Pintor, ilustrador y escritor, Eduardo Tokeshi es uno de los mayores exponentes del arte contemporáneo en el Perú. Nos ha representado en Estados Unidos, España y Japón. En esta entrevista, nos habla de su libertad creativa, el arte como eterno compañero, y un punto de inflexión en su vida tras vencer el cáncer.
*Esta entrevista fue elaborada en el curso Taller de Crónica y Reportaje, dictado por el profesor Mario Munive.
Por Allisson Vega
En el papel sulfito de las envolturas de la bodega de su madre o del bazar de su padre, un joven peruano de origen japonés plasmaba sus primeros dibujos. Descubrió otro mundo más allá de sus raíces, donde no pasaba desapercibido por el estilo atípico de sus trabajos: una fusión entre el neo pop y el arte “chicha”.
“Mis referentes artísticos eran raros”, recuerda. Entre ellos estaban Jasper Johns, Joseph Cornell y Robert Rauschenberg. Todos concebían que una pintura se asemejaba más al mundo real cuando estaba hecha del mundo real. Es así que Tokeshi materializa sus ideas y nacen sus “hijos”, pinturas creadas a partir de objetos que iban desde juguetes de plástico, cajas, esteras hasta caballetes o banderas.
Pintar lleva tiempo. Hay procedimientos y bloqueos creativos. Los pensamientos del día a día necesitan ser expulsados como forma de sanación. De manera catártica, Tokeshi también escribe para sí mismo. Sus poemas quedaron atrapados en las hojas de su agenda hasta que en el 2008 vieron la luz. “¡Comenzaron a llegarme mensajes como: Eduardo, me he identificado muchísimo con ese poema!”, exclama emocionado.
Para él, nada pasa desapercibido. Ve lo que todos ven, pero piensa distinto. Encuentra formas donde el ojo común no las ve. Se considera un hombre curioso que no desea perder la capacidad de conmoverse con lo que pasa a su alrededor. Agradece que su memoria se conserve intacta, almacenando imágenes que luego serán inspiración para sus pinturas. “A veces veo la forma de la letra “a” y me da la impresión que es un perro con colmillos, o veo la “b”, y si la volteo, parece la mitad del símbolo matemático del infinito”, manifiesta.
Ha realizado exposiciones como “Retrospectiva 1984-2012”, “Un árbol es algo más que un árbol”, “Tokeshi: paseo de papel y Diario de los Andes”. Creó una serie de pinturas como “Fragmentos de un paisaje interior”, “Retratos de la memoria”, “Paisajes interiores”. Además, escribió Sanzu, libro que es el resultado de su tesis maestría en Escritura Creativa de la PUCP, su casa de estudios. Ahora está inmerso en nuevos proyectos: un libro para niños, pinturas y poemas.
Es viernes por la tarde y luego de dictar clases en la Facultad de Arte y Diseño de la PUCP, se da tiempo para ser entrevistado. Ingresa a la Biblioteca Central del campus y da la impresión de ser una persona de pocas palabras. La timidez termina a los diez primeros minutos. Pasada la hora, más cómodo, ha hablado con soltura en su propio lenguaje: el de un artista.
—¿Cómo es la relación entre tu imaginación y la mano con la que trabajas?
—Es como estar acompañado por otra persona que es la que hace las cosas. Yo usualmente imagino mucho las cosas. Pero entre más rápido las imagines, la mano es más lenta. Vienen de la cabeza al corazón, se mezclan con el estómago, se mezclan con todo, corren, cruzan hasta la mano o hasta el celular. Se ralentiza el momento creativo y se pueden perder algunas.
A veces, en el mismo momento, uno se va alimentando de más ideas. Te das cuenta de que no es exactamente lo que tenías pensando en un inicio. Yo lo comparo como si fuera una incubadora y puedes ver si tu hijo gana peso. El proceso creativo me fascina. Es como trasladar una cosa de un lado a otro usando una especie de portal mágico. Tienes las cosas en la cabeza y pasan al mundo de la comunicación con el otro.
—¿Crees que la palabra ofrece algo más que la pintura?
—Hay cosas que se procesan de manera más inmediata con la palabra porque son de uso cotidiano. La tienes en la punta de la lengua, no tiene un proceso de “hacer” como pasa con la pintura, que me resulta más cómoda. Crear imágenes es fenomenal, valen más que mil palabras, porque hay cosas que no pueden ser expresadas mediante la palabra. De todas formas, el lenguaje y las imágenes se llegan a cruzar, son como dos herramientas que generan un nuevo producto.
—Mencionó en una entrevista que aún sentía vergüenza con la escritura. ¿Persiste esa sensación?
