En un escenario dominado por internet y el video, los diarios de papel tratan de reubicarse y sobrevivir con dos opciones: ser populares y desechables o de élite y colección.
Por: Fernando Rivas Inostroza
Portada: Infobae
La prensa escrita en Chile se encuentra por estos días en un punto de inflexión decisivo y declarado dentro de un proceso de transición y readecuación que ya lleva quince años, al igual que en el resto del mundo, ante la irrupción creciente de internet y su carácter de nueva o segunda imprenta multiplataforma de la historia.
Si bien los grandes conglomerados El Mercurio y Copesa (La Tercera) se esfuerzan por demostrar que la venta y la lectura de diarios se mantienen, a todas luces es claro que a partir del cambio generacional ya existe una predominancia de quienes leen en pantalla antes que en papel.
En las escuelas de periodismo, las estadísticas de lectura de prensa en biblioteca han disminuido ostensiblemente, en algunas unidades académicas estas no superan las 100 consultas anuales en un promedio de ocho diarios. La mayoría de los estudiantes prefiere acceder a las noticias desde sus laptops, tablets o smartphones. Es más, hay universidades que están evaluando la conveniencia de seguir comprando y manteniendo empastadas dichas colecciones.
Algo similar y con mayor intensidad sucede entre los periodistas que han ingresado en los últimos cinco años al mercado laboral. Sólo de vez en cuando o en los fines de semana, cuando se da la oportunidad, cogen un ejemplar en papel, que, por supuesto, no pagan.
Quienes siguen consumiendo diarios en papel son las generaciones mayores de 45 años, acostumbradas a ese soporte, y sobre todo quienes mantienen suscripciones, de manera que se trata de un público permanente, constante, con poder adquisitivo y de decisión, ya que suelen ser también los de mayor cultura, pero que van disminuyendo paulatinamente, al mismo tiempo que se va engrosando el contingente de lectores jóvenes en medios digitales.
Esta tendencia hacia la lectura online se acentúa cada día más y ante eso los medios escritos, si bien no lo dicen, ya han optado por generar poderosas versiones digitales. Estas captan una nueva lectoría que va reemplazando a la antigua en extinción. La lógica que se ha impuesto es más bien la digital y la de la complementariedad: el papel no es más que otro soporte o una “pantalla de celulosa” donde es posible obtener la misma información, tamizada por el mismo filtro que distingue al conglomerado.
Esta situación se ha visto agravada (y por eso es que se trata de un punto de inflexión crítico) por varios factores: el creciente desarrollo de internet en los móviles (77 % de las conexiones se hacen desde celulares, los que llegan a 24 millones de aparatos en una población de 18 millones); el aumento constante de la publicación y consumo de videos, que proseguirá al menos en los próximos tres años; la crisis de la televisión abierta, y el desplazamiento de un porcentaje significativo de la publicidad hacia los medios online. Esta, al igual que en el resto del mundo, se ha ubicado ya en tercer lugar, justamente después de la televisión y los diarios, que vienen en baja, y sobre la radio y la vía pública. A raíz de la contracción económica, en 2014 la inversión publicitaria global en Chile cayó en un 5,9 % en relación a 2013. Los diarios tuvieron una caída real de su inversión del orden del 12 %. Tal situación ha obligado a repensar desde hace tiempo el negocio.
La farándula ya no es rentable porque cayó en descrédito y los diarios populares abandonaron a la televisión y sus estrellas. La noticia volvió a sus cauces históricos de la política, el deporte y la economía, con lo que la demanda por prensa escrita más seria ha aumentado.
De modo que los periódicos se encuentran confrontados con una opción bipolar determinada por el carácter plebeyo o de alcurnia del soporte papel: es decir, seguir con los contenidos populares o desechables en forma gratuita o a un mínimo costo, como vehículo o subterfugio para la publicidad. O, en su lugar, privilegiar publicaciones de estilo y diseño elaborado, que los conviertan en objetos de valor y prestigio, tanto material como intelectual, propios de colección.
Un paso natural, aunque sorprendente, sería el de repensar la condición de diario. Discutir, por ejemplo, la eventual salida de los medios sólo algunos días de la semana, y de acuerdo a una temática definida. Viernes: panoramas; sábado: cultura; domingo: reportajes. Así podría considerarse cerrado el proceso de transición o cumplida la reconversión en una prensa popular, evanescente o en otra de culto y élite.
Sin embargo, todo esto está aún por verse.