¿Cómo hace un ejecutivo y consultor económico –con asiento en el directorio de bancos y empresas– para fomentar al mismo tiempo su pasión por la historia y el mundo de las ideas? FOZ es un ave rara, mezcla de intelectual y empresario. A los 68 años, el fundador del grupo Apoyo, ese laboratorio de ideas que nutrió a las mentes más lúcidas de la tecnocracia política y económica de la derecha peruana, vive dedicado a la reflexión y a cultivar su vocación humanista.
Por: Paolo Benza
Portada: Perú21
Borges escribió: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”. El día que Felipe Ortiz de Zevallos (FOZ) llegó a tercero de media en el colegio Santa María tendría que haber enfrentado –como el resto de sus compañeros– lo más parecido a ese momento trascendental. A principios de los sesenta los escolares debían elegir entre dos caminos de especialización sobre los que rara vez había posibilidad de retorno: las letras o las ciencias. Una pregunta determinante recaía sobre los hombros de un chico recién entrado a la adolescencia: ¿qué tipo de persona eres? O mejor dicho: ¿qué tipo de persona eliges ser para el resto de tu vida? Esa sola decisión tendría que haber enfrentado a FOZ con su destino. Pero aquel día él no pensó en Borges.
–En el momento que tuve que elegir, lancé una moneda al aire –dice FOZ, riendo. Luego hace una de las tantas pausas largas de aquella conversación–. A mí lo que me gustaba más eran las letras, pero a la vez era muy bueno en matemáticas. Me salió ciencias. Pero elegí ingeniería industrial porque es la menos especializada.
–Y luego se ha dedicado más de 30 años a dar servicios de consultoría. ¿Cuál es la diferencia entre alguien que construye y alguien que aconseja?
–El consultor mira las cosas en perspectiva. El constructor es alguien que se enamora de un proyecto muy específico: un puente, un edificio, una obra de irrigación, una central hidroeléctrica. El consultor le hace poner eso en perspectiva: qué rentabilidad tiene el edificio, cuánto va a afectar a los que vivan en él, al municipio en el cuál se construye. En el consultor hay una actitud más contemplativa.
–¿Entonces, usted es más de contemplar las cosas que de enamorarse de ellas?
–Sí, desde el principio mi relación con las cosas era más a la distancia. Es algo que se explica incluso a nivel psicoanalítico: yo no confío mucho en mis sentidos, porque veo muy mal y oigo muy mal –FOZ lleva su mano hacia su oreja, donde se puede distinguir un audífono–. Eso hace que no le crea mucho a mi primera impresión de las cosas. Por eso me preocupo en analizar, evaluar y cotejar, lo que genera una actitud contemplativa. Una actitud de estar buscándole cinco pies al gato antes de emitir una conclusión. Ese también ha sido mi estilo en términos políticos: siempre me ha gustado oír la opinión de la gente con la que discrepo para estar seguro de que algo no ha faltado en mi propio análisis que esa persona me puede ayudar a ver.
–Las mejores conversaciones son con la gente que piensa distinto, ¿no es cierto?
–Pues yo creo que sí. Yo he buscado a mucha gente inteligente que pensaba distinto a mí para aprender de las discrepancias.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, Pablo Macera. En realidad, la mayoría de las personas con las que converso son de izquierda.
–Entonces, ¿usted sí se considera de derecha?
–Ah sí. ¡Sin duda!
–¿Y no le da ningún tipo de pudor aceptarlo como a la derecha peruana?
–Bueno, probablemente diría que soy de centroderecha.
–¿Por qué a los políticos de derecha les da tanto pudor decir que quieren plantear un gobierno desde esa parte del espectro político?
–Bueno, son épocas. En los sesentas, cuando estudié en la universidad, la revolución cubana todavía tenía impacto. En esa época, hasta Vargas Llosa era de izquierda –ríe–. Yo creo haberme quedado en el mismo sitio desde entonces, y he visto pasar a los de mi generación de la izquierda a la derecha.
–¿Y por qué no lo sedujo ‘El Che’?
–De repente por ese componente contemplativo y receloso. Por haber leído mucha historia y haberme dado cuenta de que los planteamientos únicos rara vez tenían éxito en la historia mundial. El gobierno de Velasco generó cierta esperanza en una generación posterior de la mía de que se pudieran lograr avances que a mí me parecían siempre muy teóricos: la comunidad industrial, la Reforma Agraria, el sistema de cooperativas, la estatización de las empresas extranjeras. ¿Por qué Centromin Perú iba a ser mejor que la Cerro de Pasco Corporation, si el Estado es malo produciendo bienes y servicios? Esas preguntas quedaban sin respuesta.
