David Flores Calderón nació en Lima por casualidad. De padre arequipeño y madre ancashina, fue un hijo más de las familias que migraron de la sierra a la capital. Empezó a cultivar su talento como artista desde pequeño, primero en casa y luego en distintos talleres. Estudió en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes. Hace más de 30 años que ejerce la profesión de escultor. Su portafolio exhibe trabajos clásicos y excentricidades del mundo de la publicidad. Si bien hizo esculturas monumentales, de personajes históricos como ‘Lolo’ Fernández que perdurarán en el tiempo, trascender no le mueve el piso. David prefiere la escultura natural que se degrada con el tiempo. Le permite conectar con el estado más puro del arte, pasión a la que dedica sus días con su empresa Mamut Art.
*Esta entrevista fue elaborada en el curso Taller de Crónica y Reportaje, dictado por el profesor Mario Munive.
Por Nicolás La Torre
David Flores (52) siempre supo que sería artista. Su ascendencia lo delata: una familia de escultores, talladores de piedra en el distrito de Paucarpata, Arequipa. Su mamá, profesora de inicial, le regaló una montaña de plastilina de los recortes sobrantes de sus alumnos. A él le molestaba el exceso de esos colores y los mezclaba hasta que quedaba una masa verde grisácea. Así, con plastilina, comenzó a moldear sus primeras esculturas.
El juego de la plastilina lo llevó a que vendiera sus primeras obras, que eran parejas de personas, a un sol o menos. Para aquel niño significaba mucho, pues lo hacía feliz. Hoy aquella diversión infantil es su trabajo. David ha realizado escultura monumental, trofeos, bustos, dummies publicitarios y escultura natural hecha con arbustos y árboles. Utiliza diferentes materiales como yeso, fibra de vidrio o bronce, cada una con una técnica diferente. Entre sus esculturas más emblemáticas resalta la figura del exfutbolista ‘Lolo’ Ferndández, ídolo de Universitario de Deportes.
La vista a la ciudad desde su estudio en la Residencial San Felipe, una especie de isla de creatividad, es lo primero que llama la atención. Lo segundo es el arte desplegado por todo su espacio: fotografías en el sillón y recortes de materiales en las mesas, esculturas colgadas de una pared, en estantes o en el piso. Esta es la cueva de un artista.
—¿Crees que el talento del escultor está en su habilidad con las manos o más bien en sus ideas y creatividad?
—Hay que tener un mundo limpio, un ambiente adecuado para poder crear. Creo que todos tenemos el talento en las manos, pero a veces nos cortan las alas. Los padres te llevan por otro camino y no te dejan seguir el camino del arte.
David recuerda que siempre tuvo el apoyo de sus padres para desarrollarse como artista. Lo inscribían en talleres y competencias. Su papá lo llevó a su primer concurso de escultura y le advirtió: “No te vayas a frustrar si no ganas”. Competía con hijos de escultores y artistas. Él era hijo de un dibujante aficionado, como evoca a su papá. Fue declarado ganador y obtuvo de premio una beca en un taller de pequeños artistas, pero la rechazó. Prefirió aceptar media beca en uno de escultura con adolescentes. Asistió por más de tres años hasta que terminó el colegio.
—¿No te invadió la idea de que si estudiabas arte ibas a “morir de hambre”?
—Yo siempre me la creí y hasta ahora me la creo. No te digo que soy el mejor, pero siempre he tenido certeza de que puedo vivir de mi arte.
—¿Y tus papás qué te decían?
—Ellos veían cómo estaba su hijo. Yo lo veo ahora con mi hija, está feliz con lo que ha seguido (la hija de David estudia en la Facultad de Arte y Diseño de la PUCP). Yo la dejo que fluya no más. Si saben que estás en un camino que te está gustando, tus padres te apoyan. Mi mamá quiso que siguiera arquitectura, pero a mí me jalaba más el arte.
David aparenta ser flexible y comprensivo, pero creció y se educó en un ambiente duro y frío. Cuando ingresó a Bellas Artes, en 1989, los profesores enseñaban “al golpe y a los gritos”, enfatiza. Las esculturas de los alumnos eran arrojadas al piso y se rompían en pedazos cuando no agradaban al maestro. Con 17 años aprendió técnicas y proporciones, anatomía aplicada a la escultura y a empaparse del tema o personaje a retratar. También aprendió sobre el rigor y el perfeccionismo.
Un artista conecta con sus recursos, sean los colores o las palabras. Un escultor se vincula con el material que decide usar. David prefiere trabajar la arcilla cuando se trata de algo personal. Es lógico, siempre está en contacto con ella al modelar, embarrándose y sintiendo su temperatura y textura.
