Seis estudiantes del 4to grado de secundaria del Colegio Isabel Flores de Oliva (CIFO) y sus profesores nos explican cómo es hacer Educación Física en confinamiento. Lejos de los compañeros de promoción, la pandemia ha significado pasar de entrenar en pistas de atletismo y losas de fútbol a hacer ejercicio en soledad y mirando una pantalla.
Por: Bárbara Contreras y Marcelo Ramírez
Portada: Archivo personal
Es miércoles a las 11:30 am y Gabriel Ramírez (15) se prepara para su clase de Educación Física. Hasta hace poco más de un año, aquello hubiera implicado bajar las escaleras de su salón precipitadamente, empujándose con sus amigos de promoción para ser el primero en agarrar el balón, aquel con el que jugarían su infaltable ‘pichanga’ en el estadio de San Isidro, a pocas cuadras del colegio. El camino hacia dicho lugar habría estado lleno de gritos, ‘chongos’ y llamadas de atención por parte de los profesores, y una vez allí este alboroto habría dado lugar a unos certeros pases de pelota entre amigos y a competencias de carreras hasta agotar el aliento.
Hoy, sin embargo, Gabriel solo tiene que cruzar el umbral de la puerta de su habitación y dirigirse a su sala. No lo hace apresurado, pues nadie lo acompaña. No hay balón por el cual pelearse, ni amigos con los que fastidiarse. Gabriel solo tiene que amarrarse las zapatillas, ponerse un buzo junto con un polo deportivo y prender su computadora. En lugar de una agitada caminata al estadio, le basta con desplazar su cursor y hacer click en el link de una sesión virtual en Google Teams para entrar a la clase.
Allí se encontrará con Gael López, Diego Córdova y Sebastián Calle, compañeros de su misma edad con los que solía juntarse en los salones y patios del colegio para jugar y conversar. Cada uno de ellos ha tenido que encontrar un espacio donde hacer los ejercicios correspondientes al curso, acomodándose en su dormitorio o en la sala.
Esta vez, sin embargo, no puede verlos cara a cara. Ahora, el comienzo de la clase consiste en esperar en silencio, sentado, hasta que el profesor, Juan Pablo Lazo (38), entre a la sesión e inicie el entrenamiento. Al principio nadie se atreve a prender su cámara por ‘roche’. Es en la toma de asistencia cuando deciden encenderla. Para el ‘profe’ el uso de la cámara resulta indispensable pues no solamente le permite ver el esfuerzo de los chicos, sino porque representa una forma de acompañarse entre ellos. Pero Juan Pablo no es exigente en este tema: el encender la cámara podría implicar la aparición no deseada de mamá, papá o el perrito de la familia en la pantalla.
La clase inicia con un previo y corto calentamiento. Antes de la pandemia, esta implicaba desplazarse a través del césped sintético de una cancha de fútbol y darle unas cuantas vueltas a la pista atlética del estadio. Ahora, en cambio, consiste en ejercicios libres —como estiramientos de brazos y piernas— para preparar el cuerpo antes de empezar con las actividades.
La sesión continúa con instrucciones de Juan Pablo acerca del tipo de ejercicios que se harán en el transcurso de la hora y media. Para cada uno, el profesor hace una breve demostración de cómo deben realizarlo: “Pega bien la espalda al suelo Diego y levanta más las rodillas, ahí está la clave en los abdominales”. Entre los primeros minutos, los chicos van repitiendo la lección, tomándose breves intervalos de descanso para recuperar el aliento. Una de las dinámicas también consiste en armar pequeños circuitos dentro del espacio elegido por el alumno. El profesor les pide que escojan objetos de la casa que reemplacen de manera simbólica a los instrumentos utilizados en clase presencial. “No hay necesidad de adquirir uno si tenemos cosas en casa que pueden ser empleadas”, asegura Juan Pablo. De este modo, Gabriel usa zapatillas para sustituir a los conos, Sebastián recurre a los rollos de cartón de los papeles higiénicos y Gael emplea tomatodos.