–La revista Debate, ha dicho Balo Sánchez León, nació como una forma de entender a la derecha con la izquierda. ¿Se pueden entender la derecha y la izquierda en el Perú?
–Se van a tener que entender. Un tema complicado en el Perú es que somos todavía como un escritorio barroco con un montón de cajoncitos. Parte del problema de estos compartimentos estancos es la poca disposición a entender los argumentos del otro.
–Y usted, ¿dónde traza la línea de lo inconversable?
–En valores absolutos: la libertad, el equilibrio, el no amarse demasiado a uno mismo. Por ejemplo, en el Grupo Apoyo siempre he planteado que no quiero que nadie haga algo que no pueda sostener en público en un programa de televisión en la noche. Es una regla de ética relativamente simple, pero que puede ser un poco exigente.
–La frase sobre el amor excesivo por uno mismo está incluso pegada en las paredes de Semana Económica. ¿Qué es el amor excesivo por uno mismo?
–La frase de Jesús, la de amar a tu prójimo como a ti mismo, es un mandamiento casi imposible de cumplir. A veces me lo imaginaba y decía que la manera de acercarse a eso era hacerlo al revés: no te ames a ti mismo más de lo que otros te aman. Eso establece un equilibrio más fácil de cumplir. El amor excesivo por uno mismo es un defecto limitante que impide un conocimiento real de las cosas.
–Entonces, ¿estamos hablando de la intolerancia?
–No, es algo más fuerte que ser intolerante. El amor excesivo por uno mismo es algo más interno: es creer que uno es mejor que los demás per se. Eso es dañino.
***
FOZ es dos personas en una. Alguna vez Rafo León lo describió como un intelectual-empresario. Su despacho queda en la Torre Central de San Isidro, uno de los edificios de oficinas que se yerguen sobre el antiguo centro comercial Camino Real. Es la zona donde tienen sus cuarteles las firmas más importantes del país. Miles de personas manejan desde allí –desde las pantallas de sus computadoras y la inmediatez de sus fórmulas de Excel– el destino de enormes cantidades de dinero todos los días. Lo hacen entre las 8 de la mañana y las 6 de la tarde, hora en la que se suavizan el nudo de la corbata y se sumergen en el tráfico de la capital de regreso a sus casas.
Pero FOZ también ha sido rector de la Universidad del Pacífico, entre el 2004 y el 2006, y embajador del Perú en Estados Unidos, desde el 2006 hasta el 2009. Cuando le pregunto quién es su mentor, abre los dos caminos de respuesta. En el trabajo –dice– Walter Piazza y ‘Pepe’ Valdez, los dos fundadores de COSAPI, que en algún momento fue la mayor empresa constructora del país. En lo académico, Jorge Basadre, su tío abuelo, el ilustre historiador peruano cuya cara aparece en los billetes de S/.100. “Conversaba mucho con él. Esa idea de tratar de interpretar lo que está pasando con un criterio realista y no sesgado me viene de él”.
Mi error durante la entrevista es intentar construir mediante las preguntas el escenario perfecto para que FOZ dispare citas y titulares. Pero FOZ no construye. En cambio, toma las preguntas y se aleja; las observa, las acomoda, las matiza, les encuentra aristas. Hace largas pausas antes de responder; queda claro que para él, el tiempo no es dinero. Casi nunca se lanza con una verdad absoluta.
En 1977, FOZ fundó el Grupo Apoyo y, ocho años más tarde, la revista Semana Bursátil (que luego pasó a llamarse Semana Económica y a editar productos como la revista Debate). Ambos evolucionaron y se convirtieron en una suerte de think tank de la derecha peruana; asesores de las principales empresas del país y editores de las publicaciones económicas leídas por sus gerentes.
–Una de sus principales virtudes ha sido saber elegir gente, la cual ha terminado capitaneando las empresas del Grupo Apoyo (por ejemplo, Gianfranco Castagnola en Apoyo Consultoría, Alfredo Torres en Ipsos, Augusto Álvarez-Rodrich en Semana Económica). ¿Qué es lo que ve cuando va a elegir a alguien para que trabaje con usted?
–No me sentiría tan a gusto trabajando con gente con la que no puedo ser amigo, con la que no pueda quedarme a conversar sobre cualquier tema no necesariamente laboral. Gianfranco, Alfredo y Augusto eran alumnos míos. De repente enseñar ayuda a esa capacidad de selección, porque uno termina mirando en los ojos del alumno y encontrando esa curiosidad.
–¿No siente que a veces el pensamiento académico es demasiado etéreo y muy poco práctico?
