La música no se toca, se siente y vive. Diego Manrique (20) conoció al violín a los doce años sin saber que tiempo después se convertiría en el cómplice de sus viajes y aventuras. Su paso por el Festival de Música de Cámara de Colombia, su pertenencia a la Orquesta Juvenil de Sinfonía por el Perú y sus estudios en la Universidad Nacional de Música denotan la calidad de músico en que se está convirtiendo a su corta edad. Aquí nos cuenta su experiencia en el festival y un poco sobre su trayectoria musical.
Por: Daniela Rojas
Portada: Archivo personal
Una noche, cuando Diego caminaba de regreso a casa, se percató de que tenía una llamada perdida de su director de orquesta. ¿Por qué lo llamaba a esa hora? ¿Qué había sucedido? ¿Era algo importante? Divagaban veinte preguntas más en su cabeza, pero solo pudo bombardear de mensajes de WhatsApp a su maestro porque en ese momento no podía devolverle la llamada, no tenía saldo.
Con una mano sujetaba su teléfono y con la otra su violín: Diego regresaba de un concierto a su casa en Chorrillos cuando entró la llamada ganadora, aunque en su teléfono figuraba como perdida. Al cabo de media hora, por fin el director lo volvió a llamar. “Diego, alista tu pasaporte porque se viene algo importante: vas a ir a Colombia a representar al Perú en un festival de música para promover la descentralización musical”, le contó su director.
Quedó muy sorprendido, es más, aún conserva la emoción mientras me lo cuenta por la pantalla del zoom. Apenas se enteró de la noticia, le escribió a su papá y, cuando finalmente estuvo en casa, le contó los detalles a él y sus demás familiares. Todos se emocionaron.
Este evento fue el Festival de Música de Cámara realizado en Antioquia (Colombia) por Iberacademy, un programa de desarrollo humano que impulsa la formación musical y profesional de los jóvenes en Colombia.
Con tan solo veinte años, Diego asistió junto a dos compañeros –Karla Reyes y Gonzalo Tuesta, también violinistas– a las diferentes actividades, entre clases y presentaciones en vivo, que Iberacademy organizó del 3 al 12 de setiembre en tres municipios de Antioquia: El Retiro, Jericó y Santa Fe de Antioquia. Y es que el objetivo del festival era reforzar la circulación artística y descentralizar la industria musical en la región reuniendo artistas de cinco países: Nicaragua, Bolivia, Chile, Perú y Colombia.
Diego y sus colegas llegaron a Medellín, capital de Antioquia, la noche anterior al comienzo del festival. Comenta que fueron directo al hotel y que, cuando entró a su habitación, encontró sobre la cama una cajita de chocolates peculiar. Dos palabras estaban escritas en un papelito dentro de esa caja: “Bienvenido, Diego”. Sentía la amabilidad de un país vecino que le estaba dando la oportunidad de crecer profesionalmente como músico, apenas empezaba y ya estaba agradecido.
Al día siguiente, descansaron por la mañana y a las cuatro de la tarde partieron al local de Iberacademy, ubicado en el séptimo piso del Centro Comercial Mayorca en Antioquia, donde era el primer ensayo. “Desde afuera escuchábamos cómo tocaban, era increíble. Cuando entramos al salón, vimos alrededor de treinta músicos ensayando. Nos saludaron todos, eran muy amables y cada uno era un gran músico. En nuestras sillas también encontramos unos regalitos de bienvenida y luego tocamos todos juntos”, menciona.
Pero para que cada músico estuviera en ese ensayo, había tenido que dar previamente una audición en su institución o escuela musical. Diego no fue la excepción. A inicios del 2021, Sinfonía por el Perú (SPP) realizó audiciones para ver el nivel de sus integrantes. Iban a evaluar cómo habían progresado, a quiénes les faltaba más, a quiénes menos. Diego cuenta que al director de la orquesta, Rafael Essa, le pareció muy buena su performance y que este se lo hizo saber al director de Iberacademy, así que quedaron en que él iba a ser uno de los tres chicos que representaría más adelante al Perú en el festival. El joven violinista nunca pensó que su audición sería para este viaje, la presentó simplemente para obtener un buen puesto en las calificaciones de SPP.
