Guillermo Elías: La Iglesia tiene que llegar allí donde está el dolor y el sufrimiento de la gente

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La voz y misión del Obispo Auxiliar de Lima. El 6 de julio cumplirá un año de haber sido nombrado por el Papa Francisco en una responsabilidad que nunca imaginó que asumiría. Ahora, a sus 67 años, Elías dirige las acciones del Arzobispado frente a la pandemia. Con casi cuarenta años de sacerdocio cree que es la misión más difícil que le ha tocado vivir. Sin embargo, lo hace con el mismo compromiso que tuvo cuando se enfrentó a Sendero Luminoso en los años noventa. Frente al dolor y soledad que puede provocar el coronavirus, Elías recorre hospitales para transmitir coraje y fortaleza a los enfermos y al personal de salud que lucha contra la enfermedad. Aún así, él cree que la Iglesia puede ayudar también de otras formas. En las siguientes líneas, explica por qué.  
Por: Alessandro Azurín
Portada: Arzobispado de Lima


Cuando un nuevo obispo es nombrado, una de las primeras actividades que debe cumplir al asumir este rol dentro de la iglesia es asistir a un curso formativo en el Vaticano. El año pasado fue el turno de Monseñor Guillermo Elías, era su deber estar allí. Junto a él se encontraban el Arzobispo Carlos Castillo y Ricardo Rodríguez, el otro Obispo Auxiliar de Lima. También estaban ahí otros 105 obispos recién nombrados. El encuentro duró 10 días y al finalizar asistieron a una gran audiencia con el Papa Francisco. 

Los sacerdotes peruanos no imaginaban que, luego de esa reunión, el líder mundial de la Iglesia Católica los iba a invitar a almorzar, antes de su retorno a Lima. Elías no podía salir de su sorpresa cuando se dio cuenta de que ya estaba ingresando al lugar donde el Papa Francisco los esperaba.

La sala del comedor era todo lo contrario a lo que él había imaginado: era sencilla, pequeña y sin glamour. En el centro había una mesa cuadrada con dos sillas en cada lado, de tal forma que nadie podía presidir el almuerzo. Cuando el impacto de la noticia les pasó, ninguno de los tres sabía donde sentarse. El Santo Padre los miraba fijamente, ya en la mesa, esperando un movimiento de su parte. Al ver que no reaccionaban, con el dejo argentino que lo caracteriza les dijo: 

— Che, ¿qué hacen parados? ¡Sentase! ¡Sentase!

— Pero, ¿dónde nos sentamos?—preguntó Elías.

—¡Morocho! ¡Donde quieras, morocho!—contestó el Papa. 

El encuentro duró más de dos horas y Monseñor Elías sigue sin creer que eso realmente pasó. No se acuerda de lo que comió, pero sí de la sencillez y calidad que le transmitía el Papa Francisco en ese momento. Los líderes de la iglesia de Lima le pidieron un consejo al Santo Padre antes de irse. 

Él les recomendó que no se olviden de mantener tres cosas importantes en su labor como obispos: libertad interior, discernimiento y parresia. Esa última palabra se le quedó grabada a Elías. Es un término que proviene del griego que había encontrado en las páginas del Nuevo Testamento de la Biblia. Puede significar coraje o fuerza. Ahora, con la pandemia del COVID-19, él entiende por qué les dijo eso. Lo considera un profeta, ya que siente que así les advirtió de los tiempos duros que se venían para que pudiesen prepararse de la mejor forma.

La promesa de no fallar

Monseñor Elías recuerda que fue un domingo a comienzos de 2019 cuando recibió la noticia del Nuncio, el representante del Vaticano en el Perú. «El Santo Padre lo ha elegido como Obispo Auxiliar de Lima. ¿Qué le contesta usted al Papa?”, le dijo. Él, atónito, no sabía qué responder. Después de unos minutos de procesar lo que acababa de escuchar, aceptó con convicción. El Nuncio le dio unos papeles y le ordenó que fuese a la capilla a rezar. Tenía que responderle al Papa Francisco en una carta escrita de su puño y letra. 

