Registrar el descontento social que toma las calles y la iracunda represión policial es un trabajo altamente riesgoso. Un curtido reportero gráfico relata aquí su experiencia en las calles de Lima y presenta fragmentos de una realidad cada día más cargada de frustración ciudadana.
Testimonio y fotos: Renato Pajuelo/Ojo Público/Archivo Personal.
Durante la cobertura de las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte los periodistas vivimos en un clima de incertidumbre. Es como andar en el limbo. Algunos manifestantes nos encaran y exigen que les mostremos nuestras credenciales de prensa. Me pasó el 24 de enero, en el centro de Lima, mientras volaba un drone para tener un registro panorámico de los hechos. Me rodearon y me trataron como si fuese un «terna», querían revisar mi credencial. Algo peor ocurrió la noche del sábado 28 de enero, mientras caminaba con un colega hacia al Centro Cívico, después de cubrir el enfrentamiento del Parque Universitario. De pronto, un manifestante iracundo, quizás un infiltrado, avanzó hacía mí con un palo y me increpó: por qué no estaba yo cubriendo la represión que se había desatado unas cuadras más allá…
Creo que lo mejor en estas circunstancias es mantener la calma, no caer en las provocaciones y ver cómo controlar la situación. Cualquier reacción o reclamo de nuestra parte podría derivar en una agresión. Salir a cubrir las manifestaciones sin la compañía de otros colegas es peligroso. Por eso los reporteros tratamos de agruparnos y trabajamos de manera conjunta desde distintos lugares. Algunos nos ubicarnos en una especie de trinchera. Suena irónico, pero usar el equipo completo de protección también nos expone. De inmediato, nos identifican como periodistas y ya hemos visto los ataques que han sufrido muchos colegas.
Para los policías siempre seremos una presencia incómoda, los testigos de sus excesos. De allí sus constantes agresiones. Si uno anda solo por las calles, en medio de la represión, corre el riesgo de recibir una descarga de perdigones. Conozco decenas de casos. Más de una vez, cuando me he acercado a fotografiar una detención, los policías han utilizado la fuerza y la intimidación para impedirlo. Para la policía los fotógrafos de los nuevos medios digitales son considerados manifestantes. Desconocen la autenticidad de sus credenciales. Los han golpeado y también los han despojado de sus equipos.
Es indignante lo que vivimos como país. Recuerdo los enfrentamientos del sábado 28 de enero en el Parque Universitario. Allí andábamos los reporteros tratando de registrar todo lo que podíamos, en medio de una lluvia de perdigones, gases, piedras y bombardas. Fue la noche en que asesinaron a Víctor Santisteban. Lo mataron y no pasó nada.