A veces ‘el Maldito Traeh’, a veces ‘el Bendito Traeh’, y a veces solo ‘Dominick Traeh’. Si bien Dominick Carrizales posee varios alter ego, lo cierto es que tiene un estilo único. Con el barrio que lo caracteriza, cuenta cómo el tatuaje lo llevó a vivir en un parque, y también denuncia la hostilidad permanente de la policía que lo ve como un delincuente por tener escrito el nombre de su familia en el rostro.
Por Cristopher Polo
Estás en el parque Kennedy. Vas caminando hacia tu trabajo que queda en la Bajada Balta. Tienes tus audífonos puestos, tranquilo, sin querer llamar la atención. Sin embargo, en el camino sientes cómo las personas cruzan al otro lado de la vereda al verte, cómo los policías te miran con recelo. Sientes las miradas invasivas de quienes te juzgan por tu apariencia. Tú ya estás acostumbrado. Ya tienes siete años en el mundo del tatuaje y sabes que es mejor aprender a convivir con esas miradas que intentar cambiarlas. Te miran como si no fueras un ser humano.
Vivimos en un país estigmatizado. Creemos que todo debe ser “normal”, hegemónico. Y si no lo es, nos infunde miedo. Dominick sabe que responde a los tatuajes en su rostro. Para las personas que lo miran, los dibujos en su piel son señales de pandillaje, de delincuencia. Para él, son las marcas que lo caracterizan, las señales que le recuerdan sus decisiones y, sobre todo, a su familia, los seres queridos que en un momento entendieron que él no es un peligro: solo un artista.
Tuvo que decidir si seguía estudiando diseño gráfico o perseguía sus sueños. Un día decidió disponer del dinero de su pensión y compró una máquina para hacer tatuajes. Desde entonces no ha parado. Empezó en su casa tatuando a sus conocidos. Luego comenzó a trabajar en un centro de tatuajes en San Juan de Lurigancho. Cuando su madre se enteró, lo botó de la casa. Fue una decisión radical. Quería que su hijo deje el tatuaje y vuelva al diseño.
Actualmente Dominick trabaja en uno de los estudios de tatuaje más reconocidos del Perú, Coyote’s Tattoo. Con el barrio que lo caracteriza, narra su historia, sus peleas con la policía, la estigmatización de la gente y lo que diferencia a un artista de un tatuador. Dotado de un carisma especial, logra atrapar a las personas y minimizar el dolor de un tatuaje. Basta escucharlo para perder el miedo a las agujas.
—¿Has vuelto a ver tus primeros tatuajes?
—He visto un par y obviamente no estoy feliz, pero fueron parte del proceso. A veces hay que entender que el proceso es así, la cagas y sigues aprendiendo… Es como una constante. Si no te equivocas, nunca tienes éxito.
—¿Cuánto tiempo tienes tatuando?
—Siete años, pero dibujo desde que era niño, desde que tengo memoria prácticamente.
—¿Cuándo te hiciste tu primer tatuaje?
—A los trece años. A los diecinueve me botaron de mi casa porque empecé a tatuar y conocí a Julián Garay. De ahí empecé a darle con todo porque él apostó por mí. Hasta ahora sigo y nadie me va a parar.
Dominick realizó gran parte de su carrera en Gioia Tattoo, en Chorrillos, junto a Julián Garay, artista fundador del estudio, desde el 2010. Julián lo recogió de un parque donde Dominick vivió durante tres meses cuando su madre lo botó de casa. Le dio un hogar en Gioia. Paulatinamente, Dominick logró impulsar su carrera participando como artista residente de algunos locales miraflorinos, entre ellos Tatau Studio.
—¿Tu estilo nació en Gioia? No he visto a muchos que tatúen como tú.
—Empezó ahí porque Julián fue mi maestro y vio que me salía bien los colores. Le gustó mucho y me dijo que me quede haciendo acuarelas. Con base a lo que ya existía, lo he personalizado y le he dado mi propio flow.
—En Instagram posteaste que tuviste problemas con la policía.
—Sí. Me empezaron a acusar de algo que no había hecho, me quisieron plantar marihuana. Fue muy feo en realidad pero es algo a lo que ya estoy acostumbrado, porque al estar tatuado la gente es muy prejuiciosa. Le temen a lo que es diferente a ellos, siempre. Y a la policía igual.
—Se quieren aprovechar de esos prejuicios.
—Exacto. La verdad no me resulta extraño. Por lo general siempre suelo grabar cuando algo así sucede, porque me pueden sembrar. En el video claramente me dicen: “Te vamos a sembrar, te vamos a sembrar”. Con el tiempo notas que no es nada nuevo.
—¿No has pensado en denunciarlos?
