Un estudiante del último año de medicina cuenta cómo surgió su pasión por las peleas de muay thai, deporte que practica de manera competitiva, las circunstancias que lo llevaron a retomar su carrera universitaria, y las experiencias que vivió en el Hospital Nacional Dos de Mayo.
*Este trabajo fue elaborado en el curso Taller de Crónica y Reportaje, dictado por el profesor Mario Munive.
Por Marcela Becerra
Competía en un evento de artes marciales con el equipo de Knockstar Team (KST) en el 2021. A mitad del segundo round, su oponente le dislocó el hombro, pero ignoró el dolor. La gente gritaba, lo animaba. Estaba decidido a ganar. Finalizado el asalto, en su esquina le acomodaron el hombro lo mejor que pudieron, y continuó. Entre muchos cortes y golpes por parte de ambos contrincantes, Leonardo (22) salió victorioso. Esa pelea y sensación de adrenalina es la que quisiera recordar siempre.
En realidad, esta historia comienza cuando Leonardo tenía nueve años. “En el colegio me hacían bullying”, cuenta apenado. “Era bien chiquito y gordito y por eso me molestaban unos chicos”. Todos los días llegaba a casa y le contaba a su padre lo que sucedía.
En ese tiempo, la academia KST quedaba en Matellini, Chorrillos. Leonardo observaba las clases desde afuera. Su madre no lo quería inscribir. Consideraba que el muay thai era muy peligroso y violento para un niño. Aunque un profesor lo dejaba entrar y practicar de vez en cuando.
Un día, en el patio, los bullies se acercaron y lo rodearon en círculo. Eran 5 contra 1. Lo empezaron a insultar mientras lo empujaban. Leonardo reaccionó.
—¿Fue tu primera pelea?
—No sé si llamarlo así porque nunca me pegaron, pero me jodían mucho y ya no soportaba. Me planté y dije: “¿Saben qué? Acabamos”. Me gustó el golpe y me quedé en eso.
Las artes marciales lo atraían más, pero su madre todavía no lo dejaba ingresar a la academia. Leonardo se puso a entrenar solo y a escondidas. Años después, se matriculó formalmente. Desde entonces, el deporte forma parte de él. “Mi pasión sigue creciendo, me encanta pelear y podría decir que me ha salvado la vida varias veces”, afirma.
Decir que el muay thai no es violento sería tapar el sol con un dedo. Para Leonardo, es más que eso. Este deporte le enseñó sobre disciplina, muchas veces a la fuerza. Le enseñó a ser humilde, a respetar a sus rivales y a tener la capacidad de controlar el caos.
“Mi primera pelea regular fue horrible”, recuerda Leonardo entre risas. Fue en el barrio de Alto Perú. Portaba una pechera, canilleras, rodilleras y coderas. Cubierto de arriba a abajo. El lugar estaba lleno de tierra, no había mucho público y se sentía incómodo con la protección, pero igual ganó. A partir de dicho encuentro, ha tenido una veintena de peleas no solo en muay thai, también en kickboxing, boxeo y artes marciales mixtas.
Hacia el 2019, se tomó más en serio el deporte. Buscaba meterse de lleno en ese mundo, pero comenzó la carrera de medicina humana en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y no disponía del tiempo suficiente. En su segundo ciclo, reprobó tres cursos. Dudaba de su vocación. “Mejor me voy y me pongo a hacer deporte, no me está yendo mal”, pensaba. Estuvo todo el verano siguiente entrenando y compitiendo. No sabía qué hacer con su carrera. Contemplaba dejarla un semestre y retomarla después.
El peleador se convenció de que quería dedicarse exclusivamente al deporte hasta que el 15 de marzo de 2020, un día antes de que el gobierno peruano decretara la cuarentena por la covid-19, Leonardo tomó la decisión de darle otra oportunidad a la medicina debido a la insistencia de su papá. “Me matriculé el último día permitido, y si no lo hubiera hecho, habría perdido todo ese ciclo porque ese año, al no poder salir, no hice nada de artes marciales”, rememora.
Durante la cuarentena, no le quedó más opción que concentrar sus energías en los estudios, que lo llevó a recuperar sus notas. Luego empezó a rotar en el Hospital Nacional Dos de Mayo y recordó por qué había escogido estudiar medicina. “Dos doctores me ayudaron mucho. Uno de cirugía general, y uno de neurocirugía. Me hicieron enamorarme de la carrera de nuevo y querer ser neurocirujano”, comenta.
—¿Ingresaste a la carrera queriendo ser neurocirujano?
—Neurocirujano pediátrico.
—¿Todavía quieres especializarte en pediatría?
