Julio Granda: Gran Maestro de ajedrez y peón de su chacra

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El camino del ajedrez peruano ha sido pavimentado por el Gran Maestro Julio Granda (56), desde su campeonato en el Mundial Sub-14 de México 1980 hasta la participación del histórico equipo peruano en la Olimpiada de Ajedrez 1986 en los Emiratos Árabes Unidos. Ha viajado por el mundo codeándose con estrellas del ajedrez como los campeones mundiales Anatoli Karpov y Garry Kasparov, ‘el Ogro de Bakú’. Ahora divide su tiempo entre la enseñanza del deporte y el cultivo de árboles y verduras en la huerta que posee en su natal Camaná. 
Por Carlos Espinoza


Tenía 19 años cuando se enfrentó al ‘Ogro de Bakú’. Fue en la Olimpiada de Ajedrez 1986. Julio Granda, hijo de campesinos, estaba sentado frente a una tabla de ajedrez en el lujoso Dubai World Trade Centre. Ese mismo año había recibido el título de Gran Maestro, el más prestigioso del mundo del ajedrez. Sin embargo, para su próximo rival, ese título significaba muy poco. El Gran Maestro Julio Granda estaba esperando la aparición de Garry Kasparov. El soviético acababa de ser coronado como campeón mundial de ajedrez, luego de vencer a su compatriota Anatoli Karpov. El peruano sería su primera presa. La partida debía haber empezado hace siete minutos, y Julio esperaba sentado la aparición de Kasparov. 

Pero no era un rival sencillo, y así lo había demostrado desde muy joven. A los 19 años ya tenía una trayectoria destacada antes de su partida con Kasparov. Se había coronado campeón del Mundial Sub-14 de Ajedrez, disputado en México en 1980. Apenas tenía 13 años. También triunfó en el Panamericano Juvenil de 1984. Su logro más importante ocurrió en 1986, cuando le otorgaron el título de Gran Maestro. Granda fue el peruano más joven en recibir esta distinción de la Federación Internacional de Ajedrez. ¿Pero cómo un campesino nacido en Camaná logró codearse con Garry Kasparov, considerado el mejor ajedrecista de la historia?

A 50 años de iniciada su trayectoria en el ajedrez, Julio Granda se dedica a la enseñanza de este deporte en la academia que lleva su mismo nombre. Somos Periodismo se contactó con la Academia Julio Granda. Uno de sus promotores hizo las gestiones para conseguir esta entrevista con él. Por medio de Zoom y desde su natal Camaná, Julio Granda cuenta su carrera en el ajedrez y cómo esta cambió su vida cotidiana en el campo. 

—¿Recuerdas cómo fue la primera vez que supiste de la existencia del ajedrez?

—Debió haber sido por diciembre de 1972. Ese año hubo un famoso encuentro entre Bobby Fischer, que era el retador de Estados Unidos, frente a Boris Spassky, quien era el campeón soviético. En ese entonces, Estados Unidos y la URSS eran las dos superpotencias mundiales y todo el mundo había puesto atención en un tablero de ajedrez porque era, de alguna manera, un pequeño simulacro de una batalla de la Guerra Fría. Dos exponentes de esas superpotencias se iban a enfrentar y había mucha tensión. Pero para mí lo más importante entonces era el carisma que ambos derrochaban.

Esa histórica partida la terminó ganando el estadounidense Bobby Fischer, quien puso fin a la hegemonía soviética en el ajedrez. 

—Mi padre se encariñó con Fischer. Uno se encariña con el ganador. Bobby Fischer, además de carismático, era un genio. El efecto de esta partida en la mente de mi padre duró mucho tiempo y en diciembre de 1972 él nos quería hacer un regalo de fin de año a mí y a mis hermanos. Había recuperado su afición por el ajedrez, adormecida porque alguien lo venció dándole una soberana paliza y ya no quiso jugar más. Pero la emoción por este encuentro y por el ganador, Bobby Fischer, hizo que se acordara de su pasado, aunque ya no pensó tanto en jugar él, sino en enseñar a jugar a sus hijos. Yo tenía cinco años. 

—¿Cómo fueron esas primeras partidas con tus hermanos?

