Después del asesinato de Inti y Bryan, algunos artistas, como expresión de indignación, decidieron dar luz y mediante la creación de murales en distintas zonas de la ciudad gris. Las paredes de Quilca, Grau y Magdalena que cobraron vida y color en algún momento hoy solo reflejan la neblina de la indiferencia que cubre Lima. ¿Cómo se llevaron a cabo estos murales? ¿Qué ha sucedido con ellos desde entonces? ¿Acaso son el reflejo de una sociedad abandonada, injusta y carente de memoria?
Por Rocío Quispitupa
El 14 de noviembre de 2020 tuvo lugar la Segunda Marcha Nacional contra Manuel Merino. A las 8 p.m. de ese día, en el cruce de las avenidas Abancay y Nicolás de Piérola, a la altura del centro comercial El Hueco, Jack Bryan Pintado (22) resultó herido en la cabeza. Aproximadamente dos horas más tarde, cerca de la intersección de la avenida Nicolás de Piérola y el jirón Lampa, Inti Sotelo Camargo (24) también fue herido. En esta protesta, conocida como el 14N, ambos fueron asesinados con proyectiles de armas de fuego.
La indignación por lo ocurrido impulsó a un grupo de jóvenes artistas que se organizaron a través de redes sociales para crear un mural en el jirón Quilca, conocido por ser un lugar bohemio y de venta de libros, pero también un refugio de repliegue y concentración durante las marchas. César Ames (Ames), antropólogo y artista visual que también participó en las protestas, recuerda que en ese momento se estaba restaurando el Teatro Colón, por lo que estaba protegido por barreras de madera que los artistas tomaron como lienzo para expresar lo que sentían y pensaban.
Ames regresó de su trabajo con manchas de pintura en su ropa, ya que había estado pintando un mural en su barrio del distrito La Victoria. Vive cerca del lugar donde asesinaron a Inti, a unas cuantas cuadras de la zona que decidieron muralizar en ese entonces. «La lucha no es solo de un día». El trabajo comenzó aproximadamente a las 8 a.m., y a medida que la oscuridad de la noche avanzaba, también se unían más personas en unidad y comunidad, como antaño. Ames acompañó el mural con una frase del fundador del movimiento poético Hora Zero, Enrique Verástegui: «Y digo que luchar es de hecho el triunfo más hermoso«
Le cuesta expresar lo que presenció aquella noche del proceso de reconstrucción del asesinato de Inti. “Fue doloroso”. Parece que aquella escena regresó a su memoria y allí se reproduce; toma un vaso de agua para desatar el nudo que obstruye su relato. «Murió aquí cerca, en el jirón Lampa, el jirón de la lucha«.
La noche del 14N, Josimar Ramírez (SUC), escritor de graffiti y director del proyecto Contagio Cultural, y sus compañeros artistas participaron en las protestas de ese día. Al enterarse de lo sucedido con Inti y Bryan, decidieron continuar expresando su protesta en las paredes. «Pintamos, así, ilegalmente y sin pedir permiso». Da cuenta que, como artistas, no se conformaron solo con dibujar los nombres. «Nosotros empezamos esa idea porque Inti también era grafitero, era una manera de reconocer su trabajo, por más que no hayamos compartido una pinta juntos».
Uno de los puntos clave en las manifestaciones es la avenida Grau. Allí, en la primera cuadra, un grupo de aproximadamente 20 grafiteros de arte urbano, en su mayoría de La Victoria, con el permiso del dueño de la cochera, dibujaron, marcaron, rellenaron, delinearon y colocaron los efectos de las letras, con el rostro de Inti y Bryan en el fondo. «Tres días tomando desayuno, almorzando, cenando y pintando«, recuerda Suc. Dado que días antes ya habían trabajado en el mural «Insurgencia» frente al Estadio Nacional, la organización fue mucho mejor.
La jornada duró tres días. Empezó a las 10 a.m. y culminó con el guardado de los andamios a las 2 a.m. Ana Balcazar, artista visual y educadora, se encargó de la coordinación y gestión de recursos. Ella recuerda que las personas se acercaron al lugar para brindarles comida, agua y donaciones para los materiales. Tanto a Inti como a Bryan se los pintó con alas, como ángeles. «El mensaje es que no nos vamos a olvidar, la juventud no se va a quedar callada», señala Balcazar.
Daniel Cortez (Decertor), menciona que no pudo asistir a las protestas del 14N por temas de salud, pero buscó la manera de canalizar su indignación. Gestionó la pared exterior del coliseo deportivo Aldo Chamochumbi, en Magdalena, para la realización de un mural que les llevó tres días culminar. «Un mural es un refugio, un lugar donde mirar y poner tu atención, un santuario«. Trabajó junto a Eliot Tupac, Sipión, L.Bardales, Huansi, Embe, Guille y Origaby, un grupo diverso pero con una idea en común: la representación de dos jóvenes asesinados por las fuerzas policiales.
Nombre, edad, detalles relacionados con el nombre, el contexto familiar, perfiles de personas, una vela que flamea una hoja, que representa lo vital que ilumina, elementos de identidad, memoria y el ojo vigilante que todo lo está viendo. Buscó comunicar la memoria, la fragilidad del peruano, y denunciar a través del arte que la policía te puede matar. «Al pintar un contenido visual en un soporte físico, estás creando un objeto; por más que se borre, el haber sido materializado le da un poder mayor a la propuesta«.
Decertor, explica que las posibilidades narrativas de un mural son múltiples y libres en cuanto a la manera de abordar la historia, siempre que mantenga un hilo conductor en la gráfica. –“Los murales son como libros abiertos”– También señala que somos un país que consume mucho arte, aunque no somos conscientes de ello, y destaca que como país carecemos de una identidad gráfica que nos una.
¿Quién mató a Inti y Bryan? Aún no se han identificado a los responsables, pero se sabe que son hombres serios, que creen ser fuertes, la mayoría de las veces uniformados, y siempre llevan un objeto con el cual no temen quitar la vida a las personas, creen saber qué es lo correcto y lo incorrecto, también creen que tienen el poder y la deliberación de decidir que la vida de una persona ha llegado a su fin.
Los tres murales fueron dañados con pinturas, algunos más rápidos que otros, este hecho está asociado al grupo antiderechos “La resistencia”. En Quilca, la fachada del teatro ha sido restaurada, pero no la memoria, ahora frente a aquel lugar solo está el charco y el olor del orín. En Grau, solo queda una extensa pared, una expresión vacía, pero que da cuenta que el abandono es estructural. En Magdalena, solo queda una pared blanca y no la diversidad de colores que algún momento dieron vida a esa pared, el tránsito es regular, pero ya no hay dónde mirar. El estilo gráfico, el trazo, pudo ser distinto, pero el mensaje es el mismo: memoria.