De la peluquería a la calle: el drama de Mara, una mujer trans venezolana

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Mara Reyes migró a Perú en 2017. Escapaba de la crisis y la violencia que invadían las calles de la ciudad de Valencia, en Venezuela. En estas circunstancias, era especialmente vulnerable por ser una mujer transgénero. Una “presa fácil”, como se describe ella. Llegó a Lima con la esperanza de una vida mejor: consiguió un trabajo estable y un hogar donde vivir. Pero con el inicio de la cuarentena, todo cambió. Ahora, sin ingresos fijos y con el temor de ser desalojada, se dedica a la prostitución  para sobrevivir. 
Por: Valeria Vicente
Portada: Daniel Camacho

Mara Reyes vive del día a día. A sus 29 años, es estilista de profesión pero lleva más de cuatro meses desempleada. Trabajaba en una peluquería en el distrito de Chorrillos, que cerró a raíz de las medidas tomadas por el Estado peruano para frenar la propagación del COVID-19. Para Mara, una mujer trans nacida en Venezuela, la situación es complicada. Al igual que ella, el resto de su familia se ha quedado sin trabajo. Los ahorros comienzan a escasear y los gastos se vuelven insostenibles. 

Los primeros dos meses de la cuarentena intentó trabajar de manera independiente. Vivía con la familia de su expareja en el segundo piso de una casa en El Agustino. En el primer piso, su excuñada tenía una tienda de abarrotes que permaneció abierta para vender artículos de primera necesidad. Mara colocó disimuladamente un pequeño cartel en el mostrador: “Se corta cabello”. Con los clientes ocasionales que atendía a escondidas, conseguía entre 30 a 50 soles semanales. 

Al principio, lo que ganaba le alcanzaba para apoyar a su mamá y sus hermanos, que migraron a Perú con ella cuando estalló la crisis en Venezuela. Pero luego se separó de su pareja y regresó a su casa, en Chorrillos. Sin la posibilidad de continuar con su trabajo, Mara buscó otras vías para conseguir ingresos.

“Solía criticar la prostitución. Es feo que un desconocido te toque. Te sientes usada. Pero ahora me veo obligada a hacerlo por necesidad, y lo hago con cólera”, relata Mara a través de una llamada telefónica. 

Pese al riesgo inminente, no tiene miedo de contraer el virus. Toma todas las precauciones que están a su alcance: usa mascarilla y guantes mientras se moviliza en el transporte público, cuando tiene que ir donde sus nuevos clientes. Al llegar a casa, se baña con jabón antibacterial. “Estoy segura de que si hago todo esto no estaré en peligro”, afirma Mara con certeza.

Antes de la pandemia, Mara trabajaba en una peluquería por Chorrillos. Foto: Archivo personal.

Población vulnerable

Sus opciones, al igual que para el resto de la comunidad trans femenina en el Perú, son limitadas. El 62,2% de ellas se dedica a la cosmetología y al trabajo sexual. Así lo indica el diagnóstico de la organización No Tengo miedo sobre la situación de la población LGTBIQ en nuestro país.

“Es lo único en lo que encuentras trabajo. Si eres trans no te van a dar empleo en un restaurante, de moza, o en una tienda”, asegura Mara. Para las mujeres trans, la exclusión laboral por su identidad junto con el estigma que recae sobre ellas las encasilla en estas dos profesiones y muchas veces las obliga a trabajar en condiciones precarias. Con la pandemia, esta situación se ha agudizado.

Ningún integrante de la familia de Mara accedió a la ayuda alimentaria y económica que brindó la Agencia de las Naciones Unidas (ACNUR), destinada a apoyar a aproximadamente 10 mil venezolanos en estado de vulnerabilidad a causa de la pandemia. La ayuda resultó insuficiente para los más de 830 mil migrantes venezolanos que se encuentran actualmente en Perú.

Las mujeres trans y los migrantes venezolanos comparten una característica en común: son parte de los grupos poblacionales más violentados y discriminados en nuestro país. El 42% de peruanos considera que los migrantes son una amenaza para la seguridad, según la Encuesta Nacional de Derechos Humanos de la Defensoría del Pueblo. Mientras tanto, el 95.8% de mujeres trans afirma haber sido víctima de violencia en algún momento de su vida.

Mara Reyes no es la excepción a las cifras. Ella, quien siempre se sintió femenina desde que era un niño pequeño, vivía rodeada de miedo. Sufría de bullying en la escuela. Y en su casa su padrastro la golpeaba por su forma de comportarse. “Me decía que caminaba y hablaba como marica. Yo le pedía a Dios llorando, en mi cuarto, que las cosas fueran diferentes. Ya no quería sentirme así. Pero él nunca me cambió”, recuerda. 

A los 17 años dejó su hogar para mudarse a la ciudad de Valencia, en Venezuela. En este lugar, inició una nueva etapa en su vida: se dejó crecer el cabello, empezó a usar ropa femenina y a seguir un tratamiento hormonal. 

Luego de todas las adversidades vividas, Mara ya no siente miedo. “El mundo es así, hostil. Las mujeres trans vivimos en un peligro constante. Cualquiera te puede matar porque le pareces desagradable o te aborrece. Pero debo enfrentarme a todo eso. No puedo ser lo que la gente quiere que sea. Esta es la decisión que he tomado, y así moriré”, afirma. 

Mara posa junto a su madre y su cuñado, en su casa de Chorrillos. Foto: Archivo personal.

En el verano de 2017, decidió venir a Perú. Había llevado algunos cursos de estilismo en Venezuela, por lo que al llegar consiguió trabajo en una peluquería cercana al lugar donde vivía, en Chorrillos. Le iba muy bien. “Salí adelante. Me compré mis cositas y traje a mi familia”, cuenta Mara. En el camino, se enamoró de un peruano y se fue a vivir con él. 

En febrero de este año, ganó una beca para estudiar artes escénicas en la Asociación Cultural Vodevil. Mara cuenta que, al enterarse que había sido seleccionada, pegó el grito al cielo. Estaba muy emocionada por empezar las clases. Pero todos sus planes se frustraron con el inicio de la cuarentena.

Sus últimos trabajos le permitieron pagar los meses de alquiler que debía de la casa en Chorrillos, ante la insistencia del casero por las deudas pendientes. Sin embargo, la prostitución es una manera temporal de ganarse la vida. “No es seguro, por el momento me ha ido bien pero no sé si mañana me llamarán”, cuenta. 

Mara no pierde la esperanza. Su voz, junto con el inconfundible acento característico de la tierra en que nació, suena firme y serena en medio de la tormenta. “A pesar de todo, siento que Dios no me ha desamparado”, reflexiona desde el otro lado de la línea.