Una joven cusqueña de la comunidad campesina de Occopata se ha convertido en difusora del quechua, su lengua materna y el idioma que comparte con otros 14 millones de latinoamericanos. Con más de 30 mil seguidores en Facebook, Soledad Secca, también conocida como ‘Solischa’, cuelga videos en los que muestra las costumbres de su comunidad y defiende la identidad cultural de los pueblos originarios. Un smartphone le basta para compartir con espontaneidad y carisma desde ceremonias andinas tradicionales hasta fragmentos de su vida cotidiana en el campo.
Por: Killa Cuba
Portada: Facebook Solischa
La señal de internet suele fallar en Occopata, un pequeño pueblo ubicado a veinte minutos de la ciudad de Cusco. Cuando se queda sin conexión, a Soledad Secca, estudiante de Antropología de la Universidad Nacional San Antonio Abad, no le queda más remedio que montar su bicicleta y pedalear en busca de un lugar donde encontrar cobertura de internet. Su lugar favorito para estudiar es un cerro que está a veinte minutos de su casa y tiene una vista panorámica de la ciudad. Allí, con la ayuda de su madre, levantó una pequeña choza con paja y ramas secas. Una tabla de madera cubierta con un manto andino colocada sobre dos piedras le sirve de mesa, un panel solar portátil le provee de batería y un cuero de oveja es imprescindible para no tener que sentarse en el suelo.
El refugio le sirve para protegerse del frío cuando tiene que conectarse a sus clases durante la noche. Pero hoy es un día soleado y además tiene compañía: su hermano menor y su prima. Los ayudará a ponerse al día con las actividades de Aprendo en Casa, el programa de educación a distancia del Estado. Los tres van en bicicleta pero el trayecto les tomará más tiempo de lo usual porque Soledad se detiene a menudo para acomodar su celular y grabar algunos trayectos del recorrido. Son las imágenes que necesita para un nuevo video que publicará en sus redes sociales. Es algo que hace cada vez con más frecuencia. Tiene una página de Facebook con más de 30 mil seguidores interesados en ver el contenido que difunde desde hace un año.
Soledad se convirtió en influencer casi sin haberlo planeado. Todo comenzó cuando decidió usar como fondo de pantalla de su celular una foto en la que salía trabajando en la chacra. “¡Qué bonita foto! ¿Por qué no la publicas en tu Facebook?”, le dijeron sus compañeros de la universidad cuando vieron la imagen por casualidad. Lo pensó un par de días antes de atreverse a subirla. Colocó una frase en quechua y su traducción al castellano en la descripción. Lo hizo con la intención de poner en práctica las reglas de escritura que estaba aprendiendo en la Academia Mayor de la Lengua Quechua. No esperaba las cientos de solicitudes de amistad que le llegaron después de esa publicación. Ella las aceptó todas.
Desde entonces, cualquier foto que sube la acompaña con una descripción en quechua. Con esa cuenta de Facebook también se dio a conocer como Solischa. Así le llamaban en su pueblo cuando era pequeña. La sílaba cha al final de su apodo es un sufijo quechua que expresa un diminutivo. “Solischa, queremos que nos enseñes en quechua”, “haz videos”, le pedían sus amigos de internet. Ella accedió y subió sus primeros videos hablando en quechua.
Su popularidad aumentó tanto que Facebook ya no le permitía recibir más solicitudes de amistad. Había llegado al límite de amigos que se puede tener en la red social. “Tú podrías ser influencer. Crea un fan page”, le sugirió uno de sus primos. Dos meses le tomó a Soledad convencerse de que era una buena idea hacerlo. Creó la página y los amigos de su cuenta personal comenzaron a seguirla por ahí. Luego se sumarían otros miles.
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Tras un largo día de trabajo en la chacra, Soledad, al otro lado de la línea, dice que está lista para esta entrevista. Esta es la segunda que ofrece. La primera fue un par de horas antes para el programa Jilatakunapaye, de Radio Nacional. “Me puse muy nerviosa, era la primera vez que usaba la plataforma Zoom e incluso la señal de internet estaba fallando”, cuenta con algo de preocupación. En seguida se presenta: “Soy Soledad Secca Noa. Nací y crecí en mi comunidad Occopata (…)”. Su lugar de origen es casi tan importante como su nombre para definir su identidad.
—¿Qué te motivó a publicar tus primeros videos?
