José Alejandro es un sagaz analista de coyuntura y estudioso de las relaciones entre la opinión pública, los actores políticos y los medios de comunicación. Su interés académico también incluye la política comparada y las relaciones internacionales. Sobre estos tópicos versan los cursos que dicta en pregrado y posgrado en distintos centros universitarios. Muchos lo recuerdan todavía por su blog “Desde el tercer piso”, una bitácora cotidiana y rigurosa de lo más importante que sucedió en la política peruana durante la primera década de este siglo. Con 40 años y dos libros publicados que se han convertido en referentes de las ciencias sociales y el periodismo, ahora alista otro sobre los veinte turbulentos años de la democracia peruana en el presente siglo. Aunque proyectamos hacer esta entrevista en un espacio público, las prudencias a las que obliga la pandemia nos llevaron a realizarla por Zoom. La virtualidad, sin embargo, no fue impedimento para esta fascinante conversación con un hombre que vive pendiente de la realidad peruana.
—¿Qué opinas sobre la cobertura del diario El Comercio en las últimas elecciones?
—Por lo menos, en la primera vuelta, creo que la cobertura fue buena y mantuvo una apertura a diversos tópicos. Sin embargo, creo que un punto de quiebre se dio cuando Pedro Castillo y Keiko Fujimori pasaron a la segunda vuelta. El grupo optó por ir en contra del primero, y no hacer cuestionamiento alguno a la candidatura de la segunda. Allí hay un problema, no solamente en el caso del diario que dirige Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada, sino de todos los medios de comunicación del grupo. No hicieron explícita su posición. Uno la podía intuir a partir de la lectura de los titulares o de las portadas, pero no hubo en ningún momento un editorial que diga cuál era la postura del diario. Sin embargo, la cobertura sí se vio afectada. El New York Times, el Washington Post y otros diarios del mundo toman posición a favor o en contra de una determinada candidatura, pero continúan manteniendo un equilibrio informativo.
Ahora bien, la Unidad de Investigación de El Comercio ha presentado una serie de reportajes e informes muy interesantes y valiosos que, a la luz de los hechos de los últimos dos meses con Castillo en el gobierno, cobran relevancia. Pero sí es muy cierto que no tuvieron ese mismo esfuerzo con Keiko Fujimori. Por segunda vez en diez años, El Comercio cometió el error de dejar de fiscalizarla. Por lo tanto, desde el bando del presidente Castillo se construye una narrativa de “ellos contra nosotros”. De cara al público, esta inclinación del Grupo El Comercio ha tenido un impacto. No solo se ve en el caso del diario, sino en lo que pasó con América TV, donde el descalabro del principal programa periodístico del canal, Cuarto Poder, se ha traducido en una caída del rating y sobre todo de la credibilidad. He conversado con periodistas del grupo y están muy preocupados por la credibilidad del canal, a diferencia de las personas que son las responsables de tomar las decisiones.
—¿Quieres decir que para los directivos este declive de la credibilidad no les preocupa?
—Sí. El problema es que los directivos del Grupo El Comercio no se han dado cuenta de que vivimos en un contexto particular de polarización generalizada de la opinión pública. Creo que hay allí la ausencia de una visión mucho más global sobre fenómenos mediáticos. No se puede subestimar al lector o al televidente de esa manera. Hoy en día los medios de comunicación tienen consumidores muy activos. Las redes sociales difunden rápidamente el feedback de las audiencias respecto de lo que estas están viendo o escuchando en los medios.
—El Grupo El Comercio asumió que tomando partido por Keiko Fujimori en la segunda vuelta podría influir en el resultado electoral.
