Si a alguien debemos recordar hoy, 28 de junio, en el Día del Orgullo LGTBIQ, es a Giovanny Romero Infante: activista, académico y marica. A pesar de su corta vida, dejó una marca profunda en la lucha por defender la diversidad y muchas lecciones que merecen ser recordadas.
Por: Alexandra Ampuero
Portada: Nancy Peña
Giovanny Romero Infante murió a los treinta y un años. Supo que era portador del VIH cuando tenía diecisiete, pero fue hace un año y medio que su cuerpo empezó a rechazar el tratamiento que seguía para mitigar los males y complicaciones que el virus provoca en una persona contagiada.
Las dolencias lo llevaron a buscar un cambio de la medicación, necesitaba otra clase de retrovirales. Mientras los médicos evaluaban cuál era la terapia más adecuada, Giovanny perdía peso, no asimilaba los alimentos. Le habían dicho que tenía las defensas bajas, y él sentía que su salud se deterioraba, pero aún así siguió con su rutina de viajes y trabajo. En los primeros días de enero ingresó al Hospital Arzobispo Loayza por un cuadro de neumonía que, luego de dos semanas, devino en un paro respiratorio fulminante. Una de sus mejores amigas, Ana Luna Guillén, cuenta que él le dijo que no se quería ir. Gio luchaba por su vida.
“Gio”, como lo llamaban sus amigos, fue un reconocido activista por los derechos de la comunidad LGTBIQ, los derechos de gays, lesbianas, transexuales y demás minorías sexuales. Su historia en esa lucha empieza en 2002, a los catorce años, cuando llega al MHOL (Movimiento Homosexual de Lima) con uniforme de colegio, pidiendo integrarse al movimiento, aunque sea de manera clandestina. El principal temor de los dirigentes era que los puedan denunciar por admitir menores de edad. “También por los posibles vínculos emocionales, afectivos y sexuales que el MHOL no pueda controlar y que podrían comprometer al movimiento”, dice Tito Bracamonte, quien entonces era presidente de la organización.
A pesar de eso, la comunicación fluida entre Tito y Gio hizo que el adolescente pase a formar parte de uno de los grupos de trabajo. Seis años después, cuando ya había cumplido veintiuno, Gio se convirtió en el presidente más joven del MHOL.
Tito fue el primer y último jefe de Giovanny. Al principio en el MHOL y luego en la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Se volvió un constante guía en la vida de Giovanny, tanto en el ámbito laboral/activista como en lo personal: Tito fue uno de los primeros en enterarse de su diagnóstico positivo al VIH. “No hubo mayor angustia en él, aunque no tenía claro desde cuando pudo haber adquirido el virus”, recuerda.
“Tuvo poca reserva con el tema. Luego de contármelo, lo compartió inmediatamente con los que tenían compromisos dentro del movimiento y los responsables de las organizaciones con las que trabajábamos”, refiere Tito. Según él, aceptó la noticia con responsabilidad y optó por comprometerse más con la lucha por el acceso universal al tratamiento del VIH. Tal así que, años más tarde, dedicó a este tema estudios académicos, artículos periodísticos y hasta su tesis de maestría.
Durante sus últimos dos años vida, Gio cursó la maestría en Género y Desarrollo, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Una de sus profesoras fue la poeta, periodista y hoy congresista, Rocío Silva Santisteban, quien en el velorio recordó a Giovanny como un alumno “riguroso y metódico”.
Diana Miloslavich, vocera de la ONG Flora Tristán y amiga de Gio, cuenta que él tenía muy claros los conceptos de género, manejaba muy bien los temas de legislación, derechos, lucha por la igualdad y era convocado por ellos para dictar talleres de capacitación. Recuerda que en una reunión, Flor Pablo, entonces ministra de Educación, contó que comprendió muy bien algunos aspectos sobre la identidad de género en un taller del MHOL “dictado por un chico muy joven: ese era Gio”.
Gio hizo la secundaria en un colegio de corte militar. Allí fue víctima de la violencia homofóbica de sus compañeros. Tito Bracamonte cuenta que fue “un niño chiquito, gordito y visiblemente mariquita”. Así, su mejor manera de responder al bullying fue destacando en rendimiento académico: fue el “chancón” de la clase, obtenía las notas más altas, para luego tener a todo el mundo detrás pidiéndole ayuda en las tareas. “Entendió que para convivir con los demás, tenía que hacer una chamba adicional”, refiere Tito.