—Ya que la gente me pedía que haga videos, comencé a averiguar de qué se trataba. Me inspiré en un youtuber que admiraba bastante. Se llamaba Wayna Mantilla. Era un joven apurimeño, de Cotabambas, que murió hace dos años. Veía sus videos. Era muy bonito el quechua que enseñaba. Yo me decía: «Yo también hablo así, ¿por qué no podría hacer algo parecido?». Así comencé a motivarme. Ese joven me inspiró bastante. Recuerdo que me grababa practicando para ver si me veía igual que él.
—Es impresionante la cantidad de seguidores que has conseguido…
—Creo que muchas personas se han sentido identificadas porque en los videos me muestro muy natural. Aunque en público soy muy tímida y en las entrevistas me puedo poner nerviosa. Me gusta mostrar la realidad. No preparo escenas ni actúo. Los videos que hago son muy espontáneos. Quizás las personas ni se dan cuenta de que los estoy grabando. Aunque por respeto no les grabo la cara sino solo lo que están haciendo porque puede haber problemas. No a todos les gusta que los graben. Eso cuido bastante. A mis tíos ya les he dicho. Algunos han entendido, pero otros no quieren salir, por eso trato de cuidar la identidad. No les aviso que les estoy grabando porque ya no se comportan de manera natural y yo quiero que se vea así. A veces me dicen «Solischa, no puedes hacer eso. Si quieres ser youtuber tienes que modificar, hacer un poquito de actuación». Pero eso no es lo mío. Quiero mostrar la realidad. He grabado la cosecha y todo lo que estamos haciendo. Muestro mis vivencias que a la vez son las vivencias de muchos aquí.
—¿Cómo percibes los comentarios de tus seguidores?
—La mayoría de comentarios son positivos, constructivos y muy halagadores. Incluso pienso que no los merezco y que debo mejorar para llegar a merecerlos. Me gusta cuando las personas se identifican e incluso comentan en quechua a pesar de que a veces no saben escribirlo bien. Pero lo importante es que lo están haciendo. Los estoy incentivando a escribir. Cuando aún usaba mi cuenta personal, leía comentarios de personas que nunca imaginé que podían escribir en quechua, yo me sorprendía de que ya no sintieran vergüenza. Eso es lo que más me gusta, se han sentido muy identificados y se han mostrado.
Soledad no parece ser una chica tímida, como aseguró hace unos minutos, al menos no lo demuestra durante esta conversación. Habla rápido, con soltura y salta de un tema a otro entre anécdotas e ideas que a veces se le ocurren a la mitad de una oración. Soledad tiene mucho que decir.
Polleras versus pantalón, una cuestión de identidad
“A mí siempre me ha gustado ponerme polleras, pero mi mamá no quería que me vista así por el ‘qué dirán’, la pollera es sinónimo de atraso”, cuenta. El pantalón y el castellano llegaron en combo a su vida. Cuando Soledad tenía seis años, la transfirieron a un colegio en la ciudad y su madre dejó de vestirla con polleras para protegerla de las miradas o burlas. En el Perú, ocultar los indicios que demuestren tu origen indígena es un mecanismo de defensa para sobrevivir al racismo y a la discriminación. Por eso, es un acto transgresor que una joven de 22 años decida usar polleras como lo hacen las mujeres mayores de su pueblo, y hable con naturalidad, ante miles de personas en internet, una lengua cargada de estigmas que suele reservarse para el ámbito privado.
Pero Soledad no siempre se sintió tan segura de su identidad. Años atrás, cuando no tenía miles de seguidores que la admiraran por difundir y reivindicar la cultura quechua, mientras estudiaba un curso vacacional en un colegio privado, lamentó su origen andino. «¿Por qué he tenido que ser del campo? ¿Por qué he tenido que hablar este idioma? ¿Por qué he nacido con esta piel?», recuerda que esas preguntas rondaban su mente. Eran lamentos comprensibles en una niña que pronto comprendió por qué sus compañeros no querían hablar con ella y la trataban mal. Para ellos, Soledad era “diferente”.
“Nunca me habían preguntado cómo me sentía, tampoco se lo conté a mi mamá. Durante muchos años he tenido baja autoestima y he llegado a sentirme avergonzada”, cuenta con alivio de poder conversar sobre su pasado.