—Si, tenían la creencia de que podían detener una candidatura como la de Castillo e inducir el voto hacia su rival. No solamente los espacios periodísticos del Grupo El Comercio se pusieron en contra de la candidatura de Castillo, sino también los espacios de entretenimiento del canal. Si bien hay personas al interior de América Televisión que dicen que esta inclinación tuvo que ver más con la simpatía de dos productoras, Mariana Ramírez del Villar y Gisela Valcárcel, no hay que olvidar que los programas que ellas dirigen son los que tienen más rating dentro de la parrilla de entretenimiento del canal (“Esto es Guerra» y «El Artista del Año», respectivamente). Entonces se genera un fenómeno muy parecido a lo ocurrido en las campañas de 1990, 2000 y 2011, años en los que se veía una candidatura que resultaba incómoda para un establishment mediático. Lo que termina haciendo la ciudadanía es ignorar este cargamontón de los medios y votar con absoluta libertad. Si esa campaña no hubiera sido tan evidente y grotesca, el efecto probablemente habría sido otro. Si el Grupo El Comercio hubiera mantenido una cobertura equilibrada, mucho de lo que exponía sobre la candidatura de Castillo habría podido ser tomado en cuenta por los electores.
—Has escrito un libro sobre las pugnas entre liberales y conservadores por la línea editorial de El Comercio. ¿Qué lectura tienes de que en la segunda vuelta la postura del diario se alineó con la opción más conservadora?
—Casi toda la familia tiene temores, en muchos casos legítimos, sobre el modelo económico que siga Castillo. Pero también tiene temores infundados, en mi opinión; como la posibilidad de una ley de medios que los censure, como una expropiación del diario o de algún tipo de norma que los obligue a vender el Grupo El Comercio. Este temor, además, aumentó porque entre la segunda vuelta y la asunción de mando del presidente Castillo se dio la sentencia del juez Macedo respecto de la demanda de amparo presentada por ocho periodistas en contra de la concentración de medios, que señalaba que la venta de Epensa tenía que retrotraerse y anularse.
Nota de redacción: el 25 de junio el Poder Judicial ordenó que se anule la transacción que hicieron la Empresa Editora El Comercio y la familia Agois Banchero para que el primero adquiera las acciones de Epensa, que era dueña de los diarios Correo, Ojo, Ajá y El Bocón. El fallo, en primera instancia, fue apelado por el Grupo El Comercio dando como resultado que el 20 de octubre quedara sin efecto.
—En una entrevista que Perú 21 le hizo a Gilberto Hume, en septiembre pasado, el director periodístico de América TV y Canal N dijo que el periodismo debía ser “lo más posible objetivo y basarse en hechos concretos”. ¿Crees que eso distingue la cobertura de estos canales?
—Los hechos son una cosa y la opinión, otra completamente distinta. En la cobertura que han desarrollado América TV y Canal N se han mezclado la información y opinión con frecuencia y no han exhibido una mirada periodística creíble. El problema de la pérdida de credibilidad de un medio, como es el caso de América TV, el principal canal de televisión del país, es que recae en el ecosistema de medios, es decir, afecta también a los otros medios.
—Según reveló el periodista Diego Salazar, Hume no solo permitió la fake news que difundió Arturo Arriarán Schafferen, el denominado “criptoanalista” de Cuarto Poder, sino que justificó dicha entrevista. ¿Cómo han influido en la audiencia coberturas como esta, que buscan desinformar a la población?
—La mayoría de personas se burló de este tipo de versiones, salvo aquel núcleo que sí creía en la tesis del fraude. Por otro lado, Hume no puede presentar a un supuesto experto, como precisa la investigación de Diego Salazar, ni los conductores (Mávila Huertas y Mario Gibellini) pueden enterarse de esta entrevista muy pocas horas antes, sin haber tenido tiempo para documentarse. No pueden hacer eso.
—Esa entrevista transmitida un domingo en horario estelar demostró que el periodismo peruano vive de las fake news.
—El periodismo peruano tiene un problema con las fake news, no es solamente una cadena de televisión o un periódico en particular. En mayor o menor medida, todos los medios han incurrido en esta práctica. Pero también es cierto que hay mecanismos de control interno. Creo que el diario El Comercio, RPP y La República han logrado reducir al mínimo esa posibilidad. Estos medios poseen filtros de fact-checking, de verificación. Ciertamente, aquellos medios que tienen un sesgo ideológico mucho más nítido pueden terminar incurriendo en este tipo de prácticas.
—Willax es señalado como el canal de televisión que más fake news difunde. ¿Hay algún mecanismo para frenar la difusión de noticias falsas?