Cuando pregunté por alguna anécdota en Medellín, Diego sonrió al recordar el pequeño inconveniente que tuvo con Karla y Gonzalo en uno de sus primeros días allí. Fueron temprano a la Universidad EAFIT para recibir la primera masterclass de Gonzalo y, a medida que se adentraban por las instalaciones, se dieron cuenta de que no era el lugar correcto; quizá sí lo para otras clases, pero para esta no.
Esa masterclass –como se le conoce a una clase que se centra en desarrollar la técnica, tono y ritmo del instrumento– no era en la universidad, sino en el local de Iberacademy, en Mayorca. Estaban perdidos. “No teníamos cómo volver, no sabíamos qué carro tomar o qué hacer porque no teníamos ni los viáticos ni dinero en la moneda local. Tuvimos que caminar mucho para encontrar un centro comercial y allí conseguimos retirar el dinero necesario para un taxi. Ya en el camino, recuerdo que Gonzalo tuvo que afinar su violín en el carro porque se nos hacía tarde”, relata Diego con gracia. Después de todo, ya no estaban perdidos, solo con un ligero retraso.
—De todo el viaje, ¿cuáles son los dos momentos con que te quedarías?
—Uno sería el último concierto que tuvimos a cargo del director de Iberacademy, Alejandro Posada, en un lugar donde sentía demasiado calor. Por alguna razón, pensé que podía tocar el violín con más facilidad porque creí que por el hecho de tener el cuerpo caliente podría tener más agilidad. Tocamos la Sinfonía de Mendelssohn, fue muy buena.
—¿Y el segundo?
—Ese está dividido en dos: el primero fue una masterclass que dio el maestro Roberto Gonzales. Tan solo con ver y escuchar la forma en que enseñaba, tocaba y lo estricto que era, quedé sorprendido y aprendí bastante. El otro momento sería la clase individual que tuve con el maestro de la Universidad EAFIT, Santiago Medina. Los dos son recuerdos que no voy a olvidar porque me han servido mucho, me han ayudado a conseguir lo que siempre busqué con respecto a la técnica y postura para el violín, que es lo que me gusta.
El lugar correcto
Diego apenas tenía once años cuando se creó el proyecto Sinfonía por el Perú (SPP) en 2011, una organización sin fines de lucro dedicada a promover la práctica musical para el desarrollo social en los niños y adolescentes en el país. Gracias a su padre y su amor por la música es que Diego entró a formar parte de esta asociación en sus comienzos.
Sus inicios fueron en el coro como todos porque es algo muy básico para aprender a leer partituras, entonar, etc. Al cabo de un año, Diego recién conoció lo que sería su instrumento: ya tenía doce cuando su papá le compró su primer violín y, aunque confiesa que era muy básico por ser económico, le gustó mucho. Pero no lo tuvo por mucho tiempo porque en los meses siguientes llegaron a SPP donaciones de violines un poco más profesionales y le prestaron uno para que pudiera crecer a nivel musical. La diferencia sonora entre un instrumento barato, de cuerdas de lata, y uno con madera, arco y cuerdas de calidad se nota mucho, explica Diego.
Cuando terminó la educación secundaria, ingresó a la Universidad San Ignacio de Loyola para estudiar música en el 2019 gracias a una beca. Estaba a mitad del primer ciclo cuando se dio cuenta de que estaba -esta vez sí- en el lugar incorrecto. Diego todavía no buscaba centrarse en producción musical ni marketing, sino que quería especializarse en el violín, mejorar como instrumentista para tener más oportunidades en el futuro. Esta vez lo llamó la Universidad Nacional de Música (UNM), antes conocida como el Conservatorio Nacional de Música, y para atender la llamada tuvo que prepararse unos meses más.
Confiesa que la decisión fue un poco complicada porque no era fácil dejar una beca, tenía que empezar de nuevo, de cero. Pensó, pensó mucho, dudó, luego habló con su papá y finalmente tomó la decisión de postular a la UNM en enero del 2020. El examen de admisión en la UNM está dividido en dos etapas: la primera es eliminatoria y se presenta una audición individual con el instrumento, la segunda consta de exámenes teóricos musicales.