Cada bimestre se trabaja entre uno y dos test físicos. “La dinámica es repetitiva, todas las clases hacemos lo mismo, pero igual lo disfruto, porque es un espacio donde nos alejamos de las clases típicas frente a la pantalla”, sostiene Diego. La evaluación continua que maneja Juan Pablo se divide en dos: la física, en donde usualmente divide a los chicos en grupos de cuatro para mirar su desenvolvimiento en ejercicios que implican polichinelas, planchas y abdominales; y la teórica, en la cual emplea aplicaciones como Kahoot y Jamboard para revisar el aprendizaje que tienen sus alumnos.
No obstante, Juan Pablo también se preocupa en calificar de acuerdo al compromiso que el alumno demuestre. “Si bien en la virtualidad no puedo ser estricto al 100%, yo valoro bastante a quienes participan desde el inicio de la clase cuando prenden su cámara. Más allá de si uno lo hace bien o mal, lo que importa es ver que al menos lo intenta. Es lo menos que podemos hacer en una situación tan difícil”, afirma.
Del otro lado de la promoción
Si algo no ha cambiado con la pandemia es la división de la promoción entre chicos y chicas a la hora de hacer Educación Física. Así, mientras que Juan Pablo se encuentra enseñándole a los varones del salón, María José Huguet (15) y Andrea Solari (15) están siendo entrenadas y guiadas por su profesora Miriam Vílchez (40).
Durante años, la clase para las chicas implicaba tener que amarrarse el pelo apresuradamente y ayudar a llevar las colchonetas para los ejercicios en el estadio. Una vez en el lugar, Miriam les indicaba qué deporte practicarían aquel día, no sin antes mandarlas a hacer dos vueltas al campo como calentamiento. La mitad de las chicas solo caminaba alrededor de la pista, conversando entre ellas y acelerando un poco el paso cuando sentían la mirada de Miriam. Hoy, en cambio, es esa mirada la que las lleva a prender su cámara.
A diferencia de los varones, las clases de las chicas se han reinventado en la virtualidad a través del uso de la música. La sesión ahora inicia cuando Miriam suelta su pista de baile. “Empezamos con canciones suaves, como para que las chicas vayan calentando”, cuenta la profesora. Algo que rescatan María José y Andrea es que Miriam les permite elegir la música que más les agrada para hacer los ejercicios de calentamiento. “Miriam, para la próxima tráenos La Rebelión, de Joe Arroyo, una salsita”, cuenta María José que le pidió la última clase. A Andrea le gusta cuando Miriam pone Bailando de Enrique Iglesias o cuando les enseña la coreografía de Love me like you do de Ellie Goulding. Ambas chicas admiten que esta es su parte favorita de toda la sesión.
Después de unos dos o tres bailes de tres minutos cada uno, las chicas ya están listas para hacer sus ejercicios de fuerza. Si bien varían semana a semana, algunos de ellos son sentadillas, burpees, abdominales y planchas. “Algunos ejercicios implican el uso de pesas o mancuernas, pero Miriam siempre nos dice que si no tenemos en casa no nos preocupemos, que agarremos dos botellas de plástico y las llenemos de agua o de piedritas”, comenta María José. La profesora explica que, en un inicio, el hecho de que sus alumnas no tuvieran los materiales necesarios para hacer los ejercicios la preocupó mucho. “Yo no me sentía bien enseñando de esa manera porque sentía que era un engaño”, confiesa. Pero fue cuestión de usar un poco la imaginación y ahora las chicas pueden hacer los ejercicios con aquello que encuentran en casa. “Miriam también nos hace agarrar nuestros palos de escoba de punta a punta y así estiramos los brazos y todo el cuerpo”, describe Andrea.
