Luego de su jubilación, Eduardo Buquich Buller (70), administrador de empresas y fundador de la Cámara Peruana de Industrias (CPIN), decidió lanzar Charly Donuts, un negocio de repostería para recursearse. El éxito de sus donas, que sin imaginarlo se volvieron virales en TikTok, demuestra que las personas adultas mayores también pueden emprender.
Por Valeria Chamorro
Son las ocho y treinta de la noche de un lunes cuando un tico color gris con vitrina y letreros luminosos aparece por la cuadra cinco de la avenida Los Quechuas, en Salamanca, da la vuelta en U y se estaciona al lado de la parroquia Nuestra Señora de la Esperanza. Eduardo Buquich, más conocido como Charly Donuts, se baja del auto, se acomoda la gorra y el canguro, y se prepara para comenzar su segunda jornada de ventas del día.
Los transeúntes que parecían pasar el rato en la avenida se acercan. Varias mujeres, jóvenes y adultas, lo estaban esperando. Aquellas que no, se ven atraídas por los demás y rápidamente se forma una fila de clientes ansiosos. Algunos conductores curiosos se estacionan, ahora Eduardo se encuentra ocupado, pero en unos minutos estará libre para poder atender esta entrevista.
—¿Por qué Charly Donuts?
—Es un nombre que escogí porque suena bonito y es fácil de recordar, y quería que representara a un criollo. Por eso está escrito a propósito a la peruana, porque el nombre Charly no se escribe así. Un Charly peruano porque mi dona es peruana.
—¿Por qué decidió hacer donas?
—Me di cuenta de que era un producto muy conocido en general, y sobre todo por mis nietos. Los llevaba a un centro comercial y me pedían donas. “Abuelito, donas, cómpranos donas”. Me preguntaba por qué les gustan tanto. Entonces, me puse a pensar en que quería realizar alguna actividad para generar un ingreso adicional porque soy jubilado, y la verdad la jubilación no alcanza. Voy a hacer donas porque a mis nietos les gustan y todos las conocían”.
—Las venden en una franquicia y en algunas cafeterías.
—Exacto, yo dije “acá puedo tener un espacio”, y la verdad es que me sorprendí. Salí a la venta, no tomé un local porque, si vas a emprender algo, primero pruebas si el producto va o no va. Lo voy a poner en algún momento, pero al inicio yo quería probar. Hice una primera prueba en febrero con una vitrina muy pequeña, vi que había interés de parte del público y decidí ampliarla y poner los letreros. A partir de ahí volví nuevamente en marzo y me estaba yendo bien, hasta que llegaron los que hacen tiktoks, me grabaron, y ahí cambió todo.
—¿Usted hizo el ‘Charlymóvil’?
—Sí, entré a Google y me inspiré en modelos de vehículos que venden comida en otras ciudades. Por ejemplo, en Estados Unidos es súper conocido el camioncito de helados. No es algo que yo he inventado, es algo que ya existe, simplemente adapté la vitrina a lo que tenía, que es mi carrito, lo acomodé.
Hacerse viral
Un día a mediados de marzo de este año Eduardo se encontraba trabajando cuando un chico se acercó a comprarle donas, le gustaron y le preguntó si podía tomarle una foto y grabarlo. Él respondió que no había problema. Eduardo no sabía que el chico lo publicaría en TikTok y lo que eso significaría para su pequeño negocio. “Esa noche llegué a mi casa y mi hijo más joven, que es veinteañero, me dijo emocionado que me había hecho viral. Yo no entendía el término sinceramente, y le dije qué bueno, no le brindé tanta importancia”, recuerda.
—¿Cuándo lo entendió?
—Al día siguiente, cuando fui a mi punto en la avenida Canadá, vi una cola y dije “ya fui, no voy a poder pararme a vender acá”, pensé que era por una promoción de Tambo. Me estacioné mientras pensaba hacia dónde me iba, y de repente la gente me empezó a tocar la ventana diciendo “¡señor Charly!”. Me bajé y toda esa cola de gente me quería comprar a mí, no podía creerlo. Ahí me enteré de lo que era la viralidad. Eso me obligó a tomar mi trabajo más en serio, a mejorar la presentación. Cuando comencé tenía una vitrina más pequeña, ahora la he modificado. No pensé que pudiese tener tanta llegada, quería vender, por supuesto, y me alegro de que haya pasado lo de la viralidad, pero sinceramente nunca lo imaginé. Si la gente se dio una sorpresa con las donas, yo me llevé una sorpresa con ellos.
—¿Qué cree que hace que sus donas sean tan populares?
—Lo que ha ocurrido es que las personas han tenido la oportunidad de probar estas donas y les han gustado. En esta ciudad solo había donas de franquicia, no al alcance de la mayoría. Yo agarré la dona, que es algo que en todo el mundo se consume, y la puse en un lugar donde no había. La dona es un dulce que puedes comer en todos lados, no tienes que sentarte para comerla. Como con una torta, es algo que puedes comer mientras vas caminando, al paso, y es muy agradable.
