Daniel Ortega: veinte meses negando el Covid-19 para «no alarmar a la población»

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Andrés Pacheco* y René Chacón*, dos estudiantes nicaragüenses de Medicina, dan testimonio del tiempo en que la amenaza del Covid-19 se ha agravado por una dictadura cuyas decisiones ponen en riesgo la vida de sus ciudadanos: les prohibieron usar mascarillas para “no alarmar a la población”, les obligaron a asistir presencialmente a clases en la universidad y en el hospital, les hicieron atender a pacientes con supuesta “neumonía grave” y tuvieron que viajar hasta la frontera con Honduras para vacunarse.
Por: Somos Periodismo
Portada: BBC

Cuando en abril de 2020 Andrés Pacheco bajó de su carro con una mascarilla que le cubría la nariz y la boca para asistir a una clase de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), se sintió avergonzado. “Sentí vergüenza de usar mascarilla, de ser la única persona ahí que la tenía puesta”, recuerda. Andrés tiene 23 años y es estudiante de cuarto año de Medicina en León, una ciudad universitaria al oeste de Nicaragua. “Noté que me miraban, y sabía qué estaban pensando: ‘este es un exagerado, está alterando a los demás, es un alarmista’. Esa es la palabra utilizada para referirse a quienes no están de acuerdo con las opiniones del Gobierno, encabezado por el presidente Daniel Ortega, acerca de la pandemia, explica Andrés. Es muy simple: “o eres del Gobierno, o eres alarmista”.

El 13 de diciembre Somos Periodismo conversó a través de Zoom y Whatsapp con él y René Chacón, estudiantes nicaragüenses de Medicina que nos revelaron la precariedad con que Ortega ha manejado la pandemia en el país centroamericano. “Ellos (el Gobierno) querían que parezca que todo estaba normal, que nada estaba pasando en Nicaragua, que el virus prácticamente no existía”, opina Andrés.

Alrededor del mes de abril, el mandatario dio un comunicado: “No alteren al pueblo” era el principal mensaje. “Lo que dijo fue ‘no se escandalicen, que no sean exagerados’. Y a los estudiantes de Medicina nos dijo básicamente que no tenemos que usar mascarillas ni lavarnos las manos porque si no vamos a escandalizar al pueblo. Su lógica era que si la gente nos veía a nosotros alterados, con miedo de ir al hospital, se iba a alterar también”, agrega el joven.

Actividad universitaria en plena pandemia, en noviembre del año pasado. La mayoría de los estudiantes están sin mascarilla. Foto: Facebook de UNAN-León.

Cruzar la frontera por una vacuna

En septiembre, Ortega anunció sin dar explicación alguna que no se vacunaría a jóvenes menores de 30 años. “Mi hermano, mi mamá y yo tuvimos que irnos a vacunar a Honduras”, cuenta René. Su hermano y él son asmáticos, y sus padres estaban preocupados porque René asistía regularmente al hospital afiliado a la universidad que albergaba a pacientes con Covid-19 como parte de sus estudios. Pudieron irse a vacunar a Honduras rápidamente porque tenían familia allá.

Entre los meses de agosto, septiembre y octubre, muchos nicaragüenses cruzaban la frontera hacia Honduras para vacunarse. “La frontera no estaba abierta para cualquiera, entonces tenían que conocer a un coyote para cruzar de manera ilegal y luego ir a los puestos de salud para convencer a los trabajadores a que los vacunen, porque no había todavía una orden oficial”, comenta Andrés.

El 21 de octubre el Gobierno hondureño permitió a la población nicaragüense vacunarse en la frontera. Andrés fue uno de los jóvenes que pudieron vacunarse gracias a la decisión del país vecino. “Había como 6 mil personas en la cola para vacunarse y yo era como el número 2 mil. La frontera estaba llena de nicaragüenses. La gente se te metía, y hubo hasta apuñalados: una persona se quiso colar y se peleó con otra y literalmente sacaron un cuchillo y lo apuñalaron. Retrasaron la vacunación una hora por eso. Vinieron los policías hondureños y nos dijeron ‘si hacen escándalo vamos a cancelar la vacunación, vamos a pausarla ahorita porque se están matando acá, y no queremos eso”, confiesa entre risas irónicas.

Nicaragüenses en la frontera con Honduras. Foto: ABC.

