Anas Modamani: un sirio refugiado en Alemania y el selfie que le cambió la vida

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En 2015 Anas Modamani llegó con más de un millón de sirios a Alemania para salvarse de la guerra que destruyó su país. Sin embargo, su destino difiere mucho del que han vivido miles de sus compatriotas. Se tomó un selfie que rápidamente se volvió viral y así, en un par de segundos, cambió su rumbo. Anas es un hombre que refleja, acompaña y participa en el complejo discurso de la identidad del país que lo acogió. Habla como experto de las nociones de nación y de patria. Este perfil, fruto de una conversación con él, muestra su trayecto, sus sueños y cómo se siente al integrarse a una sociedad que aún tiene muchos problemas de racismo escondido.
Por Alina Pröckl
Portada: Anas Modamani


Anas no buscaba salir en todos los medios de comunicación de Europa, él solamente había ido para ver qué pasaba. Vio un montón de periodistas llegando a su albergue de refugiados en Spandau, un distrito de Berlín. El recién tenía un par de semanas alojado allí. Acababa de llegar a la capital alemana. Ese día el albergue amaneció más limpio de lo normal y le pareció extraño. Anas quería saber el porqué de tanto escándalo. Y el gen de periodista, aquel atento a todo, que es curioso y abierto a lo nuevo, fue lo que a Anas le cambió la vida ese 10 de septiembre de 2015. 

Había llegado una visitante. Era una señora, en sus sesenta. ¿Él sabía quién era? No. Pero al parecer era conocida, así que Anas se acercó a ella para capturar el momento. Anas suele tomar fotos cuando puede. Para su Facebook. Para sus redes. Para que lo vean sus familiares y sus amigos a la distancia. Así que, estira su brazo y – clic- toma un selfie. Él, con su chaqueta verde oscura, con una sonrisa tan sutil que casi no se nota y la mirada fija en la cámara de su celular. Ella también, una sonrisa tímida pero amable, vestida de celeste con el pulgar hacia arriba. Su cara junto al de la señora, una mujer llamada Angela Merkel, la entonces canciller de Alemania. No fue el único que vio el momento como oportuno. La cámara de un periodista capturó el encuentro fugaz y creó la imagen simbólica de una época histórica y de muchos dramas personales y nacionales. 

La idea no era destacar dentro de ese ovillo de periodistas. Cuando uno llega a un nuevo lugar, toca asimilarse. La otredad que se atribuye a los del extranjero, a la gente de color, hay que disimularla. Pero el selfie se difundió en los periódicos, la televisión y sobre todo se viralizó en redes, ahí donde luego todo el mundo lo iba a ver. Él, representante de un grupo de refugiados que eran nuevos integrantes de la sociedad; ella, la cara más representativa de Alemania y de una “Cultura de Bienvenida” con la que se identificaban muchos alemanes en ese tiempo. Desde entonces, Anas era un “otro” que no se compara con muchos de los que habían llegado con él, buscando huir de la guerra cruel. Era “el otro” que la gente conocía.

El selfie con la cancillera Angela Merkel que se volvió viral. Foto: Anas Modamani, 2015.

Anas Modamani creció en Daraya, una ciudad próxima a Damasco, la capital de Siria. Es alto, tiene el cabello corto, una mirada fija, ojos oscuros y cejas pobladas que resaltan. Su piel es clara, el cabello oscuro. Tras siete años su aspecto físico ha cambiado; la delgadez que mostraba en 2015 quedó atrás. Aumentó de peso y de masa muscular, su cara luce ahora más rellena. Sí la vida marca a todos, seguramente a Anas lo marcó mucho más de lo habitual. En 2015 huyó de su país. Después de una estadía en las calles de distintas ciudades de Turquía y los espantos de un viaje a través del Mar Mediterráneo (un lugar que se ha vuelto la sepultura de muchas vidas), Anas logró sobrevivir luego de saltar de un bote que se hundía entre la furia de las olas. Llegó nadando a las orillas de una playa en Grecia. Muchos refugiados no lograron sobrevivir.  Él, finalmente, llegó a Alemania.

“La decisión de huir la tomé luego de escuchar a  mis padres porque se preocupaban por mí. Y decían, toma el dinero que tenemos ahorrado y anda a Turquía. Yo tenía 18 años, fue el primer viaje que hice solo. […] Vi mi futuro en Europa, escuché mucho, decían que ahí se crece y hay seguridad. Eso era lo que quería, estar a salvo”.

El verano de 2015 había sido tan caluroso como dramático. Le cambió la cara a Alemania. Ese año llegaron más de un millón de sirios y muchos alemanes se solidarizaron con los refugiados. Se organizaron para darles clases de alemán, hospedaron a refugiados y ayudaron con el papeleo infinito de la burocracia alemana. Pero cada moneda tiene dos caras. El debate racista sobre las consecuencias de tal cambio demográfico llevó a miles a las calles. Eran movimientos que se oponían a la supuesta “islamización” del Occidente”. Estos grupos usaron el miedo y finalmente lograron que la ultraderecha racista vuelva al parlamento alemán.

La historia de Anas Modamani acompaña la historia de un debate que se atreve a contemplar el valor de una vida humana. Es un debate que habla de la identidad de un país. ¿Quiénes somos? ¿Quiénes vamos a ser? ¿Quiénes son ellos? Un debate que se cierra y que se abre. Un debate que ha atravesado muchas épocas y no tiene punto final. Un debate que es emocional. Un debate que es heterogéneo. Pero, en verdad, el derecho a vivir en cualquier lugar no debería ser objeto de debate. 

