Alumna de la Facultad de Artes Escénicas, Javiera Arnillas Cartagena (Chincha, 1995), es una mujer trans que busca en la actuación y el modelaje espacios para mostrar su talento. Hacer visible su identidad de género implicó muchos rechazos, pero también respaldos en su entorno más íntimo. Después de haber protagonizado su primera película (‘Sin vagina, me marginan’), Javi cuenta su transición a ratos tortuosa pero feliz.
Por: Diana Bueno
Portada: Diana Bueno
Era marzo de 2016 y los alumnos regresaban a clases. Javiera ya había iniciado su transición de chico a chica y andaba alerta a todo lo que sucedía a su alrededor. Una mañana decidió entrar al baño de mujeres. Era su primera vez. El azar la condujo a los servicios del imponente edificio Mac Gregor. Ingresar a ese recinto íntimo, signado con un símbolo femenino, fue el punto de partida para hacer pública su condición de mujer. Las miradas y comentarios transfóbicos no la intimidaron. Por fin Javiera sentía que estaba logrando, con pasos cortos pero firmes, lo que antes no se atrevía a hacer. El temor la invadía. Es un sentimiento que persiste hasta hoy.
Dos años han transcurrido desde que Javi, como la llaman sus amigos, inició su transición hormonal y psicológica. Ahora estudia teatro y es una mujer trans. Esbelta, espigada, risueña; es inevitable que su figura llame la atención cuando camina por la universidad.
Javiera nunca se identificó con su genitalidad. En sus años de infancia jugaba con muñecas y se recuerda pidiéndole a su madre que le compre una barbie más. Entonces fantaseaba con cuentos de hadas: “Eran historias de princesas; un gorila, como King Kong, me raptaba y luego un príncipe venía a salvarme”. Javiera era visto como un chico afeminado. Ella se asumía como una persona no binaria.
En la adolescencia empezó a usar labiales, sombras y tacones. No tuvo reparos en mostrarse así en casa. Su madre, que ahora vive en España, sentía miedo cuando la veía transformarse. Era el temor común de toda mamá, temor a que su hijo sufriera violencia o discriminación. Nunca la reprimió.
La relación con su progenitor, en cambio, fue más tensa. Hablar de él la llena de sentimientos encontrados. Aflora la nostalgia por el padre que ya no está en este mundo, pero también el recuerdo de un hombre, a veces prepotente, pero sobre todo parco, con muchas dificultades para expresar sus sentimientos. Ese hombre, reconoce, siempre se preocupó por su bienestar, siempre estuvo pendiente de ella. “Mi papá siempre me veía como un chico afeminado, solo una vez sentí que rechazó mi identidad”.
Tenía quince años cuando se enamoró de un muchacho. Recordar ese momento es doloroso. Su voz se quiebra, a ratos se apaga. Sus ojos empiezan a brillar por las lágrimas que no deja caer. Eran amigos inseparables en el colegio. El chico sabía que su pata del alma era gay, lo que ignoraba era la atracción que le despertaba. Un día, echados en la cama del chico, ambos empezaron a mirarse fijamente. Javi le preguntó: “¿Qué harías si yo te beso?”. Ahora recuerda con dolor la respuesta: “Ojalá fueras mujer, solo así podría estar contigo”. Luego ella se fue y no paró de llorar hasta llegar a su casa.
La tristeza que sobrevino no fue solo por ese (primer) amor imposible. Javi entendió entonces que aspirar a tener una pareja no sería fácil. A menudo se ilusionaba tarareando la letra de una canción de Camilo Sesto: “A escondidas tengo que amarte, a escondidas como un cobarde, cada tarde mi alma vibra, mi cuerpo arde, a escondidas, cada tarde te siento piel de ángel». La soledad ha sido desde entonces una compañera frecuente. A Javi le ha resultado muy difícil encontrar una persona que la ame y la acepte tal y cómo es. Los amigos con los que se reúne con frecuencia son objeto de burlas o de críticas por salir con ‘un hombre que se viste de mujer’. “A ellos les da miedo y vergüenza que los vean conmigo”.
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La actuación apareció muy temprano en su vida. Tenía diez años cuando su tía la matriculó en un curso de teatro musical. “Desde ese momento me di cuenta de que lo mío era actuar, soñaba con ser actriz”, asegura Javi. Sabía, sin embargo, que en casa no verían con buenos ojos que estudie teatro. Por eso pensó en postular a periodismo.
Ingresó y todos parecían contentos, menos ella. A la hora de dejar Estudios Generales Letras y pasar a facultad, pidió su traslado a la Facultad de Derecho. Una vez allí, en vez de estudiar leyes, se abocó al activismo, mientras mantenía latente el sueño de dedicarse a la actuación.
2015 fue un año cargado de dolor e incertidumbre, pero también de oportunidades. Su padre murió y los problemas económicos aparecieron en casa. Poco después Javi accedió al seguro de renta educacional. Ante la muerte del familiar que cubría los gastos del estudiante, este seguro universitario asumió los gastos de su formación académica.
En medio de la desgracia, llegaba el momento propicio para dar un giro y hacer lo que había soñado; dejar las aulas de Derecho y trasladarse a la Facultad de Artes Escénicas: “Soy una afortunada, el porcentaje de mujeres trans que tienen acceso a la educación es muy bajo”, dice al respecto.
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Los insultos y las burlas fueron más intensos y frecuentes cuando ella empezó su transición. Prefiere no mencionar las palabras y gestos que le lanzaron. Había empezado un tratamiento hormonal, pero los resultados solo se verían al cabo de un tiempo, algo que Javi no entendió en un principio. Un amigo le recomendó ir a Féminas, un colectivo de chicas trans que procuran ayudarse en el tratamiento hormonal y el apoyo psicológico imprescindible para enfrentar a una sociedad que las estigmatiza y reprime.
En Féminas, Javiera entendió que cada proceso de transición es distinto, depende de la anatomía y el metabolismo de cada persona. En su caso, sus glándulas mamarias empezaron a crecer. La grasa empezó a acumularse en sus caderas, en sus piernas y en su cintura. Su cuerpo se feminizó.
Era lo que siempre había soñado, lo estaba logrando. Su transición continuó. Al tratamiento hormonal se sumó la cirugía. Este año decidió finalmente hacerse un implante de senos.
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Luego de esta transición corporal y psicológica sobrevino el rechazo social. Lo vivió a diario ni bien salía de casa. En la calle, en el transporte público y también en la universidad. Todavía usa una tarjeta de identificación (TI) con un nombre masculino. “Ese documento no me representa”, protesta Javi. Eso, afortunadamente, cambiará a partir del próximo año.
Hasta el semestre pasado Javi tenía problemas para ingresar a la biblioteca porque su nombre y foto registrados correspondían a su pasado (cuando era Javier). Por el mismo motivo tenía dificultades para comprar un menú universitario.
Algunos profesores insistían en llamarla ‘Javier’ en la primera semana de clases. Y aún persisten por allí las miradas invasivas y los cuchicheos cuando la ven pasar por tontódromo.
A pesar de todo, Javiera reconoce que la PUCP es uno de los pocos lugares donde se siente segura. Dice que en la Facultad de Artes Escénicas ha conocido a ‘gente maravillosa’, profesores y alumnos que la respetan y la motivan a superarse en su formación como mujer y actriz trans.