Lo que sigue en la clase son los test de valoración, que son claves para la calificación del curso. En ellos, las chicas deben hacer una serie de ejercicios de la parte del cuerpo que toque esa semana —brazos, piernas, abdominales, etc.— y apuntar cuántas repeticiones son capaces de hacer. Miriam precisa que lo que se busca con estas evaluaciones es el trabajo y esfuerzo de cada una, más allá de que el ejercicio salga bien o no. “Al principio era complicado monitorearlas porque solo podía ver a cuatro alumnas por pantalla. Ahora tengo un televisor de 32 pulgadas que me permite ver a las 35-40 chicas que tengo por clase. Mientras ellas hacen los ejercicios, yo me alejo y las llamo a cada una para asegurarme de que están en la sesión y que siguen mis indicaciones”, destaca Miriam. La idea es que, clase tras clase, las chicas superen las repeticiones que pudieron realizar del ejercicio y así se vuelvan más fuertes.
Tanto Miriam como Juan Pablo consideran que su labor sigue siendo importante, más aún en tiempos de confinamiento. “La actividad física en general ayuda muchísimo. Yo siempre trato de animar a mis chicas a que se muevan, que mantengan la mente ocupada y se distraigan. No todas la están pasando bonito”, señala Miriam. Por su lado, Juan Pablo confiesa que su objetivo es inculcar en los chicos el interés por realizar ejercicios en casa. “Cuando esta situación pase, lo que hoy hemos formado ya se convierte en un hábito”.
Entre lo ganado y lo perdido
Los partidos de fútbol, básquet y vóley, las carreras de corta y larga distancia, las volteretas y las aspas de molino, las caídas chistosas que estas implicaban, las olimpiadas deportivas y los bailes aeróbicos que con ellas venían; todos son recuerdos lejanos para los alumnos del CIFO. “Ya no tenemos drilles ni olimpiadas. Lo único que hicimos el año pasado fue una mañana recreativa de juegos tipo gymkana entre las propias promociones. Uno de los juegos era quién podía saltar la soga más veces. Y el que quería intentarlo prendía su cámara y saltaba. Los demás juegos eran competencias por Kahoot. Fueron unas olimpiadas muy aburridas”, admite María José.
Pero los alumnos del CIFO no solo extrañan eventos épicos como las olimpiadas: Gabriel reflexiona que lo que más extraña son las bromas que se hacía con sus compañeros antes, durante y después de la clase. Diego extraña reírse —o más bien burlarse— de las fallas de sus amigos al hacer algún deporte. Por su lado, María José confiesa que lo que más extraña de las clases de Educación Física es cuando se tiraban al piso con sus amigas y no hacían nada”.
Pese a todo, los estudiantes han encontrado otras formas de divertirse a través de la virtualidad. Tanto Gabriel como Andrea aseguran que las risas no faltan cuando las mascotas de sus compañeros se suman accidentalmente a la clase. “Una vez me encontraba haciendo un circuito que el profesor nos había pedido, cuando mi perrita Rihanna aparece y se sienta al costado mío. Me reí mucho porque ella podía ser vista por todos mis compañeros“, recordó Gabriel. A su vez, Gael menciona que se divierte mucho cuando escucha a sus compañeros cantar, teniendo el micrófono abierto. Para María José, es gracioso cuando los papás de sus amigas interrumpen la sesión y hacen que las chicas se confundan en los pasos de baile.
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El retorno a las aulas del colegio, a los estadios y coliseos y a una clase de Educación Física fuera de la pantalla no tiene fecha cercana. Existe la posibilidad de que tanto Gabriel, Sebastián, Diego y Gael como Andrea y María José terminen el colegio sin revivir por una última vez aquellos momentos dónde lo físico era sinónimo de diversión y no de peligro. Pese a ello, los alumnos del CIFO no pierden la esperanza de volver a encontrarse más allá del mundo virtual y jugar un último partido de fútbol o echar una carrera final en la pista del estadio, aunque sea solo para despedirse.