—A pesar de tener una maestría en Escritura Creativa, me sigo sintiendo así. Yo no me creo escritor. Existen artistas que manejan súper bien el lenguaje, de una manera muy orgánica. Para mí, la escritura es como un instrumento que me ayuda a aceptar y reflejar lo que hay en mi cerebro.
Tokeshi hace un momento de silencio. Lo que va a mencionar sonará a locura. “No quiero decir que hablo solo, pero, bueno, la verdad es que sí a veces”, cuenta entre risas. Para él, explorar su creatividad y dialogar sus ideas son actos involuntarios de cada día.
La peruanidad como inspiración
Eduardo Tokeshi representa en sus poemas la búsqueda de su identidad. Parte de ella, la forjó en la ciudad y época en la que le tocó vivir. Pasó su infancia en el Centro de Lima, en los años sesenta, a espaldas del Parque Universitario. Conoce la antigua Lima, aquella donde “la historia colectiva se respetaba”, comentó en una publicación de Facebook.
—En tus poemas, Lima es tu herida abierta. ¿Parte de ti es la indignación ante lo que sucede en el Perú?
—Hay temas que debes vomitarlos. Hay cosas que te producen mucha molestia. Este hacer o decir de una ciudad es tu identidad. Yo creo que lo único que puede formarla es aquello que te molesta. Vivir en una ciudad tan brutal hace que de alguna manera tengas que expresarte. Ya no puedes decir que Lima es bonita, debes decir algo más. Por ejemplo, realicé una serie de banderas con un trasfondo. Y para mí, una bandera es algo que te representa, con la cual te vas a identificar. No puedes separar el arte del contexto, este te va formando.
—¿Cómo se vería una bandera con el actual contexto sociopolítico?
—Definitivamente, sería una bandera sombría. Es un momento muy complejo, yo la podría hacer con un marco de relojes Rolex. En realidad es crear una nueva iconografía, jamás antes vista.
Hacer arte después de estar entre la vida y la muerte
En el 2023, Eduardo Tokeshi fue diagnosticado con cáncer de intestino delgado. Durante su tiempo en la clínica, plasmaba en cada una de sus nuevas pinturas los sentimientos por los que atravesaba. Le ayudó a aceptar que enfermó. “Estuve en una montaña rusa, y cuando finalmente lo expresé, me di cuenta de que lo único real es que tenía cáncer”, sentencia.
—¿Cómo impactó el cáncer en tu vida?
—Salí con la idea de haber gozado el fin, uno en el que casi muero. Este es un punto de inflexión donde las cosas se dan para que puedas detenerte un ratito, respirar, ver de nuevo el paisaje y seguir, pero replanteando algunas cosas. Luego de salir del postoperatorio solo me quedaba seguir trabajando para asimilar que seguía estando vivo.
—¿Cómo influyó estar tan cerca de la muerte en tu libertad creativa?
—Antes me angustiaba mucho, pero ahora lo tomo con calma. Tuve que tomar distancia de las cosas. Hay un cuaderno en el que dibujaba el proceso de recuperación. Son dibujos sumamente miserables, llenos de cortes y cicatrices… Se podría decir que eran cuadros muy góticos, oscuros, depresivos y viscerales. Ahora lo pienso y digo que esto no lo vuelvo a dibujar ni loco. Son cosas que pasan cuando la cicatriz aún está abierta. Uno hace cosas impensables.
—¿Qué pasaría si ahora vuelves a ver esos dibujos que antes te asustaban?
—Es un hueco al que tengo que volver, pero ya con mejor traje, ¿no? Lo más bonito de tu relación con el cuadro es que puedes establecer un buen diálogo con él. Solo debes tomar distancia y volver a conversar. Debe dejar de ser una relación tóxica, porque los dibujos te llaman, vienen a cobrarte si intentas mentirle o evitarlos. Debes ser como un domador de fieras para que ningún cuadro te coma vivo.
—¿Y qué sientes cuando te deshaces y vendes un cuadro en el que hay mucho de ti? Esa ruptura es trágica o…
—Para mí es una satisfacción. Se vuelve como un hijo que comienza hacer su vida. Es curioso saber que ya no se encuentra en tu taller, sino colgado en la pared de alguna sala. Comienza a tener su historia, y por ende, tu trabajo trasciende. No solo con las pinturas, también me ha pasado con las ilustraciones que realicé para el libro Goig de Alfredo Bryce Echenique. Me imagino a una madre que le está mostrando mis dibujos a su hijo y, tal vez, en un futuro, él se lo muestre a ella. Es placentero.
—¿Uno debe encontrar el porqué de vivir, es decir, el propósito de vida? ¿El tuyo es crear?
—Todos estamos aquí por algo. Y sí, yo sigo vivo para seguir haciendo cosas, para seguir creando.