Entre la universidad, las concentraciones políticas y la presión social, un activista iquiteño de 19 años avanza en el largo camino de la búsqueda de mejores condiciones para sus hermanos en la selva. Aquí revela sus más memorables recuerdos y convicciones construidas en todo este tiempo.
*Esta entrevista fue elaborada en el curso Taller de Crónica y Reportaje, dictado por el profesor Mario Munive y con Nicolás Cisneros como jefe de práctica.
Por Sara Calle
Gruber Vargas tiene planeada su agenda de la semana: clases en la Universidad Privada del Norte, donde se está formando como abogado, reuniones con su asociación Juventud, Política y Desarrollo, y eventos en los que debate sus ideas sobre la protección de derechos de las poblaciones amazónicas.
Para los jóvenes que vienen de las distintas regiones, la vida en Lima es desafiante, al menos al comienzo. La de un joven foráneo que además ejerce el activismo en defensa de los derechos de su pueblo es un reto mayor. Demanda fortaleza, organización y responsabilidad. Sin embargo, los grandes desafíos no intimidan a Gruber. De personalidad alegre, le pone pasión a cada una de sus actividades.
Salió de Iquitos a los diecisiete, con una maleta en mano y muchos sueños por cumplir. Al llegar a Lima, se encontró con una realidad diferente. La ciudad no tenía tantos árboles, tampoco tenía lo más importante para él, su familia. Pese a que todo aparentaba verse gris, conoció a personas que compartían su mismo sentir: luchar por la justicia social en favor de los pueblos menos privilegiados.
—¿Cómo fue tu proceso de migración a la ciudad?
—Migrar siendo aún adolescente es un proceso de cambio total. Acostumbrarse a vivir en un lugar donde no se ven tantos ‘motocarros’, sino taxis y microbuses, es complicado. En Iquitos tenía a mi familia cerca, mis mascotas y un lugar donde predominaba el campo. Ahora me encuentro en el piso 20 de un edificio, lejos de los seres que amo. No poder salir durante las tardes a reírme y pasar el rato con mis amigos en la esquina de la calle es extraño y melancólico en ciertos momentos.
—¿En algún momento te has sentido discriminado por ser de la Amazonía?
—Ser de Iquitos muchas veces es objeto de burla o menosprecio. A veces las personas suelen jugar con el acento que tenemos en la selva, nos imitan a manera de mofa.
—¿Qué te motivó a ser activista?
—Empecé a los 13 años. La motivación principal provino de la gente a mi alrededor. Mi mejor amigo (Carlos Dávila), quien lamentablemente falleció, me involucró en estos espacios. Cada que rememoro mis inicios, se me viene a la mente los momentos en los que ambos participábamos en movimientos orientados a la lucha por la justicia social. Realmente agradezco mucho el apoyo que me brindó todos esos años. Me atrevo a decir que sin él no habría tenido el impulso necesario para forjar mi propio camino en el activismo. Y desde muy joven tuve esa sensibilidad de notar las injusticias en mi comunidad en todas sus formas. A ello le sumo la influencia de Víctor Jara, un trovador chileno que orientaba su música al valor y sentido de la lucha social.
Ser la voz de los que no tienen
Con la sangre amazónica corriendo por sus venas, Gruber siente la responsabilidad de llevar la voz de su pueblo, cuyos líderes ambientales son asesinados a manos de economías ilegales. Considera que el estudiar Derecho en una universidad privada de la capital es una oportunidad para contar con más herramientas que le permitan defender a su región natal.
—¿A qué retos te has enfrentado como activista joven?
—En algunas oportunidades sufría discriminación porque la gente adulta suele preguntarse, a manera de recriminación, qué hace un niño o un adolescente metido en un espacio que se asume solo para los adultos. Yo creo que esos conceptos hay que ir cambiándolos poco a poco porque no está mal que un joven se involucre en este tipo de movimientos.
—¿Tuviste complicaciones con tu familia?
—Al inicio mi familia restringía mucho mi participación en la vida política. Al ser menor de edad, era muy dependiente de mis padres, a veces mi papá no me dejaba ir a los eventos o reuniones. Con el tiempo él y todos mis familiares también fueron aceptando y adaptándose a la idea de que yo me quería dedicar al activismo.
Las complicaciones en el mundo del activismo trascienden al ámbito organizacional. Para Gruber, involucra a los seres que más ama, la opinión de un pueblo y un país que lo vio crecer. Pese a las adversidades, es su pasión por convertir la Amazonía peruana en un lugar mejor lo que le permite avanzar.
—¿Qué tan involucrados están los jóvenes de la Amazonía con el activismo?
—Creo que en la actualidad la participación juvenil ha descendido considerablemente. No se ha visto mucha porque tampoco hay espacios de participación en la zona. Normalmente se tiene que ir a Lima a presentar proyectos que logren ejecutarse. Hay un desgano.
—¿Por qué es importante que los jóvenes de la Amazonía defiendan los derechos de su comunidad?
—Solo somos jóvenes un tiempo y luego pasamos a ser adultos, con mayores responsabilidades. Si la tasa de participantes juveniles en Loreto sigue siendo minoritaria, en el futuro, cuando se les requiera en un cargo de elección popular, este no será otorgado a un grupo representativo, sino a los mismos de siempre: personas que no conocen la realidad de la juventud y del pueblo amazónico.
En sus planes a futuro, Gruber contempla regresar a Iquitos, y desde ese espacio, poder seguir siendo un ente movilizador, pero sobre todo un agente que visibilice las injusticias sociales, carencias y necesidades. La pasión por defender al pueblo amazónico proviene del amor que le tiene a la Amazonía, a la que se ha referido como su vida entera.