Al llegar ahí, se puso a llorar sin descanso. Recordando ese episodio, Elías reconoce que nunca pensó que sería nombrado obispo. Él sentía que no encajaba en el perfil que se esperaba de alguien que pudiese tener ese cargo. Después de todo, fue párroco de barrio desde el primer año de su ordenación sacerdotal y no ha dejado de serlo desde entonces. 

Monseñor Elías se dio cuenta de la oportunidad que tenía enfrente y aceptó. En la carta colocó lo siguiente: «Su Santidad, Papa Francisco, le agradezco infinitamente su elección, su confianza y le prometo no fallar. Voy a hacer todo lo posible por ser el obispo que usted espera y sueña de mí”, recuerda.

Elías junto a fieles en su despedida de la parroquia ‘El Señor de la Paz’ donde predicaba antes de ser nombrado Obispo Auxiliar. FOTO: Arzobispado de Lima.

Cuando Monseñor Elías mira al pasado se da cuenta de que su nueva faceta como Obispo Auxiliar de Lima es un cambio radical en su vida. Él vivía en un mundo que ya conocía cuando aceptó el encargo del Papa Francisco. Ahora, debe adaptarse a su nueva realidad como lo hizo cuando llegó a Comas a principios de los años noventa. 

«Me fui por dos meses y me quedé 14 años», explica, reviviendo este periodo de su vida. Antes de llegar a la parroquia El Señor de Los Milagros, Elías había dirigido durante nueve años la Iglesia San Lucas de Pueblo Libre. Ahí Elías recibía con entusiasmo entre 6 mil a 8 mil feligreses. Cuando llegó a Comas pasó a tener 240 mil. 

A principios de los noventa, el Cardenal Augusto Vargas Alzamora le había pedido que vaya allí luego de haber estudiado un año en Roma. Nadie quería ir a Comas debido a la presencia de Sendero Luminoso. Aparte de eso, el distrito de Lima Norte no estaba asfaltado y el agua llegaba dos veces por semana.

Una noche, los terroristas le tocaron la puerta y le pidieron una reunión. Le pusieron una capucha y lo llevaron a la zona alta del distrito, en los mismos cerros donde Elías los había visto encender fogatas con la hoz y el martillo. Fue un careo. 

—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? ¿Por qué aceptas venir acá? —le increparon.

—Yo vengo acá a predicar a Jesús. Nada más —les dijo Elías.

—Te salvas ahora porque eres peruano. A esos sacerdotes gringos imperialistas que estaban acá antes los hemos botado —le respondieron antes de dejarlo ir.

Luego de ese episodio, Elías tuvo tiempo para adaptarse a su nueva vida en Comas. La forma en la que se vivía la fe en ese lugar fue algo nuevo para él. “Se trataba de encontrar a Dios en las costumbres y en las fiestas patronales. Yo no tenía referencia de eso, soy de Lince, de una parroquia de padres americanos, donde todo está centrado en Cristo y el modelo de María”, explica. Rodeado de la Cruz de Chalpón, del Señor de Cruz Pata y la Virgen de las Nieves, poco a poco se volvió uno de ellos.

Así se propuso ayudar a mejorar las condiciones de vida de los habitantes del distrito. Elías recuerda con orgullo que logró crear un programa de becas para jóvenes con pocos recursos junto al rector de la Universidad Católica Sedes Sapientiae de Lima Norte. Monseñor Elías les pagaba parte de sus estudios y los jóvenes se comprometían a aplicar lo aprendido compartiendo su conocimiento con el resto de la comunidad de Comas. 

