Detrás de cada dificultad en el habla que implica la tartamudez, hay un proceso de aceptación propia y un deseo de comunicación que merece ser visibilizado, como muestran las historias de Felipe La Rosa y el pequeño Gonzalo en esta nota, que incluye explicaciones de la especialista en habla Cathy Hermenegildo respecto a dicha condición.
*Este trabajo fue elaborado en el curso Taller de Redacción Periodística, dictado por el profesor Mario Munive.
Por Luciana Avendaño
El futuro rey Jorge VI debía pronunciar un discurso en el Estadio Wembley en 1925. Al intentarlo, vaciló y no pudo terminar la primera frase, sintiéndose humillado. Jorge VI era una persona que tartamudeaba. Basada en hechos reales de la corona inglesa, El discurso del rey es la película favorita de Felipe La Rosa, un emprendedor de 37 años que hoy en día acepta la tartamudez con la que convive. El film representa para él una historia de perseverancia y superación que lo alienta.
Felipe recuerda el momento exacto en que se dio cuenta de su tartamudez. ‘‘Estaba en sexto de primaria y teníamos un curso de lectura expresiva en donde leíamos un libro específico cada clase. Me tocaba leer y me trababa seguido’’, relata. ‘‘Mis amigos empezaron a burlarse de mí hasta tal punto que, cuando el profesor me obligaba a leer, yo lanzaba el libro al suelo en señal de protesta’’, agrega con pesar.
Su autoestima se vio dañada. Prefería que lo califiquen con cero a volver a leer en clase. Su madre tuvo que ir a hablar con el profesor para pedirle que no lo obligue a leer si es que él no quería hacerlo. ‘‘No solo en el colegio: cuando estaba en la universidad e hice mi maestría, me moría de nervios y tartamudeaba un montón’’, comenta Felipe.
En el 2014, con 27 años, un amigo de su padre le recomendó acudir al Centro Peruano de Audición, Lenguaje y Aprendizaje (CPAL) a fin de tratar su tartamudez. ‘‘En una charla de orientación me mostraron que había técnicas para poder hablar de una manera más fácil. Fue ahí que me recomendaron ver la película El discurso del rey, y me sirvió de inspiración: si él pudo llegar a hablar más fluido, ¿por qué yo no podía lograrlo?’’, subraya.
Cristina Solano notó la tartamudez de su hijo Gonzalo (4) cuando tenía tres años. Cada vez que deseaba contarle algo que lo alegraba mucho, presentaba “disfluencias”, como se le llama a estas interrupciones o bloqueos. Una pediatra que atendió a Gonzalo le aseguró que nunca iba a ser normal y otras madres comparaban el progreso de sus hijos. Cristina estaba harta de comentarios como ¿Todavía no puede hablar? ¡El mío ya lo hace perfectamente! “La maternidad no es una competencia. Nosotros corremos nuestra propia carrera, solo son vallas que hay que superar juntos’’, señala.
Ella y su esposo decidieron apostar por las terapias del CPAL y actualmente ya llevan un año. Perciben una notable mejora en la fluidez del habla de Gonzalo y en su autoconfianza para expresarse sin miedos. ‘‘Como la sociedad peruana está llena de estigmas, lo mejor era tratar su condición lo más pronto posible, antes de que los amiguitos, que hoy le tienen paciencia, más adelante lo vayan a molestar, afectándolo psicológicamente y dejándole heridas que pueden perdurar por el resto de sus días’’, resalta Cristina.
¿En qué consiste la tartamudez?
La tartamudez es definida como un trastorno que afecta a la fluidez del habla en donde el individuo sabe lo que quiere decir, pero no logra verbalizarlo, cayendo en repeticiones, prolongamientos o paralización involuntaria de algún sonido. No obstante, esta definición genérica puede patologizar una condición que, en palabras de la especialista en tartamudez del CPAL Cathy Hermenegildo López, ‘‘se debe a cuestiones neurobiológicas, y no es una enfermedad’’.
Así, desde el punto de vista neurobiológico, la tartamudez está relacionada con un mal funcionamiento en áreas del cerebro encargadas de la automatización del habla, como los ganglios basales. “Esto puede generar repeticiones, bloqueos o prolongaciones de sonidos. Hay un aumento en los niveles de dopamina en el cerebro, lo que afecta el control de los tiempos y ritmos en la producción de palabras”, explica Cathy. Si bien factores como el estrés y la ansiedad pueden exacerbar la tartamudez, no son la causa: “Los aspectos emocionales son más bien consecuencia de la experiencia de hablar frente a otros”.
La especialista también aclara que es necesario diferenciar los niveles de severidad en la tartamudez, que varían desde muy leve hasta muy severa. En los casos leves, las repeticiones y bloqueos son con menor tensión y frecuencia; en los graves, involucran movimientos físicos, como cerrar los ojos o tensar el cuerpo, hasta sacar la lengua en un intento de que la palabra salga, lo que afecta significativamente la capacidad de comunicación.
En cuanto a las técnicas de fluidez para que el niño pueda expresarse mejor, Cathy Hermenegildo destaca, entre las más usadas por el CPAL, hablar de una manera ligeramente más lenta, suave o pausada, así como alargar los sonidos y unirlos en el habla. Se tendrá un mejor control en la capacidad motora y se logrará que las palabras se pronuncien sin tanta dificultad. “Lo importante es aceptar que la técnica no es infalible, pero hay que continuar hablando y no sentir vergüenza por tartamudear’’, sostiene.
El ‘iceberg de Sheehan’: lo que nadie ve
La especialista del CPAL enfatiza en que la tartamudez no solo se manifiesta en las disfluencias del habla visibles, sino en los sentimientos ocultos que experimentan las personas que la presentan, concepto conocido como el ‘iceberg de Sheehan’, explicado por el psicólogo clínico Joseph Sheehan en 1970. En la superficie, los demás ven las repeticiones, bloqueos y prolongaciones. Sin embargo, debajo de esa punta del iceberg se esconden emociones como la vergüenza, la baja autoestima y la ansiedad, las cuales muchas veces no son visibles, pero son igual de impactantes en la vida de la persona.
Además de centros especializados, existen entidades que brindan redes de apoyo y talleres de concientización, como la Asociación Peruana de Tartamudez (APT), que estima que son 324 mil personas las que conviven con esta condición en Perú. Al abrirnos a las experiencias de quienes tartamudean, contribuimos a un entorno más inclusivo, donde la diferencia no sea motivo de burla. Y aprender a abrazar nuestras peculiaridades es el primer paso para fomentar un mundo donde todos se sientan valorados y escuchados: cada voz tiene su lugar en el diálogo de la vida.