Esteban Pavletich: semblanza de un incansable luchador social

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Este 2021 se cumplieron cuarenta años de la muerte de Esteban Pavletich, intelectual y activista político peruano que fue desterrado del país más de una vez y apresado por sus ideas en los febriles años veinte del siglo pasado. Recordado sobre todo por haber sido secretario de Augusto César Sandino, el líder histórico del pueblo nicaragüense, Pavletich participó en el surgimiento de colectivos antiimperialistas en México y Centroamérica, conoció a intelectuales y artistas, como Diego Rivera, Tina Modotti y Magda Portal, y mantuvo una estrecha relación política con Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. Más tarde, establecido otra vez en el Perú, inició una fructífera trayectoria pública en la que supo combinar el periodismo, la literatura, la diplomacia y la política. Este es testimonio de su nieta, una estudiante de la PUCP.
Por: Ericka Pavletich
Portada: Baldomero Pestana

¿Te imaginas ser expulsado de tu país con tan solo 19 años? ¿Verte obligado a dejar a tu familia, tus amigos y la vida que tenías? Eso fue lo que le pasó a Esteban Pavletich, mi abuelo, en 1924. 

Desde chica crecí escuchando las historias sobre su vida, viendo sus fotos en los álbumes que había en casa, revisando con curiosidad los recortes de periódicos con artículos suyos o que hablaban de él. Los libros que mi abuelo había escrito adornaban los estantes de nuestra biblioteca y a medida que fue pasando el tiempo fui dándome cuenta de que había compartido experiencias y amistad con artistas, escritores, políticos e intelectuales. Esto me hizo comprender que fue un hombre estrechamente ligado a la vida cultural y política del país. 

A pesar de que murió varios años antes de que yo naciera, ha sido una figura importante y presente en mi vida gracias a las historias que contaba mi papá, mi abuela Lucía o mis tíos. Ocasionalmente, algún medio de comunicación lo nombra y  me enorgullece y emociona, o también alguna persona, al escuchar mi apellido, me pregunta si somos familia y me cuenta algo de él. 

Este 2021 se cumplieron 40 años de su muerte y, a modo de homenaje, tengo la oportunidad de contar su historia, la de un peruano fascinante con una vida extraordinaria. 

Esteban Pavletich sentado junto a Lucía Silva, su esposa, y dos de sus hijos, Iván y Sergio. Foto: Archivo familiar.

Entonces, volvamos al pasado. Esteban Pavletich estaba en sus primeros ciclos universitarios y era miembro del Centro Federado de la Universidad Católica. Él, junto a muchos otros jóvenes, participaba activamente del movimiento estudiantil que se manifestaba en contra del gobierno dictatorial de Augusto B. Leguía. Durante las movilizaciones para expresar sus reclamos, los jóvenes sufrieron una represión policial que fue tan violenta que acabó con la vida de varias personas. Esto sucedió hace casi 100 años y lamentablemente aún se repite, tal como ocurrió con las marchas en contra del gobierno de Manuel Merino en noviembre de 2020.

Debido a su oposición al gobierno, mi abuelo fue deportado a Panamá junto a otros dirigentes. Este fue el inicio de una gran aventura que lo llevó a recorrer Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, Cuba y México. Esta etapa no estuvo exenta de problemas, ya que fue detenido y encarcelado por sus ideas, llegando a realizar una huelga de hambre en protesta por su arbitraria detención. Felizmente tuvo un desenlace positivo, pues logró su libertad. Mientras recorrió Centroamérica, se dedicó a escribir para diversas revistas y periódicos de distintos países latinoamericanos, incluido el Perú, como fue el caso de la revista “Amauta”, de José Carlos Mariátegui, logrando entrevistar al pintor mexicano Diego Rivera. 

Revisando los testimonios en artículos y libros de investigación sobre aquellos viajes, me sorprendieron muchos episodios de su travesía, como cuando atravesó parte de Honduras para llegar a Nicaragua y lo hizo a pie ¡A pie! Es ahí donde se vuelve secretario de Augusto C. Sandino con tan solo 22 años y donde continuó luchando por los derechos de los oprimidos. 

