La fotografía llegó a la vida de Rosa Villafuerte a los 19 años y desde entonces la cámara se ha convertido en su compañera de lucha. Con ella ha cubierto manifestaciones en favor de las mujeres y de los derechos humanos, así como la vida cotidiana de los barrios de El Agustino. Su intención no es hacer “la foto” y ser reconocida por la calidad de sus imágenes. Utiliza la fotografía para capturar momentos que serán parte de la memoria histórica de un país.
Por Jimena Acosta
Rosa Villafuerte es fotógrafa, curadora, productora de exposiciones fotográficas y activista por los derechos humanos. Es una mujer de aproximadamente un metro cincuenta de estatura, pero de carácter fuerte y convicciones inquebrantables. Tiene 56 años y su cabello corto teñido de celeste es el indicio de que atesora una historia particular. Su casa está ubicada en El Agustino, distrito en el que reside junto a su madre desde que era una niña. Me recibe y reconozco a Nerea, una de sus seis mascotas perrunas que duermen tranquilamente en su sala. No es la primera vez que la voy a entrevistar. Anteriormente, habíamos hablado sobre su experiencia como fotógrafa en el proyecto TAFOS (Talleres de Fotografía Social) y, específicamente, sobre su participación en el taller que se dictó en El Agustino a finales de los años ochenta.
Nos ubicamos en el comedor y me pide ayuda para abrocharse una pulsera. Ella está resguardada por sus mascotas de cuatro patas, pero antes de comenzar la entrevista llega Lorenzo, un guacamayo azul con el pecho desplumado, y se posiciona con firmeza sobre la mesa para mantener vigilada a la extraña que ha entrado en su casa. Aunque Rosa diga que no es amante de los animales, demuestra compasión por aquellos que han sido abandonados y se encuentran vulnerables.
A pesar de no habérmelo dicho, siento que su casa también es mi casa. Y es que una característica de Rosa es su hospitalidad. Me cuenta que ha alojado a una mochilera argentina que llegó a Perú junto con su hijo pequeño y su pareja. Tras un accidente que la dejó en muletas, debía asistir a terapias, por lo que buscaba un hospedaje seguro y accesible en la capital. Mirando el muro de Facebook de un grupo feminista es que Rosa se topó con la publicación de esta viajera. Era una mujer en apuros, y ella, como feminista, no necesitaba conocerla más para ofrecerle ayuda. El costo del alquiler, una suma módica, es una muestra de solidaridad.
Desde que era una adolescente y tuvo la oportunidad de registrar sus vivencias con una cámara fotográfica, al formar parte del Taller de Fotografía Social de El Agustino (1986-1988), Rosa hizo de este artefacto su compañero de lucha. Se define como activista feminista, barrial y por los derechos humanos. Tiene en su cuenta de Facebook el registro gráfico de las marchas en las que participa como activista y fotógrafa. “Lo que yo busco cuando hago fotos no es que mis imágenes conmuevan a todo el mundo, sino que quede un registro de las luchas constantes de la gente de a pie”, señala.
La fotografía como memoria histórica
Nada sabía de fotografía antes de ser parte de TAFOS, pero una vez que lo hizo no despegó sus manos ni apartó sus ojos de aquel aparato que congela una fracción de segundos de lo que sucede en la vida y la hace perdurable para las siguientes generaciones. Se dedicó a registrar la vida cotidiana de su barrio y su experiencia de vida: los niños en las calles, el trabajo infantil, las mujeres amamantando, la migración en su distrito y las precariedades que rodean el día a día de sus vecinos.
¿Imaginaba la Rosa Villafuerte de 19 años que lograría tomar dos de las fotos más representativas que salieron del taller de El Agustino? “Pisando la vida” fue el nombre que le otorgaron a uno de los registros que hizo en el centro histórico de la capital. La escena muestra a una mujer y su hija pequeña cuando eran reprimidas por la Policía en una marcha por el acceso a la vivienda en 1986. Esta imagen forma parte del archivo de fotografías peruanas del Museo de Arte de Lima (MALI). En el 2004, el prestigioso Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) incorporó casi cien imágenes de TAFOS en su colección, en la que está incluida esta fotografía.