Comenzó con cinco chicas que querían ser profesoras de inglés y que, en agradecimiento, le enseñaban el idioma a los miembros de la parroquia El Señor de Los Milagros. Era una cadena de solidaridad. Otros jóvenes que ayudó el Obispo Auxiliar de Lima se fueron a la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y a la Universidad Garcilaso de la Vega. “Ahora hay varios que ya dejaron el Perú y viven afuera”, cuenta Elías.

Monseñor Elías recibiendo la Primera Medalla Conmemorativa de la Cultura Afroperuana el año pasado del congresista fujimorista César Segura. FOTO: Congreso de la República. 

Cuando ya se había adaptado por completo a Comas, llegó el llamado del Papa Francisco. Al pisar nuevamente la Catedral de Lima se sintió un extraño. Se preguntó a sí mismo que hacía ahí. Había sido seminarista y sacerdote en ese lugar, pero ahora regresaba como obispo. No lo podía creer. “Jamás me lo imaginé, no estaba en mis planes”, repite Monseñor Elías con insistencia. 

Si antes tenía un territorio amplio en Comas, ahora como Obispo Auxiliar, Elías tiene el encargo de velar por la parte más antigua del Rímac, Lima Cercado, Breña, Pueblo Libre, Miraflores, San Isidro, entre otros sectores de Lima. 

Lima levántate, tu iglesia está contigo

Con la llegada del coronavirus al Perú, el Arzobispo Castillo y Monseñor Elías tenían algo muy claro. La Iglesia Católica no podía pasar desapercibida. Era la gran oportunidad para demostrar la importancia de la fe en tiempos tan complicados. Era momento de asumir un rol proactivo.

Así, el Obispo Elías asumió la tarea de dirigir las acciones del Arzobispado de Lima para ayudar en la lucha contra el COVID-19. Él estaba seguro de que el apoyo que debía brindar la iglesia tenía que ser integral. Por ello, cuando se dio cuenta de que la ayuda material estaba bien dirigida por Cáritas Lima, se propuso trabajar sin descanso para cubrir el aspecto emocional, pensando principalmente en las personas que lamentablemente se contagian de coronavirus.

Con el lema “Lima levántate, estamos contigo”, el Arzobispado busca transmitir una idea de fuerza. Por esto han implementado una plataforma de escucha y apoyo espiritual. Para acceder a ella hay que llamar a la central telefónica de la institución que te direccionará a uno de los 100 voluntarios que trabajan por turnos todos los días de la semana. Las llamadas son confidenciales, por lo que no se sabe la identidad de quien llama y este no conoce la de quien le contesta. Además, es una línea abierta. No hay un tiempo límite. Reciben casi 80 llamadas diarias.

La mayoría de las personas que hacen uso de la plataforma manifiestan desesperanza, miedo al futuro y actitudes depresivas. Elías admite que no les pueden dar respuestas a sus dudas, pero que sí les ofrecen la oportunidad de ser escuchados y compartir lo que sienten. Con estos esfuerzos buscan que nadie dude de que la iglesia puso su granito de arena para ayudar en esta crisis.

Monseñor Elías considera que la plataforma de escucha conforta y alivia a quienes llaman. Recuerda puntualmente lo que le contó uno de los voluntarios que forman parte del proyecto. Un hombre llamó después de haber consumido una mezcla potente de pastillas y estaba muy mal. El voluntario le habló con calma para averiguar dónde se encontraba. Lo logró. Contactó a los bomberos y fueron a la casa de la persona. Se quería suicidar, pero pudieron salvarlo. Por eso Elías está convencido de que su plataforma “es un soporte humano que demuestra que hay una necesidad también de escuchar la palabra de Dios”. 

Aún así, la presencia de la Iglesia de Lima en esta pandemia ha destacado más por las visitas del Monseñor a los hospitales Loayza, Rebagliati y Guillermo Almenara para brindar apoyo a los enfermos, sus familiares y al personal de salud que los atiende. También visitó la Villa Panamericana el pasado 5 de junio. El proyecto “Hospital de Campaña”, como lo llama Elías, nació en una conversación con los capellanes de cada nosocomio.

