“Estación8”: de Huacho a Lima, el nuevo refugio rockero en Pueblo Libre

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Ubicado en el distrito limeño de Pueblo Libre, este bar es un lienzo lleno de arte inspirado en la civilización preincaica Chancay y un “hueco” para todo amante de la música. La naranja agria y la guinda son los insumos estrella de sus tragos. Veintiún años después de la puesta en marcha de esta ambiciosa idea que nació en Huacho, y que hoy apunta a reivindicar las tradiciones locales y el rock, el camino no termina para el fundador Jorge Navarrete (49). Se la pasa pensando en propuestas para satisfacer las alternativas de ocio nocturno. En esta crónica, nos cuenta sobre su pasión por la música, aprendida en casa, y la labor heredada de su madre, Elena Castro, por revalorizar la historia.

*Este trabajo fue elaborado en el curso Taller de Crónica y Reportaje, dictado por el profesor Mario Munive.

Por Nicolás La Torre


Avenida General Manuel Vivanco cuatro, uno, cinco. Estación8, el rock bar de Lima, así se presentan en redes sociales. Un eslogan ambicioso. Una historia que empezó en Huacho, exactamente a ciento cincuenta kilómetros de distancia, según la ruta más rápida del Google Maps. Un lugar tradicional para disfrutar de una verdadera noche rockera. 

El rock bar de Lima está ubicado en una avenida bordeada de casonas antiquísimas por ambos lados. Diferente a las cuadras que la anteceden, repletas de edificios y las que continúan atravesando la avenida Brasil, con rascacielos. Este tramo es diferente. Las casas solo tienen dos o tres pisos. Las ventanas son amplias y exhiben marcos de madera. Tonos cálidos: rojos, naranjas y amarillos imprimen las paredes más gruesas de Lima, estructuras robustas que aíslan el ruido. En uno de esos caserones, detrás de una ventana amplia con marco de madera, asoma el letrero de Estación8.    

En medio del centro histórico de Pueblo Libre, donde Bolívar y San Martín anduvieron hace más de doscientos años y probablemente levantaron una copa, o dos, se erige, respetando las pulperías y bodegas de antaño, lugares que albergaron un sinnúmero de brindis y celebraciones, un circuito cultural importante. Por el día, museos y plazas reciben a los turistas y visitantes. Por la noche, es moneda común la vida social, un eufemismo para describir las costumbres bohemias de quienes frecuentan bares y tabernas. Cerveza artesanal y pisco sour. “Tíos” y “chibolos”. Amigos y amantes. Todos reunidos, en la calle de las casonas, donde pasarla mal parece no ser opción. 

El pasillo de Estación8 conecta los cinco ambientes del local. Foto: Nicolás La Torre.

Estación8 no es uno más de los bares del circuito bohemio. No es una casona cualquiera de las que se adaptan para ser un lugar de encuentro. Es el único que te recibe con los brazos abiertos. Y no es un recurso publicitario o literario, ni mucho menos una metáfora. La fachada aloja a dos personajes peculiares: una pareja de Cuchimilcos con brazos extendidos. Propios de la cultura Chancay, son un símbolo de protección y recibimiento a un lugar nuevo. Jorge Navarrete y su madre, Elena Castro, reivindicaron el uso de esta figura. Le habían asignado un lugar central en el primer local inaugurado en 2003, aún en Huacho, en una búsqueda por colocar a la vista de todos la cultura de la tierra natal de la familia Castro, el norte de Lima y Huacho. Luego, junto con Jéssica Nicho, su esposa, han hecho una gran labor para experimentar en el arte y los conceptos que hoy vemos en Estación8.

El incienso invade los sentidos al entrar. No solo el olor a frutos y especias exóticas que se aproximan de una esquina en breves ráfagas. Junto a una ventana que da hacia la avenida de las casonas, el humo asciende en un hilo delgado y alborotado que se desvanece cuando más se acerca al techo alto de la vieja casa que alberga al bar. Esta conserva su estructura original, no ha sido modificada, tampoco está en los planes de Jorge Naverrete, el dueño. Él cree que sería un error modificar un lugar con tanta historia para abrirle paso a un bar más, de un solo ambiente, una medida estandarizada que no piensa respetar ni imitar.

