La reconocida fotoperiodista narra los episodios más destacados de su carrera y advierte la falta de ética al momento de capturar instantáneas.
Por: Nicolás Altamirano Pebe
Portada: RunaFoto – YouTube
Cecilia Larrabure está dispuesta a abrirle las puertas de su casa a todo aquel que muestre interés por la fotografía. Si bien ya no se desempeña como fotoperiodista, reconoce que es una de las profesiones que demandan mayor temple y valentía: retratar la realidad acarrea un riesgo inminente y, por ende, la necesidad de desarrollar una capacidad de indiferencia frente al peligro y a situaciones que podrían resultar hirientes para cualquier personal. Por esa misma razón Cecilia se anima a compartir su postura sobre la ética en el fotoperiodismo y las condiciones en las cuales resulta correcto tomar una foto o dejarla pasar.
-¿Cuándo y dónde inició su trabajo como fotoperiodista?
-A los 18 años me gané una beca para estudiar en Brasil, en la Universidad Católica de Belo Horizonte. En el tercer o cuarto ciclo llevé un curso de fotografía. Una vez que entré al laboratorio analógico -todavía no existían los digitales-, me enamoré de la fotografía. Le pregunté a profesores qué más podía hacer y empecé a trabajar en un periódico. Antes de graduarme, ya estaba buscando una nueva beca porque quería ahondar más en el tema y me fui a Sao Paulo. Ahí, además del curso, empecé a hacer prácticas en el Folha de Sao Paulo, uno de los más importantes de Brasil.
-Si pudieras quedarte con dos o tres referentes, ¿cuáles serían?
-Cristina García Rodero me encanta, la sigo hace muchísimos años. Es española, tiene un trabajo alucinante. Eniac Martínez, tengo un libro de él aquí. Susan Meiselas es otra gringa espectacular. El fotoperiodista es en realidad una mezcla del fotógrafo que es un artista y del periodista que está relacionado al tema de la noticia. Por ello se tiene que desarrollar una estética. Tu trabajo tiene una estética personal y tú la alimentas, la desarrollas, así como también tu estilo. El estilo y la estética se desarrollan con el paso del tiempo y los fotógrafos que lo consiguen trascienden más allá del mero registro de la foto.
-¿Has hecho docencia universitaria?
-No, solo he dictado talleres. Pero ahora me gustaría enseñar en una universidad porque tengo más tiempo. Ya no trabajo en prensa porque los medios tradicionales están en crisis económica. Es complicado. A veces algún medio me llama, pero ya no puedo vivir de eso. Vivo de hacer otras cosas.
Cecilia Larrabure Simpson tiene un postgrado en fotoperiodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, España. Sus trabajos han sido galardonados con el premio Ortega y Gasset del diario El País de España y el World Press Photo. Ha trabajado para la agencia de noticias Associated Press, como editora fotográfica en la mesa de latinoamérica y el caribe con sede en méxico (2007-2012), también fue corresponsal para sudamérica de la agencia estadounidense World Pictures News (2004-2007) y fotoperiodista del staff del diario peruano El Comercio de Lima (1993-2004).
LA ÉTICA: TOMAR O NO TOMAR UNA FOTO
-¿Cuál es la historia detrás de la primera foto que tomó y fue publicada?
-Estamos hablando de 1991, cuando trabajaba en los periódicos de Brasil. No me acuerdo de la foto, pero lo que sí te puedo decir es que la experiencia de trabajar en un medio de comunicación me fascinó. Yo dejaba de hacer cualquier otra cosa por ir a mi trabajo. No me importaba si no me pagaban –mentira, sí me pagaban–. Pero si me hubieran dicho: “no te pagamos en dos meses”, yo igual trabajaba porque estaba fascinada con salir a la calle, con viajar, conocer gente: empezar a desarrollar un estilo.
-¿Qué desventajas le encuentras a trabajar como fotógrafo a tiempo completo de un medio escrito?
-Uno, la paga es muy mala. Dos, tienes que estar dispuesto a trabajar sin horarios. Es como un trabajo de bombero en el que te llaman a cualquier hora y tienes que salir. Cuando eres soltero y no tienes responsabilidades es fácil porque te pones la mochila en la espalda y te vas. Cuando ya te casas y tienes hijos, allí el tema es más complejo, sobre todo cuando tienes niños. No puedes decir: “Me voy, en veinte días vuelvo y tú críame a mis hijos”.
-¿Cuál considera fue tu experiencia de reportería más riesgosa o intrépida?
-En 1995 fui al Cenepa cuando Fujimori visitó ese lugar, en medio de la guerra con Ecuador. Teníamos que aprender a movernos entre las minas. Además, la selva de camino al Cenepa es extremedamente tupida y muy húmeda. Tú caminas y te hundes en el barro, te llega hasta las rodillas. Y como la selva es espesa, es muy oscura: por más que estés caminando a mediodía. Yo tenía que usar el flash. Esa experiencia fue todo un reto. Mientras procuraba no pisar una mina, me metía en el barro, me embarraba hasta los codos y mientras limpiaba la cámara, también llena de barro, el personaje ya se había ido. Otro reto que tuve fue fotografiar la fiesta del Quyllur Rit’i. Si bien estoy acostumbrada a la altura porque de niña mi papá, que era médico, había trabajado en la sierra; La Rinconada, al pie del nevado Ausangate, está a 5000 metros sobre el nivel del mar… Me costó muchísimo hacer eso. También fue un reto el viaje a la Antártida y acostumbrarme al frío y a todo lo que tenía que ponerme para poder estar dos horas fotografiando afuera.