Sinceramente me parece excepcional pues todo esto sucedió en un periodo que comprendió desde sus 19 hasta sus 25 años. No solo era bastante joven, sino que además estaba en un territorio nuevo y sin la tecnología con la que hoy contamos. Quizás el espíritu aventurero y de supervivencia la heredó de su padre, un inmigrante croata que llegó al Perú a inicios de 1900 y que probablemente tuvo que enfrentarse a obstáculos y peripecias.

Luego de varios años de exilio, mi abuelo pudo regresar al Perú, precisamente a Huánuco, la tierra donde nació y que tanto quería. Desde allí continuó escribiendo ensayos como Autopsia de Huánuco (1937), texto en el que, en tono crítico, expone los problemas, pero también plantea sus anhelos y propuestas para el progreso del departamento. 

Escribió cuentos, novelas, poemas, artículos periodísticos y de opinión. En 1959 ganó el Premio Nacional de Novela por su obra No se suicidan los muertos

En el año 2006, con motivo del centenario de su nacimiento, viajé con mi familia a Huánuco donde se había organizado un homenaje y un concurso literario conmemorando la histórica fecha. Fue una experiencia emocionante escuchar a otras personas comentar la importancia de su obra, también conocer a los participantes del concurso y sorprenderme al reconocer muchos lugares de la ciudad que llevaban su nombre. Un puente, una avenida e incluso un equipo de fútbol. Algo que sin duda llamó mi atención fue que luego de la premiación una señora se acercó a conversar con nosotros y nos contó de su admiración por mi abuelo y que por eso a su hijo le había puesto de nombre Pavletich. 

En aquel viaje visitamos el complejo arqueológico que mi abuelo tomó como inspiración para escribir el poema Revelación de Kotosh (1964). Finalmente pude ver el famoso Templo de las Manos Cruzadas, aquellas manos a las que hace mención en el poema y cuya foto adornaba una de las paredes de su escritorio. Ahora, tantos años después, vuelvo a leer el poema y cobra un mayor significado en mí y siento que me conecta a mi abuelo, aunque no nos hayamos conocido. 

Además de escritor, Esteban Pavletich también se desempeñó como diplomático: fue agregado cultural del Perú y en esa condición fue enviado a Santiago de Chile, Bogotá, Quito y La Paz. Además, se desempeñó como periodista y llegó a ser director del diario El Peruano. Hay una foto suya en la que es retratado en la sala de impresión del diario, aparece mirando a la cámara con una presencia imponente. Aquella fotografía fue tomada por Baldomero Pestana, quien hizo fotos icónicas de grandes personajes como José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro, Blanca Varela, Gabriel García Márquez, entre otros. 

Compartió una gran amistad con Pablo Neruda, a quien llevó a conocer Machu Picchu en 1943. Mi familia me comentó que mi abuelo contaba que Neruda se la pasó relacionando el paisaje con comida, haciendo comparaciones entre las construcciones de piedra y distintos platos. Eso lo dejó pensando si el lugar realmente lo habría impactado. Años más tarde, Neruda publica Alturas de Machu Picchu dentro del poemario Canto General (1950), que no solo es un texto impresionante si no posiblemente una de sus mejores obras. 

Esteban Pavletich (derecha) al lado del Nobel de Literatura 1971, el poeta chileno Pablo Neruda, en su visita al Cusco. Su mayor atractivo turístico constituye el nombre de uno de sus poemas, Alturas de Macchu Picchu. Foto: Archivo familiar.

El espíritu de lucha de Esteban Pavletich siempre estuvo presente. No solo a través de sus textos, sino también involucrándose en política y en activismo hasta los últimos días de su vida.  

Además de ser un hombre de carácter y fuertes convicciones, fue también una persona sensible que expresaba su cariño hacia su familia y sus amigos. Haber podido leer algunas de las cartas que escribía me ha provocado inmensa ternura y otra forma de conexión con él. Ya no solo es este hombre aventurero, luchador, enérgico y contestatario, sino que ha cobrado una dimensión más humana.