El 29 de octubre Ortega anunció que Nicaragua sí vacunaría a los mayores 18 años con la AstraZeneca. No obstante, una gran cantidad de jóvenes han preferido vacunarse en Honduras porque en Nicaragua no hay garantía de recibir una segunda dosis. “Acá no te ponen fecha para la segunda dosis en la cartilla, solo te dicen ‘nosotros te avisamos, te vamos a llamar’. Hasta ahora muchos no se han vacunado”, revela René, quien explica que esto se debe a que las vacunas dependen de donaciones. “El Gobierno no está comprando vacunas: depende de COVAX. Solo espera que otros países se las donen, y por eso no hay garantía de una segunda dosis”.

Actualmente, se está vacunando a niños pequeños. “Se le están poniendo a niños de 2, 3, 4 años vacunas cubanas que no han sido aprobadas: no existen estudios sobre estas vacunas. Quizá sean buenas, no les quitamos el beneficio de la duda, pero no hay un estudio que demuestre su eficacia, entonces se está corriendo el riesgo de hacer daño a estos niños”, afirma René. El joven opina que en su país incluso la salud y la educación están fuertemente politizadas. “Hubo rumores de que los trabajadores del Gobierno no se podían vacunar fuera, tenían que vacunarse en Nicaragua ellos y toda su familia porque sino los iban a despedir”. Al iniciar la pandemia, a falta de medidas oficiales, Andrés decidió hacer una autocuarentena. Algunos alumnos becados que hicieron lo mismo fueron sancionados: les quitaron la beca.

Negar el virus: falsos diagnósticos y entierros clandestinos

La cifra oficial de muertos por COVID-19 hasta la actualidad en Nicaragua es de 215 personas, aunque esto está lejos de la realidad. “Entraban las personas al hospital, y no les diagnosticaban Covid-19, sino neumonía típica. Las personas morían y salían de la morgue en bolsas selladas, y te pedían que no las abrieras, pero no te decían que era Covid-19: seguían insistiendo en que era una neumonía típica”, atestigua René. Las cifras eran inconsistentes con lo que se veía en las puertas de los hospitales: multitudes de gente esperando a ser atendida con síntomas de Covid-19. Hubo una época en que se las internaba en el sótano.

Se hizo de todo para ocultar el verdadero impacto del virus. “En mi pueblo hubo entierros nocturnos, clandestinos, para que las personas no se dieran cuenta de que había muerto gente por el Covid”, confiesa René. La censura dio resultado. “Esto hacía sentir a algunas personas que el virus no existía: la gente no usaba mascarilla, de hecho hubo un tiempo en la universidad que la mayoría de mis compañeros no se ponían mascarilla. En el hospital, te preguntaban ‘¿para qué te la pones?’, y a los médicos les decían que si se las ponían iban a alarmar a la población y que eso no era necesario”, agrega René. Aunque ya no es como al inicio, hasta hoy algunas personas van sin mascarilla a la universidad y nadie les dice nada.

Estudiantes en riesgo

A pesar de los esfuerzos del Gobierno por negar la pandemia, los estudiantes de Medicina eran conscientes de la gravedad de la situación. De hecho, muchos alumnos de la UNAN manifestaron su deseo de que se cancelaran las clases temporalmente. “Se filtraron muchísimas cartas de estudiantes de Medicina de tercero, cuarto, quinto año, pidiendo que por favor se cancelen las clases”, cuenta Andrés. Estas peticiones fueron desestimadas. “La excusa que usaban ellos era que los estudiantes son unos vagos que quieren perder clases por todo”, añade indignada. Sin embargo, la situación no pudo ser ignorada por mucho más tiempo. “El año pasado, en junio, las clases se volvieron mitad virtuales y mitad presenciales, como para hacer algo”.

No obstante, los estudiantes de Medicina (la mayoría menores de 30 años, es decir, se les negaron las vacunas hasta hace un mes y medio) seguían asistiendo al hospital y atendiendo pacientes diagnosticados con ‘neumonía’: todos sabían que ese era un eufemismo que el Gobierno usaba para referirse al Covid.

Para Andrés, llevar los cursos “Respiratorios” y “Atención Primaria en Salud” (APS) fueron momentos sumamente retadores. “Nos metían a la sala de personas con neumonía grave, que se sabe que es Covid. A mí me tocó hacer historia clínica y examen físico a pacientes que tenían Covid leve, y me daba miedo contagiar a mis papás y a mi abuela”. Como parte de la currícula, también le tocó hacer “control de foco”, que consistía en ir a casas de pacientes con Covid y ver cómo estaban. Anotaba sus síntomas y les daba medicamentos de precaución a los vecinos de al frente y al lado. “Tenía miedo de entrar a una casa de una persona con Covid, hablar con ellos, y luego estar en contacto directo con sus vecinos sin saber si estaba contagiada”, cuenta.

