Con más de 100 obras publicadas, y el reciente reconocimiento de la Casa de la Literatura Peruana, Jorge Eslava Calvo se ha consolidado como uno de los creadores literarios más prolíficos y difundidos entre los jóvenes. ¿Quién no ha quedado marcado por los personajes y las encrucijadas de sus ficciones urbanas? La literatura, sin embargo, no es su única pasión. Comparte la misma fascinación por la docencia y la práctica del deporte. En esta crónica, el pionero de la literatura infantil y juvenil peruana repasa los momentos más importantes de sus tres pasiones, y nos habla sobre cómo la escritura ha pasado a formar parte de su pasado, presente y futuro.
Por Dayer Chávez Mena
Portada: Melannie Mayta
Érase una vez un inspirado escritor de cuya pluma original emanaban universos de fantasía, crudas realidades, sensaciones compartidas, experiencias comunes y precisas moralejas. Transformados en relatos y versos, conmovían el corazón de adultos, pero sobre todo el de los jóvenes. Érase una vez un maestro con una convicción y vocación por la enseñanza inagotables, que hacía de cada salón de clases su propio anfiteatro, y que disfrutaba educando a sus alumnos, mostrándose gentil y amable con cada uno de ellos. Érase una vez un hombre con una inmensa veneración por el deporte y que, a sus casi setenta años, evidenciaba un cuidado impecable de su salud física, y un vigor del que pocos de sus contemporáneos podrían gozar. Estas son tres historias con un argumento distinto pero que, al fin y al cabo, retratan un mismo rostro: el de Jorge Eslava Calvo.
Son las cinco de la tarde. Melannie, colega mía, y yo caminamos con premura por una calle de Miraflores. Llevamos minutos intentando ubicarnos entre las avenidas, jirones y cruces que confunden a cualquier foráneo en uno de los distritos con mayor vida nocturna de la capital. El día anterior, Jorge nos había enviado por correo un mensaje que incluía una guía para encontrar su casa. Este finalizaba con una afectuosa despedida, y un fragmento del poema Comúnmente es así, de Vladimir Maïacovski. Al cabo de unos minutos, fuimos capaces de ubicar la dirección consignada. En un estrecho y pintoresco pasaje, se esconde entre las colosales edificaciones que se erigen en los alrededores una singular residencia de dos pisos, cuya parte frontal está conformada por un ancho muro en el que se instala un buzón de cartas y una reja metálica que da acceso al jardín de la casa, y al camino que conduce a la puerta de la misma.
Mientras esperamos a que Jorge Eslava nos reciba, me invaden emociones furtivas y el nerviosismo de saber que he venido a conocer al autor de una de las obras que más impacto tuvo en mi adolescencia. Templado es un libro con el que cualquier chico de 13 o 14 años se engancha fácilmente al reconocer entre sus páginas sucesos que le son comunes, y mucho más si es que hablamos de ilusiones amorosas. Siete años después, conozco al responsable de plasmar de manera detallada las experiencias por las que pasé en mi etapa escolar, y es claro que no puedo ocultar la felicidad que me genera.
Después de un apretón de manos, y el intercambio de los respectivos saludos, el escritor nos invita a pasar. Por dentro, la morada se vuelve aún más vistosa. Una conjugación entre la madera y el concreto distinguen la estructura del recinto. Mientras que las paredes y algunas columnas son de hormigón, el segundo piso se sostiene sobre una base de madera, al igual que las escaleras. Los espacios son amplios y presentan un aspecto rústico que corresponde con la antigüedad de la casa. En 2024 cumplirá cien años de haber sido construida. Jorge nos dirige a un ambiente en el que podremos dialogar con comodidad: el comedor.
Hay una mesa rectangular de madera rodeada por siete sillas. Los muebles también son de madera. La luz amarillenta de una bombilla colocada en una lámpara forrada con vitrales multicolores cuelga del techo. La atmósfera es acogedora y se mezcla con la actitud hospitalaria del escritor, quien nos ofrece una infusión sumergida en agua caliente, que sirve dentro de unas singulares y coloridas tazas, las cuales, según nos comenta, fueron hechas por el menor de sus siete hermanos, Yuri Eslava, artesano que reside en Cusco.