—No me gusta hacer tanto problema. Sí lo he pensado pero también tengo familiares que son policías. Siento que puede afectarlos, lo veo desde su punto de vista también. Yo sé lo que atraviesa mi familia y a veces es incómodo. Prefiero dejarlo ahí. Me da igual, no me afecta mucho, solo me acostumbré y ya.
—¿Cada cuanto tiempo te pasa?
—No sabría decirte, pero pasa mucho cuando voy de viaje a otras regiones o países. O me siguen o me detienen. Hace poco fui a Cusco por una competencia. Ni bien llegué me abordó la policía antidrogas en el aeropuerto. Me empezaron a rebuscar toda la mochila. Y como no tenía nada, me cagué de risa y empecé a joder a los tombos. Ellos se rieron conmigo. Nos hicimos patas un rato, les expliqué que era tatuador y me soltaron. Me dijeron que tenía cara sospechosa por los tatuajes en el rostro.
—¿Crees que es solo por los tatuajes de tu cara?
—Creo que si no tuviera tatuajes en la cara no pasaría por ninguno de esos problemas. Por lo general, las personas tienen mucho miedo a lo que no están acostumbrados. Pero sí, soy una persona normal como todos, que tiene sueño y hambre. Solo que me tatué la cara y es algo que a mí me identifica mucho.
Para los policías sus tatuajes son señal de peligro, pero él se los hizo como un homenaje a su familia. Los únicos que lo apoyaron en su primera competencia en Cajamarca fueron sus abuelos, quienes le pusieron una condición: ganar. Ellos le pagaron los pasajes cuando Dominick no tenía ni celular. Él, pensando en ellos, logró ganar la competencia en la categoría Blackwork, estilo donde solo se usa tinta negra. Como no quería olvidar a quienes lo apoyaron, tatuó las iniciales de sus abuelos en su rostro.
En el Perú es muy difícil que los tatuadores tengan un estudio propio. Por eso existen los estudios de tatuajes. En estos sitios, un grupo de tatuadores trabaja de manera conjunta, en equipo. Sin embargo, como en todo oficio, uno siempre desea ser independiente y poseer su propio espacio.
—¿Hay unión en la comunidad de tatuadores?
—La comunidad de tatuadores es muy desunida. Hay tatuadores que están muy separados. A veces hay mucha riña entre ellos y se echan mucha mierda porque un trabajo no salió bien o porque otro copió su diseño. Considero que son personas que recién están empezando.
—¿Crees que es justo que se trate así a alguien por copiar un diseño?
—No siento que sea un motivo para tirar mierda, siento que todos tendríamos que ayudarnos. Afortunadamente yo estoy en un grupo de tatuadores donde nos apoyamos mucho. Son de las grandes ligas. Tengo la suerte de pertenecer ahí, ellos me respaldan.
—Y en los estudios de tatuaje, ¿has tenido problemas con algunos?
—Sí, pero ya pasó, no le guardo rencor a nadie. Sería cuestión de pedir disculpas. Considero que lo mejor es siempre tener un perfil bajo para no tener problemas con nadie. Una meta a largo plazo es tener un estudio privado.
Mientras Dominick responde, en la mesa de tatuajes trasera se reúnen los miembros del estudio. Hoy uno de ellos se realizará un tatuaje en la cara, y parece ser un ritual. A pesar de que la comunidad de tatuadores, según sus palabras, es una mierda, hoy el estudio se siente como un ambiente acogedor.
—Cambias recurrentemente tu nombre en Instagram entre el Maldito Traeh, el Bendito Traeh y otras veces solo Dominick Traeh. ¿A qué se debe?
—Depende mucho de mi estado de ánimo en realidad. Ahora lo veo más por el lado profesional, hay personas adultas mayores que quieren tatuarse, y no les gustaría hacerlo con alguien que se llama ‘el Maldito’. Pero cuando hago trabajos grandes y me dan reconocimiento, soy ‘el Maldito’ como tal.
—¿Ya te reconocen por tus trabajos?
—Sí, pero quiero ser más reconocido. Se siente chévere que reconozcan tu trabajo. Creo que todo lo que quiere un artista es un aplauso. Todos quieren que valoren su trabajo, que te digan: “Oe, está de putamadre lo que haces”. Últimamente es lo que pasa y se siente bien.
—¿Te sientes más artista que tatuador?
—Sí, me considero más artista que tatuador. Un tatuador solo copia. Yo lo llevo más allá. Dibujo el diseño, hago que se vuelva único y no repito diseños así me lo pidas. Considero de mala educación o falta de respeto repetir un tatuaje al cliente. A mí me gusta cuando un cliente me dice que está feliz con su tatuaje. Me gusta el reconocimiento.
—Te ha quedado de putamadre el tatuaje.
—Gracias, hermano (ríe). Eso quería escuchar.