El transcurrir cotidiano de nuestras vidas en casa a menudo ha escapado del registro periodístico convencional. Se supone que no interesa, que no es noticia. Si todo es rutina, ¿qué podría llamar la atención de esa aparente monotonía casera? Pero ese espacio ha sido trastocado por una nueva normalidad: el confinamiento, el aislamiento físico, el temor a la calle. De pronto la casa se convierte en un refugio. Ese es el foco de las imágenes captadas por las y los estudiantes del curso Fotoperiodismo, dictado por la profesora Susana Pastor en el semestre 2020-2. Aquí una selección de cinco proyectos que muestran el ocio, el tedio, el teletrabajo, la educación virtual y otras facetas del encierro forzoso. La profesora, la jefa de práctica Yael Rojas y la alumna Daniela Rojas cuentan en esta nota cómo fue la experiencia de retratar la intimidad hogareña en medio de la pandemia.
Por: Jhudá Castro y Adrián Calle
Portada: Emilio Carranza
Fotoperiodismo es un curso que requiere que los alumnos salgan a la calle para captar esos fragmentos de la realidad que pueden convertirse en noticia. Cubren comisiones periodísticas, eventos de actualidad. Con la pandemia y las medidas de confinamiento, esta asignatura no pudo dictarse en el primer semestre del año 2020. No se podía exponer a los estudiantes a la posibilidad de un contagio. Sin embargo, para el segundo semestre la profesora Susana Pastor adaptó la metodología del curso. El registro gráfico, que cada alumno debía captar, tuvo como escenario el hogar. Se trataba de registrar esa realidad escondida entre cuatro paredes en la que viven millones de peruanos desde el 16 de marzo de 2020. Los estudiantes debían escoger a uno de sus familiares y capturar los distintos momentos de sus rutinas: la resiliencia, la disciplina, el tedio, el afecto, la ansiedad, el ocio compartido, y otros estados de ánimo y estilos de vida. La profesora Pastor lo explica así: “Si la pandemia es la noticia, ahora podemos pensar que también lo son las personas con las que convivimos”.
Dictar el curso resultó todo un desafío. Dado que el campus está cerrado y las clases son virtuales, la universidad se encargó de distribuir equipos fotográficos a las casas de los alumnos. Susana Pastor explica que era indispensable que los estudiantes cuenten con cámaras para hacer sus prácticas. El préstamo era por un mes, pero en el resto del semestre los alumnos continuaron ejercitándose con cámaras propias o usando las cámaras de sus smartphones. De pronto los celulares se volvieron cruciales para que el curso continúe y se desarrolle con éxito cumpliendo los objetivos y logros de aprendizaje.
Hubo estudiantes que decidieron regresar a sus ciudades de origen para pasar la cuarentena al lado de sus familias. La educación virtual permitió que llevaran sus cursos a kilómetros de Lima. No obstante, algunos alumnos que se encontraban fuera de la capital no pudieron acceder al préstamo del kit fotográfico que está asegurado solo en Lima Metropolitana. “Por suerte, encontramos maneras solidarias de ayudar a un alumno que vive en Huancavelica. Recordé que tenía una cámara en casa, de mi hija, y todavía no la había usado. Coordinamos con el papá del alumno, quien venía a Lima cada cierto tiempo, y le entregamos el equipo. Al final del semestre, él nos devolvió la cámara. Si en los siguientes semestres ocurre algo parecido, pues la prestaré otra vez”, afirma Pastor.
El curso se rediseñó para que su enseñanza fuera factible a través de tres módulos: mirar, fotografiar y retocar. “Nos dimos cuenta de que con frecuencia el estudiante no mira fotográficamente, no reconoce la existencia de la síntesis de una historia. Por tanto, aumentamos la importancia del análisis de lo que debe mirar un fotógrafo. No solo se mira antes de capturar, sino durante el registro y a la hora de retocar. Concluimos que ‘mirar’ es un ejercicio transversal a todo el proceso fotográfico”, explica la profesora. Mientras en el módulo ‘fotografiar’ los alumnos aprenden a dominar el uso de la cámara profesional, en el módulo ‘retocar’ se trabaja con programas como Photoshop para corregir el contraste, la exposición, la saturación, entre otros ajustes de las imágenes.
Antes de la pandemia, refiere Pastor, los alumnos disponían de las cámaras desde la primera semana de clases. Así, en la quinta semana empezaban la elaboración de su trabajo final, luego de conocer el manejo técnico-práctico de las cámaras digitales. Pero con la educación virtual se presentaron algunas dificultades. “Un buen número de alumnos de Periodismo se demoró en asimilar el lenguaje de la imagen para la creación fotográfica, ya que tiene enfocada su habilidad en la palabra, en el texto”.
Para dar su perspectiva sobre el aprendizaje final de cada estudiante, Pastor parafrasea al fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson: “Cada uno debe poner su inteligencia y sensibilidad en el nivel de información de la foto”. Añade que “el fotoperiodista tiene que ser una persona bien informada y un artista para que esa imagen impacte, porque estamos tan acostumbrados a ver imágenes que, si una imagen no impacta, ciertamente no se ve, pasa desapercibida”. De esta manera buscaba que sus estudiantes descubran la noticia dentro de su propia cuarentena y decidan qué tienen que seleccionar, desde qué punto de vista, con qué lente y con qué estética.
Los dos jefes de práctica que ayudaron a la profesora en esta aventura virtual fueron Yael Rojas y Erick Nazario. Para Rojas, la principal complicación fue adiestrar a los alumnos en el manejo de la cámara fotográfica de manera remota. “Lo que en el salón de clase se resolvía en minutos, como el funcionamiento operativo de la cámara, en una sesión virtual solía tomar más tiempo. Me pedían asesorías fuera del horario del curso, y si bien era una labor demandante, también eran satisfactorias porque te das cuenta de que sí se interesan por aprender y hacer fotos de calidad”, recuerda satisfecha.
A lo largo del ciclo, ella guio, entre otros alumnos, a Daniela Rojas, cuyo reportaje fotográfico se tituló Piedra, papel y flojera. Su trabajo tuvo como protagonista a su hermano menor Caleb, quien estaba en su último año de educación inicial. Ella obtuvo la calificación más alta. La estudiante recuerda que debió lidiar con el hecho de que todas las fotos tenían que ser tomadas en el mismo lugar, de modo que probó diversos ángulos para que cada imagen comunique ideas distintas.
“Empezaron las clases virtuales de mi hermanito y vi que le parecían muy aburridas, que no le prestaba atención a su profesora. Entonces, quise retratar a un niño de inicial que estaba en clases durante la cuarentena. Cada vez que me acercaba a tomarle fotos. Él se cansaba y me decía: ‘¿Otra vez?’ Tenía que inventar algún juego o decirle que después de tomarle fotos íbamos a ver una película, entonces Caleb aceptaba. Luego de ver el avance de mi trabajo, la profesora Susana me dijo que tratara de conectar la historia con alguien importante para mi hermano. Esa persona tenía que ser mi mamá. Y es que los padres adquieren un rol muy activo en la educación virtual de los niños. Entonces, procuré que los dos salieran en las imágenes para que se entendiera esa relación”, explica Daniela Rojas. El resultado muestra las vicisitudes cotidianas de una madre y de su hijo frente a ese camino desconocido llamado educación virtual.