Diego dejó la carrera en la USIL y comenzó a prepararse para ingresar a la Universidad Nacional de Música y, como no tenía muchos recursos para contratar a un profesor particular, le pidió ayuda a Keiber Utrera, uno de sus maestros de SPP. Aceptó encantado y lo preparó para su audición musical, incluso le prestó su violín. Diego dice que la preparación para su examen teórico fue curiosa porque, como tampoco tuvo algún maestro que le enseñara esa parte, pidió a unos amigos que ya estaban dentro de la universidad que lo ayudaran. Ellos conocían los temas que venían en la prueba, así que lo apoyaron sin dudar. El 3 de febrero de 2020 Diego ingresó en la especialidad de violín.
El violín y sus colores
En sus referentes musicales, el nombre de Maxim Vengerov aparece primero en la lista. Es un violinista ruso muy bueno, me dice Diego mientras hace un ademán como indicando que Maxim está por las nubes. Lo conoció por un video en el que el ruso daba una clase maestra en Lima y, como le sorprendió la manera en que enseñaba, empezó a buscar más videos de él. Encontró uno en el que Vengerov interpretaba una pieza que a Diego le gustaba mucho –’Sibelius’- y quedó encantado, pero lo que le causó más inquietud fue que Vengerov visitó Lima de nuevo en el 2017, ¡tres años tarde!, exclama Diego, que igual no pierde las esperanzas de conocerlo algún día.
Pero lo que el violinista de nuestra historia más resalta de Vengerov es su interpretación, eso que distingue a un músico de otro, la forma en que el artista dice mediante su instrumento lo que con palabras no puede. “Hay un documental -Playing by heart- que habla de que la principal característica de Vengerov es que siempre transmite y cuenta algo con cualquier música que produce ya sea simple o complicada. Cada persona tiene su esencia a la hora de tocar y es precisamente eso lo que la hace especial, eso es interpretación”, resalta.
Y además de la interpretación, también está la versatilidad del músico. Diego también toca en la Agrupación Yawar, con David Pando y su orquesta, está en una banda de doom metal [subgénero del heavy metal] llamada “Lament Christ” y ha tocado con el cumbiambero Lucho Chávez. Me cuenta que no se conforma con dedicarse a un solo género o estar en solo lugar porque eso hace que los músicos pierdan oportunidades. Él trata de movilizarse, les pregunta a sus maestros cuándo puede tocar, trata de estar activo para hacerse un poco conocido en la industria musical porque -según lo que me dice Diego- es importante tener contactos. Algo curioso es que él tiene un género que le gusta mucho, el jazz, pero no lo toca porque acá en Lima no hay muchos lugares donde pueda aprender y tocar. De todas formas, Diego está orgulloso de todo lo que está alcanzando.
—¿Qué significa el violín para ti?
—Siento que es como una extremidad más de mi cuerpo, un brazo más o algo que me pertenece, me hace sentir libre de poder tocar, transmitir. Lo que no puedes expresar con palabras, lo expresas con música. Yo me siento muy identificado con el violín con respecto a mi personalidad.
—¿Y cómo es la personalidad del violín?
—[Sonríe ante la pantalla] Es muy versátil, muy carismático, chistoso, o muy oscuro, triste. Se presta para distintas situaciones, pero el violín siempre va a transmitir un color en específico para cada una de ellas. También es muy fácil de reconocer al oído, un niño escucha y puede decir “oye, escucho un violín”.
El pasado 13 de noviembre, la Orquesta Juvenil de SPP dio un concierto con público en el teatro municipal. Fue la primera presentación en vivo desde el inicio de la cuarentena. Estuvieron muy emocionados por el retorno. Diego confiesa que el repertorio fue complicado pero muy bonito. Era música del compositor austríaco Gustav Mahler.
En el futuro, el joven violinista no sabe en qué otra agrupación más estará, pero sí espera estudiar cursos de docencia y producción musical para que pueda ser -en palabras de él- un músico más completo.