Tiene 22 años, varios pares de zapatos desgastados y unas ganas incontenibles de hacer arte. En 2015 dejó Tumbes, su ciudad natal, con rumbo a Lima. Buscaba saber a qué se dedicaría más tarde. En esta travesía no solo encontró respuesta a su pregunta, descubrió, además, su forma favorita de transitar por la vida: bailando.
Por: Luis Puell
Portada: Archivo personal
Ella es una de esas personas que parecen tener un reproductor de música en la cabeza. No se desplaza por la ciudad caminando. Ella, en cambio, avanza con 1, 2, 3 y sigue con 4, 5, 6. Quizás Celia Cruz se inspiró en personas como ella cuando cantaba: “Esa negrita que va caminando. Esa negrita tiene su tumba’o”.
Camila es estudiante de Danza en la Pontificia Universidad Católica del Perú, pero más que alumna es una apasionada por la danza. Esta última palabra: ‘apasionada’ es, sin duda, insuficiente para trasmitir lo que siente por bailar, por el movimiento.
Ha participado en proyectos artísticos como “(UN) ser en la ciudad”, “Lago”, “Arritmia” y, en febrero, poco antes de que Vizcarra declare el Estado de Emergencia y el aislamiento social obligatorio, volvió de “Revés”, una plataforma internacional de entrenamiento físico y movimiento contemporáneo instalada en Costa Rica.
Lugar de encuentro: Zoom, una de las aplicaciones de videoconferencias más populares a inicios de 2020. La deficiente conexión a internet, sumada a la mala calidad de audio y video hacen que la distancia geográfica sea más grande de la que realmente es. Sin embargo, esta situación cambiaría rápidamente y no, no fue gracias a una mejor señal de internet.
Camilita, como le gusta que le digan, usa unos anteojos azules de carey, un par de pendientes dispares: el de su oreja derecha tiene tres pequeñas soguillas con una esfera brillante en el extremo inferior y el de la oreja izquierda es una sola soga de la que pende una pluma artificial. Finalmente, el intenso reflejo del brillo de la pantalla de su computador permite iluminar la sonrisa con la que me recibe en este encuentro virtual.
ELLA
Camila y el arte son como esas duplas que todos conocemos por funcionar muy bien juntas. Algo así como el pan con jamón y queso, el verano y la playa o Héctor Lavoe y Willie Colón. No se sabe quién lanzó la flecha primero, pero, sin duda alguna, la danza y Cami tienen una íntima relación en la que ninguna de las dos partes está dispuesta a aflojar.
— ¿Cuándo fue la última vez que bailaste?
— A veces hay clases online y allí bailo porque me dan ganas, porque hacer solo ejercicio me aburre, así que mejor lo acompaño con danza.
—¿Cómo tomaste la noticia de que las clases en tu universidad serían virtuales?
— Me hacía mucha ilusión llevar clases este ciclo porque enseñaría una profesora muy buena (Amira Ramírez) y ella solo iba a dictar este semestre, puesto que el siguiente se iba al exterior para hacer un diplomado. Entonces, ya no la íbamos a ver, por lo que dije: ¡bien, este ciclo es!, pero resulta que no porque no es lo mismo llevar clases de manera virtual. Eso fue lo que más me chocó este ciclo, debido a que de verdad quería llevar el curso Técnica de danza con ella. El lado positivo de las clases virtuales es que ahora estoy mejor físicamente porque tengo más tiempo para dedicarle a mi cuerpo que si estuviese en un ciclo regular de la universidad.
— ¿De qué manera suples la ausencia de otras personas en tu práctica artística? ¿cuál es tu resistencia ante el aislamiento social?
— Por ejemplo, tuve una videollamada con una amiga para conversar, pero en un momento dijimos “¡hay que bailar!” y realmente nos pusimos a bailar y a sudar igual. Obviamente, no hubo contacto, pero está el pensar que hay alguien ahí bailando contigo. Entonces se dio esto que nos pareció lindo porque incluso ella está en otro país, así que eso fue muy chévere. El contacto ya no se puede dar, por lo que solo queda recordar y esperar el momento en el que vuelva a pasar. Ver mis videos bailando con otras personas me ayuda a sentirme bien, por eso me gusta regresar a ellos.