Volvamos al selfie con Angela Merkel. Esa foto ayudó a Anas a encontrar una familia en Alemania que lo acompañó durante tiempos difíciles. Pero la imagen también fue utilizada por grupos racistas y de ultraderecha. Hicieron un fotomontaje y lo difundieron en redes sociales acusándolo de participar en ataques terroristas. Anas decidió defender sus derechos y en 2017 denunció a Facebook por no borrar fotomontajes de él en las que se lo presentaba como un terrorista. Si bien perdió la demanda en los tribunales, el litigio lo ayudó a obtener el respaldo de la prensa alemana que desnudó la pesadilla que vivía en redes sociales. 

“Estaba triste por lo que me había pasado, manipularon una foto mía… Y me sentí decepcionado del mundo porque las fotos no se borraron, pero yo tenía un mensaje claro que pude transmitir a los demás: que eso era una ‘fake news’. Y los medios de comunicación me ayudaron mucho”.

Anas está haciendo sus prácticas en Deutsche Welle. Quiere ser periodista, 2022.

Ahora Anas tiene 25 años. Siete años después del selfie, está haciendo prácticas en “Deutsche Welle” (Onda Alemana), un servicio de radiodifusión internacional que es parte de los medios públicos alemanes. Su meta es ser periodista en Alemania. Este año por fin consiguió la nacionalidad alemana y pronto terminará sus estudios de Comunicación de Negocios. También ha formalizado su relación con Anna, su novia ucraniana que conoció en la universidad. Los y las periodistas que ha conocido en el transcurso de estos años lo llaman a menudo para solicitarle entrevistas. Anas ha logrado presentar una imagen de él ante los medios. Para temas como identidad o desplazamiento, acuden a él y a él le gusta hablar de estos temas. Este año, que empezó la guerra en Ucrania, las solicitudes de entrevista aumentaron nuevamente. Las imágenes de los refugiados ucranianos llegando a las estaciones centrales de Alemania desencadenaron una pila de recuerdos en los alemanes y reactivaron ciertos discursos. Anas es la persona de confianza para responder preguntas de identidad desde la perspectiva no alemana. Y responde a la prensa con mucha paciencia sobre cómo ayudar y si algo había cambiado, a comparación del 2015, cuando él llegó de Siria.

Anas y su enamorada Anna se conocieron en la universidad (Foto tomada en Potsdam 2022).

A veces parece que Alemania sigue con las mismas dudas que en 2015. Solo que está vez no hay tanta alarma porque los refugiados que llegan desde marzo también son europeos. “No hay que diferenciar entre nacionalidades sino ayudar a todos”, afirma Anas. “Sí, sí”, parece decir la sociedad y seguir con su doble estándar. Mientras que los medios difundían discursos anticuados, Anas salía del trabajo para ayudar a la Cruz Roja Alemana y apoyar a los y las ucranianos/as. Para él es lo más natural, lo más lógico. Es un acto de agradecimiento, porque a él también lo ayudaron. También es su responsabilidad como ciudadano. 

“Estoy muy feliz de estar a salvo de la guerra. Y si hablo de gente que no ha tenido la oportunidad de integrarse, de los refugiados que están en los albergues, quiero que los alemanes no se olviden que hay gente que necesita amistad realmente. Que salgan y vayan a los albergues donde están personas de Ucrania, de Siria, de Afganistán, no importa de dónde son, que conversen con ellos. Yo deseo que todos traten de ayudar a otras personas. Y voluntarios siempre se necesitan, hay muchos lugares donde ayudar”.

Con toda la experiencia mediática acumulada en los últimos siete años es difícil llegar a saber qué es lo que realmente pasa por su cabeza, por su vida. Si bien la preocupación ante el discurso racista y los ataques que sufrió en la calle asoman en su rostro, Anas siempre pone buena cara.  Las situaciones traumáticas por las que ha pasado han marcado su manera de ver la vida. De escoger qué decir y qué no. Alemania tiene una sociedad con mucha historia de migración. La “integración” es un ideal difundido para marcar una meta de adaptación cultural. Integrarse se demanda a los extranjeros. Anas también lo ha internalizado, tiene una personalidad medial de alguien que se ha integrado impecablemente. Un “inmigrante de confianza”, trabajador, quien sabe el idioma y el discurso alemán y es capaz de formar parte de una imagen alemana de país abierto y antiracista. ¿Será reflejo de un intento de sobrevivencia o es el fruto de la socialización que ha vivido?

“A mí me gusta hablar de la patria. Porque hay pocas personas que saben del significado de la palabra. Porque yo lo he vivido, Siria ya no era mi patria, mi hogar, porque perdí todo lo que tenía. Siria tiene un gran significado para mí. Y estoy trabajando duro para hacerme alemán en algún momento. Para poder decir que Alemania es mi segunda patria”.

Anas es inteligente, autocrítico y sabe que esperan de él. Es un hombre que sabe adónde quiere ir, y persigue su meta sin dudas. Su curiosidad le va ampliando la ‘caja de herramientas’ con la que se abre paso. Así fue con el selfie, así es hasta ahora. Insiste para conocer. Insiste para saber. Postea, publica y conecta con nuevas personas cuando puede. Pero hay otro lado de él que lucha contra los traumas del pasado. Es sensible y atento, se preocupa y – también- se cierra si el autocuidado lo requiere. Así le enseñó la vida. Así aprendió él.