Elena Castro, madre de Jorge y cofundadora del bar Estación8. Foto: archivo personal.

El humo del incienso no cesa y el olor se pierde porque te acostumbras a él. Un pasillo conecta los cinco ambientes del local. A la derecha, el salón de los vinilos, una especie de estudio de pocos metros cuadrados con dos sillones y cuatro almohadas. Un par de mesas e incontables vinilos, CD, casetes y libros. Para qué contarlos, son en armonía una colección bella. Puestos y ordenados en estantes de madera, el pequeño cuarto parece haber sido creado hace décadas para que en 2024 Jorge pueda guardar una de sus tantas colecciones. No sé si decirle destino, pero ese salón parece haber estado diseñado a medida para eso.

El mismo salón, ahora, aloja nuestra entrevista. El más alejado del ruido de los otros ambientes. Sweet Child O’ Mine aparece, se escucha a lo lejos y llega casi como un susurro. Cruzando la puerta, que permanece cerrada durante nuestra conversación, suena rock de todo tipo, desde los sesenta hasta música de hoy. Por más que parezca el slogan de una radio musical, hace honor al ambiente que se vive dentro de Estación8. La misma atmósfera del primer local en Huacho, por donde pasaba una antigua estación de trenes, una casa de ocho ambientes. De ahí el nombre. La variedad y riqueza de la playlist del lugar es un reflejo de que Jorge es un melómano de casi cincuenta años. 

Vista a la sala de proyección y a la pared temática de pósters de rock de los cincuenta hasta los noventa. Foto: Nicolás La Torre.
Paredes ambientadas con arte de la cultura del norte chico limeño y fotos de bandas peruanas. Foto: Nicolas La Torre.

La sala está iluminada por un foco y dos velas, cada una en un extremo de la habitación. El piso es de madera oscura, como los muebles, huele a madera e incienso. El sillón turquesa, una isla de color, que el propio Jorge acomoda. “Para que la entrevista salga bien”, dice emocionado. Un póster de Kiss y un sticker con una inscripción “Coma coca, una hoja menos para la droga” desvían mi atención por un momento. La luz titilante de la radio antigua de Jorge, heredada de su papá, y las luces que se cuelan por la ventana que da hacia la calle, donde el tránsito es fluido, completan la iluminación de nuestra charla. La misma ventana por la que escapa el humo y olor de un nuevo incienso, que Jorge prendió antes de empezar a hablar, hacia la avenida de las casonas.  

Jorge habla con soltura. Comodidad que se traduce en horas de conversación. La propuesta de Estación8 suena única. No existiría otro bar en el que puedas usar a voluntad vinilos y escuchar música en un formato que se dejó de usar masivamente cuando Jorge era un adolescente, etapa crucial en su vida. Vivió con amigos desde los dieciséis años, él le llama vida comunitaria, pero es un término que adorna una vida bohemia de un estudiante de turismo y hotelería. Crucial para el funcionamiento de Estación8. La ambientación del bar se asemeja al cuarto de Jorge en los noventa. Pósters recortados de revistas de música, pegados como azulejos en las paredes. Discos y vinilos. Un póster del ‘Che’ Guevara, con una estética serigrafiada “a lo Andy Warhol”. Luz tenue y buena música. Trago, por supuesto, e incienso. 

Tocadiscos de Jorge Navarrete, parte de su colección desde que era un adolescente. Foto: Nicolás La Torre.

Por donde lo veas, hay algo vinculado a la temática rockera. Asimismo, piezas que rescatan la cultura y arte del norte chico de Lima, de manera juguetona y rebelde. Un trabajo incansable y creativo de Jéssica Nicho, la esposa de Jorge. El Cuchimilco con las manos en forma de cuernos, un signo típico de los rockeros, adorna el pasillo de la casona. El mismo que permite apreciar los arcos propios de la arquitectura de antaño que dan armonía al lugar. Pinturas de seres míticos en las columnas. Un elefante rosado colgado del techo. Mosaicos de cerámica en las mesas. Collages de fotos en las paredes. El arte en equilibrio emerge en medio del caos de tantos estímulos para los sentidos.