La vida de Jorge Eslava transcurre con serenidad y equilibrio entre su hogar miraflorino y las aulas de la Universidad de Lima, en donde actualmente enseña los cursos de Literatura y Sociedad, Expresión escrita, y Taller de narrativa. Sus días se dividen bajo sus tres grandes pasiones: la docencia, la lectura y escritura, y el deporte. “Esas tres actividades forman parte de mi esencia como persona, no podría dejar ninguna”, asegura. El autor menciona que la sensación que le brinda estar en un salón de clases es muy similar a lo que le genera escribir un cuento, o practicar boxeo con su entrenador en el patio de su casa. En tal sentido, repasa el valor que estas tres actividades guardan para él en la actualidad.
Para Jorge Eslava, conversar con jóvenes le resulta mucho más ameno que hacerlo con los adultos. Entiende que el mundo de los grandes puede ser muy repetitivo, con menos avidez, es un ámbito en el que el aburrimiento está previsto. Es por ello que, en sus palabras, mantiene una gran dificultad para integrarse: “Los jóvenes conversan con una pasión apabullante, eso no lo encuentro en los adultos”. Esta visión del mundo adolescente y juvenil ha llevado al escritor a afianzarse dentro de su faceta como docente, la cual se inició en 1978 como profesor de Lengua y Literatura en el colegio San José Maristas, en Callao.
Sin embargo, el descubrimiento de su talento para la enseñanza lo recuerda con una anécdota junto a su hermana mayor. “Se avecinaban las vacaciones de verano. Frente a nuestra casa había un pampón en el que vivía una pareja de esposos con un montón de niños. Era una familia muy pobre. Mi padre, que los conocía, decidió que emplearíamos esas vacaciones de una forma original. Nos informó que no guardaría el carro en el garaje, y que aquel espacio sería usado para que Malina, como le decía a mi hermana, y yo, le enseñemos a leer a aquellos niños. Y así fue, nos pasamos ese verano leyendo y cantando con ellos”, relata. Esa fue la experiencia que considera el origen de su vocación como maestro.
Pasó más de 15 años entre los salones de clase de distintas instituciones educativas, y la costumbre de sentirse un docente de colegio la lleva aún consigo en esta etapa como profesor universitario. Dejó la enseñanza escolar en el colegio Los Reyes Rojos. Era el año 2003. Luego se presentó la oportunidad de enseñar en la Universidad de Lima. “Siempre me he sentido un profesor de colegio metido en la universidad, como una especie de polizón por mi actitud, mi forma de vestir y mi relación con los colegas y alumnos”, expresa. Desde su dimensión de docente, valora mucho la figura del estudiante como una fuente de conocimiento complementaria a la del maestro. “Los chicos tienen tanto que enseñarme, hay cosas que yo no sé de hoy, es una patanería de los adultos el pensar que somos autosuficientes e infalibles”, resalta el escritor.
Este paso por las aulas lo llevó a conocer las experiencias que sus alumnos mantenían en estos espacios educativos. Siempre estuvo maravillado por la manera en la que los niños experimentaban nuevas emociones, y cómo no se tomaban el mundo en serio. Esta singularidad lo inspiró en su forma de relacionarse con la literatura. Pero el rasgo que definió el camino de la escritura, de los tantos cuentos que ha publicado, fue la necesidad de compartir el conocimiento que tenía con sus alumnos fuera de las clases. Jorge creía que era necesario renovar la literatura que se incluía en los planes de estudios en las escuelas. “No estaba satisfecho con la prosa que pertenecía al material de trabajo de los cursos y que debía leer con mis alumnos, así que empecé a elaborar mis propios materiales a mimeógrafo”, recuerda el escritor.