“No tengo una intención de impacto. Sí tengo muchas ganas de compartir y en ese sentido me motiva la idea de que otras personas conozcan cómo hemos llegado hasta donde estamos hoy como distrito y comunidad”. Rosa cree que es importante utilizar las fotografías para mostrar el desarrollo de su distrito a sus vecinos, a las nuevas generaciones y a los migrantes en general. Fueron los mismos habitantes de El Agustino quienes con mucho esfuerzo y trabajo colectivo mejoraron sus condiciones de vida cuando no había luz, agua, desagüe o escaleras en los cerros.
“Si conseguimos que los nuevos habitantes del barrio tengan una idea de cómo empezó el distrito y asuman que somos parte de una historia de migración masiva en Lima, yo creo que podemos fortalecer la identidad de la comunidad”. Con miras a conseguir ese objetivo, se planteó montar una exposición con imágenes de El Agustino a través de los años, desde su creación en 1965 hasta la actualidad. Su proyecto ganó uno de los estímulos económicos entregados por el Ministerio de Cultura en el año 2021.
Y se concretó en la exhibición fotográfica “El Agustino: medio siglo de historia». La exposición se instaló el año 2022 en distintas zonas del distrito ante la mirada curiosa de los vecinos. La mayoría de las imágenes utilizadas provienen del archivo TAFOS. No hubo ningún apoyo logístico ni económico por parte de la municipalidad del distrito. El estímulo brindado por el Ministerio de Cultura no cubría la remuneración, los viáticos y los seguros para los profesionales que hicieron posible la exposición. A pesar de estas carencias, Rosa, la activista barrial, sintió la satisfacción de sacar adelante un proyecto que apostó por una memoria comunitaria desde la mirada de los habitantes.
Registrar y vivir las manifestaciones
“De chiripa, por invitación”, me contesta de forma honesta cuando le pregunto sobre cómo llega a involucrarse en el movimiento feminista. Rosa siempre ha estado vinculada con el activismo cultural y ha colaborado con diferentes organizaciones de cultura viva comunitaria, en especial con las que realizaban actividades en su barrio. “Pero me fui. Me sentí insatisfecha porque mi rol era reducido a lo mínimo”. Se veía relegada a ser “la fotógrafa” de las actividades. Se aburrió y tomó distancia. Con los contactos de personas que hacían activismo cultural y barrial, poco a poco fue recibiendo invitaciones para hacer registro gráfico en otras zonas de Lima. Así fue como llegó a conocer a las activistas feministas.
“Fui conociendo compañeras, y como me veían en las calles tomando fotos, empezaron a pasarme la voz”. Rosa integra un colectivo comunitario y ha participado en la promoción de varias manifestaciones a favor de los derechos de las mujeres. Con el registro que logra de estos eventos, diversos colectivos y organizaciones feministas, como Manuela Ramos, divulgan las acciones de protesta en las redes sociales.
Para la última marcha del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Rosa formó parte del comité de seguridad, pero sin dejar de lado su labor de fotógrafa. “Nos distribuimos en el espacio y yo, que siempre estoy haciendo fotos, cumplo esos dos roles. Mientras estoy haciendo registros, tengo la posibilidad de ir chequeando dónde hay situaciones de peligro. Así me doy cuenta dónde puede haber una vulneración contra alguien”.
Vi a Rosa ir y venir desde el primer hasta el último bloque que conformaba toda la marcha aquel 25 de noviembre. Una voz fuerte y efusiva se impone ante el ruido de las calles y las arengas de las manifestantes: “¡Tomen toda la pista! Porque no hay que ser tímidas ni hay que pedir permiso para exigir que dejen de matarnos y violentarnos”. Rosa contagiaba con esa voz tan imponente de rebeldía y desobediencia hacia los policías que querían dejar a las manifestantes en un solo carril de la avenida Arequipa.
La fotografía la ha ayudado a sentirse útil apoyando las causas que cree justas. La lucha de las mujeres es una de ellas. “Sigo siendo insegura cuando termino de hacer la jornada de fotografía. No es mi pretensión engrandecer nada, sino que refleje lo que he vivido porque lo que hago es vivir las manifestaciones. Me meto en los espacios, tomo fotos y siempre me quedo, yo no me voy”.
Eso es lo que caracteriza a Rosa. No es una fotógrafa que llega de comisión o por curiosidad a hacer registros de las protestas en la ciudad. Aprendió de TAFOS y de sus estudios de Fotorreportaje en la escuela GrisArt, en Barcelona, que todo el trabajo visual que realiza termina siendo parte de su historia personal, así como de la historia colectiva. Uno nunca sabe a quién termina sacándole fotos. “Podría ser que estoy fotografiando a una futura presidenta de la República o a un asesino”.
