían traído. Solo entonces, se percataron que los restos del hombre que había depositado el explosivo estaban esparcidos sobre la tierra. La bomba había explotado antes de tiempo. En ese momento, ‘Chumpi’ vio las sandalias de Miriam salpicadas de sangre. En ese momento, ‘Chumpi’ tenía apenas 19 años. “Es una imagen terrible que no puedo olvidar”, dice.
´Chumpi´ recuerda que fue en 1989, pero no encuentra en su memoria el mes en que ocurrió. Desde Huancayo les llegó un cable informando sobre la detonación de una bomba en la iglesia matriz de Tarma. De inmediato le encargaron cubrir el atentado junto a un fotógrafo y otros dos compañeros.
Una vez en La Oroya, los pobladores les recomendaron no viajar a Tarma de noche ya que podían toparse con los militares que rebuscaban en las pertenecías de los viajeros. En el camino, apenas se vio la primera luz del alba, pasaron por pequeños pueblos deshabitados y comisarías pintadas con la hoz y el martillo. Siguieron avanzando y se toparon con un tráiler en llamas. Mientras el fotógrafo capturaba la escena, a ‘Chumpi’ lo perturbaba la idea de que algo andaba mal. Más adelante, sus temores se hicieron realidad: fueron interceptados por ocho sujetos que no parecían superar los 16 o 18 años, armados y cubiertos con pasamontañas. Dos de ellos se les acercaron, les ordenaron que bajaran del vehículo y que se sentaran sobre el parachoques.
Les preguntaron por tres periodistas del diario. Querían saber cuáles eran sus contactos y fuentes, pero ellos se negaron a revelar información. En ese momento descubrieron que sus captores no eran delincuentes sino senderistas. Antes de dejarlos ir les advirtieron que cerca de la iglesia se llevarían una gran sorpresa. A ‘Chumpi’ lo atemorizó la idea de encontrarse con otra columna senderista o con una pista minada.
Unos 200 metros más adelante los esperaban dos cadáveres y cada uno de ellos portaba letreros en los que se leía: “Así mueren los perros ladrones”.
Cuando llegaron a Tarma, contaron la historia al sacerdote de la iglesia atacada y a los policías. Ellos les informaron que los cadáveres pertenecían a dos delincuentes que salían a asaltar por las noches, tomando el nombre de Sendero Luminoso. La columna que los había interceptado tenía la misión de matar a los delincuentes, pero en vez de simplemente matarlos de un tiro, los habían dejado como coladeras.
Shirley Ávila, Perú21
El reloj marca las diez y veintidós de la mañana, Shirley Ávila acaba de llegar a su mesa de redacción en Perú21. Sus colegas están leyendo las noticias en sus computadoras. Ella se quita el saco y se sienta en la silla ubicada junto a una ventana que da al jirón Miro Quesada. Shirley Ávila tiene un amplio repertorio en policiales. Estuvo un año como practicante en La República, siete años como reportera y editora en Extra, nueve en Ajá y actualmente trabaja en Perú21. De cuerpo menudo, ojos achinados y expresión sosegada, desde que se inició en el periodismo, en marzo de 1995, tuvo claro que iría a policiales. No cree que la rutina de este trabajo la haya vuelto insensible, solo un poco más resistente. Su familia ya se acostumbró a que salga a trabajar en Navidad y Año Nuevo.
Una tarde de diciembre en 2001, Shirley se encontraba en el auto del diario, junto con su compañera Yoice Pacori. Mientras se acercaban a la avenida Grau, por el Estadio Nacional, divisaron en el cielo una gran nube de humo negro. Cerca a Abancay, decidieron bajarse del auto y caminar hacia el lugar del incendio: Mesa Redonda.
Las calles estaban cerradas, rodeadas de camiones de bomberos que entraban y salían sin parar. Shirley escuchaba a los peatones lanzar estimaciones sobre el número de víctimas. Una vez dentro de Mesa Redonda, el cuadro que contemplaron se parecía al de una película de terror. De todo lo que vio, recuerda claramente la figura de un hombre sentado y calcinado dentro de un auto.
“Cuando el resto de sus colegas ya abandonó la redacción, una alerta urgente puede llevarlos al otro extremo de la ciudad a permanecer el resto de la noche tratando de desentrañar un crimen”
Unos metros más allá encontró a una mujer abrazada a su hijo, ambos totalmente quemados, con sus cuerpos inmóviles en el piso. Había decenas de cadáveres regados a su alrededor. Los bomberos echaban agua sobre
la pista, ella miraba el cuadro devastador.
En ese momento, Shirley se percató de que los cuerpos estaban tan calcinados que las corrientes de agua arrastraban restos humanos por la avenida de Emancipación. Cuando los bomberos acabaron de apagar el fuego, se concentraron en abrir las galerías. Dentro estaba el grueso de víctimas asfixiadas por el humo. Yoice, su compañera, estaba llorando y el resto de periodistas no podían creer lo que ocurría.