Cuando cumplió veinte años, a Soledad dejó de importarle lo que la gente piense de ella y comenzó a usar polleras en su vida cotidiana. Podría pasar desapercibida, vestir pantalón, dejar de hablar su lengua materna, y abandonar las costumbres de su pueblo, pero Soledad se cansó de reprimir su identidad. “Ya soy mayor, puedo decidir y decido vestirme así. Uso tanto polleras como pantalón. Ya no tomo en cuenta el estigma y solamente me dejo llevar. Ahora mi mamá me entiende y me apoya”, dice orgullosa de su decisión.
—En una de tus primeras publicaciones acompañas una foto con la frase «Soy quechua y decido mostrarme como soy». Vivimos en un país racista en el que exhibir tu identidad no está normalizado, tuviste que tomar una decisión pese a todos los comentarios negativos…
—Tienes toda la razón. Yo me pongo pollera cuando bajo a Cusco a vender mis productos o a hacer el mercado. Así voy más tranquila. Solamente para estudiar me pongo pantalón como cualquier chica. Pero yo experimento ese trato diferente. Cuando estoy con pollera me tratan de distinta manera que cuando voy con pantalón. Uno debe poder decidir qué es lo que quiere usar, por eso puse esa frase, porque yo pienso que no deberíamos ocultar o fingir. Quizás hay mucha gente acá en mi pueblo, otros jóvenes, que también quisieran vestirse así, pero no lo hacen porque la gente se puede burlar. Tienen miedo a eso. En cambio yo decidí, estoy en ese proceso de ser más fuerte.
—¿En qué momento de tu vida decidiste expresar tu identidad libremente sin que te importe lo que piensen de ti?
—Cuando empecé a estudiar Antropología. Gracias a esta carrera aprendí a ver las cosas de otra manera. Me sentí más orgullosa e identificada y decidí mostrarme. Cuando inicié la carrera seguía con un poco de miedo porque era bastante tímida, pero con el tiempo comenzaba a asimilar los conceptos. Creo que la decisión fue más firme cuando puse ‘Solischa’ como mi nombre en Facebook. A pesar de que me decían: ‘¿Cómo te vas a poner ese nombre?’. Ahí es donde inició todo. Luego colgué la foto en la que me mostré con una pollera. Yo quería ponérmela desde que era pequeña. Creo que es una decisión que quizás muchos no tomarían. Incluso cuando comencé a usar polleras en mi pueblo, mis tías me bromeaban, decían que me parecía a mi mamá. Al inicio fue así, pero ahora ya es normal. Incluso creo que estoy influyendo en las niñas, les está gustando ponerse polleritas.
—¿Cómo la Antropología te enseñó a valorarte?
—En mi carrera estudiamos la cultura. Ahí comprendí que en el mundo hay muchos modos de vida, distintas creencias. Recién entendí que yo no pertenecía a lo que aspiraba. Lo mío es esto, no puedo cambiar mi mundo. Me enseñaron a ver todo de distinta manera. La universidad ha sido la clave porque quizás me hubiera deprimido si hubiese decidido elegir otra carrera. Creo que el destino me ha traído a estudiar Antropología. La elegí por descarte cuando me preparaba para la universidad. Casi no tenía noción sobre la Antropología, sólo me animé porque los antropólogos viajan mucho. Pero poco a poco fui entendiendo. Era eso lo que siempre había querido. En el colegio no te enseñan esto. Creo que deberían enseñarnos, debemos fortalecer nuestra autoestima porque a veces los profesores no ayudan, más bien todo lo contrario…
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Los videos que publica Soledad son una suerte de pequeños fragmentos de un documental amateur costumbrista. Ella aprovecha las actividades tradicionales en las que participa y registra todo con su celular para luego compartirlo en sus redes sociales. También se graba mientras explica el contexto de las costumbres de su tierra. Habla alternando quechua y castellano con espontaneidad.
La marca de agua de la aplicación gratuita que utiliza para editar sus videos delata los limitados recursos que tiene a su alcance para mantener activas su página de Facebook y su canal de Youtube. Dice que le encantaría ofrecer contenido de mayor calidad, aunque a su audiencia no parece importarle demasiado. Su carisma y soltura al hablar son suficientes para olvidar aquellos detalles.
“Muchos me dicen que traduzca mis videos. A mí no me gusta traducir todo porque se pierde la esencia del mensaje”, dice Soledad. Y no es difícil comprender a lo que se refiere. Los fragmentos en quechua tienen una carga emotiva muy particular. Después de hacer una breve pausa agrega:
—Aunque hay muchos que no saben, por eso trato de traducir algunas partes. El idioma es como una frontera. Es bueno traducir para que entiendan el contexto. Mis próximos videos serán traducidos. De eso se trata la interculturalidad. Un idioma no debe ser limitante. Puede ser un poco discriminador, se deben sentir mal los que no entienden.
