Ana Flavia Díaz es estudiante de comunicaciones en la Universidad de Lima. Empezó a tatuar viendo tutoriales de YouTube en agosto del 2018. Aunque solamente lleva un año y medio trabajando como tatuadora, ya tiene una clientela establecida. La pandemia también afectó al rubro del arte, pero después de cuatro meses de encierro, Ana regresa a su estudio. En esta crónica, ella nos cuenta cómo encontró su amor al arte.
Por: Katherine Rodríguez
Portada: Instagram @inkdealer.af
En su estudio, hay dos lienzos con más de setenta dibujos que retrató en pieles vírgenes. También cuadros al estilo “black and white”, un arte gótico y oscuro, y una camilla negra preparada para hacer arte. Al mostrar todo su lugar de trabajo, Ana suspira y dice: “No puedo creer que logré todo esto en un año”.
En la crisis de los 20 años, muchos jóvenes no saben qué hacer por el resto de sus vidas. Ana era una de ellas. Ella ingresó a la Universidad de Lima en 2017, sin embargo, sentía que necesitaba hacer “algo” más en su vida. En la primavera de 2018 conoció ese “algo”: eran los tatuajes. El amor a los tattoos nació de la manera más inesperada posible. La Chat salía con un tatuador, quien le enseñó todo el mundo detrás de este arte. Se veían, iban a su estudio y ella cada vez andaba más fascinada y enamorada.
En la esquina de la avenida Arica de Breña, se encontraba el colegio religioso “La Salle”, Ana estudiaba ahí. Ella era una alumna que no destacaba en matemáticas, lenguaje o ciencias. Lo único en lo que le iba bien era inglés básico y arte, aunque nunca le dio importancia. Cada viernes, cuando el reloj marcaba las tres de la tarde, era la hora de la clase de artes plásticas. “Son como esas clases de relleno a las que nadie les da importancia. Lamentablemente los cursos de arte no son tan visibles cuando uno está en la escuela”, recuerda.
En el salón de arte encontrabas de todo: cuadros de corrientes artísticas como el surrealismo, el expresionismo, arte abstracto y hasta caricaturas. También encontrabas los típicos bodegones hechos por los alumnos, unos más bonitos que otros. Al otro lado del salón, observabas colores, plumones, témperas y pinceles por montón, algunos secos y unos cuantos en buen estado. Ana llegó al salón con su lienzo y empezó a dibujar. El profesor Edwin se le acercó y le dijo que sus trazos eran muy bueno. La Chata sonrió.
Terminó el colegio en 2015, nunca más se volvió a topar con el dibujo hasta el año pasado. Ana sentía que no era buena para nada. Angustiada y triste, pensó qué podría hacer. Ella solo quería ser feliz y tener su dinero.
Entró a Youtube, en el navegador escribió “tutoriales para empezar a tatuar”, le dio play y empezó a anotar todo lo que aprendía. “Encontré tutoriales que te enseñaban paso a paso a tatuar, qué tipo de tintas utilizar, dónde comprar los equipos”, refiere. Al parecer “la chata” tenía una idea.
La aplicación “AliExpress” es conocida por traer objetos de China a un precio muy barato y por un tiempo de espera que va entre dos a cinco meses. Ana descargó el app, buscó una máquina para tatuar e hizo click en el botón de comprar. Después de dos meses, le llegó su primera máquina a un módico precio de 200 soles. Luego, compró dos metros de piel falsa para empezar a practicar todo lo que vio en Youtube.
Octubre, 2018. Era una tarde despejada, la Chata ya había rendido los últimos exámenes parciales y estaba descansando en el conocido “spot” en la Universidad de Lima. Sofía, su amiga, regresaba de una reunión por “fin de parciales”. Se acercó a la Chata y empezaron a fumar un cigarrillo juntas. Sofía, pasada de copas, le pidió que la tatuara. Ana Flavia aceptó aunque aún no confiaba mucho en su técnica, era la primera vez que se animaba a tatuar en piel real. “Chapamos el primer corredor que vimos, entre risas y conversaciones, se pasó rápido la hora de viaje”, afirma risueña. Llegaron a la casa de la Chata en el distrito de Breña, ella sacó su máquina y dibujó una flor en el tobillo derecho de su amiga. Sofía quedó encantada y le pidió otro más el mismo día, la Chata accedió y le tatuó un girasol negro en el antebrazo derecho. “Estaba ‘empilada’, aunque el primero salió un poco feo, me di cuenta que esto era lo que quería hacer siempre”, asegura. Antes de la pandemia, Ana tatuaba a 20 personas durante la semana.
A inicios del año 2019 creó una cuenta de Instagram llamada Ink dealer, que en su traducción al español significa “repartidora de tinta”. La tatuadora encontró el ángulo atractivo y diferenciador de su negocio en los precios de sus servicios: 20, 30 hasta 50 soles, dependiendo del tamaño y el diseño del tatuaje. Llegó a cobrar hasta 60 soles por tatuajes grandes y elaborados que duraban cuatro horas de concentrado trabajo. Luego llegó a ahorrar lo suficiente para comprar nuevas tintas y una máquina profesional. “Invertí en mejorar la calidad de mi trabajo, así podría cobrar más”, explica.
“Calle pero elegante”, así es como la Chata define su trabajo artístico. Ella se inspira en el estilo europeo, sus principales referencias en el arte del tattoo son SlumDog y Sad Amish. Cada pieza refleja las líneas finas y delicadas de la aguja. Además del estilo dark y erótico que está hecho cada tatuaje.
La cuarentena afectó bastante el trabajo de Ana. “Igual piensas qué otras cosas puedes hacer para reinventarte”, señala. Durante estos meses encerrada, ella empezó a dibujar el próximo catálogo de su arte para tatuar postcuarentena. Terminó de crear los nuevos diseños, los publicó en instagram y empezó a agendar las citas. Ana solo pedía el adelanto de 50 soles y ahora está tatuando con los adecuados protocolos de seguridad.
Durante el confinamiento, estuvo sin tatuar por casi dos meses. A finales de abril se hizo su cuarto y quinto «autotatuaje». Se dibujó un escorpión en el muslo y un booty en la rodilla izquierda.
La crisis de los 20 llegó a su fin, Ana ahora tiene 21. El 2019 fue un año difícil para ella, pero necesario. Su cuenta de Instagram llega a los 6 mil seguidores, sus fotos tienen alrededor de 3 mil likes y cada vez se está haciendo más conocida en el ambiente del tattoo. “Esto es solo el comienzo”, me dice riendo sutilmente.