Mientras Shirley termina de contar, no puede evitar que una lágrima se deslice sobre su rostro. Luego caen más. Con movimientos pausados, extrae papel higiénico de su bolsa negra, levanta sus lentes oscuros y seca sus mejillas. Trata de mantener la compostura.
Kevin Romero, Trome
A los 40 años, Kevin Romero, conocido por sus compañeros como ‘Cachito’ o ‘Peluca’, ha pasado por diferentes formatos: televisivo, radial e impreso. Trabajó en Cable Express, en Liberación, Panamericana Televisión y Radio Programas del Perú, en donde se mantuvo durante ocho años. Actualmente, trabaja en Trome.
Cuando Kevin dejó Panamericana, guardó los archivos de sus reportajes en casa. Una tarde, su madre quería ver una película y, sin darse cuenta, cogió una de esas cintas: era un operativo en el que Kevin acompaña a unos policías al allanamiento de una fábrica donde habían ocurrido unos crímenes. Su madre se estremeció con las imágenes. Lo primero que le dijo fue: “¿A esto te dedicas?”
De cabellera crespa y larga, de metro noventa de estatura y voz un tanto aguda, este reportero lleva 15 años en policiales. Cerca de las diez de la mañana, Kevin Romero cruza la plaza San Martín y se dirige a una fuente de soda del Jirón de la Unión. A esa hora ya se siente el bullicio de comerciantes, oficinistas y funcionarios. En ese escenario Kevin recuerda sus experiencias reporteriles.
Era una madrugada de junio de 2002 y a Kevin le habían pedido salir a reportear el caso de un policía que había perdido el control por beber demás y en un arranque de ira abatió con su arma a una persona con discapacidad. Los vecinos lo capturaron e intentaron lincharlo. Cuando Kevin llegó al lugar junto a su camarógrafo, lo primero que vio fue a una turba golpeando al policía. Le habían quitado el arma, lo arrastraban y lo estaban pateando. Ese día Kevin tuvo que cubrir cinco casos más: dos muertos por bala, uno por cuchillo, otro por atropello y un aparente suicidio. Ese día llegó a la redacción a las diez de la noche y debió irse a la mañana siguiente. Por lo general esas jornadas solo se repetían los viernes o sábados, cuando le tocaba trabajar en calle.
“Pasaron quince años para que se atreviera a confesar a sus padres su rutina de trabajo: una tarde podía escuchar confesiones de terroristas, adentrarse en zonas peligrosas de la ciudad u observar la escena de un crimen”
A lo largo de su carrera, Kevin ha hecho de todo un poco: camarógrafo, reportero, radio operador e investigador. Uno de los casos que más recuerda le ocurrió mientras era radio operador en Panamericana. Estaba trabajando durante la madrugada, cuando recibió la llamada del comandante de la comisaría de Miraflores. Este le informó de la captura del líder de una banda de extorsionadores chinos llamados ‘Los mandarines’. Durante la presentación del intervenido, a Kevin le avisaron que cerca de ahí habían detenido a un ciudadano chino por amenazar a un peatón con su arma. Se trataba de un hombre que se encontraba dentro de su camioneta con su enamorada, cuando un transeúnte le lanzó un piropo. De la rabia, el hombre se bajó, mostró su arma y empezó a disparar, pero no lo mató.
Como se trataba de dos casos de ciudadanos chinos, el equipo policial decidió informar sobre ambos hechos en una sola nota de prensa. Tras difundirse la noticia, un grupo de empresarios, víctimas de extorsiones, llamó al comandante de Miraflores para felicitarlo. “Gracias, han capturado al cabecilla de la banda del Dragón Rojo en el Perú”. El oficial se sorprendió y aclaró que solo habían apresado a la banda de ‘Los mandarines’. Los empresarios insistieron: el sujeto despechado que disparó en la calle y a quien vieron en el noticiero de Panamericana, era el líder del Dragón Rojo. Tenían razón. El ciudadano chino intervenido por alterar el orden público era Xu Lu, líder de la banda del Dragón Rojo. La aparición de la nota de Kevin en Panamericana permitió que los empresarios adviertan que era un delincuente de alto vuelo. Todos los medios le dedicaron portadas y especiales al caso el fin de semana.
Estas historias son una pequeña muestra de cómo la vida del reportero de policiales se ve envuelta constantemente por el azar. En los momentos menos esperados, cuando el resto de sus colegas ya abandonó la redacción, una alerta urgente puede llevarlos al otro extremo de la ciudad a permanecer el resto de la noche tratando de desentrañar un crimen. Un mensaje de texto puede llevarlos de pronto a conocer la historia oculta de quien acaba de dejar este mundo por mano ajena. No todos están preparados para ver a la muerte a diario. A ellos y ellas no les queda otra. Este es el trabajo que han elegido.