—Entre mis hermanos jugábamos, pero sobre todo con mi hermano mayor Daniel. Él se divertía con mi reacción cuando me ganaba. Yo reaccionaba por la derrota en sí misma, no me gustaba perder. Y tampoco sus continuas burlas. Cuando él ya se estaba preparando para darme jaque mate, su rictus indicaba la burla. Daniel se preparaba para emprender la huida mientras yo me preparaba para perseguirlo. Nunca lo alcanzaba, él era mayor y más ágil. A mí me daba tal frustración perder que desarrollé algo positivo: una especie de higiene mental para identificar dónde me había equivocado. Creo que esa fue la clave para darme cuenta rápidamente de mis errores y así logré superar a mis hermanos, a quienes no les gustaba que el más chiquitito les ganara.

Esta anécdota explica aquello que los críticos del ajedrez admiran de Julio Granda: su talento natural. Si bien todos conocemos a alguien talentoso, Julio logró llegar a la élite del ajedrez mundial a pesar de no haber tenido una formación teórica, algo crucial para aquellos que quieren llegar a lo más alto en este deporte.

—¿Cómo fue aprender el ajedrez alejado de la teoría?

—Es una circunstancia que puede ser favorable en cualquier rama del aprendizaje, porque desarrolla tu imaginación, que es un elemento importantísimo en cualquier actividad. Al no estar sometido a conocimientos adquiridos, que muchas veces son memorizados, yo desarrollaba mi imaginación. No obstante, el ajedrez, al ser un juego científico, siempre necesita un rigor de estudio. Mi padre, Daniel, me dio las bases de una manera empírica: viendo partidas magistrales. No partidas de peruanos ni de latinoamericanos. Solo partidas de rusos, los mejores del mundo.

Pero cuando tenía 10 años, su aprendizaje en el ajedrez sería tomado un poco más en serio cuando Jorge Szmetan, Gran Maestro argentino, le envió desde Buenos Aires los cuatro tomos del Tratado General de Ajedrez, de Roberto Grau.

—Con esos cuatro tomos mi padre me sometió a lo que yo llamo cariñosamente “La Tortura Grau”. A mí no me gustaba mucho, pero mi padre tenía tanta afición que se olvidaba de todo lo demás. Y yo, por respeto a él, le ponía atención. Aunque mientras un oído estaba escuchando a mi padre, el otro oía los gritos de mis hermanos y mis vecinos mientras jugaban con la pelota a unos escasos metros. 

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La infancia anormal de Julio

En Camaná los niños aprenden a nadar en el río o en las acequias, pero la primera inmersión de Julio Granda en el agua ocurrió en una piscina en México, alejado de su familia. En el año 1980, Julio Granda viajó a Mazatlán para participar en el Campeonato Mundial Sub-14. Viajó sin su familia, pues la Federación Peruana de Ajedrez solo podía financiar el costo de un pasaje. Pero al ser menor de edad, dicho ticket fue destinado al presidente de la Federación, quien lo acompañaría.

Julio Granda levantando el trofeo del Campeonato Mundial Sub-14 (1980). Archivo: Facebook GM Julio Granda

—¿Cómo hicieron para pagar el pasaje a México?

—Mi padre trajo esa inquietud a Camaná y el director del colegio Sebastián Barrantes, que era donde yo estudiaba la secundaria, fue bastante solícito y ejecutivo. Nombró escuadras de muchachos para que vayan por diversas entidades formativas y busquen a la gente que podía aportar. Se consiguió dinero para los gastos del pasaje y algo más. Entonces, cuando yo gané el torneo en México, la gente de Camaná también lo sintió como un logro suyo.

—¿Cómo te sentías participando en un campeonato de ese nivel?

—Honestamente, no tenía una preparación como para luchar por el título. El representante de los Emiratos Árabes Unidos era el gran favorito. Tenía una gran preparación y buenos medios, hasta fue con un equipo. Tenía mucho dinero. Uno de sus entrenadores, que hablaba español y tenía grandes conexiones con el representante chileno, nos llevó a ver su suite. Tenía un montón de libros en la sala y en la alfombra. Yo me quedé impresionado. Tanto por los libros como por los medios que tenía. Sin embargo, cuando él estaba dominando la partida, le mandé un contragolpe que no supo defender y le gané muy bien. ¿Para qué mentir?