-¿Recuerda alguna cobertura fotográfica que la afectó psicológicamente, que mermó su entereza emocional?
-No sé si mermado, pero sí hay temas que te tocan, que te emocionan, y con los que te comprometes. Yo me fui a hacer un reportaje a un orfanato en Ayacucho y terminé haciendo un trabajo sobre el terrorismo. En algunos momentos de tu vida, dependiendo de cómo eres tú, hay temas que te afectan más. Pero a medida que uno va avanzando en el tiempo aprende cómo soportar esas cosas.
-¿Cuáles son los límites que la ética le impone en su trabajo como fotoperiodista?
-Por ejemplo, una vez tuve que pedir una autorización para fotografiar ‘burriers’ en la cárcel Santa Mónica, en Chorrillos. Me dejaron fotografiar sin restricciones, excepto cuando una reclusa me dijo que no quería ser fotografiada, y yo tuve que respetar su decisión. Siempre tienes que pedir permiso por más humilde que sea la persona a la que piensas fotografiar. “Soy fotógrafa, trabajo para tal periódico y quisiera hacerle algunas fotos, ¿es posible?”. Si te dice sí, empiezas a interactuar con la persona y esperas el momento en el que se acostumbra a la cámara. Si estás en una marcha, no vas a pedir permiso. Pero si entras a una casa, sí, de todas maneras. Por ejemplo, en el caso de Fujimori, me parece fatal la gente que se mete a su dormitorio con una camarita escondida y luego le toma una foto en su cuarto. Lo mismo pienso sobre cualquier personaje público internado en una clínica. ¡Es su espacio privado! Tómale una foto cuando salga de la clínica, cuando ya está en la puerta saliendo para la calle. Pero no puedes meterte a su cuarto, ese tipo de cosas sí me parecen graves e invasivas.
-¿Alguna foto suya que estuvo cerca de cruzar ese límite?
-Seguro que sí. Las fotos de menores es algo que yo he publicado muchísimo. Me aseguraba: llamaba mil veces para asegurarme de que le pongan una franja en la cara de los niños. Por más que estén en la selva y probablemente nunca se vayan a enterar que sus fotos han sido publicadas, igual tiene que respetarse su integridad, su derecho. También me publicaron una foto de Fujimori en el Cenepa, que parece que está colgado como un chanchito y con cara de miedo. Yo estaba en la selva y en esa época no era digital, mandábamos los rollos a Piura. Y cuando trabajas en un medio no tenía el control al cien por ciento (de tus fotos). Entonces, me acuerdo que alguien de la redacción me dijo: “Oye, cómo vas a tomar una foto del Presidente que parece colgado como un chancho, debiste pensarlo más, debiste tener en cuenta que —al final— es tu Presidente”. Hablé con mi editor y me dijo que, efectivamente, se había levantado esa discusión, pero que la había publicado por el valor histórico que tenía: era el cruce del río Cenepa por Fujimori.
-¿Qué opina de las prácticas invasivas en el fotoperiodismo? Por ejemplo, retratar y publicar la foto de un cadáver.
-En verdad no me parece mal: es la realidad. Para eso estamos, para retratar la realidad. Para documentarla. Obvio, nadie quiere ver el hueco en la cabeza por donde ha entrado la bala, con la masa encefálica desparramada al costado. Eso es desagradable, es chocante. Si vas a estar en la escena de un crimen y tienes a la víctima tendida y con un hueco en la cabeza, tú buscas el ángulo más apropiado, la forma que sea menos chocante. Tienes ahí tu noticia, pero no necesariamente tienes que mostrar algo que degrade más a la persona si está muerta, violada o maltratada. Tú no tienes por qué maltratarla más. Tú solo tienes que documentar la noticia, tú no puedes ser un segundo violador.
-Hay fotoperiodistas que solo se dedican a la cobertura diaria y no desarrollan ninguna historia a profundidad.
-Cierto, depende de la personalidad de cada persona, porque hay fotógrafos que prefieren sacar la foto del día: están en eso y lo hacen bien. Hay otros que nos gusta más trabajar las historias. En mis años de fotoperiodista tengo amigos y conocidos que jamás en su vida han hecho una historia, siempre se dedicaron a buscar la foto del día, la que salía en la portada. Pero con el tiempo uno se desgasta. En cambio, yo soy una persona estudiosa, que le gusta la investigación, yo necesito meterme en ciertos temas y además porque yo siempre estoy en un proyecto.
-¿Podría aproximar un balance de la labor foto periodística en el Perú?
-Yo fui editora general de la agencia Associated Press en México y esa experiencia la valoro un montón. Estuve rodeada de fotógrafos increíbles, pero hubo un momento en el que dije: ‘ya no más’. Cuando vuelvo de México me encuentro con un panorama muy interesante porque había chicos muy buenos, jóvenes trabajando en medios. Pero no sé cuál es el interés que ellos tienen. De lo que veo publicado en periódicos, las fotos son malísimas, sin fuerza. Yo miro los periódicos todos los días y es muy raro encontrarte con una buena foto. No digo que no hayan, sí hay, incluso de gente que conozco que está en El Comercio desde hace muchos años. No sé si están desmotivados, por el tema de la paga o por recorte en el presupuesto. Pero es muy triste decir que es muy raro que haya alguna foto buena, antes era lo normal, lo común.