El trabajo que realizó como editor de la revista El Cabezón, en el colegio Los Reyes Rojos, fue determinante para que luego se atreviera a publicar sus cuentos. Con la fundación de su editorial Colmillo Blanco, en 1986, Eslava, que ya era un lector voraz de poesía, comenzó a enfocarse en la narrativa a medida que publicaba los cuentos y novelas de diversos autores. En 1994 publicó Descuelga un pirata, su primer relato basado en un paseo escolar con los alumnos a las instalaciones de la Santa Inquisición, e inspirado en su gusto por las novelas de piratas. Su texto quedó finalista en un concurso latinoamericano de literatura. Jorge se dio cuenta del potencial que demostraba para la creación de historias a partir de la aguda observación de los detalles, en su día a día, con niños y adolescentes. Dos años después, a principios de 1997, lanzó La niña de la sombra de colores, el segundo libro dentro del Plan Lector de autor nacional en el Perú, y una novela inspirada en las travesuras de su hija y de sus hermanos. Con esta obra afianzó su gusto por la narrativa y se convencería de que podía encontrar muchas historias cerca de él, y tantos personajes pintorescos en su propia familia, comenzando por su padre. En 1998 escribió el primero de los tres libros de Florentino, el guardador de secretos, basándose en su imagen. Lo retrató como un viejo cascarrabias, chalado y divertido, tal y como era de contradictorio su progenitor. Y así, continuó usando la imagen de su madre, hermanos y demás parientes para escribir sobre ellos.
Pero, ¿cómo surge la figura de Jorge Eslava? La historia de vida del novelista contiene episodios en los que convergen ánimos intensos, giros de trama, personajes icónicos, y detalles místicos que han servido como fuente de inspiración al momento de engendrar un nuevo libro o poemario. El 26 de diciembre del año 1953, Luzmila Calvo Robalino y Jorge Florentino Eslava Álvarez Palacios veían nacer a su segundo hijo, el primer varón de la familia Eslava Calvo.
Pese a haber nacido en el distrito de San Miguel, su familia se mudó muy pronto a Magdalena Nueva, que en aquellos tiempos era un distrito en proceso de urbanización, hecho para familias burguesas y ubicado cerca de Magdalena Vieja, que alojaba a la clase popular. Esta mudanza fue una ventaja para el escritor, pues le permitió transitar su adolescencia con chicos que venían desde los barrios del distrito aledaño, mucho más apegados a la vida callejera, y con amigos que pertenecían a sectores acomodados que vivían en su misma cuadra. “A jugar pelota, con ciertas palomilladas subidas de tono, y a trompearme, lo aprendí de los chicos de Magdalena Vieja”, recuerda Eslava, “y las reuniones, los primeros enamoramientos, los viví con chicos y chicas de mi cuadra”.
Apreciaba ambos mundos aunque sin decantarse por ninguno, pues en su hogar también se compartía esta asimetría que, de alguna forma, le otorgaba un balance a la realidad del literato. Sus padres, que conformaban un matrimonio conservador y católico, eran, a su vez, muy distintos: don Jorge era un hombre capitalino, culto, profesional, y con incursión en la política como dirigente del Partido Aprista; y doña Luzmila era la contracara, una mujer provinciana, que no había podido terminar los estudios secundarios. El padre era una persona seria, severa, con un ideal conservador que se preocupaba por la formación intelectual de sus hijos. La madre era la personalidad vital del hogar, a quien el cuentista recuerda como bondadosa y querendona. Ambas realidades conjuntas marcaron a Jorge Eslava, quien interiorizó tanto la cultura hegemónica representada por su padre como la cultura alternativa de su madre, aunque reconoce que ni él ni sus hermanos supieron valorar esta última.
A diferencia de sus semejantes, el narrador siempre mantuvo mayor cercanía con la figura de su padre. Le encandilaba escucharlo hablar de sus anécdotas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que recordaban a notables personalidades de la casa de estudios. Esa fue una de las motivaciones por las que se decidió a rendir el examen de admisión para la Decana de América, además de la necesidad de preservar la economía de su hogar, que tras el inicio de la dictadura militar y la persecución política de su padre, quedó muy golpeada. Recuerda a su padre como su primer maestro, quien lo instruyó en el hábito de la lectura y la escritura. Ello también lo impulsó a descubrir más adelante su vocación de docente.