A pesar de la preocupación de sus hermanos de sangre, sobrinos, amigos y personas del mismo Arzobispo, Elías no dudó ni un segundo cuando se lo propusieron. Para él, la Iglesia tenía que estar ahí, donde el dolor estuviese a flor de piel. Si bien todas las experiencias fueron impactantes para el Obispo Auxiliar de Lima, la visita al Hospital Guillermo Almenara lo marcó.

Como en las visitas a los otros dos hospitales, Elías se encontraba preparándose para dar la misa. En el Rebagliati y el Loayza había utilizado un megáfono para dirigirse a los enfermos que lo miraban llorando desde las ventanas de los pabellones. Con el Santísimo en mano y con su mascarilla bien puesta, haría lo mismo en el Guillermo Almenara. Sin embargo, un detalle en ese momento lo estremeció. 

Una de las conmovedoras imágenes captadas durante la visita de Monseñor Guillermo Elías al Hospital Rebagliati. FOTO: Francisco Neyra/Grupo El Comercio.

Mientras se aseguraba de que todo estuviese en regla para la ceremonia, empezó a ver un desfile de bolsas negras etiquetadas con nombres cerca de donde se encontraba. Eran los cadáveres que salían de los pabellones. “No tenía idea de que la capilla estaba al lado del mortuorio del hospital”, admite. Aún así, eso no lo atemorizó y prosiguió con la misa. 

Esa experiencia le hizo darse cuenta de que el Arzobispado podía hacer aún más. El COVID-19 es una enfermedad nefasta que predispone a las personas a morir en la soledad absoluta. Elías consiguió tablets smartphones para distribuirlos entre los pacientes. Ahí grabaron saludos, oraciones y, obviamente, les dieron la posibilidad de comunicarse con sus familiares angustiados por no saber del estado de sus seres queridos.

La tecnología se volvió su gran aliada. Sabe que no es suficiente, pero es mejor que nada. También intentó ingresar a la zona de cuidados intensivos, pero por obvias razones, no se lo permitieron. Con esos aparatos, como él mismo dice, “no puedo entrar a esos lugares físicamente, pero mi voz sí”. Es lo que está al alcance de sus manos.

Monseñor Elías sujeta el Santísimo ante la presencia del personal de salud en la Villa Panamericana. Fuente: Arzobispado de Lima.

Con dichos actos, Elías busca que la gente entienda que la fe católica no se puede quedar en las palabras, son los hechos los que valen. «Si tenemos que arriesgar la vida para ayudar a los demás, lo haremos. Estoy convencido de eso. Basta ya de un catolicismo que no te complique la vida», explica. Lejos de ser el emblema de ese propósito, Monseñor considera que todos somos parte de la solución, cada uno desde sus posibilidades. 

La pandemia del COVID-19 ha obligado a que las personas cuestionen su estilo de vida. Según el Obispo Auxiliar de Lima, la fe no es ajena a ello. La comunidad limeña se ha malacostumbrado a pensar que todo gira en torno a los sacramentos cuando, en realidad, lo más importante es la espiritualidad. Sin misa y sacerdotes, muchos creen que la fe no existe. “Se puede celebrar sin presencia física, no hemos educado a nuestro pueblo para tener una experiencia real con Cristo”, afirma.

Esto se nota especialmente en el acto de la confesión. Ahí es donde Elías recuerda que quien perdona no es el cura, sino Dios, por lo que lo más importante en realidad es estar verdaderamente arrepentido de los pecados cometidos. Cuando todo esto pase, uno puede acudir al sacerdote. Es lo que se conoce como la contrición perfecta. Para el obispo que nunca dejará de ser párroco, este es el momento para cambiar esa mentalidad sacramental de los limeños y expandir sus horizontes sobre la forma en la que viven su creencia en Dios.