Estudió periodismo, pero su pasión es la fotografía. Después de una década abocado a la reportería y a la edición gráfica en medios impresos, Franz Krajnik se dedica ahora a la docencia y trabaja en sus propios proyectos de fotografía documental. Este miércoles 24 de enero presentará ‘Uchuraccay’, un libro que retrata a los habitantes de esa gélida comunidad que fue devastada por la violencia a lo largo de los ochenta. La cita es a las 7 p.m, en el Lugar de la Memoria.
Por: Jamilie Cubas
Portada: Franz Krajnik
Los estragos que provocó la guerra interna siguen presentes en nuestra memoria. Desde el 26 de enero de 1983, aquel lejano día en el que ocho periodistas y su guía fueron asesinados por los comuneros del pueblo al ser confundidos con terroristas, los medios de comunicación han publicado centenares de crónicas y reportajes recordando a los reporteros caídos. Sin embargo, a lo largo de estos años no se preguntaron: ¿qué pasó después con los campesinos de esta comunidad andina? ¿Por qué el posterior asesinato y desaparición de 135 comuneros no mereció la misma atención mediática? ¿Cuánto dolor se aferra todavía al corazón de los sobrevivientes?
Franz Krajnik sí se formuló estas interrogantes. Comenzó su exploración por Uchuraccay motivado por la curiosidad, por las preguntas sin respuesta que buscaba resolver, por esa vena suya de ir más allá de una “circunstancia importante” que tanto se predica en el fotoperiodismo. Las fotografías que muestran el renacer de este pueblo alojado en las alturas de Huanta, Ayacucho, aparecen en el libro “Uchuraccay” que será presentado el miércoles 24 de enero a las 7pm en el Lugar de la Memoria; y serán expuestas en la sala Luis Miró Quesada Garland en Miraflores del 1 al 22 de marzo.
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-¿Por qué decidiste ir a Uchuraccay?
-A mediados de 2012 perdí a un ser amado. Ha sido uno de los momentos más difíciles de mi vida. Su ausencia me causó un dolor tan terrible que yo empecé a preguntarme cómo se puede convivir con el dolor, con la pérdida. Fue a partir de esa experiencia personal que decidí ir con mucha humildad a Uchuraccay. Quería hacerle esas preguntas a los pobladores. Al final ellos me agradecieron. Me dieron total acceso. Creo que nunca nadie había ido hasta allá para preguntarles cómo se sienten ellos.
-¿Qué otros factores te motivaron a fotografiar a Uchuraccay?
-Los que trabajamos los temas de memoria, estamos muy influidos por la propuesta de Yuyanapaq. Hemos partido de ahí para observar la memoria hoy. Queremos saber qué pasó con las comunidades, con el tiempo, cómo se transformó el dolor. Uchuraccay me llamó mucho la atención porque tenía curiosidad de conocer más sobre la historia de esos pobladores que retornaron y reconstruyeron su pueblo. Antes de ir me lo imaginaba como un lugar fantasmal. Mayu Mohanna también tiene parte del crédito. Los dos compartimos interés por el tema de memoria.
-Si bien Uchuraccay es un tema recurrente, ¿por qué decidió enfocarse en los pobladores?
-Cuando se habla del caso Uchuraccay hay un vacío en la historia. Se tienen presentes las memorias de los periodistas mártires, de los medios de comunicación, de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Sin embargo, las voces de los pobladores no han sido escuchadas lo suficiente. Mi interés es que la voz de este pueblo se escuche al mismo nivel que las demás voces más mediáticas, que recordemos ambos casos. En Uchuraccay murieron 144 personas en total. 135 fueron pobladores, 8 periodistas y 1 guía. Hay que hacerle justicia a la historia.
-¿Qué recuerdos tiene de la primera vez que visitó Uchuraccay?
-La primera vez que viajé no tenía ningún contacto en la zona. Llamé a muchas personas y finalmente me contactaron con un poblador de Uchuraccay. Él fue mi guía. Al día siguiente fuimos al pueblo, se convocó una reunión con el alcalde y los regidores. Todos hablaban en quechua, yo no entendía nada de lo que decían. Entonces, le pregunté a mi guía y él dijo: “Dicen que han matado a ocho periodistas, uno más no pasa nada”. Me quedé helado, mientras ellos se carcajeaban. El que haya ido como periodista acompañado de una cámara les removía la memoria. En ese viaje solo me quedé una sola noche. “Ya no hay nada más que ver acá”, me dijeron. Yo no quería incomodarlos y me fui.