—Willax tiene legítimo derecho de tener una línea editorial conservadora. Pretende cubrir a un sector del público que ha estado desatendido. Eso no debería ser criticable. Pero carecer del rigor suficiente para producir contenido periodístico no solamente le hace daño al medio, sino al público al que se dirige. Este público termina creyendo, por esta afinidad emocional con el medio, aquellas cosas que se están difundiendo y que no son verdad. En este contexto es muy importante que Willax, a partir de agosto, haya aceptado someterse al control del Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana. Y también es importante que este mecanismo de control esté acompañado de otro de fiscalización por parte del televidente respecto de lo que el canal difunde.
—¿Crees que las redes sociales son el nido de las noticias falsas?
—No necesariamente. Las redes sociales también han servido en muchos casos para desmentir muchas noticias falsas. Lo que sí es verdad es que en las redes sociales la propagación de las fake news es mucho más rápida.
—En cuanto a la labor de fact-checking que se está haciendo ahora, ¿qué experiencias te parecen destacables?
—En general, El Comercio, La República, RPP, Ojo Público, hacen una buena labor de fact-checking. Pero en lo que se refiere a la cobertura electoral, Ojo Público y La Encerrona lo han hecho bastante bien. La mejor cobertura periodística electoral estuvo en las redes sociales, a diferencia de los medios tradicionales. Quizá con la excepción de La República, que a pesar de tener una posición contraria a Keiko Fujimori, tuvo titulares mucho más sobrios y fue capaz de cuestionar las acciones de Pedro Castillo.
—Este año publicaste ‘El último dictador’, un libro que reconstruye lo que fue el gobierno autoritario de Alberto Fujimori. No hace falta imaginar que lo que revelas no cayó bien al fujimorismo. ¿Tuviste algún “inconveniente” con ellos?
—En realidad el libro sirvió como escudo frente a cualquier allegado que hubiera tratado de inducirme a votar por la señora Fujimori. No hubo ningún tipo de amenaza directa sobre el libro, más allá de trolls en redes sociales que siempre tratan de fastidiar. Y también habría que saludar la buena acogida que ha tenido el libro. Al momento que estamos grabando esta entrevista, está en su sexta reimpresión. Debo decir que sí es evidente que es un texto que no le ha gustado a mucha gente del fujimorismo y que estaba alrededor de la candidatura de Keiko Fujimori.
—¿Te lo han hecho saber?
—Sí, sé que el libro no les ha caído bien.
—¿El lanzamiento del libro estuvo pensado para las elecciones?
—No, era un libro que en principio debía salir el año pasado, pero por la pandemia se postergó un poco y finalmente salió en el contexto electoral y nadie podía prever, pues, que Keiko Fujimori iba a pasar a la segunda vuelta y a una segunda vuelta tan polarizada. Creo que ese factor ha ayudado a que mi libro continúe vendiéndose hasta el día de hoy.
—¿Cómo tomas el hecho de que Keiko Fujimori haya reivindicado lo que tú en gran parte narras en tu libro?
—Siento que no le quedaba de otra, porque luego de haber desperdiciado la posibilidad de construir un espacio propio, ella termina claramente supeditada al votante fujimorista más duro. Por lo tanto, necesitaba volver a ese voto mucho más adherido al fujimorismo. Y claro, tuvo una gasolina adicional: el miedo a Castillo. Y creo que eso tampoco abona a que ella haga un procesamiento serio sobre el legado de los años noventa.
—En distintos momentos Keiko Fujimori ha querido aparecer como una política democrática, pero luego vuelve al discurso autoritario de su padre. ¿Crees posible su aggiornamento a estas alturas?
—El gran problema de Keiko Fujimori es que no sale de la trampa electoral de su padre. Ella tiene un ADN autoritario del cual no se ha podido desprender por propia voluntad. O sea, los hijos no tenemos responsabilidad de lo que nuestros padres hacen, no es algo con lo que debemos de cargar. Las decisiones que ellos toman son enteramente suyas, pero en este caso Keiko Fujimori se ha atado al legado de Alberto Fujimori y, a causa de su propio comportamiento como lideresa política, ha afianzado la imagen del fujimorismo como un proyecto autoritario.
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