Si alguna vez encuentras a David trabajando, lo más probable es que esté escuchando reggae. Desde los clásicos hasta el funk o dancehall. Elige siempre el trabajo en equipo, lo considera necesario para el desarrollo de cualquier obra. Más hoy que abundan los encargos de dummies publicitarios (piezas que tienen la forma del producto en una escala mayor) para los que hay que mantenerse actualizado e inventar recursos.
El proceso de la escultura clásica le fascina. Armar una estructura, modelar en arcilla, colocar el molde de yeso y recubrirlo del material final. Así se hizo uno de sus trabajos favoritos, la estatua de San Jorge, que está dentro de la fábrica de Ate de la empresa de alimentos que lleva el mismo nombre. No obstante, no ignora la nueva ola de la escultura con impresoras 3D y modelado en computadoras. Un signo de esta apertura es que David actualmente cursa una maestría en Escultura Digital. “Al final estoy estudiando lo que me gusta”, añade.
—¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
—Siempre estoy desarrollando proyectos diversos. Siempre es un trabajo nuevo, no hago cosas repetidas, que no digo que está mal, sino que a mí me gustan los retos diferentes en los que aplico nuevas técnicas. Al final, estás haciendo arte, estás logrando formas diferentes. En esa búsqueda para desarrollar proyectos tengo que estar siempre actualizado y viendo nuevos procesos.
—¿Qué le dirías a alguien que quiere dedicarse al arte como tú?
—Yo soy escultor, pero hago de todo. Terminas siendo un artista visual, un artista plástico, un pintor. No hay que ponerse etiquetas. Es una carrera completa, usas técnicas y materiales diferentes. Tienes que tener la vena, ese bichito que te mueve a dibujar o crear. Es un viaje el camino del arte, donde el apoyo de la familia es importante.
La escultura de ‘Lolo’ Fernández
Como muchos niños, David era “pelotero”. Así recuerda su infancia, pero para entonces ya era, sin duda, un escultor. Hincha acérrimo de Universitario de Deportes, modeló hace 20 años un ‘Lolo’ Fernández pequeño, una maqueta que presentó a la directiva ‘crema’. No fue aprobada. “Parece que no era una prioridad en ese momento”, insinúa. Cuando vio que otro escultor la había hecho, se lamentó: soñaba con darle forma a su ídolo futbolístico. Fue de una manera inesperada que tuvo la oportunidad de realizar su versión. En 2021, después de que la estatua de ‘Lolo’ fuera atacada por vándalos, David y ocho mil hinchas más costearon la nueva escultura que hoy luce en el Estadio Monumental.
La obra de un artista y su trascendencia
A pesar de haber realizado esculturas monumentales como el Cristo Redentor, además de la de ‘Lolo’ Fernández, diseñado trofeos y logos de múltiples empresas en más de 30 años como escultor profesional, a David no le quita el sueño que sus obras vivan más que él. Da lo mejor en cada trabajo sin pensar en trascender. Solo se concentra en el detalle y en el proceso de investigar su próxima escultura con valor personal.
—¿Qué escultura te queda pendiente por hacer? ¿Cuál sería un sueño personal al igual que la de ‘Lolo’?
—Un mamut. De ahí el nombre de mi empresa, Mamut Art.
—¿Con qué tipo de escultura te quedarías?
—El land art, arte tierra le dicen. Donde usas la materia que encuentras en la naturaleza y la transformas. Luego sigue su curso hasta que muere o se deteriora, se desintegra. Queda el registro fotográfico. Eso me llena a mí, no es por encargo, sino algo mío. También me gustan las “apachetas”, esta especie de montaña de piedras que son como pagos a la tierra. Cuando los vi en las montañas, me conmovieron. El equilibrio de las piedras, el sentido de la ofrenda…
David realiza semana a semana trabajos complejos, lidia con plazos que le imponen las empresas que lo contratan, avanza con su maestría, cumple con su rol de padre. Se mantiene activo y creativo, modela ideas, busca materiales, prueba, se equivoca y vuelve a intentarlo. Como él repite, siempre tiene algo nuevo por hacer o aprender. Lo que mantiene intacta es la esencia de aquel niño que creaba figuras con la plastilina que su mamá le regalaba. Aquel juego con el que podía pasar horas y que actualmente es un trabajo con el que también se divierte. A lo largo de su vida ha fortalecido su primera convicción: que iba a ser un artista.