Si bien adquirió fama hace ocho años al convertirse en una discoteca de verano, los días nublados y solitarios en el distrito de Punta Negra hacen recordar mitos urbanos de terror, originados de los balcones y torres antiguas que se ven desde fuera. Su creador fue el fallecido dirigente y senador aprista Carlos Enrique Melgar. Quien vive en el castillo y conserva extravagantes antigüedades es Marco Melgar, su segundo hijo. Él nos comparte la historia de esta imponente infraestructura que llama la atención de todo aquel que llega al balneario.
Por Francesca Tavella
El dinero no es lo único con lo que se le puede pagar a las personas. En el caso de Carlos Enrique Melgar, después de defender a uno de sus clientes como abogado penalista en el año 1959, fue retribuido con un terreno y una casa lista en la playa de Punta Negra. Marco no había nacido todavía, pero cuenta que la casa era común y corriente. Con el pasar de los años se fue ampliando, adjuntando en total cuatro terrenos que ocuparían el tamaño de media cuadra.
“Al inicio la empezaron a conocer como una casa barco”. Marco recuerda haber tenido unos seis años cuando su padre lo llevaba con sus hermanos al Callao, a una tienda de antigüedades que, en su mayoría, tenía adornos de barco. En la casa instalaron un mástil inmenso y las ventanas que daban a la antigua carretera Panamericana Sur eran unas redondas llamadas ojos de buey, que solían tener los buques. Dentro de la fachada también se ubicaron timones, brújulas gigantes o escafandras, las cuales son la parte superior de equipos de buzos.
Carlos Enrique Melgar era una persona “negada para el arte”, motivo por el que Marco cree que se dedicaba a coleccionar esos objetos. “Cuando veía una obra de arte o un jarrón y le gustaba, lo quería comprar. Cualquier cosa que hiciera una persona le parecía extraordinario. Todo le encantaba al ser para él imposible crearlo”. Marco fue el único que obtuvo el dote artístico entre sus hermanos. Recuerda que realizaba dibujos y su padre se los compraba.
Poco a poco al lugar llegaban más y más adornos. A partir de los años setenta, la casa empezó a cambiar de forma y hacerse conocida como un castillo. Carlos Enrique Melgar se hizo un nombre en el mundo de los coleccionistas, y cada vez que demolían alguna casona antigua, era contactado. El abogado conseguía no solo adornos como piletas, azulejos, estatuas, puertas y hasta balcones, sino también tablones de madera. Con ello se construyeron tres torres, de las cuales dos siguen en pie hasta el día de hoy.
Toda pieza o adorno de una construcción anterior que llegaba al lugar era instalada sin orden alguno. Si es que había disponibles ocho metros cuadrados dentro del castillo, y una pileta era de ese tamaño, ahí se ponía. “Todo fue con cero arquitectos, él (Carlos Enrique Melgar) llegaba al castillo y en su cabeza estaba todo”, cuenta con nostalgia Marco. Además, las antigüedades que traía no fueron restauradas. “Él quería un cementerio para todas las cosas que en otros lados estaban desechando. ‘Que vengan a morir acá’, siempre decía”. Melgar tan solo trabajaba con un picapedrero, un carpintero y un albañil para instalar las cosas o construir otras con la madera antigua que traían.
No fue necesario ningún experto en diseño de interiores. Las piletas de mármol o piedra, estatuas, cajas fuertes antiguas, un barco de fierro a escala y hasta altares de iglesias se fueron juntando para crear el castillo, que es conocido también como el ‘Frankenstein’ de las infraestructuras. En este recinto toda la familia y amigos pasaron incontables veranos, pero pese a estar acostumbrado al castillo desde pequeño, Marco recuerda que el miedo no se le iba en las noches.
“Hasta los veinticinco años quedarme a dormir en el castillo estando solo era imposible, no entraba en mi cabeza”. No es para menos cuando a los doce años decide unirse a su hermano mayor, quien estaba a punto de jugar la ouija con sus amigos en el castillo, entre ellos uno que tenía experiencia en esta clase de contactos. El que sabía hacer el ritual pregunta al aire si alguien se tenía que ir. La copa empieza a moverse sola marcando “Sí”, para después caer encima de uno de los presentes. “El chico estaba aterrorizado, tuvimos que acompañarlo a casa. Fue la primera vez en mi vida que vi algo sobrenatural”.
Aun así, una experiencia paranormal cuando estás rodeado de personas no parece afectar tanto, a diferencia de cuando te encuentras solo. A los diecisiete años, Marco decide regresar del Club Punta Negra a su casa tras jugar un partido de fútbol. Estaba solo y con miedo pero coge el valor de entrar a su castillo para ducharse. Al ser una edificación antigua, los baños son grandes. Marco entra a la ducha, separada del resto del baño por una puerta de madera, y no pasa mucho rato cuando escucha que alguien toca esa misma puerta. Él se asoma creyendo, y casi rogando, que fuera alguno de sus hermanos que habría llegado. Pero no había nadie. A los minutos vuelven a tocar.
“Con shampoo en el pelo agarré la toalla pequeña de visita, que era la más cercana, y me fui a la calle. La gente pasaba y me miraban como si fuera un loco, pero no me moví hasta que llegaron mis hermanos”.
Pese a esas experiencias, Marco es el más arraigado al castillo de todos sus hermanos. En los años ochenta, toda la familia empieza a ir al castillo con menos frecuencia, pues su padre fue electo senador de la República. Aunque el castillo se puso más tétrico con los años, nunca estuvo en estado de abandono por completo. Cuando no estaba la familia, había un guardián. Es a finales de los noventa que la familia empieza a venir otra vez de manera seguida. Hasta el mismo Marco vivió un tiempo solo en el castillo.
Pasaron los años y en el 2009, junto con su esposa e hijos, Marco viene al castillo a vivir indefinidamente, pues el doctor les recomendó residir cerca a la playa para curar el asma de uno de ellos. En el año 2013, el castillo abre sus puertas a una de las zonas como un restaurante de verano llamado El Castillo Restobar. Es en el verano del 2015 que Marco alquila el lado del castillo que da a la antigua carretera Panamericana Sur y se crea Resident, discoteca que se volvió de las más atractivas del sur chico, donde personajes de la farándula y futbolistas peruanos como Luis Advíncula y Paolo Guerrero han sido vistos. Actualmente la discoteca lleva el nombre de Punta Bar y opera los sábados en temporada de verano.
Punta Bar no es la única discoteca que se puede encontrar en el castillo, pues al poco tiempo de su apertura, también se inauguró Lülü, en el área que da a la playa El Revés de Punta Negra. Esta fue creada por Marco, y a diferencia de Resident, mantiene más este estilo antiguo por dentro.
Las discotecas siguen abriendo sus puertas en verano hasta el día de hoy. Permiten disfrutar la fusión de lo antiguo con la efusión de las actuales juergas limeñas. Pero una discoteca no dura para siempre, los negocios cambian y los ciclos terminan. Marco Melgar es consciente de que el castillo ahora es más “light” a la mirada de todos. También han tenido que ser retiradas algunas partes por su antigüedad o su poca seguridad. Pero si de algo está completamente seguro es de que permanecerá y cuidará de la imponente construcción hasta el final de su propio ciclo.