Una de las anécdotas que más recuerda junto a su padre fue la vez en la que le leyó de inicio a fin la carta que Jorge Heraud publicó pocos días después de la muerte de su hijo, Javier Heraud, en La Prensa, diario que la destacó en primera plana. La carta, emotiva desde la primera hasta la última línea, sensibilizó tanto el corazón de su padre que quiso que Jorge la leyera. La lectura y las palabras con las que su padre le explicó para quién iba dirigida fueron tan emotivas que despertó, años más tarde, una fascinación por la imagen y obra de este valeroso poeta y guerrillero.
La vida dentro de la universidad significó una transformación radical de sus ideas. San Marcos lo ponía frente a una realidad muy distinta a la que su hogar pequeñoburgués le había brindado. La clase popular dominaba el ambiente universitario, las tradiciones y expresiones socioculturales tenían, sobre todo, raíces andinas. Todo eso reestructuró su perspectiva de la realidad social. Tras el receso de la Facultad de Ciencias Sociales, se aventuró a estudiar Literatura como alumno libre de tres cursos. Es allí donde terminó conociendo a Washington Delgado, poeta, crítico literario y maestro, quien se volvería una figura clave en su vocación literaria.
Jorge Eslava recuerda a Washington Delgado con una estima intacta y perdurable. Lo considera uno de sus mentores durante el tiempo que estuvo en la universidad, y también valora la gran amistad que cultivaron cuando él egresó. “Era un profesor apasionado, con gran interés en lo que hacía, y eso conseguía que tuviese una gran admiración por sus estudiantes. Era muy generoso”. Esta admiración y gratitud por su maestro se acentuó aún más cuando Washington Delgado elogió su primera publicación, el poemario Rumores de Ausencia, publicado en 1976. El vínculo amical continuó en los siguientes años. Washington estuvo presente en las primeras condecoraciones de Eslava, que cuatro años después de su primer libro, recibiría de forma consecutiva los premios “Javier Heraud” y “El Poeta Joven”, por Ceremonial de muertes y linajes, y De faunas y dioses. En 1982, Delgado fue uno de los jurados que distinguió a Jorge en el Premio Copé de Poesía. Esta relación no finalizó con la muerte del poeta, en septiembre de 2003. Como un homenaje póstumo, Eslava diseñó un proyecto de investigación para la recopilación de la obra completa de Washington Delgado, que incluía su poesía publicada e inédita, sus artículos periodísticos, sus cuentos y sus investigaciones. Lo dividió en cuatro tomos publicados en 2008.
Delgado no ha sido la única amistad fundamental en la vida de Eslava. También conoció a Oswaldo Reynoso, el autor de Los Inocentes, con quien tuvo un duradero vínculo amical hasta su muerte en 2016; a Constantino Carvallo, educador y exdirector del colegio Los Reyes Rojos; al narrador Cromwell Jara; y al poeta Carlos López Degregori, quien también enseña en la Universidad de Lima. La amistad con López Degregori se forjó en el mundo literario. Eslava recuerda que ambos eran parte de un grupo de poesía en el que también se encontraban Washington Delgado, Javier Sologuren, Eduardo Chirinos, Ana María Gazzolo, entre otros. “Éramos entre seis y ocho personas que nos veíamos con frecuencia, incluso recibíamos el Año Nuevo juntos. Murió Sologuren, murió Chirinos, y en la actualidad, sigo siendo tan cercano a López Degregori como hace treinta años. Aún continuamos con la costumbre de reunirnos, aunque sea entre nosotros y nuestras esposas que son muy amigas, para recibir el Año Nuevo, o para salir a tomar un café y conversar de intereses comunes, como la literatura o la educación. Es una amistad bastante tranquila”, cuenta con entusiasmo.