—Ya no. Me encantan los niños, pero no puedo tratarlos. Me dan muchísima pena, no puedo separar el sentimiento de mi trabajo y es algo que debo hacer.
En el Hospital Dos de Mayo, había diez camas en la unidad respiratoria y treinta dedicadas a pacientes con enfermedades o lesiones complicadas, muchas veces con nulas probabilidades de curarse. Caminar por el área de pediatría era un velorio. “No te podías encariñar con nadie porque, como eran niños tan delicados, se morían cada dos días”, relata. Leonardo y su compañera de guardia iban a las seis de la mañana para ayudar. Aseaban a los niños, les daban de comer, les cambiaban los pañales, y los dejaban en sus camas. Era rutina de lunes a domingo.
Recuerda especialmente a Fabián. Tenía meningoencefalitis y criptococosis. Estuvo internado en el hospital 27 días y cuando recién lo hospitalizaron nadie podía tocarlo. “Yo llegaba temprano, cansado de entrenar, de hacer de todo, quería que aunque sea me diera un abrazo. Pero nada, el niño gritaba, lloraba, rasguñaba, mordía, pateaba… Dos semanas pasaron así, pero me empezó a agarrar cariño con el tiempo y al final se volvió mi amiguito”. Él se quedaba con Fabián desde las seis de la mañana hasta las cinco de la tarde. Casi todo el día asegurándose de que esté bien. Al final se curó.
Hay un dicho entre los médicos adultos que dice: “Existen dos tipos de doctores, los que eligen ser buenos doctores y los que eligen mantener su sensibilidad”. Al respecto, Leonardo señala que “cuando trabajas con gente que tiene enfermedades o heridas muy graves, en ocasiones incurables, hay que mostrar temple. Adentro podemos llorar, yo lo he hecho varias veces, pero necesitamos mostrar que tenemos respuestas para no generar más incertidumbre a la familia”.
A inicios del 2023, llegó al Hospital Nacional Dos de Mayo un joven de 17 años entubado en una ambulancia. Lo habían trasladado de San Juan de Lurigancho porque no podían operarlo ahí. Era un chico de bajos recursos que estaba trabajando como guardia de seguridad en un evento cuando unos malhechores se metieron a robar. En su intención de defender a una de sus compañeras, se interpuso entre ella y el ladrón: quince balas atravesaron diferentes partes de su cuerpo. Su estado de salud era crítico.
Los médicos decidieron operarlo. Para ese momento, el joven había entrado en paro cuatro o cinco veces. Había perdido mucha sangre y ya no se podía liberar más unidades de sangre en el hospital. Todos los que estaban en la sala de operaciones empezaron a donar, pero volvió a entrar en paro. El doctor salió y le dijo a su mamá lo que había ocurrido, que sus heridas eran muy graves y ya no lo pudieron reanimar. “La señora cayó de rodillas y empezó a gritar. No había escuchado a alguien gritar así en mi vida. Su papá, un militar retirado, llegó después, vio a su esposa en el suelo y soltó una lágrima. Ese día me rompí”, expresa.
“Fue una cosa brutal. Nunca me había sentido así. Ni siquiera le puedo poner nombre al sentimiento. Fue como impotencia, pero no llega a serlo, porque realmente siento que yo hice todo lo que pude. Entramos a la sala y operamos por horas. Tres, cuatro horas entrando y saliendo, sacándolo de paros, metiéndole sangre… Y nada funcionó”, añade.
En enero de 2024, Leonardo postuló al Cuerpo General de Bomberos Voluntarios en la Compañía Garibaldi Nº 6 sin contárselo a nadie. “Yo intenté ingresar al cuerpo a los 15 años. Cuando me presenté, el comandante me dijo: ‘Aprecio que quieras entrar a la compañía, pero no vas a poder hacer nada, lo máximo que podrías hacer como menor de edad es limpiar el cuartel o abrir la puerta’”. Este año finalmente cumplió aquel sueño. Lo aceptaron y ahora pasa los fines de semana en la estación como aspirante.
—Si pudieras hacerlo todo de nuevo y escoger entre la medicina y el deporte, ¿cuál sería?
—El deporte, cien por ciento.
Leonardo respondió la pregunta sin pensarlo ni un segundo. “Hay mucha gente que te dice que la medicina es hermosa, y sí, es verdad. Pero tienes que estar dispuesto a sacrificar muchísimo, y ahora que lo he vivido, no lo volvería a hacer. Es parte importante de mi vida, pero siempre va a quedar en mi cabeza el qué hubiera pasado si me dedicaba a las artes marciales desde un inicio”.