–Sí, claro. El intelectual tiene una limitación: lo que produce son ideas y las ideas a veces son abstractas. Thomas Sorell escribió hace poco un libro sobre cómo los intelectuales puros producen ideas y que el éxito de estas se mide en función de cuánto resuenan en otros intelectuales o hasta en la opinión pública, no necesariamente en cuán bien o mal le va a la gente con ellas.
–¿Le gusta reunirse con empresarios?
–Sí, bueno, estoy en directorios –por primera vez, FOZ responde con otra pregunta–. ¿Por qué?
–Yo lo encontraría bastante aburrido.
–Sí, ¿pero acaso Gastón Acurio no es un empresario? ¿Y él no te daría una conversación entretenida? Existen tres cosas distintas. Hay inversionistas que tienen un patrimonio, compran y venden cosas, que pueden ser empresas, acciones, cuadros o muebles; después hay lo que uno llama empresarios, gente que se enamora de un sueño vital, que pasa toda la vida alrededor de eso; y luego está el gerente, que es más un administrador formateado en el MBA.
–¿Cuál es el más entretenido de esos tres?
–Creo que el empresario, porque tiene un relato personal de por qué se enamoró de ese proyecto y cómo mira su potencial futuro. El administrador es alguien mucho más predecible, programable. Entre los inversionistas a veces hay conversaciones estimulantes por el tema del riesgo.
–¿Es más interesante hacer periodismo económico hoy o era mejor en los ochenta?
–En los ochenta. Recuerdo que en esa época Nick Asheshov dirigía el Andean Report. En un momento él decidió irse a Chile porque las cosas aquí estaban muy mal. Allí también creó una publicación y recuerdo que me decía: “Pucha, qué aburrido es Santiago, cuando el presidente va a hablar todo el mundo ya sabe qué va a decir. Todo es predecible. Viniendo del Perú, yo estoy acostumbrado a una dinámica de sorpresas y de noticias tan aterradoras que esta situación en donde todo va más o menos bien me resulta aburridísima”.
***
FOZ fue asesor de Walter Piazza cuando este fue nombrado ministro de Economía del gobierno militar de Francisco Morales Bermúdez. Piazza solo duró 50 días en ese despacho. “Nos pasamos los primeros 20 días identificando la gravedad de la crisis. Walter sostuvo en el gabinete que se requería un ajuste fiscal bien fuerte, pero el resto de los ministros creía que la cosa era más manejable, que el país podía seguir endeudándose. Así que, a los 50 días, Piazza le dijo a Morales Bermúdez que necesitaba un gabinete que esté de acuerdo con su ministro de Economía o un ministro de Economía que esté de acuerdo con su gabinete. Y renunció. Al año siguiente, en 1978, explotó la crisis y Javier Silva-Ruete tuvo que entrar como ministro de Economía y hacer un ajuste de precios dramático. Si se hubieran corregido las cosas en el 77, no se habría tenido que hacer en el 78”, cuenta.
–¿La Reforma Agraria fue un acto de justicia o un fracaso?
–Fue un fracaso porque la producción agraria no creció en una época donde sí lo hizo en la mayor parte de América Latina. La situación previa al gobierno militar era muy especial: en el Perú habían grandes haciendas azucareras en el norte y latifundios medio feudales en una sierra tradicional. Ello requería de un análisis diferenciado, como pasa hoy con el salario mínimo. ¿Qué pasó con las haciendas azucareras en el norte? Se convirtieron en cooperativas, fracasaron y ahora la propiedad se ha vuelto a reconcentrar, incluso más que antes. Aparentemente el desarrollo de la industria azucarera requería esta acumulación significativa de hectáreas.
–¿Pero vínculos laborales de casi esclavitud no tenían que reformarse?
–Sí, es cierto que el latifundio de la sierra implicaba relaciones de siervo a gamonal que eran inaceptables e insostenibles. Ahora, que la Reforma Agraria como se dio fuera lo único que podía haberse hecho. No lo creo. Se pudo haber separado: al sur darle un tratamiento y al norte, otro.
–¿Pero no es mejor una reforma mal hecha que la situación de semi esclavitud de los obreros agrícolas en la sierra previa a la reforma?
–No es justo decir que si no hubiera habido Reforma Agraria, el Perú del ochenta habría sido el mismo que el del 68, porque en el camino hubieron 12 años en los que otras reformas se pudieron haber planteado. En la sierra lo que se generó es el reemplazo del gamonal por un burócrata y eso no necesariamente es bueno. El gamonal vivía en una cultura del siglo XVIII en la que creía que podía azotar al peón, pero el burócrata estaba mirando qué órdenes le daban desde Lima para aplicar decisiones que muchas veces eran ineficientes y no generaban mayor riqueza que pudiera darle bienestar al campesino o una mejor calidad de vida a la gente.
