La pandemia no ha sido un impedimento para que la activista animalista Edith Paricahua (45) continúe con su solitaria labor. Desde el inicio de la emergencia sanitaria ha rescatado a más de treinta animales víctimas de maltrato y abandono en las gélidas calles de Ticlio Chico, en Villa María del Triunfo. Aquí ella cuenta su experiencia como rescatista de animales y los obstáculos que ha superado para brindarles una mejor calidad de vida.
Por: Kiara Chihuantito
Portada: Archivo personal
Uno de los impactos menos visibles de la pandemia es el alarmante incremento de abandono y el maltrato animal de animales domésticos. Ocurre sobre todo en las zonas humildes de Lima, donde muchas familias dejaron a su suerte a sus mascotas por carecer de recursos para alimentarlos o incluso por el temor de que pudieran transmitir el virus. La comunidad de Ticlio Chico conformada con más de diez asentamientos humanos, fue para Edith Paricahua el escenario de esta crítica situación. “Era lamentable ver un nuevo caso de maltrato o de abandono cada vez que subía a mi terreno, como si la indolencia de las personas que viven aquí se hubiera multiplicado”, afirma. Edith no se quedó con los brazos cruzados, a pesar de que ya tenía bajo su cuidado a 45 animales, intentó ayudar en lo posible a cada animal vulnerable que se cruzaba en su camino.
Hoy ella ofrece protección a 81 animales abandonados (68 perros y 13 gatos de diversas edades y razas) en su refugio ‘Quovadis’, ubicado en el asentamiento humano Villa Pedregal. Debido a la cantidad de animales, Edith debe salir cada día en busca de alimento para preparar una sopa a la leña con los ingredientes que pueda conseguir; hay días en los que no recibe donaciones. También toca la puerta de veterinarias para que acepten atender a sus animales y le proporcionen medicinas a precios accesibles. “He realizado muchos rescates y en cada uno de los casos debo pagar para realizar un chequeo veterinario. No es una tarea fácil debido a que no hay veterinarios cerca de mi casa, pero siempre he visto la manera de que al menos a ellos nunca les falte comida y un lugar donde dormir”, relata.
En el refugio Edith cuenta con la ayuda de César, un vecino a quien paga por cocinar para los animales y vigilar la zona. Edith dice que la pandemia también alejó a los voluntarios y activistas que la apoyaban. “La gente que me ayudaba a vender, cocinar y limpiar dejó de venir debido a la situación; tenían miedo a contagiarse y exponerse”, explica. Asimismo, la garúa y la humedad de Ticlio Chico ocasionan que el camino hacia el albergue se llene de lodo, lo que provoca que muchos vehículos no suban hasta el lugar. “Muchas veces me movilizo en mototaxi, pero igual sufro porque se quedan a mitad de camino, hemos tenido problemas ya que cuando nos enviaban donaciones yo tenía que ver la manera de traerlas hasta el refugio”, refiere.
Antes de la cuarentena, Edith administraba una cabina de internet y obtenía de allí los ingresos para mantener su refugio. La pandemia la obligó a cerrar el local, pero no se quedó con los brazos cruzados. “Ahora vendo polos ya que mi padre es sastre y me ayuda con las confecciones. Yo solo me encargo de comprar las telas y realizar los diseños que siempre tienen dibujos de animales u otra figura referente a lo que yo me dedico”, relata. Edith también ha organizado polladas y ha vendido rifas que promociona a través de su página de Facebook. Sin embargo, los ingresos que genera no son suficientes para pagar los tratamientos de los animales.
Por eso las redes sociales han sido de gran ayuda para el refugio “Quovadis”, pues gracias a estas mantiene el contacto con las personas que buscan apoyar su labor. Edith publica videos e imágenes de los rescates de animales en su página de Facebook denominada ‘Rescate Animal Quovadis’. Su propósito es mostrar la realidad del maltrato y abandono animal y sobre todo solicitar el apoyo de la comunidad animalista limeña. “Gracias a mi página de Facebook he obtenido muchos contactos y donaciones que me han ayudado a mantener el refugio durante la pandemia”, explica.
Pero la solidaridad de Edith durante la pandemia no se dirigió solo a los animales, sino también a sus vecinos de asentamientos humanos de Ticlio Chico. “Debido a la situación actual, algunas personas que veían que ayudaba a los animales tocaban mi puerta levantando la bandera blanca, no tenían qué comer, es por eso que entre mayo y setiembre, junto con otros vecinos, nos organizamos para hacer una olla común”, recuerda.
Edith explica que el objetivo de la olla común era incentivar a los directivos de los asentamientos a organizar sus propios comedores populares, pero también sensibilizarlos sobre la importancia del cuidado animal. “Queríamos que las personas se dieran cuenta de que la ayuda llegó de vecinos que se preocupan por ellos, pero también por el bienestar de los animales”, explica. En algunas ocasiones también preparó alimentos para los perros de la zona. Los habitantes de Ticlio Chico recibían comida en sus táperes, pero también alimento para sus mascotas. A partir de la olla común dirigida por Edith, los dirigentes vecinales de su zona han empezado a coordinar la apertura de sus comedores populares con el apoyo de las municipalidades de Lima y Villa María del Triunfo.
Pero la solidaridad no es un valor que muchos comparten. En estos meses Edith pudo comprobar que algunos pobladores de Ticlio Chico piensan y actúan muy distinto a lo que ella esperaba. “Mi intención con la olla común también fue conocer mejor a las familias de la zona, pero me di cuenta que muchos viven encerrados en el egoísmo. Solo se preocupan por ellos mismos, no les importa la gente, mucho menos los animales. Piensan que estos son objetos o plástico inservible, algo con lo que pueden divertirse o maltratar sin objeción alguna”, confiesa.
A pesar de que Edith ha intentado acabar con la indiferencia frente al maltrato animal, el egoísmo aún subsiste en las heladas calles de Ticlio Chico. La activista animalista, sin embargo, no piensa detener su lucha contra la indiferencia. “Mi misión siempre será brindar una mejor calidad de vida a los animales que la necesitan, sé que debo recorrer un largo camino, pero no es imposible llegar a la meta”, finaliza.