Como respuesta a los ataques vandálicos, artistas anuncian que pintarán más murales para recordar a las víctimas de la represión policial de las protestas de noviembre de 2020.
Por: Nicolas Cisneros
Portada: El Ambulante Audiovisual
Frente a los actos de vandalismo de los que han sido objeto cuatro murales que recuerdan las protestas de noviembre del año pasado, artistas urbanos de Lima y de ciudades del interior del país están decididos a pintar nuevos murales conmemorativos de la gesta ciudadana que logró la renuncia de Manuel Merino y en la que fueron asesinados Bryan Pintado e Inti Sotelo.
“Si ciertos partidos o pseudolíderes políticos no se sintieran aludidos o afectados por lo que se pinta, no tratarían de borrar los murales”, sostiene la muralista Mónica Miros. La artista afirma que dichos ataques han animado a más gente a realizar arte callejero con esta temática de protesta. En sus grupos de WhatsApp, los muralistas coordinan actividades con ese propósito, refiere.
El primer mural vandalizado se ubica en la primera cuadra de la avenida Grau, próxima a la plaza del mismo nombre. Uno de sus autores es Héctor Rivera, más conocido como Mono Wild, quien sostiene que no esperó que esta obra provocara tanta repercusión. El mural fue borrado la madrugada del 26 de noviembre por simpatizantes de Fuerza Popular. Dicha práctica ha continuado hasta los últimos días de 2020: durante esas fechas grupos de desconocidos vandalizaron otros murales pintados en el jirón Quilca.
La Policía Nacional del Perú (PNP) también ha intentado impedir que los artistas pinten nuevos murales. Buscan silenciar la crítica al accionar represivo y violento de dicha institución durante las marchas de noviembre pasado. El 6 de diciembre, por ejemplo, dos grupos de jóvenes que pintaban sobre muros de Carabayllo y San Martín de Porres denunciaron en redes sociales que, en distintas circunstancias, fueron intervenidos y amenazados con ser detenidos por efectivos policiales.
Pero estos intentos de censura no han intimidado a los artistas. Como miembro del Movimiento Graffiti Peruano, Mono Wild se ha propuesto seguir «muralizando» las protestas de noviembre, mientras que Mónica ha continuado haciendo intervenciones urbanas en las paredes del jirón Quilca.
No solo se ha pintado murales en distintos distritos de Lima, también se los puede apreciar en ciudades de otras regiones del país. La Asociación de Artistas Plásticos de San Martín ha difundido en redes sociales fotografías de los murales realizados en Tarapoto y Moyobamba. Luis Gonzales Polar también ha hecho público el trabajo realizado en las calles de Pucallpa por artistas locales.
Por medio de sus redes sociales, muchos artistas han rechazado las acciones vandálicas y han reafirmado que seguirán expresándose. El muralista Raúl Rustoy, por ejemplo, denunció en su cuenta de Instagram los intereses detrás de estos actos de censura. Según él, se está buscando el olvido y la impunidad para los responsables de las muertes de los dos jóvenes.
“Tenemos las redes sociales y la fotografía a nuestro favor, pues queda archivo de los murales si es que son borrados, aunque igual esta experiencia no se compara con ver la obra presencialmente”, señala el artista Daniel Cortez, más conocido como Decertor, quien también pintó un mural en la fachada del coliseo Aldo Chamochumbi, en Magdalena, en homenaje a Inti Sotelo y Bryan Pintado.
Piden mayor protección a murales
Sin embargo, borrar murales como una forma de silenciar sensibilidades artísticas o posturas contraculturales no es una práctica reciente. Ahora está a cargo de grupos vinculados al fujimorismo, pero en el último quinquenio fue una práctica oficial. En los primeros meses de la última gestión de Luis Castañeda Lossio fueron borrados cincuenta murales en el Centro Histórico de Lima. En junio del año pasado la Municipalidad de San Isidro también borró un mural hecho por artistas de la comunidad Shipibo-Conibo en la Casa de Encuentro Vecinal Santa Cruz.
Mónica, quien se ha dedicado por más de trece años a pintar murales y estampar esténciles, cuestiona la ausencia de una política gubernamental que apoye, incentive o proteja este tipo de arte urbano. Como excepción, menciona un proyecto de ordenanza municipal en La Victoria que busca la protección de los murales. Para Decertor, los murales democratizan el consumo artístico. Como todo arte, transmiten ideas y se vuelven parte de la vida de las personas que transitan por esas calles. Es por ello que resulta importante protegerlos de la intolerancia y el vandalismo, advierte.
Mónica Miros explica que los murales también pueden tener un carácter político. En 2011 ella participó en la campaña contra la candidatura de Keiko Fujimori. Tiempo después volvió a usar el arte callejero para protestar contra el gobierno de Ollanta Humala y el proyecto Conga. En esa última ocasión, recuerda, tuvo problemas con la policía.
“Los murales son una herramienta comunicacional que expone y cuestiona temas que los grandes medios de comunicación no hacen”, explica Mónica, idea que quedó reflejada en una frase que ella graffiteó con esténciles durante los últimos días de noviembre de 2020 en el jirón Quilca: “Las calles son nuestras, los medios están comprados”.