—¿Cómo fue tu reacción?

—Bueno, yo nunca he sido tan efusivo y el ajedrez tampoco permite serlo cuando se gana. Pero los mexicanos estaban muy contentos, tanto así que me tiraron a la piscina y yo no sabía nadar. Me estaba ahogando, lo cual es casi un sacrilegio. ¿Sabes por qué? Porque la gente de Camaná aprendía a nadar en el río, en alguna acequia. Todos saben nadar. Pero como yo llevaba una vida tan distinta, no sabía nadar. Ni siquiera era que me lanzaron a la parte más profunda, sino que me estaba ahogando de puro miedo. 

Después de aquella histórica victoria, el nombre de Julio Granda estaba en la portada de todos los diarios del Perú. La fama puede cambiar a las personas, especialmente a los jóvenes prodigios.

—¿Te afectó toda la atención mediática después de esa victoria?

—El ser humano es impredecible y nunca sabes cómo eso te puede manipular o afectar. Yo estaba relativamente contento, pero tampoco le di mayor importancia. Creo que esa es una buena actitud ante la vida porque los éxitos son efímeros. Pero sí recuerdo que me recibió el presidente Fernando Belaúnde en Palacio.

Julio Granda y Fernando Belaúnde Terry (1980). Archivo: Facebook GM Julio Granda.

—¿Cómo te recibieron en Arequipa?

—Yo vivía en el campo, entonces no conocía a mucha gente. Pero me subieron a una camioneta que entró en la Plaza de Armas, que estaba repleta. Un locutor de radio que estaba a mi lado me decía “Saluda a la gente, sobrino” y yo le digo “Tío, no conozco a nadie”. Me sentía raro saludando a gente que no conocía. Como estaba en la parte alta buscaba a algún conocido entre la multitud. De pronto vi a un compañero de colegio al lado de una chica que me gustaba, pero no me tenía ni en la lista de suplentes. Sin embargo, cuando lo miro a mi compañero, me dice con la mirada: “Acá está la chica que te gusta”. Ella me miró con otros ojos y dije dentro de mí “¿Qué ha pasado? ¿En tres semanas tanto he cambiado? Ahora me da bola”. Lo tomaba con buen humor y sorpresa. Pero no creo que la fama me haya cambiado.d

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Granda versus Kasparov

Julio Granda sigue esperando a su oponente en el Dubai World Trade Centre. Ya habían pasado siete minutos desde la hora pactada para el duelo, cuando una pequeña multitud irrumpió. En medio, Garry Kasparov, el campeón soviético, apareció seguido de una cámara de televisión para enfrentar a su primera víctima del torneo: Julio Granda. 

—¿Cómo te enteraste de que enfrentarías a Kasparov?

—No había Internet, no había esta modernidad que nos permita estar muy comunicados. Me entero cuando llego al local de juego y leo el nombre “Kasparov”. La gente y mis amigos me saludaron deseándome una buena partida. Yo estaba tranquilo y esperando que apareciera. Ya era la hora de inicio. Me tocaron las piezas blancas, pero no aparecía Kasparov. “Qué raro que el campeón mundial no sea puntual”, pensé. Yo quería imaginar que iba a llegar un poco antes o al menos puntual. Habían pasado como siete minutos y no aparecía. En eso veo a lo lejos a una pequeña multitud y una cámara de televisión que lo seguía. Él venía fiel a su estilo, de una manera muy rauda. Entonces me levanto para saludarlo, considerando que era un honor jugar contra el campeón mundial. De pronto, me clavó una mirada asesina y me dio un apretón de manos durísimo. No parecía una partida de ajedrez. “¿Qué le hecho a este hombre para que se comporte así?” Pero lo tomé como un desafío.

—¿Cómo sentiste que Kasparov te trató?

—Él jugaba rápido, se levantaba y se ponía a conversar con su equipo. Sentía que se burlaba de mí. Creo que también influyó la mala posición que tenía en el tablero. Jugué un poco más bajo que mi nivel usual. Obviamente él era el gran favorito. Me ganó con demasiada facilidad, así que para mí fue una frustración total perder de esa manera. Pero es que, al jugar con un campeón de esa jerarquía, debes tener una preparación previa de toda índole, tanto técnica como psicológica. Por algo su apelativo es ‘El Ogro’.