Un negocio familiar
Eduardo estudió Administración de Empresas y trabajó durante veinte años en el área de comercialización de la industria farmacéutica. Lo suyo era la venta especializada de medicamentos. Cuando se jubiló, nada sabía de repostería, pero eso no fue un obstáculo para crear su negocio.
Mónica, su segundo matrimonio y madre de cinco de los nueve hijos de Eduardo, es repostera de profesión. Tener treinta y ocho años casado con ella y haber sido testigo de su trabajo le otorgó el conocimiento suficiente para saber que las donas eran el producto indicado para emprender.
“Mi señora es repostera, y en tantos años de matrimonio con ella, la he visto preparando diferentes productos, por lo que me hago una idea de su labor. Cuando yo pensé en este negocio, justamente pensé en mi incapacidad para la repostería. No podría hacer una bavaroise o una torta tres leches, pero una rosquita frita sí puedo hacer, en realidad es bastante fácil, no se necesita experiencia”, señala.
—¿Cuánto tiempo se demora en preparar las donas?
—Al inicio, con lo poco que hacía, demoraba dos horas. Ahora la cantidad ha aumentado, me demanda más de cuatro horas diarias. Pero ya no trabajo solo, mi esposa me ayuda a prepararlas y mi hija también con el decorado.
—¿Qué cantidad de donas prepara ahora?
—Estamos en un promedio de 400 a 500 por día. Es un poco más si hay algún pedido. La vez pasada tuvimos uno de 200 donas para una institución, pero eso no pasa todos los días.
Eduardo cuenta que desde la viralización de su marca sus hijos abrieron las redes sociales y son ellos los encargados de manejarlas, promoverlas y pactar la colaboración con otras marcas. De pronto lo que comenzó como una iniciativa propia se convirtió en un emprendimiento familiar.
Cambios a futuro
A pesar de que su labor no está exenta de problemas propios de la venta en la calle, como eventuales conflictos con personal municipal, Eduardo prefiere enfocarse en el lado bueno: el cariño de la gente. “Se siente contenta con el producto. Desde que he aparecido en TikTok, las personas tienen bonitas palabras para mí, ese es el lado positivo. Yo he sentido más lo bueno que lo malo”, agrega.
—¿Por qué decidió vender en Salamanca?
—Inicié en Circunvalación porque yo vivo en Salamanca. Salí con mi carrito y tenía un itinerario: mi idea era que mi primer paradero fuese la esquina del Tambo, de ahí avanzaría hasta Rosa Toro y luego seguiría avanzando. Esto no se dio porque en el primer paradero completé toda la venta y decidí quedarme ahí.
—¿Charly Donuts tiene planes de expandirse?
—Yo comencé esto como un recurseo, pero lo que ha pasado me obligó a cambiar mi forma de pensar, y estoy siguiendo el trámite para crear una marca, porque siento que es algo necesario. Me han llegado saludos de la comunidad peruana en Estados Unidos, también de Europa. Si llegas a ese nivel, no lo puedes dejar pasar. Por eso estoy registrando la marca, todavía no sé bien qué hacer con ella, pero la estoy registrando, ya está inscrita en registros públicos, falta el trámite de Indecopi. Mis hijos son más pilas que yo, ellos tienen algunas ideas.
—Mencionaba saludos del extranjero, ¿desde qué tan lejos han venido sus clientes a probar sus donas?
—Es increíble, pero un grupo de peruanos vino desde California y trajeron a sus amigos gringos. Ellos las probaron y también les gustaron.
La entrevista transcurre con pausas, los clientes se aproximan y progresivamente van vaciando la vitrina llena de donas de colores. Eduardo se les acerca, amable y sencillo, los atiende, y del mismo modo, contesta las preguntas.
—¿A qué edad se jubiló?
—Yo dejé la actividad laboral formal a los 62 años.
—¿Intentó emprender otros negocios antes de las donas?
—No, me dediqué a viajar por el país. Fui a Iquitos, estuve en Trujillo, Chiclayo, Piura y Arequipa. También viví un periodo en Nazca y otro en Talara porque quería visitar a amigos y parientes.
—¿Qué consejos le daría a quienes tienen miedo de emprender?
—Les diría que lo intenten si tienen la oportunidad, de lo contrario se quedarán con un cargo de conciencia por el resto de la vida. Mejor es intentarlo y fracasar, hay que perderle el miedo a fracasar, no es malo, es una experiencia que te va a enseñar.
Eduardo se mantiene activo, algo que sus clientes y seguidores suelen destacar. Y es que a pesar de que cumplió 70 años hace dos meses, él se siente joven: “Yo me sigo sintiendo un muchachón, recién me he dado cuenta de que la gente me ve y dice abuelito, veo que me perciben como un hombre mayor, pero yo no me siento tan mayor”, afirma Eduardo, cargado de vitalidad.