— ¿Cómo es tu camino de formación artística fuera de la universidad?
— En primer lugar, estudiar en una universidad se dio porque mi mamá me dijo: “¿Quieres estudiar danza? Bueno, te vas a una universidad”. Realmente, no estaba dentro de mis planes. Yo tenía pensado estudiar Educación Inicial porque me gustan los niños, pero luego fue mi mamá la que me sugirió estudiar danza. Yo quería y pensaba que me iría a una academia porque había visto a varios bailarines conocidos que se han formado en academias. Eso me parecía bueno, pero ante la propuesta de mi mamá, pensé que tampoco estaría mal ir a una universidad.
Cuando recién llegué a Lima, me inscribí en un curso de ballet porque, en ese momento pensaba que era una técnica que me iba a ayudar muchísimo, y sí ayuda, pero no me parece el único camino. Resulta que me metí a un curso de ballet y a uno de fotografía. Lo de las fotos no se dio y el ballet, menos. Me dormí ahí (risas). Así que, sin pensarlo mucho, le dije a mi mamá que quería hacer un curso de salsa. Una vez ahí amé la salsa por siempre. Esto es de lo que no quiero despegarme. En algún momento pensé en dejarla para darle más espacio a la danza contemporánea, pero la salsa me llama mucho.
— ¿Estás llevando clases de baile por internet?
— Sí, pero es un poco difícil por la computadora. Igual, hasta ahora, solo he tomado clases de salsa y de heels, que es con tacos, pero, en lo que va de la cuarentena, no he podido llevar ni una clase de danza contemporánea.
(CON)TEMPO
El término fluir, enmarcado dentro de la danza contemporánea, es como anotar un gol en el primer minuto de juego. No tanto por la dificultad que requiere la hazaña, sino, más bien, por la satisfacción que genera la misma. No importa si el tempo es lento o rápido. El movimiento, las sensaciones, los impulsos y adueñarse del espacio es lo que más le interesa a Camila. Los múltiples intentos por expresar en palabras lo que significa la danza contemporánea para ella son insuficientes. Y no, no es su culpa; es simplemente que el lenguaje del arte excede, y por mucho, al hablado.
— ¿Cómo se dio este romance con la danza contemporánea?
— No lo sé (risas). Creo que se dio desde la primera clase que llevé en la PUCP y dije: “¿Estoy pagando para lanzarme al suelo?”, pero la profesora me dijo: “Lo haces muy bien”, así que me grabé y pensé, se ve chévere este tipo de movimiento, y ahí me enamoré porque me gusta mucho el movimiento que hay en este estilo. Siento que no lo puedo encasillar, sino que fluye mucho y eso es lo que me cautiva de la danza contemporánea. Antes de postular no tenía ni idea de qué se trataba la carrera y en esa clase entendí lo que era… más o menos (risas).
— ¿Qué es lo más difícil de formarse en danza contemporánea?
— Me cuesta mucho pensar el movimiento. Es decir, fluyo tanto cuando me muevo que, a veces, olvido ser consciente de lo que estoy haciendo. Yo me muevo, bailo, pero ¿qué está pasando dentro de mí?, ¿en qué estoy pensado?, ¿por qué hago este movimiento? A veces bailo solo por el momento, pero no me detengo a pensar lo que sucede dentro de mí. Es por esto que me grabo. Así, veo un todo que me hace reflexionar, que se ve bien, que se nota que lo gozo, sin embargo, cuando ejecuto los movimientos solo me dejo llevar. Este no pensar es bueno porque es parte del disfrute, pero también está la otra parte que no la pienso tanto y en la cual me ayudaría mucho saber qué pasa conmigo cuando bailo.
— ¿De qué manera ha cambiado tu vínculo con la danza desde que comenzaste tus estudios hasta hoy?