Además del riesgo que corrían los estudiantes por las prácticas en el hospital, se les obligaba asistir a actividades presenciales en las que había aglomeraciones. “Nos hacían asistir a ferias como parte de una clase que se llama Actividad Estudiantil. Obviamente no es obligatoria, pero la necesitas tomar para pasar el año. Nos forzaban a asistir a los eventos y había ferias en las que nos daban charlas sobre el Covid en medio de esa aglomeración inmensa, y además nos obligaban a tomarnos fotos como para pretender que todo estaba bien”, confiesa Andrés.

Una actividad estudiantil obligatoria en noviembre de 2021. Foto: Facebook de UNAN-León.

Graves consecuencias

Este año murió un estudiante de la UNAN que cursaba el sexto año de medicina. Se contagió de Covid-19 mientras hacía un turno voluntario en el mismo hospital en el que se incentivaba a que no se usen mascarillas. “La universidad no hizo nada, pese a que era un alumno ayudante (daba clases a los estudiantes de años menores). Me ponía triste pasar por algunos salones de clase donde pegaban las listas de exámenes y él aparecía como ‘no se presentó’”, comenta Andrés.

No es la primera vez que la seguridad de los estudiantes nicaragüenses se ve amenazada por decisiones políticas. En 2018, los estudiantes se levantaron en contra del Gobierno de Daniel Ortega en marchas pacíficas para apagar el incendio de la reserva forestal Indio Maíz y para protestar en contra de las reformas del Seguro Social gestionadas por el Gobierno en abril de ese mismo año, que entre otras cosas, imponía un impuesto del 5% a las personas jubiladas. “Ni siquiera puede llamarse una guerra porque ellos nos disparaban pero nosotros no teníamos nada con que defendernos”, observa Andrés.

El primer mes hubo 300 muertos, entre ellos menores de edad. “Se hizo súper peligroso salir a la calle y decidí dejar de estudiar en el 2018: era o estudiar o elegir mi vida, y eso mismo pasó durante la pandemia: o estudio o elijo mi vida. El año pasado fue como revivir el 2018, porque estar a favor de usar mascarillas, estar a favor de la cuarentena, era como estar en contra del gobierno”, expresa Andrés. En 2018 no podías poner ni un fondo de pantalla de la bandera ni poner el himno nacional porque era estar en contra de ellos (el Gobierno) y corrías el peligro de que te mataran”, recuerda.  En la actualidad, ya ponen la bandera nicaragüense en ceremonias, pero siempre junto a la bandera roja y negra sandinista.

Represiones policiales a estudiantes que protestaban en 2018. Foto: Carlos Herrera.

Andrés y René concuerdan en que no se puede opinar libremente en la universidad. “Se supone que nuestra universidad es autónoma: le pertenece al Estado, no al partido político que está gobernando”, afirma René con malestar. “Yo estuve en una de las concentraciones en 2018 cuando atacaron a los estudiantes. El edificio del hospital-escuela tiene un área que es de la universidad. Cuando la policía atacó, no nos permitieron refugiarnos en el área de la universidad”, agrega.

Aunque en la actualidad los estudiantes ya no corren el riesgo de ser asesinados, todavía se ven fuertemente afectados por la politización de la universidad. “Las becas se las dan a personas afines al gobierno y no necesariamente a las que la necesitan. Hay propaganda política que las personas becadas tienen que promover o sino les quitan las becas”, sostiene René.

Por otro lado, los jóvenes afirman que los mejores profesores han sido despedidos por ser ‘azul y blanco’ (colores de la bandera nicaragüense). En 2018, eso significaba estar en contra de las represiones hacia los estudiantes y, durante la pandemia, a favor de las medidas de prevención, revela Andrés, quien confiesa con una desesperanza repentina que ha adoptado una actitud a lo ‘ni modo’ para enfrentar esta situación: “lo vivimos como la mayoría de cosas: hay que aceptarlo y saber que no podemos hacer nada para cambiarlo”.

*Se han cambiado los nombres para proteger la identidad de los entrevistados.