Sala psicodelia, columnas adornadas con Cuchimilcos rockeros. Foto: Nicolás La Torre.

A cada paso que doy, descubro algo nuevo, pienso en cómo llegué aquí, y no sé hacia dónde mirar. El color de las pinturas y lo oscuro de los pósters y fotos hacen juego a la perfección. La noche esconde estos lugares. A Estación8 se llega por referencia, no es un lugar masivo, intuyo que tampoco busca serlo, por eso se permite reproducir a Los Saicos, Los Shains o Los York’s, pioneros del rock peruano y no a Bad Bunny u otra estrella de la música urbana. “No tiene nada de malo escuchar reggaeton”, repite Jorge. “Lo malo es no tener alternativas para escuchar otra música”, reflexiona. Tiene razón, hoy estamos embebidos en una única oferta, por costumbre o desconocimiento, la música alternativa no tiene espacio. Este es un vacío que Jorge, como empresario y amante de la música, busca llenar. 

Jorge sostiene el disco que Los York’s, banda peruana de garage rock, publicó en 1967. Foto: Nicolás La Torre.

Una habitación destaca entre todas por una luz psicodélica proyectada en el techo y paredes. Al fondo a la derecha, atravesando otras dos: la sala de proyección y la barra donde se sirven tragos con naranja agria y el licor de guinda, insumos típicos del norte chico de Lima. La luz proyectada en la pared incita a un viaje interno, guiado por colores y formas indefinidas. Jorge no sabe cómo responder a la insinuación que le hago sobre si el bar está hecho para rockeros, hippies o tíos. Al final, es un poco de todo, de todo lo que vaya en contra de lo corriente. 

El Embrujo Huachano en mi copa desapareció. “Está suave”, atino a decir de forma errónea cuando apenas lo pruebo, una combinación de pisco, licor de guinda y naranja agria natural exprimida esa mañana. La noche invita a más, han pasado tres horas desde que llegué con trípode y cámara, no hay más registro audiovisual que pueda hacer. Los encargados ahora son mis sentidos que juguetean con el trago, pero es martes. Comparto un martes bohemio con una pareja de ‘patas’ sentados en la sala de proyección que pidieron cerveza. Infiero que son amigos de la casa, porque Jorge sirve casi sin preguntar lo que toman. Me quedo un poco más, ya se siente como tomar un trago en casa, con amigos, pero que acabo de conocer hace quince minutos. 

Estación8 es sin duda un negocio familiar. Carga con la tradición de la vieja casona en Huacho, casa de la familia Castro, donde los ocho hermanos de doña Elena Castro, historiadora y catedrática, crecieron. La casa en la que Jorge vio su futuro apenas graduado de Cenfotur. Un lugar en el que depositó la melomanía de su familia amalgamada a su profesión, turismo y hotelería. Los boleros y tangos que sonaban en casa cuando era aún muy pequeño lo llevaron al rock, algo propio de su actitud rebelde ante lo estandarizado. Sin dejar de lado sus raíces, pero ofreciendo una alternativa innovadora y nueva en el mercado de bares. Como empresario, Jorge Navarrete invita a otros emprendedores a especializarse y a diferenciarse del resto.

Letrero y Cuchimilco en la entrada de Estación8. Foto: Nicolás La Torre.

La noche terminó, para mí. Son casi las doce, “tarde” para salir un martes. Me despido de Jorge y también de los presentes en el bar, algo inédito. La noche acaba de empezar para Jorge, que como cada día de martes a domingo, cierra a las dos de la madrugada. Tiene el horario invertido. Vive de noche, cuando todos duermen. Un reto como padre de dos hijas y esposo. Acostumbrado de cierta forma a trabajar de madrugada y su familia también. “Organizar un bar tiene un nivel de estrés, pero es divertido” señala. Estación8 es la exteriorización del gusto musical de Jorge, la estética rockera y la cultura del norte chico limeño. Si las paredes de la casona hablaran, contarían no solo la historia de un bar, sino la de una familia y un proyecto rebelde con solo buenas intenciones.