Cuentan sus allegados que Gio supo enfrentar la discriminación. Carlos León Moya recuerda que una vez, en el bar Queirolo, Giovanny “dijo algo relacionado a su presidencia en el MHOL y en la mesa de al lado, un tipo sacó una cuchilla inmediatamente”. Giovanny se percató de la amenaza y lo comentó en voz baja, y sin asustarse, continuó conversando con sus amigos. León Moya se pregunta ahora la cantidad de veces que Giovanny debió estar en situaciones similares al punto que desarrolló esa actitud calmada ante los recurrentes episodios de discriminación.
También hizo militancia partidaria. Formó parte del Partido Socialista cuando esta organización era presidida por Javier Diez Canseco e impulsó la primera Secretaría de Diversidades dentro del partido. Al mismo tiempo estudiaba Periodismo en la Universidad Jaime Bausate y Meza.
En 2014 decidió enviarle a Mario Vargas Llosa una carta con datos y argumentos que sustentaban la importancia de introducir en el debate público el proyecto de Unión Civil que se gestaba en Perú desde el año anterior. La periodista Paola Ugaz cuenta que Giovanny fue tan convincente que Vargas Llosa escribió una columna titulada “Salir de la barbarie”, publicada en la edición dominical del diario El País de España.
Si bien a Giovanny la campaña a favor de la Unión Civil le parecía insuficiente como objetivo de lucha, sabía que era un primer paso en la conquista de más derechos para la comunidad gay. La Unión Civil era una bandera que podía servir para poner otros temas en debate. El principal para él: el derecho a la salud.
En los últimos años no se le vio tan activo en el debate público. “Estaba frente a la pantalla de su computadora haciendo proyectos, viajando y dictando cursos y talleres de salud”, recuerda un amigo del alma. Dictó su último taller en enero de este año, cuando fue convocado por el colectivo arequipeño “Mujeres del Sur”. Estuvo dirigido a un grupo de trabajadores sexuales de la región. Para entonces su salud ya estaba deteriorada.
Meses antes, en noviembre de 2019, Gio se fue de vacaciones a La Habana, en Cuba. Armó un viaje de diez días. Junto a sus amigos Tito Bracamonte y Diana Miloslavich, recorrió Los Cayos y el Tropicana y realizó cuanta caminata le fue posible. Diana cuenta que dos días antes de regresar a Lima, entró al cuarto de Giovanny en el hospedaje y lo vio rodeado de pastillas y recetas, incapaz de pararse. “Milos”, como la llamaba Gio de cariño, cuenta que recién ahí tomó conciencia de su estado de salud “porque él no hacía referencia al tema”.
Fue así incluso con su madre. Gio le contó que portaba el VIH “en el último trayecto de su vida”, confiesa Tito, “en el momento en que empieza a perder peso”.
Alguna vez Gio confesó que solo en dos ocasiones había visto a su padre. Quizá por eso, en sus redes sociales, usaba solo el apellido materno. Sin embargo, fue su padre quien lo internó en el hospital. Ana Luna Guillén recuerda que él estuvo casi todos los días allí, pendiente de Gio.
Giovanny falleció la mañana del viernes 24 de enero. Había presentado una leve mejoría la noche anterior e incluso mandó mensaje de textos a sus amigos, programando las visitas que le harían al día siguiente. El velorio, en las instalaciones del MHOL, en Jesús María, duró dos días. Los padres entendieron que los amigos de Giovanny lo conocían más que ellos mismos y, por ende, tenían más clara la idea de cómo él quería ser despedido.
Giovanny pidió ser cremado. Sus amigos le tenían preparado un homenaje en las afueras del local del MHOL. En la calle, bajo un toldo blanco, colocaron el ataúd. Alrededor, cincuenta personas se sentaron a escuchar a los amigos más cercanos de Gio y recordaron con alegría y gratitud cómo este activista había calado en sus vidas. Los amigos recuerdan la sorpresa de la madre de Gio al ver la algarabía. Tito comenta que «fue una suerte de encuentro entre la madre y el hijo, no por conflictos del pasado, sino porque para ella era un redescubrimiento».
En el evento sonaba la canción “Qué fantástica esta fiesta”, interpretada por la diva italiana Rafaella Carrá. La canción caía a pelo porque los allí presentes, más que lamentar una muerte, estaban celebrando una vida breve pero intensa.
*Esta crónica fue escrita cuando la autora colaboraba en el semanario “Hildebrandt en sus trece”. Ella ha autorizado la reproducción de su texto en la web Somos Periodismo PUCP.