—¿Por qué decidiste aprender a escribir en quechua?
—Yo no sabía escribir porque el quechua es un idioma oral pero quería expresarme escribiendo. Era mi sueño. Por eso me inscribí en la Academia Mayor de la Lengua Quechua. Ahí aprendí. No es tan difícil cuando uno ya lo habla. Pero para las personas que no hablan, sí es complicado. Tenía compañeros mayores, muchos estudiaban para algún trabajo. Varios eran docentes porque se necesitan profesores bilingües, otros eran abogados o guías. En mi caso era porque solo quería aprender. Mis papás y compañeros me decían: «¿Para qué vas a estudiar si ya sabes quechua?». Yo respondía que quería aprender, quería saber más.
—¿Qué idioma usas mayormente para comunicarte?
—Con mi familia y con mis paisanos, no importa donde esté, solo puedo comunicarme en quechua. Es algo automático porque cuando me encuentro con mis paisanos en la ciudad les hablo en quechua a pesar de que a veces me responden en castellano. A mí no me nace. En cambio con mis compañeros de la universidad hablamos en castellano, por más que ellos también hablen quechua. Es diferente. Creo que es por la familiaridad. Se me hace difícil hablarlo con las personas con quienes normalmente hablo en castellano. No es que quiera ocultar mi idioma. En la universidad me gustaría hablar en quechua pero no sé qué pasa, no me nace como en mi pueblo. Tal vez es por el ambiente. Es algo que no me he explicado hasta ahora. Creo que se trata de agarrar confianza y romper ese estigma. Aunque ya estaba superándolo porque, la última vez, ya estábamos comenzando a hablar en quechua con mis compañeros cercanos.
—¿Sientes que este idioma tiene algo particularmente especial?
—Sí, por eso justamente decidí estudiar la gramática. Hay palabras en quechua que no tienen traducción exacta en castellano. Fácilmente podría escribir todo en español pero el mensaje se transforma. Hay términos que no se pueden traducir literalmente. La manera de preservar una lengua es escribiéndola. Hablarla no es suficiente. Escribiendo hacemos que se mantenga la lengua. Eso es importante.
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Para Soledad, el día comienza a las 5 de la mañana, cuando asoman los primeros rayos de sol. A esa hora el frío suele ser tan intenso que no puede permanecer más tiempo en la cama. Necesita estar activa, moverse para calentar el cuerpo. Cuando dispone de tiempo libre durante el día, no comienza su rutina diaria en polleras. Se viste con un buzo deportivo y zapatillas. Así se siente más cómoda para recorrer en bicicleta los cerros que rodean el pueblo en el que nació. Ella está convencida de que la actividad física es importante para llevar una vida saludable, y explica que es muy diferente al esfuerzo físico que implica el trabajo en la chacra.
—¿Fue duro volver a adaptarte a la vida en el campo?
—Claro, al inicio mis primos me molestaban. Subí un video sobre eso inspirándome en las palabras de mi hermanito que decía: «¡Ay!, estoy cansado de la chacra, ahora quiero estudiar». Me ha chocado también porque estaba más enfocada en los estudios. No rendía como antes. No es que era vaga, sino que avanzaba lento. Creo que a muchos les ha pasado lo mismo, pero se habrán tenido que adaptar con el tiempo. Muchos se habrán rendido también.
Pese a lo agotador que puede ser dedicarse al trabajo agrícola, Soledad está contenta porque la cuarentena le ha dado la oportunidad de aprender más sobre el oficio de su madre. “No es tan difícil como piensas. Cuando uno se acostumbra ya lo disfrutas”, dice convencida de que nada es completamente fácil en la vida. “Se requiere sacrificio tanto en la ciudad como en el campo. Hasta los que estudiamos sufrimos. Piensan que no hacemos nada, que somos vagos, pero también nos cuesta. ‘¿Quién no va a sentir cansancio?’”, añade.
Su recompensa es la satisfacción de poder alimentarse con el fruto de la tierra que ella labró con sus propias manos. “Cuando trabajas duro, comes rico. Todos los días hacemos huatia en tiempos de cosecha. Es lo que más me gusta”.
El nuevo semestre de su universidad inicia pronto. Soledad tendrá que volver a dividir su tiempo entre las tres facetas más importantes de su vida: ser campesina, estudiante de Antropología e influencer.