—¿Y fuiste capaz de percatarte de tus errores en ese momento?

—No. Me pasó algo curioso. Yo soy bastante sereno cuando juego, tanto que la gente a veces se sorprende cuando me ve jugar. Pero en medio de la partida me dio un temblor interruptor que no pude controlar. Así que no era muy consciente de dónde me había equivocado, aunque sabía que obviamente no había hecho una buena apertura. No fueron errores graves, pero fueron pequeños errores que sumados me dejaron en una posición muy pobre y él, obviamente, con su gran estilo y eficacia, me pulverizó. ¿Para qué negarlo?

—Finalmente te retiraste de la partida. ¿Cómo te sentiste después de hacerlo?

—Muy mal. Me sentía muy frustrado porque no hay muchas oportunidades de jugar contra un monstruo de ese nivel. Obviamente uno quiere ganar, aunque sea competir si no logras ganar. Por ahí tienes alguna opción, pero prácticamente no tenía ninguna más que una lenta agonía.

—Ya con la perspectiva de los años, ¿qué enseñanzas te llevas de ese encuentro?

—Primero, que para jugar con alguien de ese nivel tienes que estar muy bien preparado en todo sentido. Tienes que saber su punto fuerte y por ahí los pocos puntos débiles que pueden aflorar a veces. También es importante tener ganas de ganar: saber que tú también puedes, porque, si no, ¿para qué juegas esa partida? Saber que también puedes hacerle daño. Pero eso implica algo: darle importancia a la preparación teórica. 

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El retiro temporal

Julio Granda se retiró del ajedrez en 1998 y nunca pensó en volver a jugar. Durante cuatro años se mantuvo alejado de las tablas, recuperando aquello que le habían quitado.

—¿Por qué te retiras del ajedrez?

—Puede ser muy controversial, pero podría resumirlo así: en 1998 me ofrecieron ser candidato a la alcaldía de Camaná, lo cual me parecía un disparate. ¿Cómo puedo pretender ser un buen alcalde? Ese era el problema, porque yo tenía muchas opciones y para mí era una pesadilla. ¿Qué voy a hacer si no conozco nada? Mi vida siempre ha sido viajar, jugar ajedrez. ¿Qué sabía yo de gestión pública? No conocía bien a la gente que había convocado y yo no vivía en Camaná de una manera continua. Ahí te das cuenta de lo frágil que es el ser humano y cómo una circunstancia de este tipo te puede manipular mucho más que una partida de ajedrez. Yo acepté sabiendo que eso no era para mí. Pero cuando estás en campaña ves a la gente que piensa que les va a cambiar la vida. En ese sentido, tengo que decir que no la va a cambiar un político. Uno es el que tiene que cambiar. La gente se esperanza con cargos donde van prácticamente a beneficiarse de todo lo que encuentran. No hacen algo tan elemental como servir, que se supone que es la esencia del cargo. Yo al menos tenía esa intención. Y claro, cuando estuve en campaña electoral empecé a tener cierta transformación. En un momento yo quería ganar, como buen ajedrecista. Me obsesioné un poco. Ahora, viéndolo con otra perspectiva, me doy cuenta de que no estaba bien. Era 1998, entonces decidí retirarme de la campaña.

—¿Después de esa aventura política, a qué te dedicaste?

—Me dediqué a la agricultura, lo cual fue bastante duro. Yo tengo muy poca tierra y tenía que alquilar un poco. Alguien me dijo por ahí: “Eres campeón del ajedrez y ahora peón de tu chacra”. Bueno, creo que esta experiencia fue muy positiva porque yo no había vivido eso. He vivido en una nube, en una fantasía, porque yo viajaba por el ajedrez. Volver aquí y vivir de esta manera me ayudó bastante a entender la vida desde otra perspectiva. Porque aquí sí tenía que trabajar de sol a sol. Mucho, muchísimo. El dinero era escaso, pero siempre había lo necesario. Entonces eso fue muy provechoso. Eso te ayuda porque ves que las cosas no necesariamente son tan fáciles como lo habían sido para mí. Vi la otra parte de la vida.