–Y si tuviera que hacer un balance del gobierno de Fujimori, ¿sería positivo o negativo?
–Es mixto. Evidentemente, en el plano económico, la Constitución del 93 es muy superior a la del 79. Se aplicaron políticas económicas mucho más sensatas, pero a partir de su segundo gobierno se comenzaron a aplicar medidas muy peligrosas contra la institucionalidad. Por el lado económico, la eficiencia mejoró significativamente, la privatización de las empresas estatales fue bastante favorable y la desregulación de todos los precios de los productos fue bien conveniente. Fue un gobierno que ayudó mucho en el parte económica, pero la actitud antipartido fue nociva y el intento de la reelección fue corrupto.
–Pero entonces, ¿fue un fracaso o un mal necesario?
–Paró la hiperinflación en democracia, ahí no hay mayor problema. Después hay todo este debate que nadie va a poder precisar bien sobre si la derrota del terrorismo requería cosas como la imposición de tribunales sin rostro. Allí uno tendría que hacer comparaciones para ver qué grado de gobierno duro o plenamente democrático se requería para hacerle frente al terrorismo. Después está toda la transformación económica que considero favorable y todo el deterioro institucional que considero inconveniente.
–Es decir, me está diciendo que el gobierno de Fujimori no fue un fracaso.
–No lo fue. Si uno agarra el cuadro del Perú en el año 1990 y en el año 2000, la mayoría de la gente preferiría vivir en el Perú del 2000 que en el de 1990.
–Pero si tomamos en cuenta que un campesino probablemente prefería vivir en una hacienda de 1980 que en una de 1968, ¿por qué la Reforma Agraria sí es, sin lugar a dudas, un fracaso y el gobierno de Fujimori no?
–La respuesta es el futuro que debe tener ese segundo presente. Es decir, en el 2000 –y aquí, es cierto, uno tiene que aislarse del tema político, que era bien grave– tú podías proyectar un futuro material, un componente sobre cómo iba el crecimiento económico que era sostenible y viable. En 1980, el Perú estaba veinte veces más endeudado que en 1968. La persona que estaba en una hacienda de Apurímac no tenía por qué darse cuenta de eso, pero los efectos malos del gobierno militar no solo se registraron a lo largo de los setenta, sino también de los ochenta. Se recurrió a un endeudamiento masivo en el sector público. Eso recién se pagaría después. Si te reconozco que el campesino de Abancay podía decir en 1980 que estaba mejor que en 1968 es porque no tenía un gamonal que lo explote, pero el Perú como conjunto no había terminado de pagar el costo de esas reformas. En el 2000, respecto a 1990, la persona salía de la universidad y veía un futuro por delante.
–¿Y acaso la destrucción de las instituciones y de la vida política no las seguimos todavía arrastrando desde el gobierno de Fujimori?
–Es otra razón. Es verdad.
–¿No es el principal problema del Perú ahora político?
–Sí. Es no tener partidos políticos. También tenemos una distribución política muy barroca: 25 regiones, 2000 alcaldes. Lima tiene 43 distritos. Si pudiéramos dividir eso entre 3 de la noche a la mañana, estaríamos mejor. ¿Cómo se resuelve el tráfico en Lima con 45 alcaldes? No entran ni en una sala para discutir.
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Ha sido una entrevista distinta a la planeada, pienso mientras salgo detrás de FOZ de la sala de conferencias de su oficina. Para hacerle las fotos, nos lleva a su despacho personal. Todo está en perfecto orden. Un cuadro, en el que aparece junto a su querido Basadre, cuelga en la pared.
–¿Cuál cree que es su aporte?
–Pucha, ¿ya me estás haciendo una nota necrológica? Creo que es formar gente. ¿Con qué imagen me voy a morir? Con la cara de las quince personas en las que yo creo que he influido para que ellos sigan haciendo su chamba.
–Y cómo un ingeniero termina reconociendo como su figura más influyente a Basadre, que es un historiador. ¿O cómo termina una persona formada por un historiador en el mundo empresarial en el que usted está?
–No sé. Quizás pude haber escogido letras y no ciencias en el colegio cuando tocaba lanzar la moneda al aire. Y entonces hubiera terminado de historiador, escribiendo libros.
–¿De cuándo es esa foto?
–La tomamos poco antes de su muerte. Ese día, justo habían ido dos chicos de la Universidad del Pacífico a entrevistarlo. Me sugirió que los busque. Murió solo días después.