— Ha mejorado. He cambiado físicamente y también a nivel perceptivo. Ahora todo lo vinculo con la danza, con el movimiento. Veo algo y, tal vez, otra persona no pueda ver movimiento, no pueda ver danza allí, pero yo sí. Esa es la otra visión que te da el ir por este camino de la danza contemporánea, ya que se puede estudiar otro tipo de danza, pero es esta vertiente (la contemporánea) la que me ha dado esa sensibilidad.
— ¿Qué fue lo que más disfrutaste de la presentación de “(UN) ser en la ciudad”?
— Me gustó sonreírles a las personas de forma tan directa. Muy diferente a cuando estás en un escenario en el que apagan las luces y solo tienes una para ti que no te deja ver a nadie. En esta presentación trabajamos con la luz del día, lo que te permite hacerle zoom a la cara de las personas. Además, el lugar era muy pequeño y teníamos que hacer la coreografía allí, así que me podía acercar y sonreír a las personas. Sonreír es algo que hago siempre por alguna razón (risas). No sé. Me agrada que la otra persona se sienta bien. No sé cómo lo tome, pero espero que bien. Me gustó esa conexión directa que hubo con el público y la forma en cómo la coreografía se iba adecuando a las personas. Estas también reaccionaban bien, pero también había otras que pensaban -ya lárguense- (risas), pero, felizmente, la mayoría nos aplaudía y tenían buenos comentarios.
CONEXIÓN
¿Suelo? Sí, ¿escaleras? También, ¿tarimas? ¡Por supuesto! Cualquier superficie puede ser explotada de innumerables maneras para practicar la danza contemporánea. ¿Descalza? Claro. ¿En tacos? ¡Mejor aún! Diariamente, Camila explora, a la vez que baila, su cuerpo, su conciencia, sus sentimientos y, cada vez más, conoce mejor a esa persona que ve cuando está de pie frente a un espejo.
— Ahora que comentas que una de las cosas que más disfrutaste en “(UN) ser en la ciudad” fue esa conexión directa, ¿crees que se podría llegar a una conexión similar a través de una cámara web?
— El sábado pasado me grabé bailando reguetón con una botella y lo subí a Instagram. A esta historia (de Instagram) un amigo respondió: “Me dan muchas ganas de salir de fiesta” entonces pensé ¡qué bien que haga sentir eso!, porque no se trata de estar yo sola, que también lo disfruto, pero tal vez si me grabo y lo subo a las redes puede que tenga alcance a varias personas como con mi amigo y ¡funciona!, se puede contagiar el momento.
Pensé qué bueno que en “(UN) ser en la ciudad” la conexión llegaba por sonreír a las personas porque había contacto directo, pero qué bueno también que se pueda contagiar a través de las redes sociales a gente que vive en cualquier parte del mundo y, sobre todo, ahora que estamos en cuarentena.
— Prácticamente estamos obligados a estar conectados para interactuar con otras personas, ya que estamos en cuarentena, pero ¿crees que se puede desarrollar una nueva forma de presentar a las artes escénicas, con el mismo nivel de conexión, por internet pasado el tiempo de aislamiento social?
— En situaciones de cuarentena, es común decir “ya espera que me voy a conectar” … nos referimos a que nos vamos a conectar virtualmente, pero está la palabra Conectarse que, de alguna forma, tiene que ver con contacto, conexión, igual uno debe estar presente y, mientras tú te lo creas, se puede hacer que la otra persona perciba algo. Es cuestión de creérselo, de vivirlo para que llegue a la persona con la misma intensidad. Es una forma diferente, pero, aún así, repercute de alguna manera: sí se puede lograr que realmente se conecte el otro.
***
La videoconferencia terminó. Camila, por su lado, está en su casa y, muy probablemente, se haya puesto a bailar para disfrutar el fin de esta entrevista. Y yo, por mi lado, sentado en un escritorio con un documento de Word en blanco listo para ser escrito. Ya no nos vemos. Ya no nos oímos, pero, seguramente, sigamos conectados.