—¿Y cómo vuelves al ajedrez?

—Por las circunstancias, por el factor económico. Justo llega un mal año para la agricultura, no solamente una cosecha un tanto mala, sino un precio irrisorio que nos pagaban y quedé muy endeudado. De pronto, la Federación me llama: “Julio, queremos que vuelvas. Queremos que juegues la Nacional”. Me ofrecieron una cantidad apreciable de dinero. Tampoco es que debiera tanto dinero. Con el dinero que me daban más el premio que conseguí prácticamente me deshice de las deudas y una vez que estuve ahí, ya por inercia, seguí jugando. Suele ser difícil seguir teniendo resultados a partir del retiro, pero por si alguno no lo sabe, he sido cuatro veces campeón panamericano. Se dieron resultados importantes. 

Después de su retorno, el Gran Maestro Julio Granda alcanzó una multitud de premios entre los que destacan el Torneo internacional «Capablanca Memorial», en La Habana en 2003, el Torneo Continental de Ajedrez en 2007 y el Torneo Iberoamericano de Ajedrez Linares-Morelia en 2008. 

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El Gran Maestro Julio Granda hoy

En la actualidad, Julio Granda se dedica a la enseñanza del ajedrez mientras vive en su natal Camaná. Este año jugó su primer torneo de ajedrez desde 2019, pero no planea continuar con el ritmo de competición que llevaba entre 2008 y 2019, tiempo en el que estuvo residiendo en Salamanca, España.

Julio Granda recibe el premio del Open Internacional Master Chess Perú 2023. Archivo: Andina. 

¿Por qué decides regresar a Camaná?

—Yo siempre quise vivir en el campo. Sin embargo, con la responsabilidad de tener hijos eso tuvo que cambiar, sobre todo porque en Camaná, lamentablemente, no hay muchas opciones en cuanto a educación superior. Además, toda la actividad del ajedrez está en Europa. Es una decisión que tienes que tomar y creo que fue acertada. Mi principal preocupación era que mi familia no quisiera volver, pero yo siempre quería regresar porque, de pequeño, incentivado por el ajedrez, me limitaban en mi tarea en el campo. Yo quería hacer alguna tarea y mi hermano mayor decía: “Sigue durmiendo tranquilo, que son tareas muy duras”. Por eso tengo gran afición por el campo. Me considero horticultor orgánico, me gusta sembrar árboles y verduras, todo lo que puedo. Y claro, sembrar es bonito, pero hay un trabajo previo, cuesta estar horas y horas preparando algo. Me dedico a eso. Y también dicto clases de ajedrez. Compatibilizo ambas cosas.

—¿Cuál es tu relación actualmente con el ajedrez?

—Yo tenía un conflicto de amor y odio con el ajedrez. Por eso tal vez entiendo por qué no me dediqué con más ahínco como mi talento lo requería. Siempre he creído que se me ha reconocido por mi talento y ahora veo que es notorio, porque pasa el tiempo y lo mantengo todavía. Sin embargo, no tenía mucha pasión por la preparación. No desarrollé la cultura del esfuerzo. Todo fue muy fácil para mí. No obstante, yo vengo del campo y aquí debes esforzarte si realmente quieres una buena cosecha. El ajedrez siempre lo veía como un juego. Ahora me doy cuenta de que es más que eso, incluso puede tener connotaciones filosóficas. En el solaz de los años de mi retiro en el campo, veo el ajedrez como una parte ineludible en mi vida. Ya no me interesa mucho competir. Tampoco hay tantos torneos en el Perú ni en América Latina. El gran escenario es Europa. Estoy aquí dedicado a la enseñanza. Pero en ese afán de no solamente compartir mi conocimiento, sino también mi experiencia. Todas las experiencias adquiridas no solo en el tablero sino en la vida misma. Si me pongo a analizar objetivamente, mi vida es excepcional. He viajado desde que era un adolescente y he estado en 40 países. Definitivamente he conocido muchas culturas de muchos lugares y realmente muy pocas personas tienen ese privilegio.