-Sin embargo, después volvió…
-Sí, me quedé por una semana. Ya con más confianza, comencé a meterme a las casas. Ellos me aceptaban, me daban de comer. Al siguiente me quedé más tiempo. El vínculo entre nosotros se estaba creando. Alguna vez me pasó que algún niño por ahí me decía en broma “señor terrorista, señor terrorista”, yo volteaba y me decían: “perdón, señor periodista”.
¿Qué tan fuerte era el vínculo y la confianza que se iba creando entre ustedes?
-No recuerdo en cuál viaje fue, pero hubo una boda y el padrino se acercó a decirme que sea el fotógrafo oficial del matrimonio. Yo acepté. Esto hizo que tuviera más acceso a todos los ambientes, a sus vidas. Además, soy padrino de bautizo de dos niños allá. Ahora en la presentación del libro van a venir 5 pobladores. Uno de ellos es historiador y va a ser uno de los comentaristas del libro.
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En 1983 Uchuraccay era un pueblo desolado por los constantes ataques de Sendero Luminoso y de los militares que acusaban a los pobladores de terroristas. Es este contexto lo que impulsó a los sobreviVientes a ocultarse en las cuevas para luego huir. Algunos se fueron a Huanta o Huamanga, otros a la selva y a Lima. Diez años después, ellos decidieron volver. A partir de 1995 el programa de Apoyo al Repoblamiento les dio materiales para que construyan las casas y la plaza. Entonces construyen en lo alto de uno de los cerros la Plaza de la Paz, su monumento de memoria. Alrededor de ella están todas las casas. Ahora, su discurso es no olvidar y aprender a vivir con el dolor.
-¿Cuántas fotos tomó en sus ocho viajes a Uchuraccay?
-Más de 22 mil fotografías.
-En el libro hay 86. ¿Qué tan difícil fue la selección de imágenes?
-Fue duro y me tomó casi dos años. Mi metodología es imprimir todas las fotos que tengo después de cada viaje. Así las voy seleccionando. Las mejores eran pegadas en una pizarra y cada vez que despertaba o almorzaba, las observaba. Además, he recibido asesorías de muchas personas. Una de ellas fue Mayu Mohanna. También le he preguntado a mi mamá y a los expertos a los que conocía cuando asistía a festivales de fotografía. También he recibido opiniones de los mismos pobladores. Una vez imprimí 30 fotografías, conseguí una financiación para bastidores y me enrumbé hacia Uchuraccay con todo eso. Hice una exposición fotográfica allá. También llevé un álbum con las imágenes y les preguntaba qué pensaban de las fotos.
-¿Qué te respondían?
-La mayoría dijo que no le gustaba el blanco y negro. Decían que ellos son a color. Además de eso, se tomaban fotos con sus imágenes.
-¿Por qué eligió usar el blanco y negro?
-Yo elegí usar esa tonalidad porque me conecta con el pasado. Si abres el libro no te das cuenta si son fotos tomadas en los ochenta, en los noventa o algún tiempo muy anterior. La propuesta del libro es la transtemporalidad del dolor, es decir, este dolor no ha disminuido o apagado, sino que se ha transformado en el tiempo para generar otro tipo de acciones, como la búsqueda de identidad.
-¿Por qué ha decidido dividir el libro en ausencia, plenitud y memoria?
-El libro tiene dos grandes partes, imágenes que representan o traen a la memoria el pasado y las que muestra la vida cotidiana en la comunidad de Uchuraccay. La parte más densa es la que retrata la muerte. Es una clase de reminiscencia del dolor, de la muerte donde están incluso las tumbas. Y después de eso está la vida, el carnaval, la boda. El quiebre entre estos dos extremos son los nombres de los 135 campesinos, 8 periodistas y el guía. 144 personas que pertenecen a ambos mundos. Son traídos al presente para construir la vida.
-¿Qué lección ha aprendido después de todo lo que ha observado y vivido junto a los pobladores de Uchuraccay?
-Me han enseñado esa capacidad de lucha ante todo. Hubo un momento en el que yo también tuve que pelear por justicia. Ellos han llorado conmigo, tanto como yo he llorado con ellos. Creo que este ha sido un viaje de autodescubrimiento de mi propia identidad. Cuando hay ausencia de una persona muy importante en tu vida, tu identidad también se ve afectada. Yo llegué con una pata rota a Uchuraccay. Mi objetivo no ha sido curar la herida o desaparecer el dolor, mi objetivo era resignificarlo. Es una lección que aprendí a patadas.