El suplemento cultural El Caballo Rojo fue la versión heterodoxa de la izquierda peruana durante los años ochenta. Desde que el poeta Antonio Cisneros fuera nombrado su director, se optó por una versión libre de las ideas, sin formato establecido, y sin dirección política.
Por: Abelardo Sánchez León
Portada: Revista Ideele
No es que la izquierda peruana de aquel entonces fuese parecida al Partido Comunista Soviético, tampoco existía la figura del disidente y menos aún la del control sobre la creación y el pensamiento. Era, sin embargo, una izquierda con línea. Sin ella los militantes estaban perdidos. La línea era dada por los líderes, por aquellos que representaban un fragmento del recuadro. Antonio Cisneros, como poeta que era, educado por los maristas, en la PUCP y en San Marcos, posteriormente en Inglaterra, era una persona que se amoldaba a la figura del libre pensador. Estuvo cerca de la Revolución Cubana en los momentos iniciales, cuando gozaba de buena salud y representaba la eclosión de la liberación y el espíritu de la juventud.
Podemos decir, sin exagerar, que el Diario de Marka caminaba hacia un lado de la vera y El Caballo Rojo hacia el otro. Sin embargo, se complementaban. Sin duda, era el suplemento cultural de la izquierda y de ningún otro diario de la época. El caballo era rojo. El suplemento recogía el ánimo de una juventud citadina preocupada por los cambios sociales, pero sin dejar de lado el arte, el juego, el sueño. La izquierda ha tenido una vocación por lo serio, por los grandes temas estructurales, por las posturas políticas y ha descuidado la variedad, la diversidad, las expresiones culturales regionales. En ese sentido, El Caballo Rojo era heterodoxo. Era entretenido, era divertido, contaba con buenas plumas y nunca dejó de lado la vastedad del mundo, en una época donde no existía el vasto universo virtual de internet.
El Caballo Rojo fusionaba, con calidad, los temas sociales con los políticos y los culturales. Todo acontecer estaba envuelto en la cultura en la medida en que había análisis, explicaciones, argumentaciones. No había temas prohibidos ni enfoques parametrados. Los parámetros en la prensa se corresponden con el ánimo militar o religioso, e incluso con las posturas ortodoxas de las líneas políticas. Antonio Cisneros ya era en esa época un poeta legitimado, reconocido internacionalmente, y podía crear un suplemento bajo las premisas de la calidad y la diversidad.
Las plumas eran todas buenas; poetas, científicos sociales, historiadores, todos colaboraban con convicción y entrega. Pero era Antonio Cisneros quien los escogía y conversaba sobre los enfoques. Francisco Bendezú, por ejemplo, el reconocido poeta del amor, escribía sobre las divas del cine mexicano y argentino, sobre las estrellas que lo cautivaron en su adolescencia; Marco Martos escribía sobre ajedrez; Eloy Jáuregui sobre fútbol y temas de la vida nocturna; Chema Salcedo sobre coyuntura política en su columna El trotar de las ratas. El Caballo Rojo era el suplemento que todos los jóvenes deseaban leer. En Lima había cine, pero era escaso; los libros llegaban a cuentagotas; los suplementos eran aburridos y el Diario de Marka tuvo, entonces, la fortuna de tomar una buena decisión: que el poeta Cisneros creara su propio suplemento.
El bar Pilsen, cerca de la Salaverry, era la prolongación de El Caballo Rojo. Quedaba en una esquina en aquel barrio decadente de la clase media de Jesús María, a pocas cuadras de los ministerios de Trabajo y Salud, en lo que era hacía años el área de Máximo Abril. Era un bar de tarde, no de noche. Allí Toño, el poeta Cisneros, conversaba y recogía el espíritu de la calle. Era todo oídos. Un gran escucha. Conversaba, fumaba, bebía y aclaraba los próximos números, tratando de no repetirse, hasta hoy, en esta tarde en que recuerdo que el tiempo pasa indefectiblemente y los buenos momentos permanecen intactos. El Caballo Rojo era el corazón de la izquierda. Era un caballo chúcaro, vital y noble. Tenía el color de los caballos pintados por Gauguin y los ojos inyectados de las visiones de Sérvulo.