En 2015, mientras registraba manifestaciones feministas en las calles de Lima, le tomó varias fotos a Solsiret Rodríguez, la activista feminista de 23 años que, un año después, en agosto de 2016, fue víctima de feminicidio. Rosa buscaba en su archivo una imagen que debía ser incluida en el diseño de un afiche, cuando se percató de que Solsiret había quedado inmortalizada bajo el lente de su cámara. Entonces ella estaba en condición de desaparecida y el colectivo feminista al que Rosa pertenecía se movilizaba y acompañaba a sus padres para pedir celeridad en las investigaciones. “Cuando en una asamblea feminista, el 8 de marzo del 2020, Katherine Soto, la mejor amiga de Solsiret, anunció que habían encontrado su cuerpo, por primera vez vi a Rosa quebrarse. Se quitó los lentes y soltó todo”, recuerda Rocío Quispitupa, activista feminista que ha compartido espacios de lucha con Rosa.
La carpintería como aliada y método de sanación
Como productora y diseñadora de exhibiciones fotográficas, Rosa ha necesitado de la carpintería para montar las exposiciones en las que ha trabajado. Los carpinteros, sin embargo, no siempre lograban captar y plasmar en la madera las ideas que ella tenía. Pero su proactividad la ha llevado a desarrollar una habilidad especial con las manos. Por eso decidió incursionar en este oficio.
Poco después llegó la pandemia y entendió que trabajar con madera, clavos, lijas, serruchos y martillos debía ser su principal ocupación. Era marzo de 2020, nos esperaba un encierro de largos meses y Rosa vio interrumpida esa pasión de fotógrafa que le gusta estar en la calle. También quedó afectada su principal fuente de ingresos. Por eso decidió ofrecer sus servicios de carpintería en las redes sociales. Gracias a esta logró sobrevivir durante los días más duros de la emergencia sanitaria. Ella hace muebles para la casa e incluso camas para mascotas. Alejandrina, su madre, la ayudó. Estar encerrada con ella durante meses y trabajar juntas en la carpintería fue como “una terapia sanadora” que salvó la relación madre-hija.
Llamada cariñosamente ‘Cuchicuchi’ por Rosa, es una mujer cusqueña que migró a Lima con el fin de tener mejores oportunidades y recuperar a su hija, quien la volvió a conocer cuando tenía 10 años. Al comienzo de la entrevista Rosa me dio un contexto de lo que había sido su vida y, para entenderla a ella, hay que conocer a Alejandrina. Huérfana desde que era una niña, fue explotada laboralmente, no terminó el colegio y se convirtió en madre cuando era una adolescente. “No fue hasta que empecé a vincularme con buenas personas que me di cuenta de que la vida de ella había sido muy dura y yo había tenido mucha suerte”. Rosa siente que por fin puede entenderse con su madre y el feminismo le ha hecho ser consciente de las violencias que sufrió.
Ambas no tenían la mejor relación. Sus personalidades y formas de pensar fueron motivo de muchos enfrentamientos en el pasado. “Debo reconocer que yo no fui una hija fácil. Fui una hija respondona, con ideas propias, que luchaba para defender los derechos de otros; eso para una persona que vive precarizada con el día a día, que tenía que madrugar y estar despierta hasta tarde preparando todo para el día siguiente, debe haber sido frustrante”. Pero el tiempo y el perdón las reencontró y las volvió amigas. Ambas son las amas y señoras del hogar que con tanto esfuerzo construyeron.
Termina la entrevista y el cielo está oscureciendo. Rosa me acompaña hasta el paradero donde debo tomar mi carro y aprovecha para sacar a pasear a sus mascotas junto con su madre. Me da consejos de cómo hacer que el cobrador me cobre solo 2 soles en vez de 2.50 y nos despedimos con un “hasta luego”. Rosa estuvo en la manifestación feminista convocada el 25 de noviembre de 2023, en el centro de la ciudad, así como en las marchas a principios de diciembre contra el gobierno de Dina Boluarte. Siempre con la cámara colgada del cuello, captó nuevas imágenes para el archivo que piensa dejar como prueba de lo que será el pasado en tiempos futuros.