La relación que mantiene con la literatura es, en sus términos, responsable y lúdica. “He tratado de variar, pues tengo este afán de no repetirme, de no quedarme solo en la poesía, de hacer prosa, ensayos, periodismo”, responde. Hasta el día de hoy, se considera una figura menor en el ámbito de la literatura peruana que se sigue sorprendiendo con cada premio que recibe, y que contó con la fortuna de saber entrometerse en varios espacios, de publicar mucho, y de ejercer un papel estimulante para la emergencia de una literatura infantil y juvenil que no existía antes de la propuesta formulada por Eslava con Colmillo Blanco. Los libros ofrecidos por este sello editorial, mientras mantuvo una vida activa, eran recibidos con amplia expectativa en los colegios porque el contenido de los mismos era sinónimo de novedad. El autor recuerda que, de cierta manera, la labor que realizaba en la editorial durante la época de violencia política puede ser catalogada bajo el término de “odisea”. “Han pasado cuarenta años, y ahora pienso en cómo he podido caminar horas por el Centro de Lima buscando una imprenta, comprando y llevando el papel a distintos lugares, y luego yendo con mi canasta a los colegios para repartir mis libros. Era una tarea épica”, revela. Cabe resaltar que, actualmente, la editorial ha sido “resucitada” por exalumnos del escritor, gozando de renombre entre las firmas independientes.
Si bien cree que existen muchas maneras de expresarse mediante lo escrito, el autor comprende que todas apuntan a un solo fin, que es hacer literatura; no obstante, esta no puede desvincularse de lo que él llama “literariedad”, que tal y como lo explica, es “crear un lenguaje profundo, original y bello, ya que la primera exigencia para crear literatura es evidenciar un índole artístico”.
Eslava busca siempre que en cada una de sus obras figure el contexto social que rodea al autor al momento de escribir. Recuerda la manera en que la violencia urbana, que comenzó a surgir en las calles de Lima en los ochenta y noventa, dio paso a la adopción de una perspectiva más áspera y dura, forjando la “narrativa sucia urbana”, en la que se integra uno de sus libros más renombrados, Navajas en el paladar. Mediante este ejemplo, el literato reconoce la importancia de que quien escriba lo haga siendo consciente de la realidad que no solo lo engloba a él, sino al lector. “A pesar de que haga literatura infantil, tengo muy presente el contexto y el panorama en el que yo baso mis obras”, recalca.
Tras estas últimas palabras, y con el ademán de no querer interrumpir la conversación, se asoma, con una sonrisa inocente, un personaje fundamental en la vida de Jorge Eslava: la mujer que hace 45 años se convirtió en la novia del escritor, Rosario De La Hoz. Su intención es preguntarle a su esposo por la entrada a la obra teatral a la que ambos iban a asistir aquella tarde, pero que Eslava no podrá ver porque decidió atendernos. Rosario se retira con una despedida igual de cálida y, mientras se aleja, el escritor comienza a rememorar el día en que nació el amor entre ambos.
“La conocí cuando éramos adolescentes, ella estaba aún en el colegio, en cuarto de media, y yo ya era universitario. Nos llevamos cinco años de diferencia. Fue en la época en la que estudiábamos en la Alianza Francesa. Para egresar de estudios generales era obligatorio llevar un curso de idiomas, y yo escogí el francés. Interactuamos justo el último día de clases, ya que ella formaba parte de un grupo de chicas que estaba organizando una reunión de fin de ciclo entre los alumnos. En esos tiempos, yo era un muchacho huraño, hosco y antisocial que pasaba sus días ocupado entre el trabajo y el estudio, vivía corriendo. Pero cuando este grupo de chicas vino a invitarme a esta celebración, yo quedé impresionado por Rosario desde el primer instante. Así que acepté ir y, a los dos días, ya éramos enamorados”. El escritor admite que, en aquel primer cruce de miradas que tuvieron, lo que ocurrió fue “un flechazo mucho más mío que de ella, pero cuyo amor se ha sabido mantener vivo y palpitante hasta el día de hoy”.
Aunque sea reconocido por sus logros como docente y narrador, Jorge Eslava también mantiene el deporte como un aspecto relevante de su vida. En la secundaria comenzó a realizar ejercicios de resistencia y a jugar fútbol, deporte en el que se posicionó como portero. El lado competitivo del escritor siempre aparecía a colación cuando tenía que jugar un partido, pues amaba sentir ese regocijo que le provocaba salir victorioso. Jugó fútbol hasta sus 50 años, tiempo en el que una lesión y una operación que comprometía su vista lo alejó de los tres palos. Empero, aún disfruta de ver los partidos de la liga nacional de vez en cuando, y se declara hincha acérrimo de Universitario de Deportes. “Mi padre era del Municipal, mientras que mi tío era de Alianza. Primero fui hincha de Alianza Lima, hasta que, cuando fui al estadio de Matute a ver un clásico en el año 68, quedé enamorado del uniforme y del juego de la U”, relata Eslava, quien siente que el vínculo que mantiene con el equipo es más de afinidad. Según indica, “el juego de la U es menos vistoso que el de Alianza, pero es más corajudo, de tesón, que prioriza el resultado antes que el espectáculo, y siento que yo también tengo esa personalidad”.
Aunque el fútbol es un deporte que aprecia, prefiere el box. Comenzó a boxear mientras estaba en San Marcos, y llegó a participar en un campeonato interuniversitario, representando a su casa de estudios. Dejó de practicarlo por una larga temporada, hasta que, tras su operación de la vista a los cincuenta años, decidió retomarlo. Ha continuado ejercitando su cuerpo durante estos años. Lleva una rutina de una hora que incluye preparación física, levantamiento de pesas, y una secuencia de box establecida por un entrenador, que practica continuamente con el saco de boxeo y demás implementos ubicados en el patio de su hogar. Admira a Muhammad Ali, a quien considera el mejor boxeador que el mundo ha podido apreciar. Eslava comenta que el deporte es el secreto con el que su vitalidad se ha sabido conservar intacta a sus casi setenta años.
Esta predilección también la ha sabido transformar en propia literatura a través de la publicación de su último poemario, Gimnasium. En los versos que componen poemas como “Pelea preliminar”, “Guardameta” o “Estrategia”, los cuales narran las historias de un arquero y de un boxeador aficionado, Eslava golpea al lector con sólidas proyecciones a detalle de las atmósferas que envuelven a las disciplinas del fútbol y el boxeo. Esta obra ofrece un entendimiento de la trascendencia que mantiene el ámbito deportivo sobre la historia personal de Jorge Eslava. “Luego de aquella operación de la vista, que me dejó a punto de quedarme ciego, tuve que dejar de ejercitarme durante varios meses. En ese lapso de tiempo, extrañé a morir el deporte. Y fue esa nostalgia la que me guio a escribir un tributo particular al fútbol, al boxeo y a las pesas”, relata el literato.
El escritor, docente y deportista Jorge Eslava, que está cercano a la jubilación laboral en la Universidad de Lima, tiene claros sus proyectos futuros. Desea comenzar una maestría en escritura creativa. También quiere escribir una novela alejada del ámbito juvenil, aunque siente que primero debe establecer un espacio de socialización para “no quedarse sin nadie con quien conversar”. Quiere seguir escribiendo. Tiene proyectos literarios e históricos que los visualiza plasmados de acá a dos años, pero ante todo, quiere seguir investigando para que su imaginación se alimente.
Modesto, Jorge Eslava Calvo menciona que, con una vida consumada como una vela que se quema, si logra realizar todos los proyectos que tiene en mente, estará feliz, sabiendo que hizo con su vida lo que quiso y que dejará, en la literatura peruana, un legado. De manera personal, le hago saber que su legado es enorme y será perdurable, lo que desata una sonrisa de satisfacción en su rostro.